Por Iñaki Urdanibia

Hablaba Michel Foucault de hombres infames, «aparentemente infames a causa de los recuerdos abominables que han dejado de las maldades que se les atribuyen, del respetuoso terror que han inspirado; son ellos los hombres de leyenda gloriosa pese a que las razones de su fama se contrapongan a las que hicieron o deberían hacer la grandeza de los hombres […] infames de pleno derecho ya que existen gracias exclusivamente a las concisas y terribles palabras que estaban destinadas a convertirlos para siempre en seres indignos de la memoria de los hombres»; ahondaba en el tema en su curso en el Collège de France, 1974-1975, Les anormaux; con tal epíteto eran calificados en el siglo XIX, seres peligrosos (el pensador de Poitier los clasificaba en tres categorías: monstruos, relacionados con respecto a las leyes de la naturaleza y las normas de la sociedad; incorregibles, a los que había que enderezar por diferentes medios normalizadores; y los onanistas, que alimentaban desde el siglo XVIII, una campaña destinada a reforzar la familia moderna). Se refería el archivista a casos particulares hors norme, entre los que incluía, tanto en un texto como en otro, a las brujas, mujeres que eran perseguidas por la Iglesia y por las garras de la Inquisición, relacionándolas con los pretendidos pactos con el diablo que mantenían.

Servían estos seres como contra-modelos que servían para reforzar el modelo impuesto o que se quería imponer; eran el espejo invertido de lo que debía ser. Algo similar podría decirse, y conste que la inclusión es mía, de los piratas (también adoradores de Satán para enfrentarse al Dios de la dominante visión de la poderosa Igelsia), si bien el caso de estos últimos no responde a casos particulares o extraordinarios sino a un conjunto, a un colectivo que con sus más y sus menos, practicaba un tipo de actividad y ciertas formas organizativas que han sido denostadas desde los tiempos en que surcaban los mares con su Jolly Roger (la bandera negra con una calavera y un par de tibias), pasando su nombre a ser un insulto también en la posteridad.

Los tiempos cambian y las interpretaciones y consiguientes valoraciones, también: y así tanto las brujas (hoy algunos hablan de femi-nazis) como los piratas son reivindicados desde algunos ámbitos: así las primeras, lo son por parte de feministas varias, en estos tiempos de #MeToo, mientras que los segundos, con su estandarte, son reivindicados por el Partido que airea su nombre, además de por los jóvenes, bastantes, de mi ciudad que toman las aguas de la bahía, el marco incomparable, con sus imaginativas y endebles embarcaciones, haciendo que desde hace algunos años la fiesta de la denominada Semana Grande adopte ciertas tonalidades más populares y participativas, que desentonan con la proverbial y pretendida elegancia de La Bella Easo.

Con respecto a las primeras, las de la escoba (con perdón), reseñable resulta que tanto el parlamento catalán, en enero de este año ha aprobado una resolución con el fin de rehabilitar a las más de setecientas mujeres que fueron torturadas y asesinadas hace siglos, entre el XV y el XVIII, por mostrar ideas y prácticas diferentes no conformes con las creencias religiosas dominantes (con la Iglesia hemos topado Sancho), mientras que el parlamento escocés se prepara para llevar a cabo un gesto similar; en lo que hace a los del parche y la pata de palo, amén de las innumerables botellas de ron, y perdóneseme la manera de señalar, resulta llamativo que el Partido pirata leo que presenta noventa y cinco candidatos para la primera vuelta de la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas de este año; subidón respetable con respecto a convocatorias anteriores de una organización que tiene poco eco a no ser en países como Alemania o la República checa. El modelo de la piratería ha ampliado su estela como queda demostrado por algunas luchas de Latinoamérica en las que se grita la consigna de Todos somos piratas. Y no sigo con estas derivas para no acabar yéndome a la deriva.

Dos cuestiones previas quisiera señalar antes de entrar en harina: los ejemplos y casos de los que dan cuenta varios libros de los que pretendo hablar, son eso: casos que no se han de generalizar, y dos, la utopía nombrada en el título y explicada en los libros pertenece, tal vez, al campo de la leyenda, leyenda que cumple, de todos modos, aquello de si no é vero é ben trovato. Como dice Marcus Rediger, «Libertalia no se apoya solamente sobre hechos históricos. Es la expresión literaria de la tradición, de prácticas y de sueños vivos del proletariado del Atlántico en el curso de “la edad de oro de la piratería”».

Los tres libros que he leído, y que recomiendo, han sido editados por una editorial francesa que toma precisamente el nombre de Éditions Libertalia: «Pirates de tous les pays» del nombrado Marcus Rediker, «Libertalia. Une utopie pirate» de Daniel Defoe, y «Les pirates des Lumières ou la véritable histoire de Libertalia» de David Graeber. Libros que, reitero, recomiendo ya que además de la vena libertaria que se da al enfocar a los piratas, a bastantes al menos, y su sueño utópico, ha de sumarse que estamos ante libros de aventuras sin cuento, o con el suficiente atractivo como para abrir las puertas a lectores con diferentes intereses.

