Por Iñáki Urdanibia

Se nos sitúa en la calle 116 del barrio nombrado, y conocemos desde el principio a una madre soltera, Lutie Johnson, que busca donde vivir con su hijo Bub, de ocho años, abandonando a su marido infiel, Jim, al que hasta entonces había mantenido, ya que él no encontraba trabajo ; así ella trabajaba en casa de unos blancos adinerados, los Chandler, en donde experimentaba el desprecio debido al color de su piel, en especial por parte de las invitadas de la partida de bridge, que opinaban que las mujeres negras eran un verdadero peligro ya que trataban de seducir en especial a los hombres blancos, al tiempo que llegaba al convencimiento de que el dinero no da la felicidad; trabajaba con el fin de mantener la familia, a su hijo y al tal Jim, y su búsqueda de vivienda propia se debía a que la vida con su padre, borracho empedernido, y la pareja de este, Lil, le resultaba insoportable, ya que sus vidas y sus depravadas costumbres eran un mal ejemplo para su hijo; cuatro años duró la prueba. La existencia de la mujer negra, además de guapa, peleona e inteligente para más inri, ya que tales rasgos en principio positivos, se convertían en un baldón, tiene como telón de fondo temporal los años cuarenta y la señora trata de ascender, huyendo de su condición heredada.

Esta es en resumen la historia que se cuenta en «La calle» de Ann Petry (1908-1997), escrita en 1946 y publicada ese mismo año, y rescatada ahora por Seix Barral, en un acto de justicia con la escritora, con la novela y con la literatura en general, y lo digo ya que si en el momento de su publicación se vendieron en el país de las barras y estrellas más de un millón de ejemplares, por acá había pasado desapercibida hasta ahora.

La novela, que no tiene ninguna página hueca, ni de relleno, retrata la miseria, y la corrupción del medio en que se mueve la mujer, sin medios, rodeada de seres de poco fiar; contra viento y marea y debiendo enfrentarse a no pocos obstáculos que salen a su paso, animada por su creencia en el sueño americano y la posibilidad de triunfar que éste conlleva. En la búsqueda de una vivienda adecuada va a parar a un edificio cuyo conserje le enseña la casa, un buhardilla sin ventanas, justo con un escaso respiradero, sin dejar de mirar, el sujeto, a la inquilina potencial con mirada obsesa e inquietante. Personaje siniestro que luego dará muestras de serlo con sus intentos permanentes de aprovecharse de ella; allá se instalará a pesar de lo precario de la vivienda, en realidad una pequeña habitación, la estrechez de los pasillos, de las escaleras y los olores infectos que todo lo invadían. En la vecindad una de las habitaciones sirve de burdel a una tal señora Hedges. El barrio en general, y el edificio en el que se instala, reúne a seres variopintos de los bajos fondos, personas derrotadas por la dura vida que les ha tocado en suerte, aunque mejor sería decir en desgracia; ella no quiere pertenecer a tal conjunto de los perdedores y armada de su voluntad se muestra siempre dispuesta a luchar. La novela es negra, por el género por el que se desliza, por el color de la piel de la escritora y de la protagonista, por lo negro del presente y del porvenir en que se ubica, y por el énfasis que las historias ponen en la discriminación padecida por los negros y los mulatos, más si se trata de las mujeres que padecen la violencia elevada a la ene potencia.

