Por Iñaki Urdanibia

Un libro en el que la autora expone sus vivencias y en la que explica como fue desprendiéndose de los distintos velos.

No cabe la menor duda de que la joven de origen marroquí (Sidel, 1979) llegada con su familia musulmana, cuando tenía ocho años, a Vic. Cursó sus estudios filología árabe y ha trabajado como mediadora cultural y técnica de acogida, lanza en su «Siempre han hablado por nosotras» (Destino, 2019) verdades como puños desde su óptica privilegiada, y lo digo ya que ha conocido de cerca la situación de la mujer en su país y en las familias llegadas de allá que siguen profesando la religión que trajeron de su país, considerándola fundamental en la existencia de los humanos, como eje de todas las esferas de su actividad.

No resulta motivo de duda o discusión la valentía que muestra al enfrentarse a los dogmas y costumbres que rigen en la llamada umma, en la comunidad de musulmanes, y exponer sin ambages su visión con respecto al feminismo y la identidad. La mujer habla desde su experiencia no con informaciones de segunda mano, adoptando así el librito, breve pero potente, unas tonalidades diegéticas que, en cierto sentido, podría considerarse como su novela de aprendizaje o desaprendizaje, su camino en la tarea de romper cadenas (citando a Rosa Luxemburgo: quien no se mueve no nota las cadenas), y, es obvio, que Najat El Hachimi si las ha notado pues mucho se ha movido y, en condiciones nada favorables en la medida que ello le ha supuesto broncas familiares, con clérigos y hasta con gente que en principio debería mostrarse favorable a sus postulados, pero que sin embargo dejándose llevar por anquilosados clichés, que no hacen sino entrar en el tramposo juego de los enemigos, le han catalogada como mujer musulmana y, en consecuencia religiosa y sumisa.

Son varios los temas que se entrecruzan el el librito, pero matón, de la mujer: por una parte, subraya los presupuestos misóginos de las religiones monoteístas, poniendo especial énfasis en el Islam, otro de sus dardos va dirigido a algunas mujeres que sin haber conocido el tipo de vida a que se somete a las mujeres en los países dichos musulmanes idealizan las ideas de esa religión hasta el punto de reclamarse algunas como feministas musulmanas (oxímoron flagrante que la autora desenmascara), tampoco faltan las tajantes críticas hacia algunas fuerzas de izquierda que – según ella – hacen el juego a los sectores más fanatizados y rancios de la religión musulmana… todo ello con el sello personal de sus vivencias.

En lo que hace a su experiencia, que es el de muchas, comienza relatando la celebración de una boda a la que asistió tras un velo junto a las mujeres, mientras que los hombres festejaban la fiesta sin cortapisas. Se detiene en la reducción que se somete a las mujeres a una situación subordinada, dependiente, siendo la sumisión y la obediencia, con respecto a los varones, como ciudadanas de segundo orden; siguiendo esta lógica falócrata, las mujeres han de estudiar poco ya que al final su objetivo ha de ser casarse y tener familia. Indica cómo hubo de luchar con su padre para poder continuar con sus estudios a la vez que constata cómo en el colegio iba descendiendo el número de chicas matriculadas de manera ostensible.

Si decía líneas más arriba que la mujer subraya el carácter misógino de los textos sagrados, en el caso del islam ha de añadirse la sharia, normas de comportamiento, que hacen que cualquiera que se salga de los rígidos límites marcados por ésta sea despreciada, por decirlo suavemente, al ser considerada poco menos como carne de bailarina, para diversión masculina, o pervertida por los valores occidentales. De cara a que tales normas sean cumplidas surge una cohorte de clérigos que sea arrogan el monopolio de los preceptos, muchas veces inventados, de la religión, inevenciones pura y dura de los funcionarios de Alá y no del camellero que puso en marcha tal rama religiosa. Las interpretaciones que se dan como las debidas profesan un nacionalislamismo, que une política y religión sin diferencias ambos ámbitos… precisamente quienes se reclaman del antes nombrado feminismo islámico, permanecen en las redes encorsetadas de la religión ya que su empeño es vano: tratar de feminizar las suras del Corán (o buscándolas con afinada lupa), intentando reformar la religión que de él se sigue trabajo baldío que puede compararse con la cuadratura del círculo, eso sí, siempre manteniéndose dentro de los límites de la religión, en el nombre del padre, como si fuera de ella no hubiese salvación, ni posibilidad de vida, y como si la misoginia de la religión fueran deslices de los hombres (masculinos) y no del texto sagrado [dicho esto, tampoco es baladí tener en cuenta que la lucha feminista, o cualquier otra, depende de circunstancias y contextos desiguales y parece absurdo tratar de aplicar tesis universalistas.

