Por Iñaki Urdanibia.

El escritor francés rastrea desde Managua los avatares de la zona a lo largo del tiempo.

«Lo que cuenta, no es únicamente la intensidad excepcional de su surgimiento – el hecho que tratándose de un episodio violento y creador del aparecer -, sino lo que, dispone como gloriosas e inciertas consecuencias. Los comienzos son medidos en la medida en que autorizan re-comienzos»

(Alain Badiou)

«Un acontecimiento puede ser contrariado, reprimido, recuperado, traicionado, a pesar de lo que no deja de comportar algo insuperable… el acontecimiento puede ser bello y antiguo, mas no se deja superar: es una puerta abierta de lo posible. Pasa al interior de los individuos tanto como al espesor de la sociedad»

(Gilles Deleuze)

No tengo la intención de extenderme en la presentación de uno de los más destacados escritores del panorama hexagonal de hoy, Patrick Deville, y ello debido a que a él me he referido en anteriores ocasiones, y tampoco es cuestión de repetirse: http://kaosenlared.net/el-mexico-de-los-anos-30/ http://kaosenlared.net/patrick-deville-lo-local-lo-universal/, con motivo de la publicación de algunas de sus obras. Ahora acaba de ver la luz una de ellas, de la que bien merece la pena dar cuenta.

La novela que ahora se presenta, «Pura vida. Vida & muerte de William Walker» fue escrita en 2004 e inicia un modo de escritura que el autor francés exploraría en sus obras siguientes: Ecuatoria (2009), en la que el viajero escritor viajaba a través de la historia por África central, con numerosos cameos y presencias, a la que seguiría en 2012, Peste & Cólera, en la que visitaba la vida del bacteriólogo Alexandre Yersin, para más tarde concluir el ciclo con su Viva (2014) en la que nos trasladaba a México y al pulular de diferentes refugiados, entre los que se hallaba León Trotski, la pintora Frida Kahlo o Malcom Lowry entre otros.

La acumulación de documentación histórica resulta desbordante en las obras de Deville, las visitas a archivos y a otras fuentes de información son notorias, como deja ver en la enormidad de nombres y datos que se reúnen en sus travesías. Dando por sentado lo que acabo de afirmar, el caso que nos ocupa es ejemplar ad abusum de lo señalado. Cualquier lector que se acerque al libro sentirá por momentos una sensación de fatiga ante la acumulación de personajes, historias, fechas con saltos temporales, que le llevarán a sentirse abrumado, hasta rozar el estado de groggy, más en especial si el lector pretende quedarse con todo lo que se la ofrece… ¿cómo es posible poseer semejante montaña de conocimientos, de historias, de personajes y ubicarles en sus coincidencias? Cierto es que en las siguientes entregas mediría más, aun mostrando sus amplios conocimiento sobre los asuntos que transita, controlando con medida contención la explosión de informaciones que se encabalgan en un plural collage.

Desde un hotel de Managua el narrador relata, tomando como eje la alucinada historia del personaje que aparece en el título de la novela, William Walker y sus andanzas por lares nicaragüenses. Cuando digo que sitúa a tal personaje en el centro del peregrinaje digo algo que no es netamente exacto, ya que las derivas y la diseminación hacia otras geografías centroamericanas, cruza fronteras y hasta se extiende hacia zonas más al sur en sus cincuenta y un fogonazos, agrupados en dos partes, que en algunos casos se entrelazan los unos con los otros, para resultar independientes en otras ocasiones; en tales flashes conocemos no solo la vida y la muerte del nombrado sino de muchos más .

El tal William Walker (1824 – 1860) había nacido en Nashville e impulsado por el espíritu aventurero de Lord Byron, del mismo modo que al personaje de Cervantes le calentaron la cabeza los libros de caballería, se trasladó a Sonoras, en donde llegó a fundar la República de tal lugar, que no logró el éxito apetecido; el fracaso no le sumió en el desánimo sino que siguió sus correrías, acompañado de un grupo de hombres armados, por tierra de Nicaragua en donde consiguió presidir el país durante poco tiempo, acabando su trayectoria en Honduras en donde fue fusilado. Arrancando por la alocada aventura de este singular caballero, denominado por algunos como «el don Quijote de América Latina», alarga su sombra con pretensiones liberadoras a otros personajes y hechos, guerrillas y revoluciones de aquellas geografías. Como no podía ser de otro modo, tratando de tales asuntos los líderes, y sus respectivos avatares, afloran y tenemos ocasión de encontrarnos con Simón Bolívar, Sandino, en lucha contra Somoza, a Fidel Castro, al Che Guevara y a su misterioso doble, o con algunos de los dirigentes, de la primera hora, del Frente Sandinista de Liberación, Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal a quienes entrevistó; o también nos cruzamos con Gabriel García Márquez, Trujillo y otros seres del mismo género dictatorial y guerreo. También nos encontramos con aventureros como Gonzalo Fernández Oviedo, y frecuentamos bares, ya hasta somos invitados a asistir algún fundamental partido de fútbol entre El Salvador y Honduras que estuvo en el origen de una confrontación bélica.

Los dispares episodios nos son narrados con verbo lírico haciendo que la lectura se deslice con suavidad e indudable entretenimiento… ¡son tantas las historias que se nos presentan! Mas el mayor logro del repaso es la insinuación de paralelismos entre las iniciales euforias y las posteriores resacas que se han convertido, en cierto modo, en una constante, en un denominador común de la mayoría de los procesos que allá se han desarrollado, que bajo la bandera de la utopía han movilizado las ansias de libertad, regando las venas abiertas de América Latina – por emplear la expresión de Eduardo Galeano -, deslizándose con posterioridad a usurpaciones burocráticas varias, acompañadas de violencias varias.

Contra lo que pudiera parecer el espíritu que mantiene el escritor no es la propia de la derrota sino que es la propia de la nostalgia que produce ver aquellos momentos de esperanza y explosión popular, momentos en que las ideas encaminadas a romper las cadenas prendieron en las masas del pueblo castigado, robado, esclavizado y despreciado por quienes dominaban el cotarro, aunque fuese en tierra ajena, al tiempo que muestra su despectiva mirada hacia los colaboradores de los desaguisados que condujeron a los callejones sin salida o a la asfixia de las esperanzas en un futuro de armonía.

Patrick Deville toma con tino el pulso de la zona de una manera poliédrica, contagiando su pasión por medio de sus apasionados retratos y su empatía con respecto a las luchas y sus protagonistas… y ahí surgen, conste que la idea no pertenece al escritor sino lo que a servidor le sugiere, unos ciertos resabios melancólicos, rememorados por Enzo Traverso en la línea de la puesta melancólica de la que hablase Daniel Bensaîd.