Si el otro, anarquista él, decía que la propiedad es el robo, los piratas de los que se habla aquí daban por buena la consigna, tratando de llevar a la amplitud oceánica la lucha de clases, patente en los barcos comerciales que surcaban los mares; es como si siguiesen aquello de que el que roba a un ladrón tiene mil años (¿o cien?) de perdón. Los navíos mercantes eran lugares en los que se daba una explotación brutal, estando la tripulación sometida al capricho de los capitanes que se permitían castigar a quien no cumpliese lo que ellos ordenasen; la esclavitud era notoria de manera especial con los negros que, las más de las veces, era enrolados a la fuerza y con los que el maltrato y la superexplotación era la moneda al uso. Quienes ondeaban la bandera negra asaltaban los barcos señalados y se hacían con las mercancías o materias que transportaban, al tiempo que liberaban a los tripulantes a los que invitaban a engrosar las filas de las embarcaciones piratas; quienes no querían hacerlo no eran castigados sino que se les daba la oportunidad de ser desembarcados en tierras seguras; saltaba a la vista que liberarse del maltrato anterior y el buen trato de los asaltantes hacía que el número de tripulantes aumentase a ojos vista. Muchos eran los que constatando el trato recibido se unían a ellos, y pasaban a formar parte de quienes decidían las cuestiones comunes y podían elegir a los responsables, que lo eran por tiempo limitado, pudiendo ser revocados en caso de que no cumpliesen son las tareas debidas, El sistema de funcionamiento era el asambleario, y los bienes incautados eran repartidos equitativamente entre los componentes de la tripulación, no dándose por otra parte ningún tipo de castigo a quienes no cumpliesen debidamente lo acordado; la pena de muerte estaba desterrada hasta con los prisioneros. La imagen que de ellos se ha solido dar es la de gente entregada a la botella y a continuas orgías, comportamientos caóticos, no correspondía al modo de vida que, en realidad, regía entre ellos, y hasta es más, los excesos eran castigados, lo que no quita que se dieran ciertas celebraciones tras la consecución de suculentos botines, también es cierto, como queda patente en los libros, que la brutalidad sí hacía acto de presencia, con el fin de oponerse a la violencia de los poderosos, usándola y anunciándola por todo lo alto con el fin de achantar a los enemigos. Si los luddistas, seguidores de Ned Ludd, en los albores de la Revolución Industrial, saboteaban las máquinas, no por anti-maquinismo sino para detener la sustitución que éstas hacían de obreros, que eran expulsados, o para evitar que éstos se convirtiesen en meros apéndices de ellas, estos piratas se enfrentaban al capitalismo comercial que explotaba a los humanos, convertidos en marinos forzados, comportándose, por otra parte, como Robin Hood que robaba a los ricos para entregárselo a los pobres.

El impulso señalado se completaba con una fuerte ansia en pos de la libertad, sin sujeciones y sin compromisos; ni Dios, ni amo. Algunos como narra Daniel Defoe en la obra nombrada: Libertalia, une utopie pirate (que inicialmente y bajo el seudónimo de capitán Johson se publicó en dos volúmenes en-Londres, 1724-1728-, bajo el título de La historia general de los piratas más famosos), la obra de Defoe, a la que me refiero, es la versión de un par de capítulos que entresaca de tal obra, tales piratas comenzaron a construir su república en tierras de Madagascar, basada en la igualdad y en la hospitalidad para cualquiera que desease vivir en ella, haciendo gala de amistad con los nativos, los que viendo el talante de aquellos navegantes instalados, no tardaron en hacer buenas migas, y mezclarse, con ellos. En el postfacio de esta obra (Hydrarchie et Libertalia: les dimensions utopiques de la piraterie du XVIIIème siècle) se contextualiza históricamente el mito de Libertalia al tiempo que atenúa las notas etnocéntricas de su Robinson Crusoe. Defoe narra las aventuras del fundador de tal república, en el norte de la isla mentada, Olivier Misson y su providencial encuentro con un cura italiano, Caraccioli, que iba a su bola, con sus teorías teístas que negaban las posturas sobre la divinidad propia de los eclesiásticos ya que tal ser superior no podía ser vengativo, ni podía dejarse llevar por las pasiones; su esencia era la justicia y el amor hacia los pobres. Tales ideas calaron en Olivier Misson y ambos fueron a poner en pie la república igualitaria, a la que vendría a unirse otro amigo de Misson, el capitán Tew.

