Por Iñaki Urdanibia

El libro de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), «Ni siquiera los muertos», editada por SextoPiso, se abre con un par de citas en exergo: la una de Walter Benjamin, la otra de Domald Trump. La primera , la del alemán, da cuenta de los desastres de la victoria de desalmados como el actual presidente de los USA. Una frase de las palabras de Benjamin es tomada como título de la novela del cántabro. La cita a la que me refiero no es casual sino que guía la óptica que adopta el escritor para narrar las coordenadas temporales que atraviesan el espacio mexicano desde los tiempos de la Nueva España del siglo XVI hasta el muro de Trump ( concepto clave para el alemán era el de Jetztzeit, A-presente); son tiempos de victoria para unos, los invasores con la espada y la cruz, que son los que habitualmente escriben la historia, y de derrota y opresión para otros. Juan Gómez Bárcena escribe este amplio tiempo con la mirada de los vencidos, siguiendo la propuesta a contrapelo benjaminiana, desde el lugar de la mirada del Angelus Novus, de Paul Klee, la mirada de la desolación ante las ruinas que la historia ha dejado a su paso, ángel que inspiró a Benjamin en sus tesis sobre la historia ( «el ángel de los historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo que a nosotros se nos presenta como una cadena de acontecimientos, é lo ve como una catástrofe única que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas, arrojándolas a sus pies…» se lee en su novena tesis sobre el concepto de historia)…nada que ver, dede luego, con el sonriente ángel de la catedral de Reims que tanto juego diese a Robert Antelme. Allá no se salva ni Dios que fue asesinado según la afirmación del poeta bilbaíno, y sin apoyo divino, y con la cercanía del imperio, se les impuso el único dios verdadero, la lengua, las costumbres y la peste tanto en lo que hace a salud como en lo cultural…de los aztecas no quedó más que sangre y cúmulo de cadáveres.

Juan Gómez Bárcena no perdió el tiempo de su estancia en el país centroamericano y recabando datos, recorriendo el país de arriba a abajo, recopilando historias allá acaecidas… nos las entrega en una novela que se va desplegando desde el inicio, siguiendo a Juan de Toñanes en busca de otro Juan, un indio renegado al que se considera como un ser con poderes y con la expansión de unas doctrinas heréticas que pueden soliviantar a los nativos, entorpeciendo el dominio de los poderosos, a tal indio le llaman el Padre, más tarde se verá que también en su presencia fantasmal se le conocerá como el Patrón, Padrote o el Conpadre.

Un buen día aparecen por la taberna que regenta Toñanes, antiguo soldado y participante en las tropelías de los invasores hispanos, en la que se respira el ambiente de la época postbélica con ser desarrapados, hambrientos que deambulan en busca de no se sabe qué, entrando en ella varios caballeros que le proponen ir en busca de un peligroso indio que teniendo en cuenta el oro que le ofrecen por la búsqueda y la detención, se supone que ha debido cometer atroces delitos; mas no, su peligrosidad no reside en sus delitos sino en que puede suponer un peligro para la estabilidad y dominio del rey hispano y su montaje, debido a sus prédicas heterodoxas («Sedición contra su Majestad el Rey, en la persona del visorrey… Sedición contra España. Sedición contra las palabras de los Padres de la Iglesia y contra los sacramentos administrados por sacerdotes y prelados y contra las doctas enseñanzas recibidas. Sedición contra todo lo que es bueno y sagrado. Puede que sedición contra Dios mismo», estos son los delitos de los que se acusa al indio Juan, quien por cierto tuvo la osadía de hacer una traducción de la Biblia, desmarcándose de las canónicas). Tras las dudas iniciales, al final decide aceptar el dinero y la empresa de búsqueda, pesan además del oro, la ocasión de alcanzar algún ascenso en el escalafón. Con tales pretensiones y haberes parte para la gran Chichimeca que en una de las lenguas del lugar, el náhuatl, significa perro sucio e incivilizado.

