Por Iñaki Urdanibia.

Una de las novelas esenciales del escritor que decía ser cretense antes que griego.

El escritor griego (Heraclión 1883 – Friburgo de Brisgovia, 1957) fue un prolífico autor que le pegó a todos los palos (libros de viajes, teatro, poemas, ensayos y novelas, además de dedicarse a la traducción) aunque sin lugar a dudas su máxima celebridad le llegó con Zorba el griego (1946), por La última tentación de Cristo (1951) y por la que ahora acaba de ser publicada por Acantilado: «Cristo de nuevo crucificado», cuya relevancia fue mayor, si cabe, debido a que fueron adaptadas al cine. [No está de más señalar que la misma editorial barcelonesa publicó en 2013 la primera obra del autor que decía ser cretense y luego griego: Lirio y serpiente (1906), en la que bajo la forma de diario íntimo se describían los temas que preocupaban al escritor: la vida y la muerte, las mujeres y el amor].

No cabe duda de que su vida fue movida desde el temprano desplazamiento familiar a la isla de Naxos con motivo de la revuelta cretense en 1897-1898, más tarde sus estudios de filosofía le llevarían a Paris en done sería alumno de Henri Bergson y entraría en contacto con la obra de Nietzsche, al que dedicó su tesis, previamente se había doctorado en Derecho en la universidad de Atenas. Diferentes exploraciones a significativos enclaves griegos que le infunden una fuerte conciencia nacional, más adelante viajaría a Suiza en donde residiría para posteriormente ya en su país ocupar algún cargo ministerial del que dimitiría con rapidez… a partir de ahí varios son los periplos que le llevaron a Alemania, Creta, Austria y a la URSS a donde viajaría acompañado por Paraït Istrati – autor de una crítica obra sobre el país de los soviets -, allá entablaría estrecha amistad con Máximo Gorki… no acabó allá su ansia viajera sino que más tarde vinieron Palestina, España (en los tiempos de la guerra del 36), Italia, Chipre, Egipto, Sudán, Chequia, Francia, China, Japón. En 1937 se construyó una casa en la isla de Egina trasladándose durante la segunda guerra mundial a tal lugar y tras la conclusión de la contienda formó parte del gobierno griego, creando y militando en el partido Unión socialista obrera, y debido a su cargo político (encargado de la repatriación de quienes hubieron de huir de la península helena) viajó, en misión oficial, a Gran Bretaña y a Francia. En 1947 fue nombrado consejero en Literatura en la UNESCO, puesto del que dimitió al año siguiente para asentarse en Antibes, Francia. Para entonces ya había recibido diferentes galardones literarios.

Entre 1951 y 1952 vive en Italia, Austria, en los Países Bajos, siendo hospitalizado en 1953 en París debido a una enfermedad en el ojo derecho… Por la misma época la Iglesia le ataca en razón de sus obras protagonizadas por Cristo, siendo incluida en el Indice de libros prohibidos su La última tentación… Aquejado de leucemia es tratado en Suiza y más tarde en Viena… Eso no le impidió viajar en cuanto veía mejorar su salud: China y Japón y recaída en la enfermedad hasta su muerte en 1956.

Como puede verse el sujeto se convirtió en embajador de su grecidad a lo largo y ancho del mundo, no solo por sus obras sino también con su presencia física. No pocas veces en labores periodísticas en zonas calientes.

Dos de sus obras, entre las que se incluye obviamente la que ahora se publica dejan ver sus inquietudes cristianas (del mismo modo que había seguido a Lenin, Buda, Nietzsche…), aun manteniendo una mirada desde el anticlericalismo, y con tendencias ascéticas que le llevaban a reivindicar la figura de un Cristo realmente humano, más allá de cualquier forma de institucionalización.

