Por Iñaki Urdanibia.

Este año se cumple un doble aniversario: setenta años de la publicación de su novella más célebre, y este día, 27 de junio, es el sesenta aniversario de su muerte.

El 27 de junio de 1957 murió en Ripe, Sussex, por exceso de barbitúricos ingeridos durante una crisis alcohólica, quien había nacido el 28 de julio de 1909. El veredicto del juez fue: Death for misadventure (muerte por desventura). Este letrado no cabe duda de que tenía madera de escritor de ficción también.

De todos es sabido la afición desmedida que Malcom Lowry tenía al jarro, no hay más que ver para ello su biografía que está repleta de deliriums varios, de hospitalizaciones, de desintoxicaciones, y otros encierros, psiquiátricos ellos. Por otra parte, si su estancia en México, entre 1937 y 1938, resultó problemática entre otras cosas por su continuado estado de ebriedad, a lo que se debía sumar a su poco dominio del idioma local y su condición de británico, en unos momentos en que ser inglés era ser enemigo, hizo que los abogados de su padre lograran sacarle del país, en el que su porvenir era oscuro. Más tarde volvería.

El ambiente que dominaba en México cuando llegó en esta ocasión, la segunda, nada tenía que ver con el de los tiempos que había vivido entre 1936 y 1938; en esta nueva visita la ola conservadora, con el dominio hegemónico de la Unión Militar que controlaba todo, estaba en pleno apogeo; los militares – como digo – imperaban por sus respetos y en 1946, cediendo ya el poder a los civiles, el máximo representante del PRI – surgido del desaparecido PRM – Miguel Alemán, en aquellos tiempos de la presidencia de Ávila Camacho, era considerado como ejemplo de honestidad,… chocante tal consideración para Lowry y su pareja tras todo lo que hubieron de pasar… ”mordidas” incluidas… Cantidad de problemas burocráticos – realmente kafkianos – que se crearon por el torpe celo de algunos funcionarios policiales y de emigración de cara a regularizar sus papeles y los de su mujer. No resulta extraño de este modo que la valoración que el perjudicado hiciese del gobierno mexicano de la época fuese realmente negativa hasta el punto de calificarlo abiertamente de fascista; ya que sin saber los motivos del embrollo se fue a la tumba; los motivos – digo – del desagradable enredo que le llevó al calabozo y a ser expulsado del país. Puede conocerse su visión del asunto en El volcán, el mezcal, los comisarios… (Tusquets, 1971 )…

Su estancia en el país azteca le sirvió de honda inspiración para su obra literaria: así su más celebrada novela Bajo el volcán retrata las doce horas vividas por el Cónsul Geoffrey Firmin en aquellos lares, al igual que su Oscuro como la tumba en la que yace mi amigo se ubica en Oaxaca en donde el protagonista va a agradecer a un antiguo amigo de correrías que le salvó la vida, del mismo modo que la presencia mexicana es abundante en sus recomendables cartas recogidas en El viaje nunca termina. Correspondencia (1926-1957). Sí que es claro que Lowry nunca escribió de cosas que no hubiese vivido en primera persona. En Piedra infernal habla de las condiciones de vida en un hospital psiquiátrico (él estuvo en varios), en Ultramarina relata el viaje en un barco de la marina mercante, él se enroló como marinero y estuvo embarcado ocho meses. Su periplo mexicano queda señalado, y su ingesta de alcohol era proverbial. Así pues, siendo cierto que el escritor hablaba de lo que conocía, no cabe considerar sus novelas lisa y llanamente como meros retazos de su biografía, pues en ellas, y especialmente en su más célebre y celebrada, Bajo el volcán, los simbolismos son múltiples, y el abismo, el barranco, el volcán, la rueda del tiempo, la decadencia y la caída en esta novela, escrita bajo el signo de Scorpio, aspecto en el que hace hincapié una de las protagonistas del libro, estos declinares no se deben aplicar en exclusiva al cónsul que pasa doce horas tratando de domar a la parte de sí mismo que se le desmadra, al tiempo que disfruta – y así lo hace saber él mismo – en su soledad de bebedor, cuando se dedica a beber a morro en el retrete para huir de las miradas y del control de los otros clientes de la taberna, pues – según las palabras del propio Lowry – «la borrachera de éste simboliza la borrachera de la humanidad en vísperas de la Segunda Guerra Mundial [o como dirá más adelante] … la profundidad y el sentido final del destino del Cónsul debe considerarse también en su relación universal con el destino último de la humanidad» De este modo, la obsesión por la muerte campa por sus respetos a lo largo de este libro que tiene doce capítulos, como doce son los números de horas que concentran la acción, o doce son los supuestos apóstoles, o doce son los signos del horóscopo…o doce en la Cábala judía es una cifra de suma importancia, como presente estaba la máquina infernal de producir muertes en la Europa de aquéllos años, y en el ensayo general puesto en tanque y avión en la piel de toro… «El hombre que agoniza junto a la carretera – representa, obviamente, a la misma humanidad, a la humanidad que agoniza – entonces en la batalla del Ebro, o, ahora, en Europa – mientras nosotros no hacemos nada, o si algo hacemos es ponernos en una posición en la que no podemos hacer nada más que hablar mientras sigue la agonía – en otro sentido representa también al Cónsul» (las alusiones en la propia novela a la contienda incivil son explícitas en varias páginas, y hasta se llega a nombrar la ciudad desde la que escribo).