La escritora, considerada como integrante del movimiento cultural del renacimiento del Harlem, sabía bien el terreno que pisaba, el de la segregación racial, y tras finalizar sus estudios y trabajando en la farmacia familiar, comienza su carrera de escritora: primero en diferentes periódicos, a la vez que conoce el ambiente del Harlem al desarrollar su labor de maestra en una escuela elemental de tal barrio; el contacto con los alumnos y la notable dificultad de aprendizaje le hacen conocer de cerca las causas sociales de este problema: la pobreza y las mil y una dificultades que atraviesan la mayoría de, por no decir todas, las familias allá asentadas, el desarraigo, la violencia palpable en las calles, como humus en el que crecen los niños, algunos de ellos dedicándose, con el fin de obtener alguna moneda, a ofrecerse a los viandantes blancos para limpiarles los zapatos; precisamente Lutie sorprendió a su hijo Bub dedicándose a tal labor y le soltó unas bofetadas, ante el asombro del muchacho, guiada por el temor de que «si ahora a los ocho años está limpiando zapatos, a los dieciséis sea limpiacristales, a los veintiuno ascensorista, y ya siga trabajando toda su vida de los mismo… – añadiendo la madre que – no pienso dejar que mi hijo de ocho años se ponga a hacer justo lo que todos los blancos esperan que haga un negrito de ocho. Porque, si a los ocho estás limpiando zapatos, a los ochenta seguirás haciendo lo mismo. Y no voy a permitirlo». Una calle que es un auténtico muladar y que es la escuela en la que aprenden, en medio de desechos y hedores insoportables, las nuevas generaciones, con los delincuentes, buitres que siempre están prestos a reclutar vasallos para sus fechorías. Allá se viven enfrentamientos, la presencia de la policía, la delincuencia al por mayor, etc.

Un barrio de negros y de pobres, tanto monta, que parece marcar a sus habitantes en un estado permanente del que parece imposible escapar; un negro – se lee – no es un ser humano, es un animal, un ser peligroso, una amenaza; mentirosos, violadores, ladrones… en definitiva, un peligro. Lutie Johson no se conforma con tal destino y preocupada de manera muy especial por el futuro de su hijo, se convierte en una auténtica madre coraje, que lucha contra las garras del barrio y del hambre que parecen querer atraparla en las redes de la prostitución, como una de las posibles salidas a la extrema situación. La caracterización de los variopintos personajes dan cuenta del ambiente asfixiante que rodea a la mujer, y por extensión al resto de mujeres: desde la nombrada Hedges, mujer echada a perder que ejerce de madame convertida además en vigilante de todo lo que pasaba por allá, o el igualmente mentado señor William Jones, el de la mirada libidinosa y amenazante, o todavía el seductor Boots Smith, pasando por el único blanco que asoma en la historia, Junto, varilla de la calle, dueño de un bar y de un dancing, o Min, la vecina que ayuda a un pretendido mago evitando de tal modo ser puesta de patitas en la calle. Un verdadero nido de víboras en el que confluyen las envidias, los desprecios, las distintas violencias latentes y explícitas, las botellas y los tráficos varios, en una calle insalubre e insegura, todo ello planteado de manera brillante y certera por la escritora de Conética.

La mirada es la propia de los excluidos del tan cacareado sueño americano, con sus proclamas de la igualdad de oportunidades y otras lindezas semejantes. Y el panorama descrito, por medio de esta mujer fuerte, muestra el dolor, la cólera y la rabia ante la fatalidad que parece atraparla a ella y a sus pares, frente a la comodidad y la riqueza que parece exclusiva de los blancos; lo dicho no quita para que se preste voz narradora a distintos personajes, convirtiendo en retrato en poliédrico; relato que avanza con prosa fluida que mantiene el interés por lo que vendrá a lo largo de todas las páginas. Como ya queda señalado, lo dominante, no obstante, reside en la mirada femenina y negra, que destaca en la medida, no solo por la autoría y el protagonismo de la novela, sino debido a que la mujer es la que se lleva la peor parte, al ser objeto del deseo y la violencia de los hombres, trabajando para mantener a la familia, mientras los hombres zanganeaban cuando no delinquían, y los niños en la más absoluta de las soledades callejeras y…un final inesperado que provoca un hondo malestar.

Ann Petry / Lutie Johnson, un encendido grito por la dignidad, que conserva una absoluta pertinencia en la actualidad, que es la de unos tiempos en los que el racismo muestra un potente presencia.

Eso sí, cada vez que oigo, o leo mujer de color como es el caso en el libro que comento, tanto en la introducción de Tayari Jones como en el propio texto, mi incolora tez se torna gris con tonalidades verdosas.