Category: JUAN RULFO


Por Iñaki Urdanibia

Aprovechando que el escritor mexicano falleció un día como hoy, 7 de enero, de 1986, me permito reunir algunos textos publicados en su momento dedicados al escritor y a su obra; coincide igualmente que este año se cumplen setenta años de la publicación de El llano en llamas.

De entrada avisaré, y el que avisa no comete traición, que algunas repeticiones se coñaron en los diferentes artículos teniendo en cuenta que la diferentes fechas de publicación hiciera que utilizase la técnica de corta y pega; he optado por eliminar las repeticiones. Todo hay que decirlo.

+ Juan Rulfo, racimo de voces

Al día siguiente de Reyes, el 7 de enero de 1986, en México D.F., «…intentó caminar. Después de unos cuantos pasos cayó; suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras», al igual que al final le sucediese a su Pedro Páramo, le sobrevino la muerte a su creador, Juan Rulfo. Le llegó el fin a quien había nacido en Apulco, Jalisco, casi setenta años antes, el 16 de mayo de 1917. Su nombre completo era ni más ni menos: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, y como él mismo lo refiriese, «me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos y aunque siento preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo».

Las últimas noticias que de él han llegado, le sitúan en Comala, según ha contado Pedro Páramo que tanto pateó aquella geografía-símbolo en la que confluyeron todos los temas claves de la escritura de Juan Rulfo, la totalidad existencial, con todas sus aristas, plasmada en el fantasmal lugar, y los acontecimientos que marcaron significativamente su vida y la de su familia, e igualmente la de su país todo. Su fantasma deambula por la huidiza soledad de Comala como alma en pena, achicopalada, hundida en el desánimo, como lo hizo en vida su dueño, que era la absoluta encarnación del muermo. Pasea su muerte por la geografía que ya en vida adivinó, y de la que se atrevió a trazar un detallado mapa, casi podría decirse que hasta catastral. La tierra criolla encontró quien le escribiese breve, pero hondamente escrita, y en sus dos obras(me refiero a su genial novela Pedro Páramo, y a la no menos genial recopilación de cuentos, El llano en llamas), recogió un universo simbólico en el que se daban cita la soledad, la muerte, la sangre, el sudor, las lágrimas, la violencia, las rencillas y venganzas, el enorme peso de los mitos locales y su sacralización ritual, que en casos alcanzó desenlaces de una siniestra brutalidad; y digo dos obras ya que el resto fueron algunos guiones cinematográficos y varios cuentos desperdigados, sin olvidar el mucho fuego que provocaron sus innúmeros escritos arrojados a las llamas… y que así solo fueron humo, mucho humo. Dos en este caso no supone carencia sino suficiencia, pues nunca mejor aquello de que lo bueno si breve, dos veces bueno. No le hizo falta más al escritor mexicano, además sus temores ante el fracaso y los escrúpulos ante una escritura de sobra, que ayudaron a su proverbial parquedad; como digo, con ello le bastó para alcanzar una merecida celebridad proclamada, sin ambages, por Max Aub, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, o… Jorge Luis Borges.

El hacha de Rulfo, de la que hablase el escritor sandinista Tomás Borge, alejada de los abalorios hueros y rimbombantes, sirvió para dar cuenta con sencillez y precisión del mundo que le tocó vivir; si el otro filosofaba con el martillo, este escribía con el hacha, utensilio afilado desde la más tierna infancia del narrador que veía cómo «en la familia Pérez Rulfo nunca hubo mucha paz; todos morían temprano, a la edad de 33 años, y todos eran asesinados por la espalda». Edad significativa, la de Cristo, que era bajo la bandera que explotó, entre los años 1926 y 1928, aquella revolución cristera que dejó a su familia sin tierras, y al muchacho Juan sin abuelo, sin padre, y sin su tío Celerino que le contase infatigable incesantes historias; él, arrojado a un orfelinato que era más cárcel que otra cosa, tomó el relevo a su tío y se inició de inmediato en el oficio de contar historias, que ya desde sus comienzos iban marcadas por unos oscuros sentimientos infantiles, «lo único que aprendí fue a deprimirme. Esas fueron las épocas de mi vida en que me encontré más solo, y contraje un estado depresivo que todavía no me he podido curar».

