Por Iñaki Urdanibia

«Es la novela histórica más extraordinaria que se puede leer. Nunca he leído algo tan deslumbrante. Ojalá hubiera escrito este libro»

 Louis Aragon

«Gribodiédov es admirable, aunque lo cierto es que no esperaba encontrarlo así. Pero nos lo ha mostrado usted de un modo tan convincente que sin duda tuvo que ser así. Y si no lo era, ahora lo será»

Maksim Gorki

Vamos por partes. Al leer el nombre propio que figura en el título de este artículo, la pregunta surgirá automática: ¿quién es ese personaje que aparece?. Pues bien, Aleksandr S. Griboiédov (1795-1829) fue un destacado poeta, filólogo y diplomático, que no ocultó sus críticas con su país y su gobierno zarista; postura que quedaba subrayada en sus estrechas amistades con miembros del movimiento decembrista, que se oponía al zar Nicolás I, proponiendo poner en pie un régimen liberal. No llegó a ver publicada su obra más importante, La desgracia de ser inteligente, ya que fue prohibida por los censores, eso no quita para que tal obra corriese de mano en mano en copias clandestinas.

De todos modos, quien quiera conocer los avatares y viajes de este caballero tiene una inmejorable ocasión en el libro, que acaba de publicar la editorial Automática, de Yuri Tyniánov: «La muerte del vazir-mutjar». No exagero al decir que estamos ante un libro de peso, y no me refiero al volumen de la novela, que cuenta con setecientas páginas, sino a las historias que son presentadas de manera ininterrumpida a lo largo de las páginas; no me corto a la hora de añadir que la importancia del texto no se ciñe al personaje nombrado sino que sirve bien para presentar el ambiente de la época en la Rusia de aquel tiempo, a lo que ayuda, de manera significativa, la labor del traductor, Fernando Otero Macías, quien con sus notas aclaratorias, ofrece una completa visión de aquellos años y de no pocos personajes que se desenvolvían en ellos.

El autor de la obra, Yuri Tyniánov (Rēzekne,1894-Moscú,1943), fue pionero en la innovación de la teoría literaria, formando parte de la escuela formalista junto a V. Shklovski o R. Jakobson, y escritor de prosa brillante que hace que la historia se deslice con el acompañamiento de momentos líricos que se entreveran con los hechos históricos en que se inscribe la narración.

La novela presenta un episodio desconocido, o al menos silenciado, de la historia de las relaciones internacionales de Rusia; el 11 de febrero de 1829, la embajada rusa en Teherán fue asaltada, al grito de guerra santa, por un numeroso grupo de personas armadas con palos, piedras y navajas, matando a todo el personal que hallaron en la embajada, entre ellos al propio embajador, Griboiédov; entre los motivos desencadenantes de tal furia se hallaba el Tratado de paz firmado entre ambos países, por medio del que se prestaba refugio a los presos rusos que pretendían volver a su país, habiendo formado parte, algunos de ellos, de la corte del sha; tampoco se descarta que los británicos se hallasen entre los incitadores del asalto si en cuenta se tiene que se daba una tensión para repartirse la zona por parte de ambas potencias. Es el último año de la vida del personaje la que es presentada, desde su entrada triunfal en San Petersburgo en el momento en que vuelve de Persia, tras haber logrado la firma del tratado de paz con el país asiático. Todo son parabienes al ser considerado en principal artífice del acuerdo firmado, mas al ser nombrado ministro plenipotenciario – vazir-mujtar – con el fin de vigilar el cumplimento de los acuerdos firmados, regalo envenenado del zar, ha de volver a Persia en donde a no mucho tardar morirá a manos de los asaltantes de la embajada, ya nombrados.

La acción no se demora, y tras unas primeras pinceladas acerca de las tensiones entre las visiones antiguas y las modernas, entre padres e hijos de los que hablaría Ivan Turguéniev, somos introducidos en una amplia galería de personajes y ambientes, que van asomando en la vida del personaje central; un desfile de ilustres de la alta sociedad, de familiares, con las difíciles relaciones con su madre Nastasia Fiódorovna, de comerciantes, de viajeros, de soldados, de espías y de hombres de letras, entre los que se da la relevante presencia de Pushkin, de quien era amigo el diplomático, y que junto a él representaba la corriente del romanticismo ruso de la época. Un viaje que va acompañado de circunstancias variadas, con la presencia constante de las ambiciones de Griboiédov en diferentes terrenos: económicos, profesionales y otros, como los amorosos y matrimoniales, que le llevaron estos últimos a casarse con una joven princesa georgiana, Nina, allá por Tiflis. La travesía relatada acude al cruce de la Historia y las historias que avanzan en paralelo

Es quedarse corto el pensar que la novela se centra, reitero, en el personaje y en su viaje, ya que siendo ese el eje vertebrador del libro, el retrato de la sociedad, de los movimientos de oposición al zar, de la huella del aplastado movimiento decembrista y el Gran Juego de las luchas por el control entre potencias son el telón de fondo de la potente novela, que viaja también por los intersticios del alma humana, penetrando en los recovecos de la psicología de los personajes, muy en concreto en la cercanía creciente con los recuerdos de la infancia en la medida en que se acerca la vejez, y en la acritud creciente que se va instalando en el corazón del protagonista que se balancea entre la audacia, la astucia y el cansancio..

La habilidad del narrador queda demostrada en la cantidad de detalles, en el retrato de la sociedad, que se desarrolla en un cruce de la seriedad de la empresa con el humor y la fina ironía del escritor, lo que aligera el paso de las páginas, cosa que habitualmente no se da en especialistas académicos, que generalmente al frecuentar los tonos ensayísticos quedan atrapados por tics cercanos a la jerga y al estilo de rigidez expositiva; aquí, reitero, el estilo es deslumbrante, moviéndose entre el lirismo y la prosa descriptiva, en el plano de la crónica histórica, de las costumbres, y del viaje que nos arrastra de San Petersburgo a Teherán, pasando por Moscú y el Cáucaso, siempre acompañado de su inseparable asistente personal Sashka, en una relación cercana y conmovedora, semejante a otras parejas de la historia de la literatura.

Como en botica, de nivel delicatessen, hay de todo, además de lo ya dicho (crónica de época, las constantes de la condición humana, la importancia de las grandes personalidades), se muestra un balanceo entre Oriente y Occidente, prestando al primero una medida atención que evita en todo momento el pintoresquismo típico de as posturas orientalistas que denunciase con tino Edward W. Said. El lenguaje cuidado se desliza en una prosa narrativa igualmente tratada con mimo, convirtiendo al lector en más sabio en la medida que la lectura de esta poliédrica novela, aporta conocimientos en diferentes terrenos: históricos, diplomáticos, geopolíticos, y…humanos, demasiado humanos.