Por Iñaki Urdanibia.

Recopilación de textos plena y escoradamente políticos del gran poeta.

«Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París – y no me corro – / tal vez un jueves, como hoy, de otoño. / …».

En viernes murió, en la mañana del 15 de abril, Viernes santo, ciertamente en París, en 1938. No adivinó algunas de las circunstancias de su fallecimiento, pero es que César Vallejo no era profeta sino poeta, combativo poeta. El peruano, poeta temprano y de vida breve, había nacido en Santiago de Chuco, La libertad, en mayo de 1892, se inició pronto, ya en sus tiempos escolares, en el oficio de escribir. Su implicación en diferentes luchas acabó con él entre rejas en Trujillo; tras una temporada en la sombra sale y vuelve a Lima en donde un cuento suyo le vale un premio. Al año siguiente, 1922, vio la luz su Trilce, quizá su más celebrada obra, y al año siguiente parte para París a donde llegaría el 13 de julio. Son tempos en que experimentó la miseria y algunas desgracias, la muerte de su padre y una dolorosa operación; tiempos también de gran producción y de estrechas relaciones y colaboraciones con figuras del mundo literario (Vicente Huidrobo, Juan Larrea…). Al tiempo que cesa sus colaboraciones con los Grandes Periódicos Latinoamericanos, vive con Henriette Maisse, viajes a España y a la URSS, tras algún tiempo dedicado al estudio bajo el prisma del marxismo, los acontecimientos de la época; tal viaje a la que se ha de sumar una temporada en el campo, hicieron que se calmase su enfermedad y su hondo abatimiento.

En 1930, año en que se publica en el estado español, con prólogo de José Bergamín, Trilce, es expulsado de Francia por su afiliación comunista, pasando a España con su nueva compañera Georgette Philippart. Ya en Madrid ingresa en el partido comunista de España y realiza su tercer, y último, viaje a la URSS. En 1932 vuelve clandestinamente a Francia, en donde consigue sin mayores problemas papeles de residencia: vive con su pareja en diferentes hoteles, su compañera había vendido el piso que había heredado de sus padres, hasta instalarse en 1936 en el Hotel de Maine, su última residencia antes de ser trasladado a la clínica en donde murió. En 1934 trabajaba en algunos volúmenes críticos (entre ellos dos programáticos: El Arte y la Revolución y Contra el Secreto Profesional). El año siguiente es un año en que todo se asemeja a un callejón sin salida; sus intentos por publicar son rechazados uno tras otro. En 1936, el alzamientos fascista en España, le va a estremecer, lo que no le amilana sino que le hace viajar a Barcelona y Madrid y dedicarse con todas sus fuerzas a ayudar al pueblo y a la causa republicana. Al año siguiente asiste al Congreso de Escritores Antifascistas, celebrado en la capital del Turia. No ocultaba su estremecido disgusto ante la tibieza y vanidad de algunos de los participantes. De vuelta a la capital del Sena, colabora en la fundación del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República Española; mas se retira cuando el boletín Nueva España cae en manos de Pablo Neruda al que considera un ser interesado y demagógico (no era recíproca la adversa opinión: «Era en París, vivías/ en los descalabrados / hoteles de los pobres, España/ se desangraba. Acudíamos», escribía el chileno en la Oda al colega dedicada). Revisa sus poemas, publicados póstumamente, relacionados con la sangría hispana… aparta de mí este cáliz.

En 1938, enfermo es trasladado a la clínica Arago, sin que nadie sea capaz de emitir un diagnóstico… no fue el único al que le dolía España, mas su dolor le condujo a la muerte como a otro poeta, sevillano él, que falleció en Collioure tras atravesar la frontera;

«¡Adiós hermanos san pedros, / heráclitos, erasmos, espinozas! / ¡Adiós. Trsite obispos bolcheviques! / ¡Adiós, gobernanadores del desorden!/…» Había poetizado: «Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo, grave», y verdad es que su vida transcurrió dejado de la mano de tan distinguido señor, que dijese el cantante argentino. Una existencia sintiente y sufriente, entregada a la escritura posicionada del lado de los de abajo, de los oprimidos y explotados: «como hombre puedo simpatizar y trabajar por la Revolución, pero, como artista, no está en manos de nadie ni en las mías propias, el controlar los alcances políticos que pueden ocultarse en mis poemas».