A lo largo del viaje y los encuentros con algún fraile se entera de la niñez del tal Juan y de sus orígenes humildes, que son compensados con tu tesón por aprender, lo que hace que saque adelante sus estudios y destaque entre sus compañeros como un ser aparte, con claras dotes de liderazgo. Al tempo se nos van dando a conocer diferentes geografías y las batallas, más bien las salvajadas cometidas, sobre los dichos salvajes, por la soldadesca y sus fieles clérigos que luchan contra el demonio y sus depravaciones representado por los indios, en especial por aquellos que no se dejan convertir a la verdadera religión, o únicamente lo hacen de boquilla; tampoco escasean las muestras de brutalidades sangrientas entre los propios indígenas: ahí están los crucificados que bordean el camino o los cuerpos descuartizados, alguno de cuyos miembros son exhibidos como trofeos. Las cavilaciones del perseguidor nos hacen conocer los desmanes cometidos para someter a los nativos, en poco más de veinte años los españoles han dejado tras de sí ruinas de todos los monumentos de los que allí vivían, «lo español ha barrido todo vestigio de lo azteca, como otra peste que se propagara muy deprisa», construyendo sobre las ruinas sus templos. Y sigue tras la pista del indio Juan, buscando los colegios en los que había estudiado con el fin de incrementar el conocimiento de su presa y conocer algunos vestigios que le ayuden a dar con su paradero. Conversaciones que dejan ver que al hablar del indio al que busca que la incomodidad y el respeto asoman de inmediato y una indisimulada voluntad de sacudirse cualquier responsabilidad en lo que hace a las andanzas del indio rebelde, ellos que se dedican a la pía obra de convertir a los infieles, lo que hace que Dios, su latín, su retórica y su filosofía, parecen jugar a su favor dejándoles indemnes ante la enfermedad que asola el lugar.

Algunos franciscanos le facilitan datos de cara al conocimiento del sujeto buscado, al tiempo que uno de ellos le entrega un cuaderno en el que han transcrito loe mensajes y doctrinas del buscado, a la vez que en sus páginas hay dibujos con el retrato del el indio. Escucha prédicas incendiadas con fábulas entre el perro y la serpiente de boca de un ciego… y con tal bagaje Juan sigue su búsqueda del otro Juan, creciendo la obsesión, que pasea por unos paisajes desolados, de aires apocalÍpticos. Los encuentros no cesan y las preguntas a los diferentes, y fugaces, compañeros de viaje tampoco… siempre avanzando hacia el Norte. Conoce antros, bandidos que le dejan sin caballo… mas el desánimo no cunde, ya que la búsqueda se puede hacer a pie, caminando. Conoce a un Apóstol, a varios prisioneros que han compartido las rejas con el Padre, que estuvo allá encerrado. Pueblos y ciudades y en una de las últimas fábricas de algodón que por lo que se cuenta han sido alzadas por el Padre, siendo de su propiedad: tanto los bienes como las cabezas de los habitantes. En un despacho del lugar tiene una entrevista con quien es señalado como el Patrón pero que no es el Patrón, ya que al fin y al cabo tal personajes es como dios, está en todas partes, mas no es visible en ninguna. En la tenaz búsqueda se llega dar en la confusa mente del buscador, momentos de identificación con el buscado, invadido por estados delirantes y alucinatorios. No sería justo obviar las sabrosas discusiones a las que asistimos entre un médico, un sacerdote y un encomendadero en orno a la esencia india, al mestizaje ya a otros asuntos afines.

Mas sabido es que donde hay opresión hay resistencia y la gente, en número creciente, avanza en busca de la tierra y la libertad, y unido a ellos avanza Toñanes… No faltan algunas relaciones de Juan con una Viudita… y en la medida que el Norte se acerca, y su frontera, también se huele el aroma del dólar, y se oyen palabras distintas a las escuchadas hasta entonces (In Gold We Trust…). Y resuenan los discursos contra los que llegan del sur como si perteneciesen a una atemporalidad que atraviesa los siglos: el miedo al otro, su falta de humanidad, su carácter tramposo, etc.

Nombrar a Conrad y su búsqueda de Kurtz, o la versión cinematográfica de Francis Ford Coppola (exceptuando obviamente, los paisajes) resulta automático, en los parecidos de familia en lo que hace a una incesante y obsesiva búsqueda y persecución, mas tampoco sobran algunas otras asociaciones con otros autores que surgen, al menos a este lector así se lo parece, con los paisajes desiertos e inhóspitos de Juan Rulfo en su Pedro Páramo, o en el último recorrido de la lectura, cuando las promesas revolucionarias teñidas de tonos mesiánicos toman la página, y la posterior conversión de lo proclamado en su contrario en un transito veloz de la utopía a la distopía, la sombra de la literatura de dictadores planea… con su Alejo Carpentier Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, Carlos Fuentes o Gabriel García Márquez.

Una novela que no da respiro en el relato de la tenaz búsqueda que refleja especularmente al que busca y al objeto de ella… dos Juanes.