Aquel lugar se convirtió, en palabras del antropólogo americano David Graeber (1961-2020), en una tierra en la que se radicalizaron las ideas de la que más tarde se conocería como las Luces. Alejados del orden mercantil y de la explotación, allá fundaron unas relaciones de libertad y de hermandad jovial: nadie gobernaba por razones de sangre, ni de linaje, ni de antigüedad, sino que el poder pertenecía a todos ,que participaban en la renovación de los puestos de responsabilidad al tiempo que sobre cada uno de ellos podía recaer tal responsabilidad. Una amplia república oceánica que respondía a los sueños de la libertad; no hay en aquellos lares un fundamento último, ni primero, siendo su extensión la inmensidad de los mares como señala Marcus Rediker en su Pirates de tous les pays. Un modelo ajeno a la tierra con sus límites y sus férreas jerarquías, desplegándose por el mar, la mar, con la única ventaja, tecnológica, de quienes eran capaces de construir los navíos y hacerlos navegar. Libertalia, señala el especialista en el mundo de la mar, Rediker, que la república de la que hablamos nacía en tiempos de la monarquía, siendo una democracia directa y asamblearia en la época del despotismo. En la obra se da cuenta de los principios constitutivos de tal república en sus medidas con el fin de evitar la acumulación del poder , poniendo en marcha una política de igualdad en la que las mujeres también tenían su espacio (así lo muestra el capítulo dedicado a Anne Bonny y Mary Read), y con una aspiración permanente de luchar por hacer justicia a los marinos.

David Graeber en su Les pirates des Lumières ou la véritable histoire de Libertalia, hace honor a su oficio y entrega los resultados de un detallado trabajo de campo, y así lo anuncia desde el principio: «voy a contar una historia de magia y de mentiras, de batallas navales y de princesas raptadas, de revueltas de esclavos y de cazas de hombres, de reinos de pacotilla y de embajadores impostores, de espías y de ladrones de joyas, de envenenadores y de sectarios del diablo y de la obsesión sexual, todas las cosas que participan en los orígenes de la libertad de moderna». Entre 1989 y 1991, David Graeber se entregó a un trabajo etnográfico en Madagascar (país muy dado, según señala, en el que la conversación ocupa un papel esencial, casi estructurador social, en una sociedad poco homogénea compuesta de gentes de muy diversos orígenes, a lo que se ha de sumar el desarrollado arte de la seducción sexual; sociedad abierta, y acogedora, con respecto a los llegados de otros lares); el resultado de su estancia fue su tesis de doctorado sobre la magia, la esclavitud y la política en la isla. Mientras desarrollaba su trabajo, tuvo conocimiento de la existencia de un grupo étnico que estaba formado por mestizos descendientes de diferentes piratas, que se habían instalado allá a principios del siglo XVIII: los Zana-Malata; la nombrada importancia y centralidad de la conversación no cabe duda que fue contagiada a los piratas que la practicaban, aumentada con sus uniones con mujeres malgaches, materializada en forma de debate a la hora de tomar decisiones colectivas. En la obra pone el foco en el relato de Daniel Defoe, y la utopía pirata de la que éste hablaba. No se conforma con ello sino que, a cada cual lo suyo, incide en el peso de los filibusteros y sus descendientes sobre la cultura malgache en el siglo de las Luces, y subraya la importancia que tuvieron las leyendas y relatos de piratas y las prácticas proto-democráticas, léase libertarias, de éstos en los pensadores de las denominadas Luces. Obra que se abre, cual crisálida, ofreciendo caminos para la reflexión sobre la naturaleza y los orígenes de la ideología mercantil, del colonialismo y del europeocentrismo, a la vez que muestra su rigor dando cuenta de los diferentes documentos consultados, diferentes textos que dan testimonio de algunos protagonistas y testigos de la época, amèn de una extensa bibliografía, sin ocultar su honda prudencia (si Libertalia no ha existido tal vez podría haberlo hecho) acerca de lo que se sabe de los piratas ya que mucho se ha escrito, mucho se ha ocultado y borrado de la historia… a lo que se ha de sumar que ha habido cantidad de cuentos de una imaginación desorbitada y unas leyendas sin cuento; generalmente empapadas de desprecio. No está de más tener en cuenta que todas las utopías, desde las primeras de Moro o Campanella, son no-lugares situadas en islas imaginadas.

«Los primeros griegos fueron todos piratas» que dijese Montesquieu, afirmación que se puede acompañar de la conclusión de Marcus Rediker: «los piratas han tenido el coraje de tratar de vivir de manera diferente y de crear una vida alternativa al mismo tiempo que se encontraban confrontados a condiciones de extrema opresión[…] Igualitarios, colectivistas y democráticos, estos “sinvergüenzas” de todas las naciones merecen que se recuerde su historia, en Francia y por otros lugares».