César Vallejo escribía y también pensaba la escritura, reflexionaba sobre el papel de que ésta debería ocupar en el quehacer artístico, como dejan ver los textos recién publicados, este pasado mes de abril, por la valenciana Pre-Textos: «Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo». La recopilación da a conocer la visión que el poeta tenía sobre la función de la poesía, y, en consecuencia, las claves de su propia obra. Dos textos fundamentales en los que trabajaba con el fin de presentarlos en libro, son retomados en base a sus notas personales: Contra el secreto profesional y El Arte y la Revolución, a lo que se añaden algunos apuntes y notas [tales texto estaban descatalogados desde que fuesen publicados a finales de los setenta por Editorial Laia]. Unos textos que muestran el inequívoco compromiso del escritor, su posición siempre lista para el combate contra el capitalismo, contra los criminales de la historia, y su apuesta por la vida y la defensa de los pobres; todo ello – y todo ha de decirse – con una clara impronta bolchevique y defensora de la construcción socialista en el país de los soviets; tal escoramiento no impide que lance sus dardos contra aquellos que se erigían en doctores del marxismo, como tampoco oculta su visión que señalaba las limitaciones de la denominada libertad, para proponer a cambio una libertad plena que se basase en la igualdad, no formal sino real, entre los seres humanos. Junto a las afirmaciones de esquemático marxismo (del manual soviético), y sus elogios a la dialéctica anquilosada, sus descalificaciones a diferentes escritores (burgueses o defensores del arte por el arte) – los dardos potentes contra Mayakovski no faltan, tampoco los dirigidos a André Breton -, y a algunas disciplinas entonces vilipendiadas por la ortodoxia moscovita (el psicoanálisis y similares) brotan sagaces reflexiones y rumias, que van más por libre y que al que esto escribe, al menos, le resultan más lúcidas y lucidas; algunos aforismos apuntan fino y libertarias.

Este empeño por el compromiso, por resaltar la presencia de (entendidos al modo de la ortodoxia del momento) la lucha de clases en la actividad artística, los encendidos elogios al materialismo y a la dialéctica… acercan los textos presentados, como ejemplos de literatura de combate, a los propios de los comisarios de turno, en la línea de aquellas conferencias de Mao en el foro de Yenan, sobre el servir al pueblo como guía de la buena literatura, o al catecismo del fosilizado inquisidor que respondía al nombre de Andréi Alexándrovich Zhdánov. Sí quisiera señalar, no obstante, un par de cuestiones que no resultan baladís, de ninguna de las maneras sino que me parece que hacen honor a un criterio de mera justicia: 1) así como las normas dictadas por los nombrados, o epígonos, dieron lugar a una literatura, por denominarla así, que se acercaba más al panfleto que a cualquier forma de expresión artística (sin que lo dicho quiera decir que no hay en la historia gloriosos panfletos), quedando el arte y la literatura en manos de sumisos funcionarios que emborronaban folios con tonos hagiográficos y con torpeza sobresaliente (todo fuese por la causa) y 2) afortunadamente no fue el caso del poeta del que hablo, y no quiero decir con ello que exista un desajuste o incoherencia entre lo que teorizaba, acerca de la poesía, la vida y la sociedad, y lo que practicaba, una poesía inequívocamente magnífica y que aun manteniendo la bandera roja en alto, no caía en la repetición de monocordes consignas o tics de esquematismo dogmático; y que conste que no lo digo con el fin de salvar al poeta enfrentándolo con el ideólogo, sino en honor a la verdad.

Como conclusión de lo que afirmo, el libro recién publicado sirve – qué duda cabe – para conocer el pensamiento comprometido del poeta, me atrevo, no obstante, a recomendar la lectura de la poesía de César Vallejo antes de leer estas teorizaciones suyas ya que tal aproximación podría espantar a más de uno, entre los que me incluyo a estas alturas de la película, por sus tonos francamente doctrinarios, y más aún con lo que ha llovido desde entonces; y afirmo esto ya que la obra de Vallejo fue una flecha en el seno de la vanguardia y la innovación poética, baste con acercarse a su Trilce, en donde el hermetismo y el ocultamiento de referentes, hace que el lector se sienta como ante una lengua nueva que pretende partir poco menos que de cero; a esto me atrevo a añadir que su poesía fue una búsqueda impenitente de su condición humana, utilizando para tal fin desesperado, un atrevimiento formal y un lenguaje novedoso… todo ello atravesado por unos sentimientos a flor de piel expresados en un cruce de emociones y falta de constricciones formales… plasmados en unos versos humanos, demasiado humanos: «lo que ahora siento, / como un hombre que soy y que he sufrido». Esto fue lo que influyó en no pocos poetas de generaciones posteriores y no sus corsés ideológicos, teñidos de anquilosado dogmatismo.