Unido a lo anterior , se detiene en el flaco favor que hace a la liberación de las mujeres el relativismo que llama a respetar ciertas diferencias como si de oro de ley se tratara, cuando de hecho no hace sino ocultar prácticas misóginas. Contagiados por estas concesiones, los predicadores, hábiles camaleones, ajustan su discurso a los tiempos modernos y lo utilizan y difunden por medio de internet . El bombardeo a que se ven sometidas las mujeres que pretenden salirse del rebaño, tanto por parte de la familia como de los predicadores, y sus fieles, provoca una verdadera crisis de identidad, que algunas – como la escritora – resuelven desmarcándose del pensamiento impuesto, mientras que otras, en el colmo de la modernez, lucen sus velos coloridos en las redes, Instagram. Las imposiciones rigen para las mujeres (velos, vestidos….) mientras que los jóvenes, masculinos, van a su bola sin tener que someterse a reglas estrictas, etc. Repasa igualmente la reacción ante los atentados como bandera usada para labores proselitistas

No cabe duda de que el libro en su brevedad, ciento treinta escasas páginas, abarca mucho y provoca no pocos puntos apropiados para del debate: así hay algunos aspectos que a mi modo de ver la mujer utiliza criterios inflexibles y escorados, y pondré algunos ejemplos: por una parte, los resabios que sitúan nuestras sociedades occidentales (sociedades democráticas e igualitarias, repite una y otra vez) poco menos que como el paraíso (no cabe duda de que comparativamente salen ganando) resultan en algunas ocasiones excesivos; en cuanto al velo, saca a relucir diferentes argumentaciones a favor y en contra, sobre si son imposiciones o son portados por voluntad y convicción propia, utilizándolo algunas como signo de identidad [este es un tema peliagudo ya que si alguien nace en un entorno determinado acepta a veces lo que le se le ofrece, o impone, como una segunda piel; eso sucede en el caso de las costumbres y hábitos propios de la religión como en cuestiones de moda en el libre Occidente…¿dónde queda la libertad de decisión de cada cual ante un bombardeo continuo? Así pues, el asunto es más complejo que lo expuesto ya que más allá de los símbolos están los imaginarios – masculino / femenino- y los prototipos que empiezan a funcionar desde la infancia], mientras que ella se muestra inflexible considerando tal práctica como signo de sometimiento y de obediencia… no cabe duda de que las diferencias ya mentadas entre los hombres y las mujeres saltan a la vista (no hay más que ver en la calle parejas en las que ellas van con pañuelo y ellos vestidos como todo dios), sin embargo la aplicación, por ejemplo en el caso francés, de las leyes de prohibición de signos religiosos fueron dictadas dirigidas de manera descarada a los seguidores del islam (y ahí se cobra pertinencia hablar de islamofobia); en este orden de cosas hay momentos en que Najat El Hachmi parece sostener que la islamofobia es una pura invención (racismo anti-racista… o similar) cuando es obvio que se da, más todavía cuando se producen atentados. En este terreno sí que me parece cierto lo que señala de que es caer en el juego racista el considerar a todas, y todos, las árabes musulmanas, y conformarse con esa cuadrícula que se crea en torno a ellas; ella no lo dice, pero ciertamente sería más ajustado hablar de arabofobia, ya que no hay por qué unir geografía con religión, ni considerar la religión como único, y fundamental, signo cultural. Y ahí si que la fobia a los árabes, habitantes de la banlieue, etc. cobra una realidad indudable (vamos que no es un invento victimista), y así – y vuelvo al caso francés – algunas voces de izquierda que se han alzado contra el trato discriminatorio que padecen ciertos sectores de la población originarios de inmigrantes árabes, parece que es digno de aplauso, aunque tal vez haya podido haber pasadas.

