Por Iñaki Urdanibia

«Entre el ordenador, el lápiz y la máquina de escribir se me escapa medio día. Algún día sumará medio siglo [soy] un hijo del aire de la menta y del violoncelo, / y no todas las sendas del elevado mundo / se cruzan con los caminos de la vida que, por ahora, / me pertenecen a mí»

(Autorretrato in «Deseo»)

Los escritores y otros intelectuales dichos mitteleuropeos, y si digo dichos es debido a que el término resulta engañoso ya que se refiere únicamente a creadores en lo cultural más cercanos a Occidente que a la cultura que provenía del Este con sus rasgos idiosincráticos en lo lingüístico, religioso, etc. Sea como sea, y dejando de lado, la puntualización nombrada, no pocos sintieron una situación de descoloque, de sentirse cercados por todas las esquinas, ya que sus tierras, muy en concreto las polacas, fueron escenario, en el siglo pasado, de la producción de la muerte al por mayor, y cuando esta masacre cesó sintieron el peso de otra bota que hollaba su territorio.

Lo dicho provocó una desbandada en una huida continua, para tratar de evitar los corsés que se les imponían; la huella además de en carne, o en mente, propia había quedado marcada en los familiares que fueron asesinados . El resultado de la dolorosa experiencia originó una escritura del exilio, con todo lo que ello conlleva: el abandono de lo propio, la acomodación a lo nuevo, en un estado de provisionalidad, de inestabilidad y de otras idades. Esta marca queda clara en uno de quienes es considerado uno de los más brillantes escritores polacos, más allá de los tres mosqueteros de la vieja guardia (Witold Gombrowicz decía: «nosotros éramos tres, Witkiewicz, Bruno Schulz y yo, tres mosqueteros de la vanguardia polaca de entreguerras», vanguardia que sería disgregada por la muerte en sus distintas formas – censura, exilio, invasión -, que a Schulz le llegó cuando un descerebrado miembro de la Gestapo – y perdóneseme la redundancia – le asesinó, en 1942, durante la ocupación nazi de Polonia; al primero de los nombrados la muerte, auto-administrada, le coincidió con la entrada de los tanques soviéticos en su patria, al poco de haberse firmado el pacto germano-soviético; el tercero de ellos, tras diversos destinos, acabó su vida en 1969 en las orillas francesas del Mediterráneo); como decía entre las nuevas generaciones Adam Zagajewski (Lvov, 1945; antigua capital de la Galitizia austro-húngara, tierra de grandes escritores como Joseph Roth, Bruno Schulz, Zbigniew Hebert que fue quien facilitó las cosas a Zagajewski por tierras americanas… e igualmente de los Nobeles Czeslaw Milosz y Wislawa Szyomborska) brilló, y brilla, con luz propia en distintos géneros (poesía, ensayismo y narrativa) y con recurrente tendencia a la hibridación de materiales. Ejemplo paradigmático de lo que señalo se da en su última entrega: «Una leve exageración», editada por Acantilado; obra que puede leerse de manera salteada según los gustos y criterio de cada cual, ya que en ella hay, como en botica, diferentes materiales que se despliegan lejos de una linealidad, para diseminarse de modo rizomático: anotaciones autobiográficas, reflexiones sobre su concepción del arte, flashes que responden a su día a día, destacando los momentos en los que parece asistir a algún modo de iluminación.

Nómada por obligación y por convicción retornó a su país, instalándose en Cracovia, tras sus periplo norteamericanos y parisinos; nomadismo que él mantenía con neta independencia con cualquier forma de escuela o cenáculos, Zagajewski… siempre a su bola, conservando con celo su independencia y su espíritu crítico, aspecto que se refleja hasta en su propia manera de escribir y de estructurar sus textos.

Nos habla de su familia y de los choques de la historia con ella, y tras la segunda guerra mundial, la entrada de unos nuevos dueños, lo que llevó al escritor al extranjero en donde lejos de sus raíces y sin reivindicarlas, se dedicó a la enseñanza y a defender la libertad, todo hay que decirlo en compañía de Cristo, que no de las funcionarios de él, integrados en la Iglesia con los que no conservaba mayores, ni menores, amores. Si el otro afirmaba que la lengua es la casa del ser, Zagajewski considera la poesía su casa, que nos acoge y que nos lanza guiños con el fin de atraernos a sus pagos en los que el sentido de hospitalidad queda abierto a los otros, con los que conformar una comunidad. Resulta el libro del que hablo, una especie de dietario, me resisto a emplear el término de cuaderno de bitácora, ya que la dirección y el trayecto no queda marcado de manera rígida sino que se dan saltos, desvíos y el retrato de un hombre entre-dos, alejado de cualquier forma de dogma o de doctrina inflexible, como salta a la vista si en cuenta se tienen sus referencias: Cioran, Nietzsche, Schopenhauer …que se amplían hacia Kafka, Proust, con la presencia de la música – Bach, el aria de una de sus Pasiones – como banda sonora del Viejo Continente, sin obviar sus visitas a museos invadiendo los colores de Vermeer, de Tiziano, de Rembrandt que dependiendo del momento personal pierden su viveza para adoptar tonos más apagados y grisáceos; el museo de Dresde visitado tras la muerte de su padre, destacado ingeniero y catedrático… la páginas, dan cuenta de la belleza de las pinturas y los detalles que se convierten en el centro de su observación y en esenciales a pesar de su aparente lateralidad.

El arte como tabla de salvación, con una mirada sublimada hacia los estados de alma, contagiados al espíritu de convivencia, que denotan lo bello, lo verdadero y lo justo y que devienen una travesía inacabada ya que siempre permanece abierta a la búsqueda de la armonía y la sanación.

Los tonos líricos hacen que la lectura se deslice ligera como los vientos que mecían los árboles parisinos en sus tiempos en los que trataba de mostrar a las autoridades galas su oficio de escritor… que más adelante desarrollaría y asentaría en una dirección que como una flecha señalaría a lo social, pero también a cuestiones consideradas metafísicas – la vida y la muerte – pero que de hecho son perennes en la existencia material de los humanos, lo que no impide a Adam Zagajewski recurrir a lares ajenos al realismo romo, hallando en el arte y en la poesía un suplemento del alma .

¡Adam Zagalewski, un pensamiento cautivo que en su finura cautiva!