Por Iñaki Urdanibia.

Se publica la novela más representativas del escritor ruso.

No eran buenos tiempos para la lírica (que se lo pregunten a Evgen Zamiatin, Ossip Mandelstam, Isaac Babel, Mijaíl Bulgakov, Marina Tvietáieva, Anna Ajmátova, Boris Pasternak y un largo etcétera); en esta escasa lista debe incluirse a Andréi Platonov (1899-1951) (1). No hace falta ni decir que tampoco fueron buenos tiempos para la vida, en especial de los campesinos ya que la colectivización forzosa y las deportaciones masivas (según los archivos soviéticos más de 1800000 pretendidos kulaks – campesinos presuntamente ricos- lo fueron entre 1930-1931, de los cuales no parece exagerado afirmar que más de un cuarto de ellos murieron en el camino) y la Gran Hambruna (ahí está la reciente obra de Anne Applebaum: Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania, editado por Debate a principios de este año) (2). La propaganda oficial – en marcha un verdadero ministerio de la mentira ejerciendo su monopolio por medio de extensiones de redes de agitprop – no hablaba más que de enormes éxitos, del entusiasmo campesino, seducidos por el futuro luminoso, etc., etc., etc.

Andréi Platonov no hablaba de oídas ya que había ocupado puestos de responsabilidad en el seno del aparato soviético desde el momento de la toma del poder en 1917, implicándose en la guerra civil, siendo más tarde enviado al lugar de los hechos antes mencionados lo que le reafirmó en el espanto que ya le había sacudido en 1921 con motivo de la sequía y la consiguiente hambruna… No está de más indicar que el escritor se licenció en ingeniería agrícola y como tal colaboró en la creación de pozos, estaciones hidráulicas… La situación observada le empujó a dejar de escribir, ya que, según sus palabras «al ser alguien técnicamente cualificado, no pude continuar realizando trabajos contemplativos como la literatura»; lo que escribió de toda maneras no podía publicarse ya que al propio Stalin, no le gustaba en absoluto lo que salía de la pluma del nombrado (y de otros muchos nombrados y sin nombrar)… A Platonov, el gran padre de los pueblos le calificaba como un verdadero bastardo. Sus labores, no obstante, como reportero de guerra en la segunda guerra mundial le valieron diferentes distinciones del máximo nivel, en la medida en que sus crónicas se plegaron a los cánones exigidos por los comisarios de turno… Sus últimos años de su existencia los pasó en la más absoluta de las miserias en un cuchitril de la ciudad de Moscú. De comunista convencido y activo el contacto con la dura realidad, condujo a Platonov a un creciente escepticismo crítico con respecto a las políticas que se dictaban e imponían desde le Kremlin que no hacían sino defraudar su fe en las conquistas revolucionarias como liberación de las energías populares.

Acaba de ver la luz, editada por Armaenia, la que puede considerarse como una de sus más significativas obras si no la más: «La zanja» en la que muestra su visión de lo que sucedía en aquellos años en el agro soviético. Me viene a la mente una novela china, cuyo título exacto no recuerdo en la que se trataba de construir un puente que nunca llegaba a finalizarse ya que las órdenes y contraórdenes de la burocracia hacían que se cambiasen los planes, que se parasen las obras, etc. Aquí de lo que se trata es de la excavación de una enorme zanja que ha de servir de base para la construcción de un gran edificio para el proletariado, la casa de todos los proletarios [no está de más señalar que el escritor vio las grandes y megalómanas obras de infraestructura que se anunciaban como ejemplo del progreso y de victoria del modelo soviético frente al del occidente capitalista, algunas de las cuales supusieron gran coste en vidas humanas y purgas brutales contra los ingenieros y responsables de dichas obras…]. El agotador trabajo coincide con el inicio de la campaña de colectivización y de lucha contra los kulaks, cuya denominación va unida no únicamente al nivel económico sino en las más de las veces al posicionamiento ideológico con respecto a poder soviético; la tarea de convencer, más bien de deshacerse de estos supuestos enemigos va a restar fuerzas y entrega a la zanja, que va quedando descuidada por otras labores que son de mayor urgencia. El libro comienza con la noticia de que Vóschev le han dado el finiquito en el trabajo, a la par que cumplía sus treinta años, los mismos que tenía Platonov cuando escribía la novela, los motivos de tal decisión son su debilidad y su ensimismamiento con respecto al proceso productivo. A lo largo de la novela iremos viendo que el personaje se entrega a la búsqueda del sentido y la verdad, en vez de aceptar sin más las consignas que vienen de arriba y que exigen obligado cumplimiento, y en la medida en que avanza la novela iremos conociendo a diferentes personajes que van desde el militante activo, que apunta cómo van las cosas, un mutilado, Zháchev, que se muestra intransigente cuando ve que alguno de sus compañeros no cumple su labor como es debido, amenazando con pasar una nota a la superioridad, otros personajes van asomando: Kozlov, Prushsevski, Safrónov, Chiklin, Nastia… Por medio de ellos veremos el lenguaje (langue de bois que dicen los franceses) que en contra de lo que se ve en la cruda y dura realidad es el que no hace sino elogiar la grandeza del socialismo que están construyendo, la zanja como metáfora de los sólidos cimientos que se han de cavar para que puedan sujetar la gran obra de armonía proletaria, con constantes elogios a Stalin, a la riqueza e igualdad que se está poniendo en marcha cuando de hecho lo que se da, y se sufre, en aquellos pagos es la pobreza, la escasez de medios y el hambre al por mayor.