No era, no, Juan Rulfo la alegría del huerto, la acidez recorre su prosa y su propia presencia, para quienes se le acercaron, completaba el cuadro: un ser de mirada entre tímida y huidiza, a la vez que fija como la de una escrutadora lechuza, un hombrecillo de complexión endeble… personajes como él, transitan en sus obras, y en ellas él se reserva el papel de notario, que levanta acta pero no valora, «yo en tanto que autor, no intervengo para nada en la obra. Siempre es el pueblo, sus habitantes convertidos en personajes los que hablan… viene a ser como si el autor hubiese decidido transformarse en árbol para contemplar la vida desde su perspectiva de encarnación vegetal y luego, simplemente, contara lo que ha visto». Escenas de seres sin rostro, que se debaten entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la virtualidad, entre las luces y las sombras, entre la vida y la muerte, entre el cielo y el infierno; lucha entre el más acá y el más allá, absolutamente deudora de un destacado sincretismo entre la influencia del omnipresente – e impuesto – catolicismo y las doctrinas indígenas de los aztecas… combate que resulta inevitable ya que cada cual lo lleva dentro de sí, mas a tal aseveración, de índole interna, se ha de añadir el paisaje de flora y fauna, puntillosamente introducido por el escritor en el nebuloso escenario, completado este por pueblos abandonados, calles desiertas, viviendas destartaladas, y polvo y soledad y silencio, únicamente roto, este ultimo, por las voces provocadas por el viento en contacto con las casas ricas, «muy parecidas a los pinos solo que sus ramas son más largas y las hojitas muy compactas no sisean con el susurro tan característico del pino, sino que gimen cuando sopla el ventarrón». Son estos gemidos lastimeros de la naturaleza los que, por directa analogía, establecen una relación simbiótica con los de los ausentes habitantes de aquellos lugares en otro tiempo poblados, es la voz desgarrada de los ausentes la que amplifica la pluma de Rulfo, empapando sus narraciones de Ruidos, Voces. Rumores. Canciones lejanas… y en medio de esa inquietante austeridad sonora avanzará la lectura en esa tierra de límites borrosos en la que los baremos espacio-temporales parecen haberse desvanecido para dar lugar a un valle de lágrimas en el que resuenan las voces de los muertos haciendo eco a las de los vivos, allá donde las sombras se hacen cuerpo, y las almas en pena se codean con las de los vivientes que dirimen sus pleitos, agobiados por interminables y agotadores sueños… Y ahora, desde que partió hace ya veinte años, allá, en la fantasmagórica Comala, en esa geografía de la desolación, avanza exigente Juan Rulfo obedeciendo el mandato que diese la madre – al comienzo de Pedro Páramo – a su hijo, «no vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio…»,… dignidad para esta tierra dejada de la mano de(todo) dios.

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+ 60 años de « Pedro Páramo »

Incluía , el siempre ocurrente Enrique Vila-Matas, al escritor mexicano Juan Rulfo (Jalisco, 1917-México, 1986) en la peña de los afectados por el síndrome Bartebly, cuyo denominador común era « un mal endémico, una pulsión negativa y una atracción hacia la nada que impide en apariencia a algunos escritores a convertirse verdaderamente en tales » … Podría incluirse en esta definición a algunos que se quedaron en potencia y a otros en quienes el acto de escribir duró hasta que decidieron , como en el caso del escribiente melvilliano, preferir no. A este segundo grupo pertenece el autor de «Pedro Páramo » ( 1955). Sostenía Gabriel García Márquez que quien había escrito esta joya, no le extraña que no escribiese más… ya era suficiente.

Murmullos del desposeimiento

No necesitó el escritor mexicano más de trescientas páginas para pasar a convertirse en uno de los más brillantes exponentes de la narrativa latinoamericana, y atraer sobre él un enorme cúmulo de elogios de personajes tan señeros en el mundo de las letras como: Max Aub, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti o Susan Sontag por no abundar. Una recopilación de cuentos, «El llano en llamas» fue la puerta de entrada de nuestro hombre en los pagos de la literatura , en 1953, dos años más tarde, publicó su genial novela «Pedro Páramo », después fue el silencio, y… la hoguera para algunos manuscritos que por lo visto no satisficieron al escritor y que, en consecuencia, le llevaron -como al personaje melvilliano- a preferir no hacerlo (publicarlos, digo).