En su novela que da pie a este artículo, «Cristo de nuevo crucificado» somos conducidos, en 1922, a una población de Anatolia, Likóvrisi, asistiendo a la preparación de la Pasión de Cristo por los habitantes de la localidad, bajo el dominio otomano. La celebración se representaba cada siete años y los paisanos eligen seis de entre ellos para revivir la Pasión durante la semana santa. Es el consejo de ancianos el que se encarga de atribuir los distintos roles (elección que no está exenta de desacuerdos ya que Pedor o Juan, vale, pero Judas…), siendo en la ocasión que se nos presenta un joven de nombre Manoliós el que va encarnar a Cristo. Coincidiendo con el evento, llegan al lugar un grupo de refugiados provenientes de una localidad de la que han sido expulsados por la bota otomana, la presencia de éstos va a provocar división entre los habitantes de Likóvrisi: unos juzgan que se ha de acoger con los brazos abiertos, contagiados por el espíritu de hospitalidad de Cristo, a los que llegan, mientras que otros rechazan en redondo su presencia. Esta división de opiniones va a dar origen a fuertes tensiones que se van a traducir en enfrentamientos , que se plasman en diferentes sucesos.

La historia refleja la situación que en los años veinte se vivía en la zona debido a la guerra con Turquía y los consiguientes desplazamientos de distintas poblaciones, mas su lectura contiene, a la vez, una actualidad innegable si en cuenta se tiene los movimientos migratorios que se dan en el Mediterráneo. La división que en la novela se presenta deja ver la hospitalidad de los sectores populares que tratan de paliar las dificultades de los que llegan, mientras que los sectores dirigentes e institucionales muestran su rostro hipócrita. Se da pues en el libro una fusión entre los histórico concreto (el telón de fondo de la guerra greco-turca de 1920-1922) y su ampliación/aplicación universal a los tiempos actuales.

La sombra del drama nacional planea a lo largo de todo el libro, en una zona que el propio escritor conocía bien ya que había sido enviado en una misión por el Caúcaso para tratar de evitar el exterminio de las poblaciones griegas; se despliega, no obstante, en la historia la que posteriormente enfrentó a los griegos en los albores de la segunda guerra mundial, entrecruzándose cuestiones como la propiedad de la tierra, las relaciones entre lo profano y lo sagrado, y los crujidos que se dan en los seres humanos pillados entre la naturaleza y la historia. Y diferentes, y sintomáticos, personajes van a ser presentados (el pope, el alcalde, un pastor, algunas viudas, el dueño de café…) y van a escenificar situaciones en las que se entreveran al humor y la tragedia, en medio de las tensiones (nativos y migrantes/ortodoxos/musulmanes) que hacen que broten las diferentes idiosincrasias o formas de ser y comportarse entre los campesinos, que son mayoría, y los notables del lugar, y la asunción de los diferentes papeles de la representación va a traducirse en una conciencia de que los roles asumidos van a verse reflejados en la misma vida de la población.

No se han de forzar muchos las cosas, ni rizar rizo alguno, para constatar la visión de Nikos Kazantzakis que establece un paralelismo-que funciona a modo de hilo subyacente- entre la figura de Cristo y los ideales del comunismo (ciertos aires de familia con los Josep Dalmau o José María González Ruiz, por referirme a algunos cercanos), plasmando en las diferentes franjas de la población las distintas posturas de clase, mostrando la autenticidad en unos casos y la falsedad e incoherencia en otros, y las diferentes interpretaciones que otorgan a las palabras evangélicas, que por cierto son revisadas con cierto detenimiento; no sería exagerado afirmar que si Cristo volviese no faltarían entre sus pretendidos fieles algunos que no dudarían en llevarle a la cruz, o al menos a adoptar la postura de Poncio Pilatos… imagen que en su momento también reflejase Fiodor Dostoievski en su relato de El gran inquisidor, incluido en Los hermanos Karamazov (II parte, libro V, capítulo V) .

Algo más de quinientas páginas de letra menuda que, como se puede imaginar, exige tiempo y atención lectora ya que no se habla de las lindas aguas azuladas del lugar sino que el viaje es potente… y bien merece la pena, pues Nikos Kazantzakis nos guía por los bordes de la historia y deriva por los bordes del compromiso ético.