Category: MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ


Por Iñaki Urdanibia

A modo de espuela, pidiendo la última para el camino, pues, aun sabido, para cualquier que ame las tabernarias barras, que prácticamente nunca es la última; en tiempos ya otoñales, el escritor navarro desgrana unos poemas, setenta y dos, con la convicción de que «en el último tranco estoy; en eso no me hago demasiada ilusiones, por mucho que este dure», poemas los que componen su «Espuelas para qué os quiero», editado por Pamiela, que tienen aires de balance, de recuerdos y lecturas que toman el verso y que veloces saltan de unos a otros temas, con el denominador común al que ya he aludido, con una especie de resabios de agur!, o de la cercanía a él. «Palabras que huelen a fracaso, / a desidia, a ruina, …Lugares que iban a ser y no fueron ni por asomo, o dejaron de serlo…».

Ya mirando para atrás del presente que es umbral del futuro, el prolífico escritor navarro cruza en sus poemas, en sus escritos en general, y más en concreto en los que ha escrito en los tiempos de encierro pandémico, con un bagaje de lecturas de poetas, novelistas y pensadores que le sirven de estímulo e inspiración, de escrituras, de viajes y amistades que hacen que el tamaño del cuarto no corresponda al mundo de los metros cuadrados sino que se catapulte en diferentes y dispersas direcciones a la amplitud de horizontes varios; de sus inspiradores y de otras coplas existenciales da cuenta en la aclaratorio Adenda. Visita a lo no-vivido, a lo que iba a hacer y no hizo («mal que te pese eres lo no vivido, /lo que ibas a hacer y no hiciste») y al resultado de ser sin haberlo pretendido («has conseguido ser aquello /Que ya no querías ser/…Y sobre todo ser lo que no has hecho»), tal es el estado que a veces se asemeja a aquel beckettiano volviendo de las ciudades en las que nunca he estado, y no me refiero a desbrujule alguno que afecte a Sánchez-Ostiz sino a cierto espíritu saltarín, que hace que en vez del modelo arbóreo con el eje arriba y abajo, siga con más fidelidad el rizoma que en su horizontalidad asoma aleatoriamente, mas no a la deriva. Del Baztán navarro a Bolivia pasando por Madrid y otros lares, sin abandonar «el sarcasmo y la burla [que pasados los setenta] suelen estar presentes en el menú diario a modo de parva defensa. Pasados los setenta, la poética verdad de la historia se impone», y por las grietas caben los ajustes de cuentas con uno mismo, y por qué no, con los demás, con los Faros de la patria… que esperan la vuelta de banderas victoriosas, horas encabezadas con cabras legionarias de dos patas… o un periódico del norte con olor a sacristía, el púlpito obedeciendo a quien mejor paga, y pistoleros y camaradas de brazo en alto que hablan la lengua de las cuadras, o patriotas rojigualdos propietarios de la calle, etc., etc., etc..Todo ello cuando es más tarde de lo que crees.

Y poemas que conversan o derivan a partir de, o toman como trampolín, hechos o autores, como Blaise Cendrars, Washington Irving, Thomas Bernhard, Luis de Góngora, Kavafis, Teillier, Louis Aragon, Céline, Malcom Löwry, y unos cuantos amigos bolivianos, y la banda sonora de Léo Ferré, Jean Ferrat, Germaine Montero, Carlos Gardel y don José Larralde y algunas canciones populares, berridos dice, como el de los borrachos que juegan al mus en el cementerio.

Y aquí podría aplicarse a la actitud de Miguel Sánchez-Ostiz, cambiando lo que haya que cambiar, la propuesta por Gilles Deleuze, y mientras huyes coge un arma, transformado en el dale espuela, no mires atrás, corre y embóscate contra los intentos de domesticación ambientes, sin bajarse los pantalones, ni agachar la cabeza… «¡Arrea, Lucifer, caballo prieto azabache!».

Por Iñaki Urdanibia

¿Cuántas ideas caben en el cuarto de Miguel Sánchez-Ostiz?