Pedro Páramo

« La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura mundial del siglo XX, sino uno de los libros más influyentes de este mismo siglo.»

                             Susan Sontag

« Pedro Páramo es como un libro “amuleto”. Una especie de objeto mágico, pues Juan Rulfo ha dicho todo en tan pocas páginas. Me he encontrado en muy raras ocasions frente a tal densidad ».

                            Tahar Ben Jelloun

La novela, situada en Comala, ha sido considerada por eminentes críticos como la mejor novela mexicana, e inspiradora de posteriores y numerosas escrituras, lo cual ha de ser completado con la certeza de que en los cuentos de «El llano en llamas» nos encontramos en las afueras de dicho pueblo fantasmal, allá donde los muertos hablan más -y tienen más peso- que los vivos. La escritura toda de Rulfo es un duelo no disimulado por una región que se extingue, consumida por las huellas de la revolución mexicana y por las luchas sangrientas de los cristeros. Hechos cuya impronta fue profunda en los habitantes de aquellos lugares y que marcó sus vidas, sus sentimientos y sus pasiones a lo largo de sus despojadas y agitadas existencias. Un mundo que se desvanece y sus habitantes que rumian su soledad es lo que se cuece en el sudeste de Jalisco por aquellos años; en tal consiste la materia prima y la geografía de la prosa rulfiana. El escritor se sitúa en el ámbito de la muerte y reclama para sí el mundo onírico, allá donde fantasía y sueños se entrecruzan, y nos hace oír «el silencio que hay en todas las soledades ».

Basta con ver el nombre que titula la novela breve para subrayar con qué nos vamos a encontrar con piedras (Pedro sobre la que edificaré mi iglesia que dicen que dijese el otro) y tierras yermas, a lo más bolas resultantes de algunos arbustos secos que pueblan las películas del oeste.

La elaboración de la obra le llevó su tiempo y varias versiones, y hasta publicaciones parciales con diferentes títulos, hasta hallar la definitiva en marzo de 1955, fecha en que fue publicada por Fondo de Cultura Económica. Algunos relatos de « El llano en llamas» le habían servido como campo de ensayo y pruebas, preparatorios para la novela.

La acogida fue desde el inicio positiva, aunque como sucede con frecuencia a algunos les pilló con el pie cambiado a causa de la innovadora estructura de la novela. No me extenderé en detallar los aplausos de los Jorge Luis Borges, Álvaro Mutis, García Márquez, Susan Sontag y muchísimos más que consideraron la obra como una de las más logradas no solo de la literatura latinoamericana sino universal.

Juan Preciado promete a su madre yaciente en el lecho de muerte que irá a Comala a rogar a su padre que vuelva. En el camino se encuentra con Abundio, un mulero que, ante su sorpresa, le anuncia que él también es hijo de Pedro Páramo. Al llegar el protagonista a Comala halla un pueblito desierto con un aura de desolación ; en tal lugar conocerá distintas personas que le suministrará más datos sobre su padre. Visión que será completada con más precisiones, fragmentarias y dispersas, sobre el sujeto que da nombre a la nouvelle.

El ambiente que logra el escritor es de los frágiles límites entre los vivos y los muertes, ante la perplejidad del visitante al que le cuesta tomar conciencia de lo extraño de la situación, y las voces que se suceden ante sus atónitos ojos y sus incrédulos oídos. Es este entrecruzamiento el que llevó a la obra a ser considerada una de las pioneras del llamado «realismo mágico».

El libro no ha de pensarse que se mueve, no obstante, por la nebulosa onírica que marca los bordes entre los vivos y los muertos, sino que igualmente se erige en retrato de la dureza de los tiempos y de las tierras, dominadas por el caciquismo, del que el padre del héroe no hace más que llevar a la muerte a quienes le rodean, muy en especial en el pueblito de Comala.

