«Debelación de una conciencia creativa independiente»(y I). Juan Manuel Torres Vera. Publicado en el Diario de Las Palmas, en el Cartel de la Artes y Las Letras del  18 enero de 1995.

Para vislumbrar un final o augurar posibles finales debemos volver sobre los pasos de la memoria en el siglo que nos ha tocado vivir. El más convulso de la Historia de la Humanidad. Las Islas Canarias a pesar de tan cantado aislamiento no ha estado al margen de los acontecimientos mundiales (desde la conquista claro está), se ha visto implicada y afectada directa o indirectamente por los mismos. Podemos intuir en esta agitación un posible proceso evolutivo en la consecución de un equilibrio progresivo de las fuerzas del bien terrenales; igualmente nos puede venir a la razón un designio nada halagüeño o ambos conjugados.

Por los azares del destino una población extensa de nuestras islas se lanzó a la emigración a Suramérica desde el pasado siglo. En su subconsciente martirizado no estaba el cálculo de entregarse a un territorio del Norte (Península Ibérica), habitado por quienes cegaron brutalmente unas formas de ser propias a las dos orillas del Atlántico. Esas imágenes múltiples de retroceder buscando en el pasado han creado la incertidumbre en iluminar las sombras de la memoria.

Tuve la suerte de retomar desde Venezuela en el año setenta con los ojos despiertos de la infancia para adentrarme en la metafísica todavía virgen de la isla de los contrastes, la Gomera, aunque el archipiélago en aquel momento la mantenía en cierta medida por el silencio impuesto por los vencedores en la última guerra entre los españoles y la escasa contaminación sin un turismo de masas implantado. Hay hechos que marcan una percepción posterior del mundo que nos rodea y la emigración ha cimentado en la población canaria una de las expresiones de identidad más sólidas. La convivencia con el brote de las nacionalidades americanas independientes les ha dado una conciencia más despierta pero que al ser trasladada a nuestras islas chocan con una situación de insolidaridad interinsular (con algún periódico local fomentándola) que nos hace interiorizar nuestra supervivencia negándonos un objetivo colectivo de libertad. Aquí entramos de lleno en el principal problema para conseguirla: la Cultura.

En medio de una neblina espesa dirigida por agentes camuflados de monjes benefactores con una labor perfectamente planificada en dosis de malignidad. Trabajan desde su cima cotejando deslices impertinentes que les desenmascare, pues ella les sostiene de que este pueblo no despierte de esa adormidera quintocentenaria.

Al hilo vienen las ideas expuestas en la ponencia de Ricardo García Luis y Raúl Mora en el Congreso de Cultura de Canaria de 1986, celebrado en este Ateneo de La Laguna; reconocida su gran importancia y proyección en varios trabajos ensayísticos publicados en revistas literarias de las islas:

«En esta nación falta un proyecto global de cultura básica que nadie quiere realizar y que es el generador de los males que nos aquejan.»

Los medios de comimicación tienen una incapacidad para proyectar el hecho cultural-diferencial canario, que nos aboca a un suicidio en este campo.

Las tibias medidas que llevan a cabo algunos organismos no conducen a ningún lado y sólo sirven para justificar una política cultural de Poder pero que no llega a rozar nuestra epidermis genuino, aunque muchos lo pregonan a gritos, cuando en el fondo lo único que pretenden es su falseamiento.

Así vagamos sin rumbo buscando unas señas de identidad perdidas hace siglos y que algunos intelectuales «canarios» ayudan con diligencia a borrar».

De estas prácticas hay pruebas muy concluyentes. Como es el caso de unautor conocido de nuestras islas que presenta un proyecto al organismo responsable de cultura en petición de apoyos y se le contesta que no es de interés cultural, llevando casi toda su vida entregado a la creación literaria; es una verdadera bofetada y pone de manifiesto el talante de los responsables, llamados nacionalistas. Dándose luego subvenciones millonarias a proyectos foráneos que nada tienen que ver con nuestra realidad insular. Es un hecho sucedido este mismo año y que ha sido veladamente denunciado en la prensa regional.

O de un trabajo de ensayo encargado a un autor canario para publicar en un libro promovido por la Consejería de Cultura y se le censura literalmente con el conocido color rojo para que rectifique partes del contenido o no se le dará el visto bueno de publicable. El autor, con una gran labor en el ámbito cultural de las islas, desde tiempos de la dictadura franquista, tuvo por supuesto la dignidad por encima de la del censor. Estos hechos son muestras claras del mangoneo más reciente en el que sigue sometida nuestra cultura. Cabe preguntarse a esas alturas; ¿Dónde está la libertad de expresión? ¿qué expectativas tienen los jóvenes escritores ante esta situación? Espero que nuestro futuro «no sea silencio amordazado» sutilmente.

