Por Iñaki Urdanibia.

Uno de los casos del comisario y presentación de otro y de su creador.

El célebre comisario se traslada a la localidad de la Costa Azul, al haber sido encargado de la investigación de un hombre asesinado, William Brown, ricachón australiano que ha recibido en su coche una puñalada por la espalda. Al llegar se encuentra con el inspector Boutigues con quien se encontrará en diferentes ocasiones si bien el comisario lleva la investigación por su cuenta sin contar con la ayuda de su colega.

Los primeros pasos le llevarán a conocer a dos mujeres, con las que convive en un lujosa villa de la localidad, el caballero, Gina Martini, su amante, y su madre. No conforme, no obstante, con esas mujeres, y por medio de las informaciones que éstas le suministran acerca de unas escapadas (él las llamaba “novenas”) que cual gato realizaba Brown; las averiguaciones le conducen a un antro de Cannes en el que paraba el hombre, llevando suministros a las que allá residían al tiempo que buscaba consuelo. Dos son las mujeres, la dueña, Jaja, es gorda de solemnidad y según se vanagloria dedica su tiempo a servir de confidente a seres en busca de quien les escuche, allá convive con una joven de nombre Sylvie, joven que practica la prostitución, y cuyo “protector” es uno de los personajes que frecuentan el garito, el Liberty Bar – nombre que da título a la novela recién publicada por Acantilado -. Allá es donde pasa las horas el desaparecido Brown, quien habiendo sido un magnate de la industria de la lana en su país natal, abandona todo para trasladarse a la bella localidad mediterránea.

El comisario, con su inseparable pipa cargada de tabaco negro, centra su investigación en la tugurio de Cannes y también conoce al hijo del asesinado, Harry Brown, quien le pone al corriente de la situación familiar de su padre: éste había huido dejando en la estacada el negocio del que se hizo cargo u madre y un tío suyo; la familia que conservaba un modo de vida ordenado, padece con disgusto la actitud del padre, que saben que lleva una vida desfasada en su refugio costero. Con el fin de tenerlo, más o menos, neutralizado, le envían periódicamente una asignación que es de lo que vive el escapado. Se da pues entre ambas partes de la familia una franja que es la que separa el orden del desorden, lo apolíneo de lo dionisíaco.

Las investigaciones reparten las sospechas, ya que entre tanto sale a relucir el testamento que el fallecido había dejado, documento en el que aparecían los nombres de las mujeres nombradas, lo cual es una verdadera vergüenza para una familia de bien, lo que hace que el hijo trate de mantener en secreto el testamento y pretenda solucionar el asunto con ciertos pagos a las señoras herederas; el caso era guardar las apariencias y el prestigio familiar. Misteriosamente, no obstante, Maigret sorprende a Sylvie con un sustanciosa suma de dinero, que ha sido conseguida, por medio de un soborno, por Joseph el chulo de la chica; sabido esto, los dos acaban en prisión, como sospechosos del asesinato, mas las cosas no son lo que parecen… y al final el tesón de Maigret hace que éste llegue a conocer la verdad de los hechos y la responsabilidad de la muerte de William Brown. La sensibilidad del investigador al que se ha ordenado desde que ha recibido el encargo es que ante todo ha de mantener suma discreción, la familia no quería dramas, cosa a la que sumado el factor de que en resumidas cuentas ha sido el amor el desencadenante del navajazo hace que Maigret calle la verdad, deje el asunto clasificado y ponga cara de barco ante las preguntas acerca del caso. Dicho esto, que nadie se confunda, ya que a los lectores sí que se les ofrece la verdad del caso, uno más de los del célebre comisario.

El investigador, ser al que se ha de dar de comer aparte, muestra una vez más sus tendencias a ponerse en el lugar de los otros, mostrando cierta simpatía con respecto a los seres de los márgenes: en esta ocasión esta vena hace masa tanto con el muerto como con las mujeres a las que frecuenta y acompaña en el Lyberty Bar.

De cara a completar la imagen del comisario y las características de la escritura de Simenon, pueden leerse los dos artículos que a continuación añado.

