Por Iñaki Urdanibia.

Un gran escritor rumano bastante olvidado.

«Panait Istrati es el poeta de la promiscuidad y de la ambivalencia de Oriente, de ese desorden del cual parece esperarse a un tiempo la redención y la violencia»

(Claudio Magris )

Toda la vida el escritor rumano (Braila, 1884 – Bucarest, 1935) fue una peregrinación, un vagabundeo por las tierras cercanas al Danubio y a otros lares más ubicados en el Oriente. Estos tonos, sabores, olores empapan sus libros que toman pie, por otra parte, en su propia vida. Creo recordar haber leído en unos cuentos kosovares de Ismael Kadaré una referencia al carácter de los habitantes de por allá, relacionándolo con lo agrio de sus yogures; en el caso de Istrati, no cabe duda, de que ciertos tonos duros están presentes en todas sus páginas, muy en concreto en sus dos primeras novelas que son las que en su momento publicó la valenciana Pre-Textos: «Kyra Kyralina» y «El tío Anghel», publicadas originalmente en 1923 y 1924 respectivamente; dicho lo anterior también puede añadirse que un humor fino acompaña algunas historias (la historia del carretero y el obispo y el permiso para que jurase para que los caballos no permaneciesen quietos, es de antología… hasta la carcajada). La mirada siempre la dirigía hacia los de abajo, y es la de su alter-ego Adrian Zograffi. En esta ocasión es Stravos, quien en la primera de las novelas nombradas ve al pobre Adrian asistir impotente a las periódicas palizas que su padre acompañado de su hermano, que viven en otro lugar, dan a su madre y a su hija, hermana Kyra, al grito de putas o similares, resguardando las agredidas el rostro para poder lucirlo lucido ante las frecuentes visitas que reciben en su domicilio; en este se juntaban diferentes hombres, haciendo gala siempre de una exquisita educación, a charlar y a fumar y a tomar unas pastas con dulces licores mientras que madre e hija bailaban la danza del vientre, con unos velos movidos con destreza vaporosa, animadas por los visitantes. Adrian miraba extasiado a las dos mujeres y, en especial, a su hermana. El muchacho espantado por la situación se busca la vida de uno u otro modo, acompañando a un vendedor de limonadas, turco él, que abusa del muchacho; Adrian estaba encargado de vigilar por si llegaban el padre y su acompañante. En una ocasión, la fiesta que se celebraba en su domicilio es interrumpida por la anfitriona al recibir el aviso de que la visita de los agresores está al caer, como así sucedió. Los invitados huyeron, o casi mejor, cayeron por las ventanas al tiempo que llegaban los verdugos, ante la lluvia de golpes Adrian salió en defensa de las agredidas, golpeando al hermano con un objeto contundente, que quedando las mujeres tendidas en el suelo, como muertas. La madre realmente murió. Adrian fue llevado por los agresores a modo de rehén, mientras que la hermana, dispuesta a vengarse de los agresores, acudió en busca de ayuda de unos conocidos que se apostaron en la casa en la que habían asesinado a la madre y golpeado a la hija a la que habían encerrado en un sótano que daba al jardín… Cuando el padre iba a visitar el lugar de los hechos y estaba abroncando a la chica, varios disparos le hicieron ponerse a la fuga, herido de un tiro en una oreja.

Kyra se fue del lugar y Adrian partió hacia el Este en una desesperada como imposible búsqueda; diferentes encuentros, parlanchines que le narran curiosas historias de amor y de muerte, y el intento de pasar el río a pesar de las prohibiciones, buscando los pasos organizados por clandestinos; entre tanto conoce a un adinerado que le invita graciosamente a su yate de lujo; el muchacho temeroso escapa de aquella aparentemente cariñosa y acogedora compañía y logra llegar a Constantinopla, en donde comienza a buscar a su querida hermana tratando de entrar a diferentes harenes.Las historias se acumulan y los avatares existenciales también; las primeras narradas por locuaces personajes, en concreto por Dragomir al que acompaña por fiestas ofreciendo sus tazas de salep, diferentes personajes con los que establece relación, y de los que escucha historias de desamor, de delitos, cárceles y comportamientos fuera de lo habitual por parte de algunos de los presos, bandidos,… si bien las cosas no son siempre lo que parecen y algunos amigos se aprovechan de la confianza para hacer su agosto… Una travesía cercada por la amistad y la traición, en busca de lograr la verdadera amistad y la ansiada libertad.