El escritor no puede ser ajeno a la realidad que le circunda, pues de ella se nutre vivencialmente en su cosmogonía estética, por lo que es fundamental el conocimiento de la Historia para con esa memoria engrandecer el presente. Una dirección de trabajo y estudio podría estar en la explicación de nuestra situación cultural actual y futura en relación con la avalancha de informaciones que recibimos a través de infinidad de canales culturales del exterior, sobre todo el poder anulador de las pantallas de imágenes fácilmente seductoras esclavizándonos más en nuestra debilidad de raíces de identidad asentadas en una subcultura mayoritaria de la población.

En una idea general nuestra narrativa antes de la guerra civil española está vinculada a una tradición rural, salvo la excepción relativa de Alonso Quesada. Es a partir de mitad de este siglo cuando podemos hablar de apogeo de la narrativa insular con la aparición de Antonio Bermejo, Rafael Arozarena e Isaac de Vega. Es precisamente este último quien va a «fundamentar» una narrativa canaria que desborda los horizontes de nuestra insularidad por estar íntimamente enraizada en unos rasgos que nos definen porque entra de una manera sincera en la profundidad del subconsciente colectivo desde su experiencia individual. En ese supuesto misterio existencial de su escritura va en trance a través de la palabra desnudándonos los sufrimientos que se esconden detrás de esa idea de complejo estático que nos atribuye el etnocentrismo cultural. Isaac de Vega es de justicia, por su inmensa calidad literaria, que tuviera una proyección internacional, si en realidad los responsables culturales llegaran a la mitad de su honestidad personal.

«Debelación de una conciencia creativa independiente»(y II). Juan Manuel Torres Vera. Publicado en el Diario de Las Palmas, en el Cartel de la Artes y Las Letras del 25 enero de 1995.

El otro revulsivo en nuestras letras estuvo con «el boom de los 70», de todos conocidos, (momento favorable económicamente por capitales llegados de Venezuela). Tenemos al narrador que más ha sorprendido de su generación, Víctor Ramírez, en la originalidad por llevar dentro la fuerza de nuestros volcanes, que le han facilitado proyectar de una manera magistral las peculiaridades del lenguaje coloquial isleño, distante en variación idiomática del castellano peninsular, y al mismo tiempo la realidad fuera de la oficialidad oscurantista. Cuando hablamos con Víctor impresiona por sus gestos decididos, la voz firme, en ocasiones amenazante; tiene una nobleza ejemplar en luchar a pecho descubierto contra los problemas de la vida y de la misma literatura, (véase los libros de artículos periodísticos: «Respondo» y «La Escudilla») involucrándonos con su fe volcánica en el compromiso de transformar una realidad social concreta; en sus palabras: «anhela que su literatura se convierta esencialmente en un acto de solidaridad desde la soledad del hecho creativo. Una realidad pletórica de oprobios, injusticias, mentiras institucionalizadas, traiciones a mansalvas, una realidad donde sin embargo el amor y las ansias locas de justicia no se han cansado aún de buscar un sitio bajo el sol». Conocemos la evolución de su obra narrativa gracias a su propio esfuerzo en la publicación, jimto a Rafael Franquelo, además del apoyo desinteresado en la difusión de otros escritores canarios desconocidos. Comparto con Ángel Sánchez: «que debería no haber un Víctor Ramírez, sino diez, cien autores como él para revolucionar la pobre inercia literaria, cultural y social de las islas, donde sigue sucediendo que unos pocos autores nos leemos entre sí».

Podria pensarse que me sustento en el lamento como refugio evasivo o mentes lejos de buenas intenciones que por nuestro alrededor lo promocionan como antídoto para que nada cambie. Pero más lejos va mi actitud de entrar de lleno en la acción con el acto diario del esfuerzo y el trabajo silencioso de la creación que, seguro, hacen muchos de la gran nómina de autores canarios actuales, cuyo principal adversario es la falta de consenso para la formación de una Asociación de Escritores capaz de dar cauce a todas las ideas de progreso mayoritariamente compartidas.