«Soy del tamaño de lo que veo y no del tamaño de mi estatura», decía quien por otra parte, invitaba a ser «plural como el Universo»; el otro afirmaba que «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo», me vienen estos pensamientos cuantificadores, espíritu que se cuela igualmente en el título de este comentario ante el último libro de Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950), «Viaje alrededor de mi cuarto (Novela desordenada)»que obviamente no se dedica a recorrer los metros cuadrados de la estancia – el escritor no es un agente inmobiliario, ni un tasador -, sino que traspasa tales límites por medio de las alas que supone su bagaje de lecturas, encarnados en los libros, revistas recuerdos de diferentes momentos y circunstancias en las que consiguió algunas obras, y en las que se paladearon, etc. Qué duda cabe que los libros, y otros cachivaches que reposan en los anaqueles, son jirones de vida, momentos que como capas de un hojaldre van dejando su huella en la existencia de su propietario. En este orden de cosas, el libro del que hablo es un viaje que el navarro realiza al fondo de sí mismo, inseparable de sus circunstancias que decía el otro.

Es claro que dependiendo del bagaje personal, de lecturas y vivencias acumuladas, la prisión no se limita al tamaño de la celda, sino que las asociaciones mentadas abren caminos más allá de las esquinas que delimitan la estancia, sirviendo como trampolines para la reflexión y el ejercicio de la anamnesis. La prisión de Miguel Sánchez-Ostiz no es como la de Xavier de Maistre, a la que alude, sino que es su domicilio de Pamplona que es donde le pilló el confinamiento durante unos meses y en donde estuvo recluido, dedicándose a escribir, entregando ahora el fruto de su quehacer, ofreciendo la obra de título de inspiración cendrarsiano (de Blaise Cendrars) unos caminos, no como los del monte que no llevan a ninguna parte, holzwege, de los que hablase Martin Heidegger, sino que son sendas que suponen invitación a la lectura, a penetrar en escrituras nuevas por desconocidas, al menos por el lector que esto escribe, al tiempo que se conocen las filias y las fobias del escritor, no faltando los dardos que son lanzados a diferentes líneas de flotación, y rememoraciones de retazos de la historia del país.

La navegación es de altura, y más apropiado resulta el barco de velas que luce en su mesa que en pesquero que posa junto a él; y es que hay vidas que pesan menos que una pluma y otras que son plenas e intensas, que pesan tanto como el monte Otsaski, a estas últimas pertenece la de Miguel Sánchez-Ostiz (y que se me excuse la inspiración maoísta de la figura). El libro avanza a pasos, que no lo son, ni tampoco zancadas sino que cada una de las más de setenta entradas supone en sí misma una exploración de autores, lugares, hechos, encuentros, lecturas que no son monotemáticas sino que entrelazan, relacionado, diferentes escritores, amigos, anécdotas suyas y ajenas, siempre pisando fuerte, como el otro, sin abandonar un singular sentido del humor; y aunque amarga la verdad la echa de la boca para no amargarse la existencia más de lo debido, con la verdad por delante y sin achantarse ante posibles reacciones que sus palabras puedan provocar, más de una vez lo han hecho de forma desairada y excluyente, al nombrar no solo los pecados (de trepas, chaqueteros, aprovetxategis, personajes del fascio, descarados o solpadaos, etc.), sin temor a la soledad, lejos del calorcillo gregario, haciendo suya la divisa de Ángel María Pascual: etiamsi omnes non ego (Aunque todos lo hagan, yo no…). Y con su prosa potente da paso a los recuerdos, a los momentos, vividos, a los viajes, a alguna vecina malencarada, homenajea a amigos y autores fallecidos, se refiere a librerías, estaciones, cafés, bares, hoteles y sus amigos, en torno a su editorial Pamiela y a su aventura, saca a relucir su labor como abogado, y por las páginas campan los nombrados de Maistre, Cendrars, y muchos más, leídos y/o conocidos: Carmen Martín Gaite, Daniel Defoe, Gaston Bachelard, Marcel Proust, Juan Marsé, Ramón Irigoyen, Gregorio Morán, Álvaro Cunqueiro, Jaime Gil de Biedma, Carlos Pujol, Gracía Hortelano, Martín Santos, y…¡no sigo! Y la promesa de felicidad en Zamarrenea, su casa baztanesa de Arizkun, con la que concluye el libro.