De este modo, junto al intento de espantar los demonios que anidaban en él y que asustaban al propio protagonista, sus gritos eran señales de alarma contra la decadencia galopante que dominaba a la humanidad, y los ingentes litros de alcohol son, además de la plasmación pura y dura de la tendencia del propio escritor, el intento de huir de este infierno de ebriedad en que se estaba convirtiendo el mundo en su carrera homicida… en desesperada búsqueda de los paraísos artificiales de los que hablase Charles Baudelaire, y así el cónsul – y el mismo Malcom Lowry – se adentran en el consumo desatado de todo tipo de alcoholes; prácticamente en dos tercios de las páginas de Bajo el volcán sale alguna, o varias, bebidas alcohólicas: whisky, tequila, ginebra, habanero, cervezas, vermut, vino, ron (sin olvidar claro, el decisivo mescal)… con sus marcas, sus combinaciones… y su ingesta va a provocar una especie de nebulosa onírica y fantasmal, que se entrecruza con alucinaciones, paranoias, deliriums… en aquél fatídico Día de los muertos (fecha en la que, por otra parte, el escritor llegó al país centroamericano).

El tono entrópico se apodera de la atmósfera del libro, y con toda seguridad de la mente lectora que se acerque a él, que se verá arrastrada al fondo de una pesadilla oscura, en ambientes caldeados de humo de cigarros y de olores etílicos, hasta sentir «una especie de absurdo abominable y serio, tal y como de hecho es el mundo».

Esta novela que lanzó al escritor a la celebridad post mortem, y considerada por muchos como una verdadera genialidad («Tal vez la novela que más veces he leído en mi vida. Quisiera no leerla más, pero sé que no será posible, porque no descansaré hasta descubrir donde está su magia escondida» decía, por ejemplo, Gabriel García Márquez), no lo tuvo nada fácil para verse publicada. Así tras trabajar en ella cuatro años, y llegar a rehacerla hasta cuatro veces, fue rechazada en 1941 por doce editores. Luego la vuelve a someter a distintos retoques y presentada a quien se compromete a editarla , éste – Jonathan Cape – le plantea un sinnúmero de objeciones y correcciones… a lo que Malcom Lowry le contesta con una larga misiva en la que aclara el mecanismo de relojería en que consiste – en su opinión – su novela (varias de las citas que he utilizado pertenecen a esa clarificadora carta). Al fin, el libro vio la luz en 1947… tardaría bastante tiempo todavía en ser atendido por la crítica. Y ha de hacerse caso al propio autor que no tenía abuela, pero que sí que tenía toda la razón: «pues el libro ha sido diseñado, contradiseñado y soldado de modo que pueda leerse un indefinido número de veces sin agotar todos sus significados, su drama o su poesía».