Por Iñaki Urdanibia
Hace tiempo ya que la novela negra nórdica está embalada; entre los escritores que se han prodigado puede nombrarse a Hâkan Nesser (1950) que en su país ya ha publicado una veintena de libros: diez con el comisario Van Veeteren como personaje central, serie a la que le siguió la de otro investigador, el inspector Barbarotti, que tiene el protagonismo en siete novelas, de las que ahora de Pirineos abajo se publica la segunda entrega, tras La noche oscura que fue la primera: «La raíz del mal», editada por Destino. Su éxito ha traspasado las fronteras de su país para pasar a ser considerado como uno de los grandes del género, con más de 20 millones de ejemplares vendidos, siendo traducidas sus obras en más de treinta países, y habiendo recibido numerosos premios: el Glass Key, el European Crime Fiction Star Award, el Gold Paperback Award, el SNCF de Francia, de Francia, Palle Rosenkrantz Prize siendo el único autor que ha recibido hasta en tres ocasiones el galardón a la Mejor novela negra escandinava otorgado por la Academia Sueca de Escritores.
Como sucede en la ficción, y en la vida misma, no es malo estar acompañado, y así el inspector nombrado es ayudado por Backman, aunque la verdad esto no le sea reconocido apenas. El que avisa no es traidor, y ya desde el principio el autor en una nota inicial avisa que la población de Kymlinge no existe (la Vigáta de Camilleri resuena como geografía imaginaria) del mismo modo que no lo hace una herramienta al menos en el mercado francés, pues en él nos está comercializada. El inspector de la policía sueca se marcha con su novia, la nueva, a pasar unos días; al salir había cogido del buzón el correo mas no abrió las cartas hasta llegar a su destino vacaciones, que es cuando lo hizo encontrándose con una carta en la que de le decía que el emisor del mensaje iba a matar a alguien, Erik Bergman, añadiendo que usted no me lo va a impedir. Las cartas anunciadoras se suceden del mismo modo que los anunciados asesinatos. En paralelo vemos que alguien en la costa bretona está escribiendo un diario que, aparentemente sin ton ni son, nos da por pensar que algo tiene que ver con las muertes que se están dando, con el resultado de seis turistas asesinados, quienes, por cierto, se habían conocido aquel verano: dos parejas y dos solteros, que llegan a congeniar entregándose juntos a tomar el sol, a darle al frasco, navegando, y flirteando, allá por el año 2022. Las muertes de estos personajes se producen cinco años más tarde, que es cuando Gunnar Barbarotti recibe la nota que antes he mencionado.
Los interrogantes se acumulan a medida que pasan las páginas, que vuelan veloces por el interés de la trama que se ve ayudada por la escritura ágil del narrador, que se permite algunos toques de humor, como las apuestas que mantiene el investigador con Dios acerca de lo que va a deparar el futuro. El investigador trata de atar cabos, sobre la causa que ha provocado esta serie de muertes violentas, intentando conocer qué sucedió exactamente aquellos tiempos de verano, del mismo modo que tiene la mosca detrás de la oreja acerca de los lazos que puedan existir entre el emisor de las cartas, y asesino, y él mismo; las cartas van llegando una tras otra lo que hace que Barbarotti convierta su existencia en un sin vivir, llegado al límite de su capacidad investigadora al ver que los asesinatos siguen y los plazos parecen acortarse, aumentando la velocidad de la narración que se ve contagiada por tal premura.
La oscuridad se combina con la luz y siempre que se da la primera, al menos en este tipo de cuestiones, llega la segunda («una verdad mal enterrada siempre encuentra la forma de ver la luz»), mas hasta que esta pasa a ser dominante, el suspense avanza en un in crescendo que hace que se pasen las páginas con curiosidad por ver lo que llegará en la siguiente.
El escritor nos lleva del frío nórdico a las húmedas costas de Bretaña, con una clara tendencia de dirigir sus historias hacia el sur, que es en donde parecen cocerse con más intensidad las pasiones tristes, y las alegres también.
Concluiré diciendo que Hakan Nesser da muestra de una maestría indudable, del mismo modo que su inspector exhibe un potencial investigador fuera de duda, lo que hace, no obstante, que los hilos que va uniendo en sus rebuscadas deducciones a veces resulten un tanto oscuras en sus tirabuzones, y causalidades, que se entreveran con las reflexiones sobre lo divino y lo humano de Barabarotti, lo que exige una atención lectora constante.