Por Iñaki Urdanibia

«El poeta es un fingidor / Finge tan completamente/ que llega a fingir que es dolor/ el dolor que en verdad siente./ Y quienes leen lo que escribe,/ Sienten, en el dolor leído,/ No los dos que el poeta vive/ Sino aquél que no han tenido./ Y así va por su camino,/ Distrayendo a la razón,/ Ese tren sin real destino/ Que se llama corazón.»

«Se pone un camaleón sobre verde, y se vuelve verde, se le pone sobre azul y se vuelve azul, se le pone sobre chocolate y se vuelve chocolate, después se le pone sobre un tartán escocés y el camaleón estalla»

Romain Gary, La nuit sera calme

«Cuando te encuentres con grandes personajes, con hombres importantes, prométeme que les dirás que en el número 16 de la calle Grande-Poulanka, en Wilno, habitaba el señor Piekielny»

Romain Gary, La promesse de l´aube

Se ha solido hablar del escritor que firmaba, y vivía, con el nombre de Romain Gary (nacido en Wilno, a la sazón imperio ruso, en 1914, con el nombre de Roman Kacew; se suicidó disparando su Smith&Wesson en la boca en 1980, en París) que era el hombre de las mil caras; sus máscaras comenzaban hasta en su propio nombre, adoptado, que podría traducirse como arde novela. Trasladado a Francia, a Niza en concreto, con su madre, participó en la lucha contra el nazismo en las Fuerzas aéreas francesas libres, a partir de ahí amplió sus relaciones con Aron, Kessel, Mendes-France, etc.; sus relaciones con el general De Gaulle le valieron ser nombrado diplomático, lo que supuso que llegase a tratar con personalidades relevantes en el mundo de la política, y otros, por ejemplo, para escándalo de no pocos, con los Black Panters, hacia los que mostró inequívoca simpatía; su celebridad también se extendió a las páginas de las revistas people debido a su relación con Jean Seberg. Escribió varias obras de éxito, consiguiendo el premio Goncourt en 1956 con Les Racines du ciel, en la que evocaba las masacres de elefantes en África, y más tarde, bajo el nombre de Émile Ajar (palabra,la del apellido, que en ruso significa brasa), con La Vie devant soi.

En el capítulo VII de La promesa del alba, se lee la segunda de las frases que hago constar al principio, afirmación que da paso al libro de François-Henri Désérable (Amiens, 1987): «Un tal Sr. Pielkielny», editado por Cabaret Voltaire. En la obra se entrecruzan, podría decirse que se enroscan o abrazan, de manera suave, varias historias: por una parte, la del camaleónico escritor, por otra la búsqueda del personaje del señor Piekielny, y, por supuesto, las pesquisas emprendidas por Désérable y los motivos que le impulsaron a tal investigación, amén de la visión que él tiene con respecto a la escritura y las relaciones entre ficción y verdad, y al papel esencial que juega el azar como desencadenante de la escritura.

El joven escritor es aficionado al hockey sobre hielo, y hasta destacado jugador en tal especialidad deportiva, según cuenta. Varias coincidencias van a darse en su vida: por una parte, entre las lecturas del bachillerato, eligió la novela autobiográfica, ya mentada, de Romain Gary, llamándole la atención la mención del capítulo VII; por otra, un viaje motivado por su calidad de testigo de la boda de un amigo, en Minks, le llevó a Lituania, y allá en Vilno, la casualidad le plantó delante del número 16 de la calle en la que vivió el escritor. En el número 18 de la calle Jono Basanaviciaus, en la fachada ve una placa que recuerda el escritor y diplomático francés, con la indicación de que allá vivió, entre 1917 y 1923, tal como aludía en su novela La promesa del alba. A partir de entonces, su espíritu detectivesco se dispara, a la vez que dispara el relato de los diferentes pasos que va dando con el fin de resolver el enigma: ¿existió realmente el señor nombrado por Gary en su libro?. Estas pesquisas, son alimentadas por las diferentes afirmaciones del escritor diciendo que había cumplido la promesa que hizo al señor Piekielny (palabra que por cierto, significa infierno), ante De Gaulle, Kennedy,… «desde los estrados de la ONU a la embajada de Londres, del Palacio federal de Berna al Elíseo, ante Charles De Gaulle y Vichinsky, ante los más altos dignatarios, yo no he dejado de mencionar la existencia del hombrecidllo». Los viajes al lugar de autos, las preguntas en los archivos locales y las cartas se suceden, a los que se suman los viajes en Google, y del señor nombrado ninguna pista, y la duda acerca de si tal señor existió en realidad o fue un invento más de los muchos que profería Gary. El autor del libro trae a colación unas palabras de un empleado de la editorial Gallimard, Roman Grenier, que conoció bien al escritor: «Romain Gary tenía sus componendas con la verdad. Yo lo sabía: era un escritor. La verdad, la áspera verdad, prefería encubrirla, disfrazarla […]. Y a él, la verdad, en realidad, le importaba un bledo, fabricada su verdad…», coincidía con aquella afirmación de Boris Vian de que era verdad porque él la había inventado, o como dijese el propio Gary en otro lugar : «Ulises mentía como se respira, lo que me hace creer que verdaderamente ha existido».

