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Por Iñaki Urdanibia.

Moriz Scheyer fue una figura del mundillo cultural vienés anterior a la segunda guerra mundial: crítico, escritor de libros de viajes, ensayista y editor del periódico más importante de la ciudad, el Neues Wiener Tagblatt, tarea que le llevó a establecer estrecha amistad con Stefan Zweig, Bruno Walter y a relacionarse con Arthur Schnitzler, Joseph Roth, Gustav Mahler…

Había nacido en 1886 en Focsani (Rumania) en una familia de negociantes judíos; trasladados a Viena, allá cursó los estudios de Derecho, comenzando a trabajar en la publicación nombrada en 1914 y continuando en tal trabajo hasta 1938, fecha en la que fue despedido por el terrible delito de ser judío. En 1925 se casó con la hija de un empresario checo-judío y viuda de un médico de prestigio; el matrimonio le supuso hacerse cargo de los dos hijos de Margarethe Moriz, Stefan y Konrad. La anexión de Austria por los nazis, el Anschluss, supuso que hubiera de escapar de sus país abandonando sus posesiones , para buscar asilo en la capital de Francia, en donde tenía el propósito de retomar su carrera periodística y literaria.

Los avatares de su fuga, la permanente angustia de verse convertido en un emigrante, el peso de las mil y una peripecias que hubo de sortear, muchas veces de manera realmente milagrosa, , fueron una constante carga, hasta poder finalizar en su destino definitivo que es en donde dejó por escrito su testimonio: « Un superviviente », recién publicado por la editorial Siruela. Su propósito al comenzar a escribir sus vivencias, en 1943, estaba guiada por el fin de testimoniar lo sucedido tanto a él, como por extensión a muchos otros, sin ninguna pretensión literaria, si bien es de destacar lo bien escritas que están sus anotaciones. ¿ Cómo pudo suceder todo aquello? Es la pregunta que le rondaba por la cabeza en todo momento y a cuya respuesta trataba de contribuir con sus anotaciones.

Si Moriz Scheyer hubo de pasarlas canutas, la suerte de su manuscrito tampoco fue un camino de rosas; en lo que hace a lo segundo. Konrad Singer, su hijastro, tras la muerte en 1949 de Scheyer, nada contento con el retrato que en el escrito se daba con respecto a la culpa y responsabilidad de los germanos, quemó el (único) manuscrito, al menos eso creyó él, ya que tiempo después casualmente en una mudanza, los hijos de éste, P.N.Singer y su hermano, hallaron una copia del texto en papel carbón, en una carpeta en la que constaba la dirección de la primera esposa de Stefan Zweig, con lo que el texto se salvó y viendo finalmente la luz este mismo año, 2016.

El libro tiene además de los méritos de estar francamente bien escrito, como queda dicho, el de entregar un relato de las circunstancias personales y familiares padecidas, la ampliación de la mirada crítica del escritor a lo colectivo, hace que se conozcan, al calor de los hechos, los comportamientos dominantes tanto en su país de origen como en el de llegada, sin obviar el de tránsito, Suiza; vamos por partes.

En la primera etapa de su huida, en Suiza, hubo de conocer la marginación del emigrante, aun cuando también es verdad que recibió ayuda de algunos ciudadanos. Su destino era Francia, lugar que adoraba y en el que anteriormente había estado. Su llegada a la capital del Sena coincidió con la ocupación nazi; «en aquel París la raza superior se solazaba como en un burdel con cuyas fabulosas perversiones había soñado largamente en secreto y de las que ahora finalmente podía disfrutar a placer». Una vez allá experimentó la provisionalidad, y las malas caras, a la hora de conseguir papeles, que lo mismo que se le concedían le eran retirados a los pocos días, suponiendo esto que fuera encerrado en un par de campos de concentración franceses, en donde vio cómo « tras las alambradas de espino se puede conocer a las personas en unos pocos días mucho mejor que fuera a lo largo de toda una vida » y conociendo el auténtico significado de la solidaridad, la fraternidad y de la palabra “camaradería”. Su contactos con la resistencia – honor a la familia Rispal, militantes comunistas, que fue la que le ayudó aun a riesgo de la propia vida de sus miembros – hizo que, tras intentar huir a Suiza, consiguiese hallar un escondite en un asilo para enfermas mentales a cargo de unas religiosas franciscanas. En tal centro es en donde, en la clandestinidad, escribió sus notas.

Allá reflexiona sobre la cobardía y el conformismo mostrado por no pocos franceses ante el ocupante , como si no fuese con ellos la cosa; los judíos, especialmente los que no contaban con la nacionalidad francesa, eran perseguidos, detenidos, deportados y llevados a diferentes campos de concentración. Los sentimientos de soledad, de marginación, de angustia y perplejidad ante lo que sucedía se acentuaba en la misma medida en que la bandera de la dignidad, como símbolo de la auténtica humanidad. Lejos de cualquier expresión guiada por el odio o el espíritu de venganza, ante el conocimiento de la expeditiva tarea de los comandos de ejecución que no cesaban en su tarea sangrienta…en la mente del testigo regía la racionalidad, el amor a la cultura – muy en especial a la música- lo que le ayudaba a mantener su moral elevada ante el infame espectáculo de la muerte al por mayor, y una profunda amargura e impotencia ante el desastre que se consumaba. Es tal estado de ánimo, en donde no dejan de asomar con fuerza las peliagudas preguntas acerca de lo que él hubiese hecho en tal situación, en caso de haber sido francés, el que nos transmite en las páginas que fueron comenzadas y finalizadas en el convento de la Dordoña., prestando su voz a muchos de los que fueron silenciados. Siempre, eso sí, con una nostalgia por los “buenos tiempos”, sentimiento que le emparenta con los sueños del mundo de ayer que añoraron los Joseph Roth, o Stefan Zweig, entre otros.

El fiel relato de siete años de huida continua , ante la creciente amenaza que finalizó con la conclusión de la guerra en 1945 que es cuando concluyó la noche oscura que tantos padecieron y a los que a no pocos supuso la muerte.

Un viaje al fin de la noche en el que no faltó el amor y la fraternidad que fueron los que le salvaron.