Por Iñaki Urdanibia.

El novelista italiano nos lleva a su localidad imaginada en los años finales del XIX.

Existen nombres propios de ciudades o pueblos, inventados, que han servido de escenario a las narraciones de diferentes autores: ahí están la Arcadia, la Utopía, la Florida de Garcilaso de la Vega, el condado de Yoknapatawpha de William Faulkner, la Costaguana de Joseph Conrad, la Santa Fe de Firme de don Ramón de Valle-Inclán, la Comala de Juan Rulfo, el Macondo de García Márquez, o la Santa María de Onetti, más cerca de nosotros, la Obaba de Bernardo Atxaga. En el caso que nos ocupa, el nombre propio que aparece en el título de este artículo es el escenario habitual en las novelas de Andreas Camilleri, localidad imaginaria que, sin embargo, trata de expresar la idiosincrasia propia de Sicilia, sirviendo de geografía a las sagaces investigaciones del comisario Salvo Montalbano.

En la presente ocasión, Andrea Camilleri nos traslada a tal lugar en tiempos de la segunda mitad del siglo XIX, obviamente no aparece Montalbano, mas sí aparecen otros policías, prefectos y otros componentes de las fuerzas vivas del lugar, que dicho sin eufemismo alguna son quienes dirigen el cotarro, o manipulan e imponen a la población sus arbitrarias decisiones. «La ópera de Vigata», editada por Destino, muestra un cúmulo de historias, en un creciente y explosivo totuum revolutum, en trono a un evento que se pretende celebrar en la localidad, por capricho del prefecto milanés, Eugenio Bortuzzi del que se da cuenta de su manera gangosa de expresarse, representación operística con motivo de la inauguración del nuevo teatro Rey de Italia, el autoritario prefecto, en contra de toda la población, programa la desconocida y mediocre ópera Il birraio di Preston. Los habitantes del pueblo están hasta el gorro de que el tal Bortuzzi haga lo que le sale del moño sin contar con ellos para nada, y… donde hay opresión hay resistencia. Y esta se organiza de manera espontánea dando lugar a un fuego cruzado – es una manera de hablar, pero también responde a la realidad ya que hay fuego y balas – en el que algunos pretenden boicotear la representación del 10 de diciembre de 1875.

Podrían tomarse las palabras del Fausto goetheano de que en principio fue la acción, ya que desde el comienzo de la novela, basada en hechos reales, ésta no da respiro, aliñada con toques de potente humor que arrancarán más de un risa, hasta la carcajada (al menos al que escribe le ha sucedido en varias ocasiones tanto debido a las chocantes situaciones narradas como al desparpajo del lenguaje utilizado) en quien se adentre en las historias que se entrecruzan, en una elaboración de un tejido que recoge el espíritu reinante en la Sicilia de la época, en más de una veintena de apresurados capítulos en los que a veces puede uno perderse en los numerosos personajes – que son descritos con neta precisión -, desde amigos y subalternos del prefecto, a policías, o algunos paisanos que pasan a ser considerados como sospechosos de mazzinismo, además de señalar que eran venidos de fuera, de otras provincias italianas, acusándoseles de oponerse a la ópera de marras únicamente con el propósito de enfrentarse contra la autoridad, con el ánimo de provocar disturbios, y acciones encaminadas a que la fiesta no se tuviese en paz. No está de más indicar que la oposición a la ópera no podía achacarse como se empeñaba el prefecto y sus sumisos colegas, a la ignorancia de los toscos habitantes de Vigàta, ya que un artesano que al tiempo era un dilecto conocedor del género operístico avalaba la mediocridad de la obra elegida; que daba la sospechosa coincidencia de que el prefecto tenía algunas relaciones de parentesco con el creador del bodrio, lo que era pecado de favoritismo, a lo que se sumaba que el propio prefecto procedía de otra zona italiana y la obra respondía a gustos bien distantes de los sicilianos.

El fuego provocado en el teatro a resultas del cual se produce más de una muerte; incendio que se extiende a alguna casa vecina con la casual desgracia de pillar a un hombre y una mujer en pleno acto… situación cuyo verdadero carácter pretende ocultarse con diferentes triquiñuelas, pues si la realidad no conviene se cambia hasta que cuadre…  El día de autos, los cordones policiales impiden a los presentes en el teatro a salir del recinto, originándose tensiones y dando lugar a algún disparo y a alguna huida desesperada con nefasta persecución.

Si decía líneas más arriba que al principio era la acción, manteniéndose ésta sin descanso a lo largo de las páginas de la novela, se ha de añadir que al final es la acción y su explicación en un capítulo que lleva por nombre Capítulo primero, que bien sirve para colocar las piezas un tanto desordenadas del puzzle en el adecuado orden y que, a mi modo de ver, resulta realmente necesario para subsanar el posible desbrujule que pueda darse a lo largo de la lectura, como ya he dejado señalado líneas más arriba, debido a este desorden, desorden mantenido a posta por Andrea Camilleri que viene a proponerlo como un juego como lo deja ver en su nota final: «llegados a esta hora de la noche, es decir, al índice, los lectores supervivientes se habrán dado cuenta, desde luego, de que la sucesión no era más que una simple proposición: cada lector, si lo quiere, puede establecer su personal secuencia»

Nadie que se acerque a la novela saldrá defraudado ya que las historias se suceden y se entreveran en cierta diseminación y atorbellinamiento aparente que refleja de manera especular la confusión creada por la agitación que rodea a la ópera de Vigàta. historias que exigen la atención lectora, aunque dejándose llevar por la chispeante narración, el disfrute está garantizado… sin más, y sin menos.