[…………………………………………………………………. Aquí iba el artículo inicial: Juan Rulfo, rumores de voces]

Y…«El llano en llamas »

Como comentaba antes, la recopilación de cuentos fue la puerta de entraba y el anuncio de la genial novela, y ya puesto a…vayan estas líneas para acercarnos a ella.

Diecisiete cuentos componen la brillante recopilación que adopta el nombre de uno de ellos. Fundido con la misma tierra, Juan Rulfo, transmite el mismísimo latir de los paisajes, de los pájaros, de las plantas… desde el primero de los cuentos nos las habemos con los zopilotes, con los llanos, con cerros altos, con piedras grises que por allí llaman cruda, con barrancas de donde suben los sueños y con unos vientos «que no dejan crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes». Mas si me detengo en la primura con la que el escritor describe -mejor cabría decir, pinta- el paisaje, el escenario por el que deambulan los humanos a los que va a dar protagonismo en sus narraciones, son las gentes indudablemente quienes ocupan el centro de la mirada del mexicano. Seres que como el protagonista de Talpa podrían decir: «y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo…»… en viaje y búsqueda permanente, del mismo modo que aquel hijo buscase a Pedro Páramo, topándose en el camino con los muertos(¡que de tan buena salud gozaban!)… los seres que aquí desfilan lo hacen con sus recuerdos, con las voces amontonadas de los vivos y de los difuntos, y acompañados de sus penurias y desgracias, acunadas con el consuelo de los rezos y las abarcadoras supersticiones. Difuntos, cosechas destrozadas, hijas de mal vivir, un hombre -cargando con la muerte que también le acecha en el lejano horizonte-, perseguido por otros, peregrinaciones marianas, remordimientos, seres endemoniados, leyendas, escaramuzas guerreras, luchas por la propiedad de la tierra, venganzas, crueles persecuciones cristeras, familias que se derrumban, tierras que tiemblan, seres que delinquen por los caminos… son los humanos y las situaciones que pueblan todos los relatos del libro de Rulfo. El más negro denominador común de todos ellos será la soledad, la violencia y la muerte.

Con una economía, ejemplo de sobriedad, y una concisión absoluta, lejos pues de cualquier forma de barroquismo tan caro a algunos escritores de aquellos lares, Rulfo nos sitúa, recurriendo en sus cuentos a una implicadora primera persona, que no cae en la pretendida objetividad descriptiva de la tercera, en medio de la violencia absurda y desatada que el conoció desde niño; y con un lenguaje rápido y cercano al habla de sus paisanos, nos planta ante la decepción de quienes se comprometieron con la revolución y después fueron marginados por el gobierno, ante las angustias del incesto, de las salvajes venganzas…Imágenes del desconsuelo, en las borrosas fronteras entre la vida y la muerte, las padecidas por solitarios seres…cuyo dignísimo notario es Rulfo quien al publicar El llano en llamas en 1953, se sintió «muy frustrado, porque las primeras ediciones no se vendieron nunca. Eran ediciones de dos mil o máximo de cuatro mil ejemplares, y prácticamente yo los regalaba. Han sido las últimas generaciones las que han empezado a leer el libro, y a buscarlo, y en estos últimos años ha alcanzado los grandes tirajes», como lo decía él en una entrevista allá por 1976. Hoy, desde luego, no hay problemas para encontrar ninguno de los dos libros a él debidos (hay ediciones en FCE, Planeta, Anagrama y Debate, al menos), y desde luego no hay perdón de dios para quien no conozca a estas alturas la brillantez y eficacia de estas escuetas y magistrales historias.

[………………………………………..……………………. Aquí iba Juan Rulfo, murmullos del desposeimiento]

                                        Donostia, 7 de enero de 2023

Por Iñaki Urdanibia.

El día 16 de mayo de 1917 nacía el escritor mexicano.