Recuerdo así mi entrada en el complejo mundo de los creadores, allá por el comienzo de los años ochenta: cuando dos muchachas belgas, estudiantes, convocaron a través del periódico «El Día» a una reunión de escritores jóvenes de la isla. Fue una gran sorpresa entrar en el salón de actos del Club la Prensa y verlo repleto de rostros indagadores con el «a ver de qué va la cosa», será otro montaje. Explicaron el proyecto, en el que los escritores debían tener un carné, justificado por la idea de que ya estaban trabajando de la entrada en «El violín inconforme o la violina satisfecha», de Alberto Manrique la Comunidad Económica Europea y necesitaban unos requisitos a la hora de pedir ayudas. Aquello no cuajó por la forma de plantearlo, pero sí fue de vital importancia para establecer contacto entre los escritores jóvenes: formándose luego grupos afines según sus posiciones. En el que me vinculé tuvimos la suerte de relacionamos con gente que animaba una tertulia literaria en una tasca de San Cruz, posibilitándonos conocer en persona al poeta Pedro García Cabrera, al que la «joven poesía» relacionada con la tertulia haría un Acto Homenaje en el Círculo de Bellas Artes en septiembre de 1980. El primer problema que se nos planteo fue la publicación de nuestros trabajos, pues éramos unos perfectos desconocidos, sin contactos con círculos (casi inexistentes) que posiblitaran damos a conocer, y la prensa tampoco deba cancha sin tener contactos con algún periodista o alguien con relaciones. En el período agonizante del periódico «La Tarde», desaparecido, en la página «Renglónseguido» al cuidado de Lorenzo Croissier y José Marrero y Castro, asiduos de la tertulia también, publicamos algunas cosas. Pero quien de verdad nos va a dejar una sonrisa temblorina de emoción es la persona de Ricardo García Luis, encontrado por uno de esos azares en una recital poético de la joven poesía en un instituto. Nos dio una solución magnífica en aquel momento, con la creación de un taller de edición donde se confeccionaran los libros con métodos artesanales. Una máquina de escribir de carro largo y una multicopista fueron suficientes para dar luz pública a la obra escrita, el mayor deseo de todo escritor, además de saberse leído lógicamente. Nuestro entusiasmo fue tal que en el primer libro que hicimos colectivo, del grupo de seis, contando incluso con un pintor para la elaboración de las portadas, realizamos una tirada de 1.000 ejemplares de 50 páginas cada uno, en un día completo de trabajo de todos en sincronización perfecta. Luego individualmente nos encargábamos de distribuirlo al módico precio de 50 ptas. ejemplar en distintas zonas, desde los institutos a la Universidad, los Mercadillos locales de mano en mano con una gran aceptación al conocer al propio autor. Y para legalizar nuestra marginalidad pedimos el Depósito Legal, del que siempre estuvimos en trámite en el número pues no existía la estructura editorial exigida en los formalismos oficiales. El proyecto estuvo siempre impulsado por Ricardo García Luis con una gran maestría, donde no tenía espacio los personalismos; la publicación de los textos se planteaban abiertamente, sin imposiciones; lo único, unos mínimos de calidad. Abarcaba trabajos de tipo histórico, ensayo, tradición oral, poesía. En esta colección con el distintivo de una espiral de la concha de un nautilo en la contra-portada, publicaron Isaac de Vega (Enmanuel,Chivatos, cuentos), Víctor Ramírez (con Diosnoslibre, cuento), Ángel Sánchez (Marenala, cuento), el propio Ricardo García Luis con relatos y trabajos relacionados con la infancia y de carácter histórico; Ignacio Gaspar y hasta una treintena de autores canarios que se dieron cita en una antología, Narrativa Canaria Ultima, inédita en sus formas de selección, pues era el autor el encargado de seleccionar su propio texto a publicar, calificada de la mejor hasta esa fecha (1987). Cubrió culturalmente una marginalidad que no hubiera tenido constancia de vida en el decenio de los ochenta, marcado por el silencio, de una manera dignísima.

Ahí están los aproximados ochenta y seis títulos recogidos en cuatro tomos. Un cierto relevo lo han tomado las «Ediciones de La Calle de La Costa» y el «Baile del Sol» que se mantienen actualmente en la brecha, aprovechando las nuevas aportaciones de la técnica editorial: el ordenador e impresora láser.

Por lo expuesto hasta ahora y para dar un cierto cierre a esta ponencia, con relación a las tendencias narrativas a final de este siglo, podemos decir que por una parte debido a la gran dispersión de las publicaciones e incluso cantidad de obra inédita y por otra al contar con un poco de todo en direcciones diversas, es difícil hacer afirmaciones de tendencias narrativas concretas. Compartiremos el hecho de contar con una narrativa canaria a la altura de cualquier

Literatura Universal. Por eso mantendré la llama encendida de la esperanza de lograr algún día, ojalá fuera al comenzar el próximo siglo, con nuestro trabajo, hacer transmigrar la idea de una conciencia independiente de cada

individuo ciudadano de este archipiélago para confluir en la Libertad de todos los países unidos en una fraternidad planetaria con una cultura enmancipadora.

(La Laguna, noviembre 94)