Por Iñaki Urdanibia

No hay como romper un plato para de inmediato ser catalogado de…Si no esto, algo parecido le sucedió al escritor David Herbert Lawrence (Eastwood, Inglaterra, 1885- Vence, Francia, 1930), que debido a la publicación de sus novelas El amante de lady Chatterley y La serpiente emplumada, especialmente la primera que tuvo serios problemas de cara a su publicación, siendo sometida a estrictas prohibiciones ya que sus tonalidades en el terreno del sexo escandalizaban a los censores de la sociedad biempensante, hizo que pasase a considerarse a su autor como el clásico autor de libros a los que hay que leer con una sola mano que decía el oto; en honor a la verdad tampoco gustaron a los clérigos de la santa madre Iglesia su demoledora lectura del Apocalipsis, publicada en 1932, en la que ponía a caldo a la religión señalada y, ya de paso a la civilización occidental toda [hay versión en francés en la editorial Desjonquères, 2002, con jugosa presentación de Gilles Deleuze]. Así pues, el escritor pasó a la historia como un personaje intempestivo y molesto, además de ser amante, en sus escritos, del recurso a la obscenidad.

Este encasillamiento del que hablo no es justo de ninguna de las maneras ya que el escritor británico se prodigó en otro géneros como la poesía y los relatos, y como muestra de esto último la cuidada edición que acaba de publicar editorial especializada en el género que realiza una encomiable labor al publicar los cuentos completos de diferentes autores clásicos (Babel, Flaubert, Schwob, James, Unamuno, etc., etc., etc.; anunciándose ahora, que se ha abierto la veda, los cuentos de Stefan Zweig) Páginas de espuma: «Cuentos completos (1907-1913)», que será completada con otro volumen que abarcará los años posteriores de su creación.

Como señala la traductora y presentadora Amelia Pérez de Villar: «Lawrence bajó al vientre de la mina y del ser humano y, conocedor de lo que allí bullía, nos lo contó lo mejor que supo, empeñando para ello al escritor, al poeta y al renegado que recorrió el mundo en busca de una Utopía que tal vez ni él mismo veía con claridad», y así lo podemos ver entregado a la faena, más allá de los resabios eróticos, que también, embistiendo contra los poderosos y sus instituciones, contra los ricos, los poderosos y los snobs; al tiempo que dirigía la mirada, y la pluma, al otro lado, a quienes sufrían las duras condiciones de trabajo y explotación lo que les empujaba a la huelga y a otras formas de lucha obrera. Casi una treintena de relatos reúne el volumen en los que se pueden ver el brillo de sus primeras publicaciones en el género: Una media blanca, Un amante moderno o El aroma de los crisantemos, pinceladas sagaces sobre el alma de una mujer que podría ser todas, o casi, pintada con una delicadeza sutil, y que provoca una segura agitación en el lector al ver que la mujer espera a su tosco esposo, y digo tosco por decirlo suave; sin olvidar algunos relatos dedicados a las miserias de los mineros. Escenas de la vida cotidiana, doméstica y/o laboral que el escritor trataba de aprehender en su totalidad, para lo que recurría al enfoque desde diferentes ángulos, para dar una visión completa, lo más exacta posible de la situación a la que se acercaba, y a la que nos acerca. Ya puede verse en estos textos la habilidad del escritor que brillaría, si cabe, de manera más luminosa en sus obras señeras, que fueron celebradas por sus colegas en quehaceres: Ezra Pound, Ford Maddox Ford, E.M. Foster, Anthony Burgess o Aldoux Huxley, con quien congenió y trató en los cenáculos que este mantenía con otras lumbreras intelectuales de la época como Bertrand Russell.

Si el otro decía que nada de lo humano le era ajeno, y otro otro afirmaba que no era fácil saber hasta dónde da de sí un cuerpo, y cito de memoria la aseveración de Spinoza, en la prosa de D.H.Lawrence se hacen acto ambas cuestiones ya que a él le preocupaba la vida de los humanos, sus relaciones y la unión de sus cuerpos, que nos unen con los demás y con el mundo, como analizase con fenomenológica precisión Maurice Merleau-Ponty. Estamos en los primeros tiempos de la escritura del autor que deja ver la marca del ambiente familiar y social, con sus hermanos y su madre, y con un padre minero, que asoman como telón de fondo de algunos de los cuentos, que exploran por otra parte, con mirada hacia el interior, los recovecos del alma humana, de sus sentimientos y sus pasiones, tristes y alegres. Una espina en la carne, sintomático y magnífico cuento que muestra la cercanía ligada con los sentimientos. El ambiente que le rodeaba se palpa en la atmósfera general de su prosa, temprana, en la que los resabios campestres, y las tendencias afectivas ya irrumpen sin ambages.

Las desbocadas ansias de libertad que impulsaban al escritor, y que no se ceñían sino que trabajaban por liberarse de tales normas de la rigidez social se deja ver en los tonos vitalistas de los relatos… y los amores latentes ya en todos los estados.