Fue un 16 de mayo de 1917 cuando el escritor mexicano nació, el nombre completo que le atizaron fue nada menos que: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, y como él mismo lo refiriese, «me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos y aunque siento preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo»; un escritor al que el ocurrente Enrique Vila-Matas incluía en compañía de Bartebly, y es que no necesitó el escritor mexicano más de trescientas páginas para pasar a convertirse en uno de los más brillantes exponentes de la narrativa latinoamericana, y atraer sobre él un enorme cúmulo de elogios de personajes tan señeros en el mundo de las letras como: Max Aub, Carlos Fuentes, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez o Mario Benedetti, por no abundar. Una recopilación de cuentos, El llano en llamas fue la puerta de entrada de nuestro hombre en los pagos de la literatura, en 1953, dos años más tarde, publicó su genial novela Pedro Páramo (1955), después fue el silencio, y…la hoguera para algunos manuscritos que por lo visto no satisficieron al escritor y que, en consecuencia, le llevaron – como al personaje melvilliano – a preferir no hacerlo (publicarlos, digo).

Si la novela, situada en Comala, ha sido considerada por eminentes críticos como la mejor novela mexicana, e inspiradora de posteriores y numerosas escrituras, en los cuento de El llano en llamas podríamos decir que nos encontramos en las afueras de dicho pueblo fantasmal, allá donde los muertos hablan más – y tienen más peso – que los vivos. La escritura toda de Rulfo es un duelo no disimulado por una región que se extingue, consumida por las huellas de la revolución mexicana y por las luchas sangrientas de los cristerios. Hechos cuya impronta fue profunda en los habitantes de aquellos lugares y que marcó sus vidas, sus sentimientos y sus pasiones a lo largo de sus despojadas y agitadas existencias. Un mundo que se desvanece y sus habitantes que rumian su soledad es lo que se cuece en el sudeste de Jalisco por aquellos años; en tal consiste la materia prima y la geografía de la prosa rulfiana. El escritor se sitúa en el ámbito de la muerte y reclama para si el mundo onírico, allá donde fantasía y sueños se entrecruzan, y nos hace oír «el silencio que hay en todas las soledades».

Diecisiete cuentos componen la brillante recopilación que adopta el nombre de uno de ellos, «El llano en llamas». Fundido con la misma tierra, Juan Rulfo, nos transmite el mismísimo latir de los paisajes, de los pájaros, de las plantas… desde el primero de los cuentos nos las habemos con los zopilotes, con los llanos, con cerros altos, con piedras grises que por allí llaman cruda, con barrancas de donde suben los sueños y con unos vientos «que no dejan crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes». Más si me detengo en la primura con la que el escritor describe – mejor cabría decir, pinta – el paisaje, el escenario por el que deambulan los humanos a los que va a dar protagonismo en sus narraciones, son las gentes indudablemente quienes ocupan el centro de la mirada del mexicano. Seres que como el protagonista de «Talpa» podrían decir: «y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte, que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando. No sé para dónde; pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo…» … en viaje y búsqueda permanente, del mismo modo que aquel hijo buscase a Pedro Páramo, topándose en el camino con los muertos (¡que de tan buena salud gozaban!)… los seres que aquí desfilan lo hacen con sus recuerdos, con las voces amontonadas de los vivos y de los muertos, y acompañados de sus penurias y desgracias, acunadas con el consuelo de los rezos y las abarcadoras supersticiones. Difuntos, cosechas destrozadas, hijas de mal vivir, un hombre – cargando con la muerte que también le acecha en el lejano horizonte -, perseguido por otros, peregrinaciones marianas, remordimientos, seres endemoniados, leyendas, escaramuzas guerreras, luchas por la propiedad de la tierra, venganzas, crueles persecuciones cristeras, familias que se derrumban, tierras que tiemblan, seres que delinquen por los caminos… son los humanos y las situaciones que pueblan todos los relatos del libro de Rulfo. El más negro denominador común de todos ellos será la soledad, la violencia y la muerte.