Simenon, la comedia humana

Henriette Brüll, de casada Simenon, dio a luz a su hijo mayor Georges el viernes 13 de febrero de 1903, justo cuando se estrenaba dicha fecha. Mujer supersticiosa donde las hubiese, sumergida en sus constantes angustias y dramas-quien quiera conocer la huella que tal señora dejó en su hijo, puede leer el conmovedor testimonio de éste en «Carta a mi madre», resultado de los ocho días que el escritor pasó en el hospital junto a su moribunda madre… recordando la incomunicación que siempre había existido entre ambos, la desconfianza con la que ella había mirado a su hijo Georges, los silencios y las mentiras que había utilizado para salvaguardar su pasado… -. Pues bien, como decía, quiso la superstición que la madre del futuro escritor cambiara en el registro civil de Lieja, la fecha de nacimiento de éste, para evitar el fatídico día, por el 12. Bajo el signo del engaño se hizo nacer pues, curiosamente, a quien con el paso de los años, pocos, se convertiría en un bulímico contador de historias, de ficciones, que no de mentiras (¡con perdón a las explicaciones miméticas platónianas!), ya que las novelas no mienten, ni dicen verdad, pues su objeto no es ése sino otro.

A edad temprana se estrenó, recién cumplidos los dieciseis, en las tareas de la escritura. En el diario de su ciudad natal, la Gazette de Liège, comenzó su actividad periodística, inmejorable escuela, según sus propias palabras, ya que allá hubo de tratar con todo tipo de temas; se abría así un mundo de sucesos, de noticias, de historias… que iba a incrementar la imperiosa necesidad de comunicar del joven. En tres años que le duró el trabajo, escribió cerca de millar de artículos con diversos pseudónimos, y tal labor le puso en contacto con las distintas clases y capas sociales. Tres años después, se traslada a París, y allí se convierte en secretario (?) de un escritor, si bien más bien podría decirse en chico de los recados; tal escritor le recomienda a un amigo, el marqués de Tracy, para que le sirva de ayuda, y de este modo el escritor conocerá la vida, y las costumbres, de la aristocracia, y de sus castillos y palacios; más material para sus historias que ya habían comenzado a publicarse en distintos medios; entre otros en Le Matin, cuya directora Colette, abrió las puertas al «p´tit Sim», como ella le llamaba cariñosamente. La aceptación por parte de la célebre escritora, serviría de preámbulo a la posterior apertura del olimpo de las letras a sus novelas populares por parte de un crítico de excepción (y de otras ex: exquisito, exigente), el que luego se convertiría en premio Nobel, André Gide, quien dijese de Simenon «que era el más grande de todos… el más puro novelista que tenemos en nuestra literatura». Muestra de las posturas reacias a su escritura la podemos hallar, de manera ejemplar, en Henry Miller quien de entrada dudaba, sin leerlo, que pudiera haber algo de bueno en libros que se vendían tanto.

Por esas puertas abiertas se iban a colar sus cuatrocientas novelas, sus más de mil relatos breves, escritos con casi una veintena de seudónimos y con su propio nombre. Nada en la vida, al igual que en la escritura, del creador del comisario Maigret, se daba en pequeñas dosis: tres mujeres “legales” (Tigy su primera esposa, la segunda sería Denyse, a la que compartiría, con, y luego abandonaría por la sirvienta Teresa) y más de diez mil amantes, según sus propias declaraciones. Esta característica de batidor de récords también se daría en la cantidad de traducciones de sus obras – codeándose en el ranking con obras como La Biblia o El Quijote -, en la rapidez con la que escribía sus novelas (once días, teniendo en cuenta escritura y corrección) y su exhibicionismo (escritura en un escaparate para que le pudiesen observar en acción y así certificar la rapidez de su creación de libros); este exhibicionismo traspasaría el campo de la escritura para penetrar en los pagos del clásico bon vivant: grandes comidas, fumadas varias – en pipa y puros -, litros de alcohol, y juergas sin cuento (por ejemplo, en su barco fondeado en el Sena). Así era este “industrial de la escritura” este “artesano” (según sus propias confesiones, igual que los artesanos trabajan todos los días, lo mismo hacía él con su tarea de escribir), este ser que era una verdadera “máquina de escribir” (y por lo que se ve, de otras cosas).