No es fácil dar cuenta de todos los vericuetos por los que discurre la prosa de Sánchez-Ostiz, y o por defecto sino por exceso, que discurre en rizoma ofreciendo atractivas píldoras, más bien pildorazos, que por si no fueran suficiente van acompañados de ilustraciones de libros, edificios, carteles de propaganda, obras de arte, fielmente reproducidas… siguiendo el modelo de Gonzague Saint-Bris, «todo un modelo de lo que puede ser un diario y no un teatrillo de variedades vanidosas». Reitero que no es tarea fácil dar cuenta de la cantidad de información que encierra el volumen, siendo tal el cúmulo de nombres propios que si el libro hubiese constado de un índice onomástico, la paginación se habría disparado sobremanera.

Y… cambiando todo lo que se haya de cambiar, leyendo al escritor me viene a la mente aquella interrogación de Nietzsche en su Ecce homo: «¿Cuánta verdad puede soportar un hombre a cuánta verdad puede atreverse? Ésta se ha convertido para mí en la auténtica unidad de medida, cada vez más…Cualquier resultado, cualquier paso hacia adelante en el conocimiento es una consecuencia del valor, de la dureza con uno mismo, de la exigencia con uno mismo…?».

Así, Miguel Sánchez-Ostiz.

Por Iñaki Urdanibia

El escritor navarro (Pamplona, 1950) es incombustible, impermeable al desánimo, y no está dispuesto a guardar las verdades, de tamaño XXL, que anidan en su mente.

El escritor navarro (Pamplona, 1950) es incombustible, impermeable al desánimo, y no está dispuesto a guardar las verdades, de tamaño XXL, que anidan en su mente, y no se corta para nada al exteriorizarla por la boca y por la mano que sostiene la pluma o pega a la tecla, pues conservarla dentro de si significaría envenenarse; si el último medio nombrado, la tecla, es el que usa en su escritura, seguro estoy de que el teclado estará si no hecho trizas, sí con más de una letra borrada; guiado por la parresía, propia de los griegos, no la abandona ni a la hora de referirse a su propia escritura, al admitir su pretendida falta: la de no haberse volcado en los temas que últimamente han sido objeto de sus obras anteriormente y haber esperado para emprender el vuelo, como la lechuza de Minerva, al atardecer. Su escritura es fiel a un rumbo bien marcado y no llega a guiarse, al menos del todo, por aquel volteriano, seguiré diciendo lo mismo hasta que no cambiéis de actitud, ya que convencido está de que los herederos de Caín, cuyo medio es un topos de corruptelas, trampas, mentiras y arribismo, o también algunos herederos de Abel reconvertidos que no cumplen aquel nietzscheano si la serpiente no cambia de piel muere, sino que varían con el espíritu de la espuma, persistiendo erre que erre en su labor de enmarranar, con perdón, el terreno de juego que en este caso es la sociedad. La cosa les viene de lejos y su tarea de limpiar a quien disienta es pertinaz.

Miguel Sánchez-Ostiz no se inventa nada sino que se ciñe a la vida misma, a la que le acompaña y le rodea, y ojo avizor observa el comportamiento de conocidos, las triquiñuelas y los dimes y diretes que profieren o los dardos que arrojan por doquier, y con mirada atenta y pluma veloz e igualmente atenta a la realidad lanza una batería de hechos, conductas, que denotan rencillas, mentiras y tergiversaciones de cara a anular, o al menos silenciar, las voces discordantes, comportándose su prosa borbotonesca como una banda de Moebius que no tiene comienzo ni final y que se puede tomar, o cortar, por donde a uno le plazca sin hallar vacíos ni insustancialidades. No es nada nuevo en el quehacer del iruindarra que además de sus novelas, sus ensayos sobre Pío Baroja o sobre Pablo Antoñana, y sobre otros, lleva un puntual cuaderno de bitácora que presenta sus sentimientos, sus reacciones ante lo que ve, y aprehende de…la vida misma. Esta última línea, combinada con el género narrativo propio de la novela, de artefacto habla él, es la que continúa su «Moriremos nosotros también (Desbarre y fuga)», editado por Pamiela; título con aires oriamendianos: Dios, Patria y Rey. Una travesía a ras de suelo con innumerables personajes, nombres propios, hechos y sucesos, con atención constante a las falacias con que se pintan por voces turbias y con las caretas que ante la realidad pura y dura adoptan quienes dominan el cotarro en la patria de Caín. Siendo por otra parte cierto que de la parca no se libra de Dios, o dicho en heideggeriano, el hombre es un ser para la muerte ya que «desde que un hombre asoma a la vida, es lo suficientemente para morir», lo que no quita para que haya muertes y muertes, voluntarias o inducidas, accidentales o provocadas, etc., y hay gentes proclives a poner fin a la vida de los demás, y al por mayor.