Las historias y los encuentros tanto de él, como los de Romain Gary, se van trenzando, al tiempo que se va subrayando el carácter de creador de verdades de ficción, por no llamarlas mentiras puras y duras, tanto en lo que hace a sus declaraciones acerca de su lugar de nacimiento, del destino de su padre, y de la existencia y el final del pequeño personaje que se parecía a un ratoncillo (¿historia inspirada en El inspector de Gógol?); cierto contagio, voluntario, parece acompañar al propio Désérable, al imaginar algunos programas televisivos, el célebre Apostrophe de Bernard Pivot, con la proverbial presencia de Romain Gary acompañado de Patrick Modiano, y el recuerdo del invento-trampa de Pierre Michon acerca de un cuadro (narrado en Los Once, del que por cierto hay edición en Anagrama) que engañó al autor y según se enteró, en el Louvre, a bastantes más. Repaso se da a diferentes episodios, como al affaire del segundo Goncourt, y a los temores de ser descubierto, y el sentido del humor recreando posibles e imaginados encuentros adornados, luce en todo su esplendor en algunos de los episodios narrados (el relatado sobre la entrevista de Romain Gary y John Fitzgerald Kennedy conduce a la carcajada sin remedio)

Entre diferentes hipótesis, basadas en diferentes posibles testigos que decían conocer, unos, y no recordar otros, al sr. Piekielny, Désérable propone algunas que resultan francamente cabales, y que nos llevan a la representación del drama de los judíos en aquella zona, en el gueto lituano, y en aquellos tiempos de invasiones varias, de cámaras de gas y siniestros transportes, y del destino de no pocas personas. Aires de recuerdo y homenaje se respira, lo que tal vez coincidiese con la intención de Romain Gary, quien por cierto, es – me atrevo a decirlo – el personaje principal del libro, ya que su retrato se ciñe en general a los hechos, de manera ciertamente medida en lo que alcanzo, mientras*, mientras que el del hipotético señor Piekielny es presentado basándose en conjeturas basadas en la imaginación de los posibles; imaginación que, por cierto, se desliza de manera magistral acerca de la vida, de la profesión, del carácter, del final del personaje que luce en el título del libro, como símbolo singular de un destino colectivo.

No quisiera concluir la recesión de esta formidable novela, reitero formidable, que, por cierto va acompañada de algunas representaciones fotográficas y de atinadas referencias literarias, sin señalar algunos fallos nimios, que no empañan para nada la lectura: unas tal vez de tecla, quepis no lleva tilde, palabra que se repite una y otra vez acentuada en la i; en la página 18 se lee Reino de la Tártaros, cuando obviamente debería poner los; se recurre varias veces a decir que los soviets hicieron tal o cual cosa, cuando me da por pensar que más certero sería decir los soviéticos, que por cierto a la sazón, del funcionamiento de los soviets solamente tenían el nombre. Si los anteriores son deslices de tecla, transcripción o lo que sea, hay un par de referencias a términos nietzscheanos, que no son cosas de la traductora que por otra parte realiza una labor impecable, sino del escritor, que, sin erigirme en policía del pensamiento, Dionisos me libre, me resultan amalgamadores: en la página 102 se lee: «los nazis le daban la razón a la vieja idea nietzscheana del Gott ist tot, persiguiendo a los judíos…»; en la página 218 se lee: «Los Übermenschen desfilaban por las calles de Wilno…». En el primer caso, vaya por dios, sin entrar en mayores, diré que nada tiene que ver el Dios ha muerto con la eliminación de los judíos, ya que precisamente los nazis en su plan de asesina solución final habían convertido a los seguidores de una creencia religiosa en raza, por un mágico abracadabra complot-higienista; en cuanto a los superhombres de la segunda frase que señalo, tal vez los boronos machotes, luciendo el marrón, se considerasen así, más la expresión consagrada por Nietzsche, del superhombre, nada tenía que ver con los valores gregarios y matonescos de la banda de bestias pardas; otra cosa es el intento de recuperación que del autor de Más allá del bien y del mal hicieran los nacionalsocialistas encabezados por el chillón bigotudo. Y así…

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) Me permito recuperar algunos artículos publicados sobre el autor de La promesa del alba:

Romain Gary, juego de máscaras | Kultura | GARA Euskal Herriko egunkaria

Romain Gary, juego de máscaras – Kaos en la red 8 de mayo de 2014

En el maqui contra los nazis – Kaos en la red 19 de febrero de 2015

1975 : un premio Goncourt con trampa – Kaos en la red 14 de marzo de 2015