Por Iñaki Urdanibia.

Una novela que toma el pulso a la escena de violencia desatada que, en la década de los noventa, vivió el país colombiano… desde la óptica de una mirada infantil.

Estamos en la capital de Colombia en la década de los noventa, y la vida está invadida en una permanente inseguridad debida a la presencia atosigante de Pablo Escobar y sus sicarios, los narcos, las apariciones sorpresivas de la guerrilla fundamentalmente en zonas campesinas, los paramilitares que llevan a cabo sus incursiones en colaboración con el ejército que emplea todas sus armas por tierra y aire; el mar no es escenario de sus actuaciones y ello a pesar de que la historia se mueve en zona costera. Los noticiarios tanto radiofónicos como televisivos, al unísono por supuesto con la prensa, no hacen sino dar cuenta de atentados con coches-bomba, ráfagas, desapariciones, secuestros, y el siempre fugitivo Escobar sobre el que corren todo tipo de rumores acerca de sus detenciones, sus escondites, etc.

En aquel ambiente, aunque en una comunidad encerrada y segura, vive la familia Santiago: la madre es maestra y está imbuida de todo tipo de creencias y tradiciones que le hacen ver signos premonitorios en diferentes sucesos que son interpretados como señales de lo que vendrá, el padre trabaja en una compañía petrolera, y pasa prácticamente toda la semana fuera de casa. La pareja tiene dos hijas, Cassandra y Chula, la pequeña tiene siete años; en el jardín, delante de la casa, hay un crecido árbol de Brugmansia arborea, conocido como borrachero – que asoma en el título de la novela -, que la ingesta de sus flores provoca intoxicaciones alucinatorias, como así se comprobará con la sirvienta que probó dicho fruto. La madre contrata a una joven adolescente de nombre Petrona con la que Chula establece un relación estrecha que le conduce a guardar algunos secretos sobre algunas cuestiones que va conociendo de la criada. Petrona es para las hermanas un ser realmente variopinto por su forma de vestir, su manera de comportarse, que las más de las veces se reduce a la mudez, y ciertos movimientos extraños que provocan cierto misterio en torno a su figura. Petrona vive en un barrio de chabolas con su madre y con sus ocho hermanos, con presencia especial de su madre Lucia y su hermana pequeña Aurelia; en el barrio también conoceremos a Gorrión, novio de la muchacha, a un extraño muchacho de nombre Julián, y a algunos parientes de la joven; si los conocemos es debido a que la madre de la familia a la que sirve se empeña en homenajear a la muchacha vistiéndola con una blanco y pomposo vestido blanco, en una celebración de una primera comunión que hace que la señora y sus dos hijas vayan a conocer a la familia de Petrona, su vivienda y a un tío de ella que muestra una tendencia justiciera que deja atónitas a las visitantes de aquel mundo que es absolutamente ajeno a la burbuja en la que ellas están acostumbradas a habitar.

Petrona es la encargada de mantener a su familia, y vive en un ambiente de tensión ya que en su barriada la violencia es el pan nuestro de cada día y los encapuchados de diferentes signo imponen su ley, dándose la fatal coincidencia de que el primer amor de la joven trata de captarla para ayudar a los guerrilleros, que cuentan con un indudable apoyo en aquellos pagos, con la implicación de no pocos habitantes de la zona que hacen labores de correo, etc. La vida de Petrona se divide entre su barrio y las omnipresentes tensiones que en él se viven y el nivel para ella desconocido hasta entonces que se respira en el seno de la familia Santiago.

El misterio acompaña a la figura de la sirvienta y algunas pistas hacen que la madre y sus hijas empiecen a sospechar de que Petrona no es trigo limpio, que oculta algo grave que llegan a suponer que sea una verdadera amenaza para la familia… entre sospechas, extraños movimientos, desapariciones de la muchacha y algunos peligros que suponen un gran riesgo para Chula, hace que la madre de la chica trate de investigar el secreto de su sirvienta y el verdadero rostro que ella oculta. Para entonces también seremos testigos directos de la violencia desatada en una visita a la Abuela, con la que paseando por el bosque van a ser víctimas de un fuego cruzado entre guerrilleros y un helicóptero que trata de cercar a los anteriores…

Este cúmulo de violencias y peligros que alcanzan directamente a la familia, no relato todos para evitar desvelar las tripas de la historia, hace que al final la familia se traslade a Estados Unidos, previo paso por Venezuela, allá por la estos días tan célebre Cúcuta… escapa la familia.

Ingrid Rojas Contreras nació en Bogotá, su padre fue comunista y su madre procedía de una familia de videntes; la inestable situación del país y las formas de violencia que, de una u otra forma, les alcanzaron hicieron que buscasen tranquilidad en EEUU, en los Ángeles en cuya universidad, Columbia College de Chicago cursó sus estudios, para luego dedicarse a la escritura, viendo publicados algunos de sus relatos en prestigiosas publicaciones, y a la enseñanza en la universidad de San Francisco en la es profesora de ficción además de trabajar con estudiantes de instituto inmigrantes, labor encuadrada en una iniciativa de la San Francisco Arts Commision. Miembro de la Fundación Macondo y columnista de radio en diferentes emisoras. Pues bien, esta joven es la autora del primer libro, que rememora flashes vividos, libro del que he dado cuenta en estas líneas: «La fruta del borrachero», recién publicada por Impedimenta. La novela ha obtenido éxito y elogios generalizados por parte de la crítica, cosa que tras su lectura no es de extrañar ya que el panorama que se ofrece en una magistral dosificación, recoge las andanzas y los temores de los personajes que pueblan la novela, y que han quedado detallados en las líneas anteriores. La toma de pulso de la tensión vivida, el retrato de diferentes ambientes y el paulatinos descubrimiento de algunas realidades que van desvelando el misterio que rodea a la criada, hace que la curiosidad y la incertidumbre invadan la mente lectora que se ve impulsada a pasar las páginas con el fin de ir desgranado las cuentas, y los cuentos, de lo que queda oculto a la superficie de la realidad. El cambio de voz narradora resulta un indudable logro ya que nos hace conocer las cavilaciones de Petrona, haciéndonos partícipes de las fuerzas contradictorias que sobre ella ejercen su poder, del mismo modo que conocemos las dudas, mezcladas de cariño, de Chula con respecto a la anterior, además de que vemos la mirada infantil de la atmósfera caótica que allá se vive, más bien se padece. No quisiera concluir este artículo sin señalar una aspecto que me parece destacable: Ingrid Rojas la escribió en inglés y la traducción de Guillermo Sánchez Arreola logra verter las historias en el habla, con sus giros, léxico y argot, propio del lugar de los hechos relatados.