La alargada sombra del 36 que se tradujo en una gran cantidad de muertos, de familias rotas, de huérfanos, y la represión que le siguió, asunto que ya fue tratado por el escritor en obras anteriores (El EscarmientoLa sombra del Escarmiento y El Botín), la une con la actual ola centralista, de ultramontano nacionalismo hispano, de cerril anti-izquierdismo, etiquetando como comunismo/socialismo cualquier signo de progreso, por mínimo que sea, en un ejercicio de memoria histórica, señalando que quienes defienden tales posturas son los nietos e hijos de los que acallaron las voces y las vidas, dispuestos de manera permanente a acabar con los nietos y los hijos de los silenciados, enmarcado todo ello en una geografía imaginaria (Torresmotzas de Baruglio), que es tan real como la Realidad más cruda, moviéndose por los pagos del barullo (¡anda jaleo, jaleo!), sin recatarse a la hora de desbarrar, y hasta reivindicándolo, con el único freno del sangrado de las páginas que se pasan unas tras otras sin pausa para el respiro, a lo más algún suspiro sí que puede asomar, acompañado con la sensación cercana a alguna basca, ante el asco de algunas acciones o palabras presentadas pueden provocar, desasosiego momentáneo que es paliado, por la risa o la sonrisa por la atinada coña del escritor.

No hace falta aclarar que tras lo dicho, nadie debería extraer una idea desviada y equívoca de la obra presentada, como que estuviésemos ante un texto panfletario – de paso diré que en la historia ha habido panfletos sublimes, que se lo pregunten sino a Marx y a su yerno, y que no me oiga el primero que elogio al segundo -, ya que el cúmulo de hechos, conversaciones y anécdotas relatadas, recuerdo y homenajes a los amigos (Gezurtiel TxoriPotzolo, el Zaborras…) y a algunos rincones transitados con ellos (¡ay La Huerta de Larrequi o El Amor de los Amores!), son narrados con una brillante y variada prosa, perlada de certeras referencias literarias.

Lectura no recomendada para conformistas, ni para gentes inclinadas a los pasteleos, nada digamos a los señalados como objeto de las críticas, aunque estos no se acercarán a semejante autor, no siendo necesario pues avisarles de que hay otros libros que les contarás historietas más de su gusto (me viene a la cabeza el libro que sacaron, nada menos que, Santiago Abascal y Gustavo Bueno, hijo: En defensa de España, en donde reforzarán sus razones para el patriotismo hispano, el de la furia roja, la de la una, grande y libre y el bravo toro de Osborne, y olé) y es que las lindas almas de los componentes de estas toscas faunas podrían dañarse ante la abundancia continua, que no da descanso, de respeto al principio de realidad y ya se sabe, al menos desde Nietzsche, que su interrogación sigue manteniendo absoluta pertinencia: «¿Cuánta verdad de la realidad estamos dispuestos a aceptar o soportar?» y que las almas delicadas no pueden soportar las verdades…como puños, que son las que asesta, sin tregua, Miguel Sánchez-Ostiz.

Por Iñaki Urdanibia.

Un breve libro del escritor navarro, que da mucho que pensar.