Con una economía, ejemplo de sobriedad, y una concisión absoluta, lejos pues de cualquier forma de barroquismo tan caro a algunos escritores de aquellos lares, Rulfo nos sitúa, recurriendo en sus cuentos a una implicadora primera persona, que no cae en la pretendida objetividad descriptiva de la tercera, en medio de la violencia absurda y desatada que el conoció desde niño; y con un lenguaje rápido y cercano al habla de sus paisanos, nos planta ante la decepción de quienes se comprometieron con la revolución y después fueron marginados por el gobierno, ante las angustias del incesto, de las salvajes venganzas… Imágenes del desconsuelo, en las borrosas fronteras entre la vida y la muerte, las padecidas por solitarios seres…cuyo dignísimo notario es Rulfo quien al publicar «El llano en llamas» en 1953 – como queda reiterado – se sintió «muy frustrado, porque las primeras ediciones no se vendieron nunca. Eran ediciones de dos mil o máximo de cuatro mil ejemplares, y prácticamente yo los regalaba. Han sido las últimas generaciones las que han empezado a leer el libro, y a buscarlo, y en estos últimos años ha alcanzado los grandes tirages», como lo decía él en una entrevista allá por 1976. Hoy, desde luego, no hay problemas para encontrar el libro(hay ediciones en FCE, Planeta, Anagrama y Debate, al menos), y desde luego no hay perdón de dios para quien no conozca a estas alturas la brillantez y eficacia de sus escuetos cuentos.

Racimo de voces

Si en los cuentos de los que he hablado la sencillez y la falta de abalorios estilísticos quedaban claras, las cosas no cambiaron en su novela Pedro Páramo.; tal modo de escribir era una constante; hablaba, en este orden de cosas, el escritor sandinista Tomás Borge del «hacha de Rulfo» – como en otros casos se ha solido hablar de la célebre navaja de Ockam – daba cuenta de que en su prosa se ausentaban los adornos, rimbombancias y fuegos de artificios vanos, lo suyo era la sencillez y el intento de presentar con precisión el mundo que el tocó vivir , si el otro filosofaba con el martillo o el de más allá con la navaja, el escritor mexicano escribía con el hacha, utensilio afilado desde la más tierna infancia del narrador que veía cómo « en la familia Pérez Rulfo nunca hubo mucha paz; todos morían temprano, a la edad de 33 años, y todos eran asesinados por la espalda». Edad significativa, la de Cristo, que era bajo la bandera que explotó, entre los años 1926 y 1928, aquella revolución cristera que dejó a su familia sin tierras, y al muchacho Juan sin abuelo, sin padre, y sin su tío Celerino que le contase infatigable incesantes historias; él, arrojado a un orfelinato que era más cárcel que otra cosa, tomó el relevo a su tío y se inició de inmediato en el oficio de contar historias, que ya desde sus comienzos iban marcadas por unos oscuros sentimientos infantiles, «lo único que aprendí fue a deprimirme. Esas fueron las épocas de mi vida en que me encontré más solo, y contraje un estado depresivo que todavía no me he podido curar».