Junto a la izquierda relativista, hay otras posturas relacionadas que – según la escritora- resultan impresentables y nefastas: algunos postulados postcoloniales que señalan que se ha de respetar las costumbres y diferencias, evitando caer en las trampas del feminismo burgués y occidental que, se quiera o no, es opresor (el ejemplo de Simone de Beauvoir como ejemplo de feminista y anti-colonialista, es un tanto flojo como argumento, ya que une hirondelle fait pas le pritemps)… En fin, es en estos terrenos que he señalado últimamente en donde a mi modo de ver Najat El Hachmi corta y rasga sin demasiado matiz.

Y las explicaciones, que no las justificaciones, de las derivas identitarias, centradas en lo religioso, brillan por su ausencia cuando realmente es en donde se ha hurgar para ver por qué se ha dado este repliegue creceinte que hace algunos años no funcionaba: me vienen a la cabeza los ejemplos de Yaser Arafat o de Saddam Hussein que de ser laicos, o al menos proclamarse como tal, acabaron deslizándose hacia posturas claramente religiosas; añádase, estos últimos años, las intervenciones, colonialistas, en países de Oriente Medio, o el trato recibido por los musulmanes, muchas veces culturales más que religiosos, en Kosovo, o Palestina, o… que ha provocado un surgimiento de un nosotros, que muchas veces, también es verdad, mezcla churras con meninas. Recuerdo algunas reflexiones de Juan Goytisolo, quien hablando de Argelia, relacionaba la violencia contra occidentales como respuesta a lo que a ellos (?) se les estaba haciendo en Kosovo… No daré por buena la profecía de André Malraux de que el siglo XXI será religioso o no será, pero en algunas latitudes parecen consolidarse las creencias hasta el punto de ser convertidas en arma de combate.

Así pues, la travesía de Najat El Hachmi, resulta de franco interés, si bien – como señalo – hay algunas cuestiones que creo merecen más matiz y menos velocidad resolutiva, y eso sí, en la bibliografía (*) consta el libro de Michel Onfray, Pensar el islam, del que nada habla a lo largo del texto y que resulta un tanto sorprendente si en cuenta se tiene la orientación de los libros que cita, pues el del normando desentona con los demás y así, imposible resulta que pudiese utilizarlo en consonancia con sus propias posturas, amén de que el centro de gravedad de Onfray se sitúa en otra onda; à la guerre comme à la guerre , guiándose por la máxima spinozista de «ni reír, ni llorar, sino comprender [siendo necesario a la hora de enfocar el tema], huir del laicismo y de la islamofobia, y seguir «una ética de la convicción asociada a una ética de responsabilidad» (**)