El escritor iruindarra (iba a decir “pamplonica” pero me suena como a marca de chorizo) no descansa y cada entrega, ya sea en el género ensayístico, novelístico o misceláneo, resulta aleccionadora. Conste que a Miguel Sánchez-Ostiz no le debo nada ni él me debe nada, ni me va a deber tras lo que voy a decir, mas sí que es destacable su sagacidad, su ironía que en ocasiones la mezcla con el uso atinado del garrote de la crítica, hasta el despelleje. Es el caso.

Su «Diario volátil. Apostillas, descreimientos, despropósitos, desvelos…» (Pamiela, 2018) es un cuaderno de bitácora de la vida del escritor, anotaciones que han sido escritas al hilo de la experiencia vivida; y claro está que si la experiencia es un grado, la más experiencia otorga más grado todavía, ya que los años no pasan en balde y la afilada mirada – a no ser que alguien sea un conformista de tomo y lomo- se agudiza en su aprehensión de lo vivido… y si al otro la vida le daba sorpresas, a cierta edad lo que sí que te da la vida son lecciones ya que llegado un momento la capacidad de sorprenderse se esfuma, por agotamiento, ante lo dejà vu, dejà vécu. Lo volátil de este plural y diseminado diario contiene un peso que nos lleva al fondo de las cuestiones visitadas, que cierto es que se reflejan en la superficie, en la piel de las relaciones y las palabras, no pocas veces vanas y falaces, de la comunicación humana; muy en especial en ciertos ambientes, más propicios a privilegiar el ombliguismo, el espíritu trepa, la hipocresía y la atracción por el espectáculo, que traducido significa: salir en la foto o brillar en la página…

Si las apreciaciones del escritor son personales, por el mero hecho de hacerlas públicas, se difunden como posibles lecciones, como guía para perplejos (si quienes se acerquen a las ciento y pico páginas conservan todavía la capacidad de asombrarse), y me atrevo a indicar que uno se puede topar con una especie de tratado de saber vivir para no tan jóvenes generaciones (con perdón a Raoul por la aproximada apropiación del título), ya que las enseñanzas que don Miguel extrae de la (su) experiencia vivida bien puede servir, no digo ya como brújula, ni indicación, ni consejo, sino como aviso a navegantes que si ya han navegado por algunas de las travesías señaladas en las saltarinas páginas del libro, le sonarán a su propia aprehensión de la realidad.

Los veinticinco capitulillos pueden funcionar, en su interrelación, como un juego de la oca ya que algunas entradas llevan a la otra, o se repiten en cierto sentido, ya que las coincidencias críticas – como denominadores comunes – se comportan como unas constantes de base, de fondo, ante la observación de comportamientos repetidos, que hacen que parezca que tales forman parte de la propia esencia de no pocos humanos, esos seres extraños de los que hablaba el otro. Diferentes cameos asoman por las páginas dando ocasión a reforzar alguna idea expuesta por el escritor o para dar ocasión a éste para extenderse en algún asunto que juzga oportuno (Eugenio D´Ors, Günther Grass, George Brassens, Léo Ferré, Luis Cernuda, Philippe Murray, Constantino Cavafis, Albert Camus, Philip Roth, Louis-Férdinand Céline, H.P. Lovecraft, Lewis Mumford, Borges, Jorge de Oteiza, Pascal Quignard, etc., etc., etc.). Como puede observarse por los nombres citados, la variación y los distintos registros por los que se diseminan las apostillas del libro son realmente plurales y abiertas a diferentes horizontes y registros.

Ante la imposibilidad de abarcar todos los temas tratados o de hallar un denominador común, me limitaré a transcribir algunas de las entradas a modo de ejemplo de la sagacidad y la pluralidad : «LADRONES, tramposos, criminales, abusivos, desvergonzados, asociales… No, no son insultos, es la cruda realidad y la tenemos encima, y hay quien aplaude, qué digo aplaude, vitorea y pide más».

«NUEVOS profesionales de la política y mañas viejas, qué tristeza y qué decepción».

«DONDE EL SERMONARIO sustituye con ventaja a cualquier programa político: el país de las ruedas de molino ».