No era, no, Juan Rulfo la alegría del huerto, la acidez recorre su prosa y su propia presencia, para quienes se le acercaron, completaba el cuadro: un ser de mirada entre tímida y huidiza, a la vez que fija como la de una escrutadora lechuza, un hombrecillo de complexión endeble… personajes como él, transitan en sus obras, y en ellas él se reserva el papel de notario, que levanta acta pero no valora, «yo en tanto que autor, no intervengo para nada en la obra. Siempre es el pueblo, sus habitantes convertidos en personajes los que hablan…viene a ser como si el autor hubiese decidido transformarse en árbol para contemplar la vida desde su perspectiva de encarnación vegetal y luego, simplemente, contara lo que ha visto». Escenas de seres sin rostro, que se debaten entre la vigilia y el sueño, entre la realidad y la virtualidad, entre las luces y las sombras, entre la vida y la muerte, entre el cielo y el infierno; lucha entre el más acá y el más allá, absolutamente deudora de un destacado sincretismo entre la influencia del omnipresente – e impuesto – catolicismo y las doctrinas indígenas de los aztecas… combate que resulta inevitable ya que cada cual lo lleva dentro de sí, mas a tal aseveración, de índole interna, se ha de añadir el paisaje de flora y fauna, puntillosamente introducido por el escritor en el nebuloso escenario, completado este por pueblos abandonados, calles desiertas, viviendas destartaladas, y polvo y soledad y silencio, únicamente roto, este ultimo, por las voces provocadas por el viento en contacto con las casaoricas, «muy parecidas a los pinos solo que sus ramas son más largas y las hojitas muy compactas no sisean con el susurro tan característico del pino, sino que gimen cuando sopla el ventarrón». Son estos gemidos lastimeros de la naturaleza los que, por directa analogía, establecen una relación simbiótica con los de los ausentes habitantes de aquellos lugares en otro tiempo poblados, es la voz desgarrada de los ausentes la que amplifica la pluma de Rulfo, empapando sus narraciones de «Ruidos, Voces. Rumores. Canciones lejanas»… y en medio de esa inquietante austeridad sonora avanzará la lectura en esa tierra de límites borrosos en la que los baremos espacio-temporales parecen haberse desvanecido para dar lugar a un valle de lágrimas en el que resuenan las voces de los muertos haciendo eco a las de los vivos, allá donde las sombras se hacen cuerpo, y las almas en pena se codean con las de los vivientes que dirimen sus pleitos, agobiados por interminables y agotadores sueños…Y ahora, desde que partió hace ya treinta y un años (como lo había hecho su personaje: «…intentó caminar. Después de unos cuantos pasos cayó; suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras »), allá, en la fantasmagórica Comala, en esa geografía de la desolación, avanza exigente Juan Rulfo obedeciendo el mandato que diese la madre – al comienzo de «Pedro Páramo» – a su hijo, «no vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio…», …dignidad para esta tierra dejada de la mano de (todo) dios. Y así despega el viaje de Juan Preciado en busca de su padre con el fin de cumplir la promesa que hizo a su madre, mas las alucinaciones auditivas (la voz de su reciente fallecida madre) y las diferentes visiones le asaltan y le empujan al viaje, en una confusión de razones que le conducen a delirantes diálogos, que el escritor contagia con los cambios de narrador. Y somos empujados a un escenario en el que los límites entre la vida y la muerte es confusa y tenue… y el entrecruzamiento de las diversas voces: la de Pedro Páramo disparada en su desorden y la de Juan Preciado más ordenada no conducen por este laberinto llamado Comala.

Las últimas noticias que de el escritor se han tenido, le sitúan en Comala, según ha contado Pedro Páramo que tanto pateó aquella geografía -símbolo en la que confluyeron todos los temas claves de la escritura de Juan Rulfo, la totalidad existencial, con todas sus aristas, plasmada en el fantasmal lugar, y los acontecimientos que marcaron significativamente su vida y la de su familia, e igualmente la de su país todo. Su fantasma deambula por la huidiza soledad de Comala como alma en pena, achicopalada, hundida en el desánimo, como lo hizo en vida su dueño, que era la absoluta encarnación del muermo. Pasea su muerte por la geografía que ya en vida adivinó, y de la que se atrevió a trazar un detallado mapa, casi podría decirse que hasta catastral. La tierra criolla encontró quien le escribiese breve, pero hondamente escrita, y en sus dos obras (me refiero a su genial novela «Pedro Páramo», y a la no menos genial recopilación de cuentos, «El llano en llamas»), recogió un universo simbólico en el que se daban cita la soledad, la muerte, la sangre, el sudor, las lágrimas, la violencia, las rencillas y venganzas, el enorme peso de los mitos locales y su sacralización ritual, que en casos alcanzó desenlaces de una siniestra brutalidad; y digo dos obras ya que el resto fueron algunos guiones cinematográficos y varios cuentos desperdigados, sin olvidar el mucho fuego que provocaron sus innúmeros escritos arrojados a las llamas… y que así solo fueron humo, mucho humo. Dos en este caso no supone carencia sino suficiencia, pues nunca mejor aquello de que lo bueno si breve, dos veces bueno. No le hizo falta más al escritor mexicano, además sus temores ante el fracaso y los escrúpulos ante una escritura de sobra, que ayudaron a su proverbial parquedad; como digo, con ello le bastó para alcanzar una merecida celebridad proclamada, sin ambages por sus colegas en quehaceres como por los lectores que en el mundo son.