Los personajes que pueblan la historia no están forjados por inflexible acero sino que en ellos hay lugar para la duda de si lo que están llevando a cabo (expulsar de manera salvaje a los campesinos que se resisten a los planes de colectivización, metiéndoles en una balsa y echados al río a la buena de Dios, con el fin de que accedan a otros lugares, reservas, a las que se pretender confinarlos); tienen ojos y ven que allá la gente no siente alborozo ante las exigencias de los que llegan exigiendo, requisando, alimentos, sino que a lo más aceptan por temor a las represalias. La brutalidad está presente, y las disputas se solucionar con el uso de la fuerza, o con la muerte. Si Platón (todo da por pensar que el pseudo-nombre del escritor está en deuda con el filósofo griego) pretendía organizar la polis gobernada por la figura del filósofo-rey, en la realidad que se nos narra, el rey es el partido y lo que él dicta por medio de su estructura activa tiene la validez de una ley tan válida, o más, que las propias de la naturaleza… El entusiasmo es necesario, las medidas tintas no tienen cabida por aquellos lares, la fe en el futuro es de obligado cumplimiento y el convencimiento de que, a pesar de la locura de los objetivos que se marcan, los pasos que se están dando son los debidos para avanzar a velocidad de crucero hacia el socialismo.

El léxico y la pomposa sintaxis se contagia hasta a una pobre niña, Nastia, que muerta su madre se une a los constructores de la zanja y a los actores del combate por el socialismo (la niña oculta la clase social y las ideas de su fallecida madre, haciendo ver que ha aparecido allá como caída de un pino), para los adultos, ella encarna el futuro, ella verá el socialismo que tanta sangre, sudor y lágrimas les está costando a ellos, y… nada digamos al enemigo de clase. La niña anima las operaciones de limpieza con la furia de una aprendiz de neo-conversa, pero del mismo modo que las dudas se dan entre los adultos, a ella el frío y la enfermedad le van a hacer añorar la presencia de su madre, si es caso hasta se conforma con el cadáver… El desfonde ante la discordancia entre el sueño prometeíco que enuncian y la realidad, el desajuste entre las palabras y las cosas, crece entre los protagonistas en la misma medida en que la infraestructura en marcha, resulta inacabada, y da toda la impresión que inacabable… La mutación cercana a lo mágico que se proponen tanto en lo referente a la construcción de la infraestructura como a los hombres nuevos que deberán poner en pie el socialismo, hace aguas por todas las esquinas… y en la tierra se ve que no funciona la gloria que se anuncian a bombo y platillo por la nomenklatura.

Es de destacar en el realismo de Platonov, algunos usos del lenguaje que transportan al lector a situaciones ambiguas, que responden a la duda, a la interrogación, el signo más importante creado por el género humano que dijese el otro, cavando una zanja con respecto a la versión oficial que se propagaba en aquellos tiempos,…  cavilaciones perladas con algunas referencias literarias y religiosas, de las que se da cumplida cuenta en el posfacio de Robert Chandler y Olga Meerson.

Notas

(1) Sobre las condiciones de los escritores en la URSS hay abundante literatura; me conformaré con señalar algunos que tengo a mano:

Shentalinski, Vitali, «Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos de los archivos literarios del KGB» (Galaxia Gutenberg, 2006).

Shentalinski, Vitali, «La palabra arrestada …» (Galaxia Gutenberg, 2018).

Lévy, René, «Les écrivains russes sous la dictature stalinienne 1924-1953)» (L´Harmattan, 2014).

Volkov, Solomon, «El coro mágico. Una historia de la cultura rusa de Tolstói a Solzhenitsyn» (Ariel, 2010).

Bulgakov, Mijaíl y Zamiatin, Evgeni, «Cartas a Stalin » (VeintiseteLetras, 2010).

(2) Otros libros, además del nombrado que dan cuenta de la cargada atmósfera de le ´poca:

Conquest, Robert, «La Grande Terreur [précédé de] Sanglantes moissons» (Robert Laffont, 1987).

Schlöegel, Karl, «Terror y utopía. Moscú en 1937» (Acantilado, 2014).