«MAL PAÍS ES ESE en el que abundan los uniformados que se alistan para, cuando tienen la ocasión, golpear a la ciudadanía por gusto y por dinero…».

«POR LO VISTO, entre asnos anda el juego… todos lo somos para el de la trinchera de enfrente o para la cátedra».

«GENTE ENCANTADORA que cree tener derecho ilimitado al empujón y a que tú tengas el deber ineludible de aguantar… y de sonreír, encima».

«No HACE FALTA SER WITTGENSTEIN ni Thoreau para comprobar que la convivencia forzosa puede resultar muy ingrata».

«NO PARECE muy sano que la vida política de un país pase de manera inevitable por los juzgados… y por las sacristías».

«EL PRURITO de dar lecciones y el de pasar lista… no sé cuál de los dos me da más asco».

«– NO TENGO trabajo…

– ¡Eso es populismo, bolivarianismo, etarrimmmo!

– Cierto, pero lo suyo cosa de malparidos (Escobar)».

«EL PENSAMIENTO LIBRE lo reivindica para sí sobre todo quien hace de vocero del gobernante y por ello cobra».

«EL QUE VA en dirección contraria ni es un converso, ni un arrepentido… no necesita público ni prestarse a autillos de fe».

«NO ESTOY SEGURO de que a un exceso de comunicación no le siga un déficit de relaciones sociales».

«LA HISTORIA, su escritura a gusto del príncipe… o de la cátedra, o de la sucia cuadrilla o del gurú de la secta de turno».

Y diálogos del loquero, bailes de tartufos, figuras (y famas), personajes con tendencias al teatreo y al campaneo, problemas y consecuencias de la (hiper)comunicación, más en tiempos de redes sociales (Twiter, Facebook…), las tendencias auto-referenciales de los mismos, ensimismados en sus propiedad (como el Uno stirneriano), o la tendencia a proclamar a los cuatro vientos (en la escasa estancia llena de humo) que uno es muy psicólogo, o que en el fondo es anarquista, o, que él anda a su bola alejado de la gregaria manada… Hay de todo como en botica , como en la vida misma… de Miguel Sánchez-Ostiz como universalizable espejo de las demás…¡ y no sigo! Ya que la enumeración haría que cayese en el alocado intento de crear un mapa de tamaño natural (cosa muy borgeana, ella) y tampoco es eso… pues se abra por donde abra el libro se hallará alguna dosis para el paladeo; servidor se lo ha leído de cabo a rabo y puede dar fe de lo que afirma… hora lo tengo como medicina, acudiendo según el cuerpo a unas que me sosiegan o a otras que me enfurecen cuando tengo día guerrero… siempre, sea dicho al pasar, y conste que no es por dar la razón al hernaniarra Gabriel Celaya cuando afirmaba que la insatisfacción es de izquierda.

Una y otra vez aparece la importancia de delimitar fronteras entre los unos y los otros, entre al dentro y el afuera de la supuesta tribu o bandería, la práctica de repartidores de carnets de corrección política y moral, el uso desmedido de palabras altisonantes, pomposas y huecas que no ocultan, como los sepulcros blanqueados, más que deshechos dentro frente a los adornos exteriores… como para dar el pego. También irrumpen las declaraciones usuales de distinción, de sentirse diferente, superior… muy propio en tertulias, en comidillas y en garitos varios en que unos se reúnen para darse la razón a sí mismos. Y para el que esto escribe, al menos, resuena de fondo la parábola de los puercoespines de Schopenhauer: demasiado juntos se pinchan, alejados se hielan de frío… lo que supone que se ha de hallar la distancia justa.

Una colección de píldoras para su lenta degustación y disfrute (o mosqueo, al sentir alguna situación ya vivida y odiada) y también para su repetida visita, ya que la vida se balancea entre lo mismo y la diferencia… Conste, si es que todavía hace falta después de lo escrito que el libro no es apto, o al menos no es recomendable, para satisfechos seguidores del volteriano personaje, el satisfecho Pangloss en su aceptación de este mundo como el leibniziano mejor de los mundos posibles.