(*) En lo referente a los libros que cita en dicho apartado todos, o casi, son a favor de sus tesis no dando la palabra a quienes disienten de dicha visión. No creo que sea perder el tiempo, de cara a comprender el tema, me refiero al del velo, recurrir a algunos libros que se escribieron al calor de la polémica que sigue en pie… un affaire français. A vuela pluma se me ocurren varios de interés: en la onda de lo que mantiene la autora del libro: Bas les voiles! De Chradorttt Djavann (Gallimard, 2003), también Suir-je maudite? La femme, la charia et le Coran de Lubna Ahmad al-Hussein avc Djénane Kareh Tager (Gallimard, 2011); más templado el libro de Régis Debray: Ce que nous voile le voile. La République et le sacré (Gallimard, 2004); en posturas de más duda o de rechazo de las prohibiciones: Le Coran et les femmes de Juliette Minces (Hachette, 1996) que trata de desvelar los estereotipos y simplificaciones que se ha dado a tal texto. Un libro polémico y lúcido de dos hermanas que mantienen llevar el velo por decisión propia y como signo de rebeldía: Des filles comme les autresAu-delà du foulard (La Découverte, 2004); y por último un libro de varios autores: Le foulard islamique en questions (Éditions Amsterdam, 2004), libro en la que más de una veintena de especialistas tratan de racionalizar el tema, evitando los tópicos demagógicos, lo que conlleva revisar las concepciones sobre la democracia, la laicidad, también el feminismo y el islam… pues un problema puede ocultar otros. Y conste que el tema del velo y las muestras de islamofobia en el territorio hexagonal no son una invención sino una realidad palpable, y tomo esta noticia de Mediapart del día15: «un cronista abiertamente islamófobo, condenado por la justicia por provocar el odio racial; una mujer llevando velo fue humillada por un electo de RN ante su hijo y sus compañeros que asistían a una asamblea del consejos regional de Bourgogne-Franche-Comté; un ministro de educación llamando a señalar a los muchachos que se nieguen a dar la mano a chicas en los recreos ya que son djihadistas en potencia,… señalando que el llevar velo o dejarse barba es indicativo de radicalización»… y el ministro Edouard Philippe anunciando que no ve conveniente legislar sobre el velo de las acompañantes de los alumnos… mientras algunos miembros del gobierno disienten públicamente de su compañero, del extremo centro,… No le falta razón a Pierre Serna quien en su artículo publicado en l´Humanité del viernes 18, bajo el título de Todos nosotros somos musulmanes, comenzando su lúcido artículo recurriendo a «la lección de Jaurés, fundador de l´Humanité, es clara. En todo lugar en el que un ser humano, cualquiera que sea su color, su religión, su condición, es humillado e injustamente estigmatizado, es la izquierda humanista en su totalidad ha de sentirse implicada y ha de combatir al lado de esta persona oprimida».

(**) Me permito añadir unas breves líneas del comentario que hice con motivo de la aparición de Penser l´Islam: «quienes han declarado la guerra ha sido Francia que en su momento se unió a Bush padre y luego al hijo: bombardeos de Iraq, Afganistán, Libia, Siria, Mali…Onfray se pregunta cómo es posible esperar que si tú atacas ellos no van a responder. Antes se ponía el acento en que eran unos tarados aislados, con abundante currículo psiquiátrico y delictivo, que el islam no tenía nada que ver a pesar de los atacantes reivindicasen la venganza en nombre de Alá. Tras muchos vaivenes se decreta cuál es la postura adecuada: estamos en guerra, ellos nos la han declarado, ellos son terroristas, son unos bárbaros… se evita mostrar imágenes de los resultados mortíferos de las bombas francesas y las víctimas civiles, mujeres y niños, que ellas provocan en países lejanos. Ante esta primacía de las palabras huecas, que llaman a la unión patria con banderitas, velitas, y florecitas, y ante los ataques-realizados por ciudadanos franceses- enviar portaviones y toda la vaina. Onfray mantiene que la única salida es: retirarse de la acción criminal emprendida por los USA, usar la vía diplomática y tratar de hallar formas de diálogo con la otra parte. Ni llorar, ni reñir, solo comprender; este lema es el que guía a Onfray y el que le ha valido mil y una crítica por salirse de las prietas filas.

Imposible resumir la entrevista ya que abarca una enormidad de temas tanto de actualidad como de análisis de la propia doctrina musulmana, el enfrentamiento entre civilizaciones y las posibles vías de solución. Es obvio que hay diferentes rostros del islam: unos representan el ala tolerante, pacífica (y se acogen a algunas suras de El Corán), otro mantienen la visión intolerante, guerrera, etc. Siendo esto cierto también lo es que algunas afirmaciones del libro sagrado de los musulmanes contiene algunas prescripciones machistas, misóginas, defensoras de la guerra y la tortura, decapitaciones, latigazos, palizas a las mujeres, homofobia latente,… que sería deseable acomodar a los tiempos modernos. Cuestiones como el laicismo, el relativismo, etc. son tratados en una animada, y por momentos hasta tensa, conversación.»