Por Iñaki Urdanibia

Si se da por bueno aquello que dijese Franz Kafka de que un buen libro es aquel que te resulta como un puñetazo en el rostro, la novela de Eimear McBride, «Una chica es una cosa a medio hacer», editada por Impedimenta, lo es y en varios sentidos, ya que , por una parte, la sintaxis, las frases inacabadas que se interrumpen incompletas y entrecortadas suponen un descoloque de las primeras páginas en especial, luego el descontrol se atenúa, no es que desaparezca, para revivir en una estado de confusión final de la protagonista que titubea ante las coordenadas temporales y hasta espaciales, a lo que se ha de sumar el tema de la novela que realmente es duro y teñido de cierto amargor de la protagonista ante las circunstancias que le rodean.

La escritora inglesa (Liverpool, 1976), pero trasladada a Irlanda a los tres años, debutó con esta novela que no solamente causó sorpresa entre el público lector sino también entre los críticos, lo cual supuso algún que otro galardón literario. Estamos en un pueblito rural de Irlanda y allá conocemos la vida de una joven adolescente que ha de soportar las letanías continuas de su madre, sus devotas amigas, y algunos parientes de visita que no se cansan de orar y exigir a los demás que lo hagan si no quieren alimentar las llamas del infierno; el abuelo en este orden de cosas es de un estricto que apabulla; consejos que van acompañados de prescripciones morales acerca del vestir adecuado, las faldas de medidas debidas, etc. La chica tiene un hermano pequeño que arrastra graves problemas de salud: se le ha abierto el cerebro con el fin de extirpar un tumor, lo que hace que se haya salvado de milagro y que su marcha se resienta con una cojera visible, sin contar las insuficiencias intelectuales que quedan de manifiesto cuando comienza a ir a la escuela. La madre y los dos hijos han sido abandonados por su padre que ante el panorama doméstico se ha abierto por ahí… la madre hundida en su soledad, vive ciertos momentos de desesperación que a veces los paga con sus hijos, recurriendo a los golpes… Esto no quita para que a la vez mantenga la fe en Dios y siga creyendo que el muchacho acabará siendo un devoto sacerdote, ante los fracasos que se van acumulando, mas el muchacho va a su bola y se encierra en sus videojuegos y demás.

La muchacha balancea su comportamiento entre convertirse en la defensora de su hermano frente a las burlas y pitorreos que recibe de sus compañeros de colegio, y la segunda persona que adopta la narradora (soy yo tu), la misma muchacha, define la continua conversación que mantiene con su hermano menor… si bien hay veces que el temor de que se chive de algunos comportamientos considerados impropios por parte de ella, ante su rígida madre, hace que le mantenga vigilado. Para colmo de desmanes, un tío suyo de visita, la empuja a convertirse en su objeto sexual, acto que dejara huella en la muchacha en la que surgirá una atracción morbosa hasta el masoquismo con respecto a su pariente… a partir de ahí, de esa primera vez, es como si en la muchacha se hubiese levantado la veda, dedicándose a hacérselo con todo muchacho que se cruza en su camino, lo que la convierte en un ser aparte, y que van despejando la virginidad de los cándidos jóvenes que flipan ante sus directas invitaciones.

Llegado un momento se traslada a realizar los estudios universitarios (nada se dice de ellos) y allá conoce otra vida que le lleva a probar el tabaco, el alcohol y a profundizar en las relaciones sexuales, para lo que cuenta con una compañera de aventuras y confidencias las más de las veces de tono elevado en lo que hace al sexo y las conquistas, además de dar curso suelto a unas ensoñaciones sobre viajes y ciudades lejanas. De vez en cuando vuelve a casa en vacaciones y el ambiente le resulta agobiante hasta las entretelas debido a las quejas continuas de su madre sobre el comportamiento de su hermano y de el de ella… Esto hace que no dure mucho en su casa, y cuando con ocasión del fallecimiento de su abuelo y la reunión familiar que provoca ha de convivir algunos días en aquel ambiente, la mente se le carga, y el cuerpo también al volver a ver al tío que le había iniciado, por no decir violado que sería más ajustado teniendo en cuenta el parentesco y la diferencia de edad entre ambos. Nos enteramos también de la muerte del desaparecido padre y las herencia dejada para sus hijos, lo que hace que cambien de domicilio. Una de las vueltas a casa debido a una caída de su hermano, la lleva al hospital en donde está ingresado y desde entonces la acumulación de viajes en tren, las conversaciones con su hermano acerca de los años más jóvenes, los momentos de apoyo y enfrentamiento con su madre, que pasa de las loas a las recriminaciones, atmósfera cargada a la que se une una hermandad de misioneros que invaden su casa con un discurso culpabilizador, y… la visita de su dichoso tío… hacen que la situación se acerque al abismo y a las escapadas del ambiente de rezos y novenas continuas de la madre y su colla de damas cristianas, ante la falta de esperanza de que su hermano sobreviva a la quimio y lo demás… Límites borrosos invaden la mente de la joven que duda acerca de su yo, de su cuerpo, etc.

Los sentimientos de la chica en tiempos de formación son narrados por ella misma en estas confesiones que usa de un lenguaje vivo y que no se corta ante algunas expresiones gruesas que responde a la rebelión de la joven ante el atosigante ambiente del hogar ( Jesucristo, Sagrado Corazón, Virgen Santísima… a todas horas y como solución a todos los problemas, que dicho sea de paso, no se solucionan de ninguna de las maneras), corsé pío ante el que se rebela la muchacha recurriendo a las palabras y actitudes blasfemas, torturando rotulador en ristre al crucificado, para escándalo de su hermano… El flujo de ideas, con interferencias oníricas toman la página, reflejando con acierto la dislocada psique de la protagonista, expresado de forma especular con el lenguaje automático y diseminado, convertido en verdadero torbellino de palabras, al que me referido.

N.B.: No me cabe la menor duda de que Rubén Martín Giráldez, el traductor, habrá sudado la gota gorda para verter al castellano, de manera realmente brillante, esta obra de prosa incesante y entrecortada, de puntos fuera de norma, etc. Sí quisiera no obstante señalar algunos desajustes que a mi modo de ver saltan por aquí o por allá acerca de la edad de los hermanos (por ejemplo en las páginas 53, 91, ó 128-129 en las que si no me equivoco se cambian sus edades… cosa que tal vez se pueda deber al cambio de quien use el tú, del sujeto de enunciación (polo emisor que se me antoja cambiante aunque el absolutamente dominante sea el que ocupa la muchacha), o tal vez lo que señalo pudiera deberse a algún despiste pasajero en la lectura, cosa que desde luego se ha de evitar en toda lectura, y más en una de las características de la que hablo… no sé.