En la segunda novela presentada, vemos al tío Anghel, un anciano que mira con buenos ojos a su sobrino Adrian. Este, en compañía de su madre, había acudido a casa de su tío Dumitriu, a reunirse con ocasión de las sagradas fiestas. Estando reñidos desde hacía años los dos hermanos: Anghel y Dumitriu por una cuestión de herencias, algunos de los reunidos juzgan que sería un buen momento para que los hermanos se reconciliasen tras la ruptura que hizo que llegasen a las manos. Anghel invitado por su sobrino cede y acude a la reunión, mas queda claro que allá no pinta nada, ya que él es con respecto a los reunidos de otros mundo. A la hora en que se acerca la muerte a Anghle, éste hace llegar a Adrian una nota para que acuda con urgencia a visitarle… el requerido no entiende a santo de qué tanta urgencia. Llegado allí ve el lamentable estado en que se halla el anciano que, ni corto ni perezoso, explica al recién llegado que le ha convocado para abroncarle ya que algunos de sus comportamientos, entraban en franca contradicción con los que él había tratado de transmitir; haber abusado de una menor y otra serie de conductas que dejaban mucho que desear. El muchacho, conmovido, llora y dice arrepentirse de corazón, preguntando qué debía hacer, la respuesta del anciano es clara: «dar la espalda a todo lo que adula… Librarte de los deseos vacíos…Ahogar la voz de la sangre que se pudre… Y lanzarte con toda tu alma, a la infinitud del pensamiento, nuestro único apoyo en momentos de desgracia». Esta historia se completa, en otro tiempo, con algunas historias en las que pastores y bandidos habitan el bosque. Enfrentamientos con las tropas y el jefe de los bandidos Cosma, se enamora perdidamente con la mujer del enemigo que dice estar locamente enamorada del bandido, éste la lleva con su banda, a pesar de las recriminaciones de sus seguidores. Libertad o muerte y combates continuos con mercenarios y algunos engaños haciéndose pasar por monjes de órdenes religiosas inexistentes… al final la mujer se marcha cansada de las imposiciones del bandido y la falta de olfato a la horade programar las acciones guerreras… Momentos de frío y hambre, alternados con momentos de saciedad, tanto de alimentos como de otros apetitos… en un balanceo en el que los polos son la inteligencia y el destino.

Las novelas están atravesadas de cierto espíritu propio de las leyendas locales y de constantes referencias religiosas, propias de la tradición oral, que invaden el discurso de este Sherezade balcánico que une las historias de bandidos, pastores, chamarileros, ricos de libro… viajando por los márgenes, por el lado oscuro de la vida.

No le faltaban lectores al escritor desde sus primeras obras, mas sus problemas de salud, afectado por la tuberculosis, le llevaron a continuar los viajes hacia Francia, cuyo idioma pretendía adoptar para su escritura, acuciado por la pobreza y la dicha enfermedad se intentó suicidar, hallándose en su ropa una carta a Romain Rolland, quien conociendo las historias del rumano pretendió convertirle, o al menos considerarle, como el Gorki balcánico, promocionando sus obras y haciendo que su éxito fuese rotundo. Las cosas, no obstante, se torcieron cuando el escrito fue invitado a visitar la URSS, en 1927, en compañía del escritor griego Nikos Kazantzaki y la mujer de éste, Eleni Samios-Kazantzaki (puede verse una noticia, algo escorada, de tal viaje en la obra de la mujer nombrada: La véritable tragédie de Panait Istrati. Lignes, 2013). A la vuelta del viaje, desencantado por lo que vio, escribió sus opiniones en su Vers l´autre flamme (1929), obra que precedió a los de Suvarin, Ciliga, Koestler, Serge, Gide o el mismo Trotski, obra en la que daba cuenta de sus dieciséis meses pasados en el país de los denominados soviets. Lo que vio queda resumida ante aquello que le dijo un militante comunista que para hacer una tortilla había que cascar los huevos a lo que él respondió: «veo los huevos rotos, ¿pero dónde está vuestra tortilla?». Su abierta sinceridad que criticaba sin ambages la creciente burocracia en el poder de la URSS, supuso que su voz fuera marginada, que su obra fuese ignorada, y atacada por los jerifaltes del comunismo ortodoxo, haciéndose en torno a ella un silencio que duró hasta 1969. Desesperado y desanimado y aquejado por la tuberculosis volvió a su país en donde falleció.