Se ha solido achacar a su enorme velocidad a la hora de escribir un cierto descuido en su prosa, y unos recursos tanto sintácticos como léxicos un tanto limitados, podría objetarse, no obstante, que su afán de plasmar situaciones tan reales como la vida misma hacen que los defectos recién mentados son en cierto sentido una estrategia bien estudiada – y quizá causa del éxito – con el fin de hacer que los lectores se vean cogidos por unos personajes que bien pudieran ser ellos mismos. Personas en crisis, cuya existencia da un giro repentino, haciendo que la normalidad se transforme en algo completamente opuesto… la tristeza, la soledad, acompañarán a los personajes de Simenon, hombres grises cuya existencia se verá de pronto trastornada y llevada a rozar los límites y los precipicios que separan el comportamiento normal y el patológico y/o el delictivo. ¿Cómo se convierte uno en criminal? Sera así la pregunta que acompañe a la escritura de Simenon y a quien se arrime a sus obras. Protagonistas de historias que llevan consigo un universo propio y la conciencia de su resquebrajamiento, y que avanzan por las geografías que recorrió el propio escritor (Lieja, París, La Rochelle, el mar del Norte, Concarneau, Delfzijl, Fécamp, Furnes, Batum, pequeñas ciudades norteamericanas o suizas, etc.).Todo ello con un estilo llano y claro, alejado de cualquier forma de prosa rimbonbante, y de cualquier forma de vocabulario alambicado. Prosa eficaz que arrastra – quizá malgré Simenon – al lector sin pausa hacia lo más profundo de los humanos, a las fibras éticas, con una mirada pelín amoral, como en una nebulosa de indiferencia hacia el mundo y hacia las valoraciones morales, y… no digamos penales, Resulta así que brota en el lector – como en el mismo comisario Maigret – una cierta simpatía (en el sentido más etimológicco del término:

/ padecer con) hacia los seres perseguidos, condenados, exageradamente castigados… sin desgastar las meninges – como sería el caso en los libros de Agatha Christie – o sin llevar ineludiblemente a un fondo social subyacente – como en el caso de los Hammett o Chandler, y otros representantes de la “novela negra” -… Así este escritor tildado como un “anaquista conformista” (Jacques-Charles Lemaire), será el representante de la “novela gris” (Jean-Baptiste Baronian)… Simenon, del mismo modo que Maigret, se pone en la piel del otro, nos desvela sus pensamientos más íntimos, y hace que conozcamos con detalle a estas gentes sencillas y sin doblez… convirténdolos en seres entrañables, como entrañable resulta este “remendador de destinos” llamado Maigret, para quien el bueno de Álvaro Mutis pidiese la creación de un fondo para subirle el sueldo, como nos cuenta Gabriel García Márquez.

Nos hallamos pues ante” un pequeño Balzac para consumo masivo” como dijese hace tiempo José María Valverde, como sostiene también el biógrafo del escritor Pierre Assouline y como argumenta brillantemente en un reciente libro («Simenon, ou la Comédie humaine». France-Empire, 2003) Didier Gallet.

¿Lo mejor de Simenon?

+ Georges Simenon

«La nieve estaba sucia»

Acantilado, 2014.

271 págs. / 20 €.

Si pongo con signos de interrogación el título de este comentario es debido a la duda que queda expresada en la faja del libro: «voces autorizadas consideran esta novela como la mejor de Simenon, y aunque resulta difícil elegir, cabe afirmar que se trata de una obra maestra», y es que ciertamente en lo que alcanzo estamos en una de las novelas más logradas entre las logradas novelas del belga.

Las novelas de detectives, de género negro, de investigación (sin entrar en necesarias precisiones y distinciones) tuvieron ciertos problemas para hacerse hueco en los altares de la literatura con mayúsculas, al ser consideradas como género menor, apto para pasar el rato sin más; significativa, en este orden de cosas, era la opinión que le merecía Simenon a Henry Miller quien – junto a encendidos elogios – desconfiaba de la escritura del belga ya que no podía ser bueno algo que se vendía tanto. No obstante, las puertas de las letras se le abrieron muy en particular al creador de Maigret de la mano de Colette y de André Gide, y posteriormente no dejaron de lloverle los elogios de sus pares (Walter Benjamín, García Märquez, Álvaro Mutis, John Banville, William Faulkner, o Federico Fellini que le llamaba «gran Simenon» en contraposición al «p´tit Sim» con que le trataba la nombrada Colette), haciendo disfrutar sus libros a millones de lectores por todo el mundo. La razón del éxito estriba tal vez en que sus historias no nos hacen agotar las meninges en la solución de enigma alguno, al modo de Ágata Christie, ni nos salpica con ciertas pinceladas sociales (a lo Hammet o Chandler), sino que nos arrastra al corazón de los humanos, allá en donde se urden las mayores, y menores, tropelías; me atrevería a señalar ciertos parecidos de familia con Patricia Highsmith, al caminar por terrenos borrosos en los que los lindes que separan las conductas plausibles con las despreciables son finos… como el filo de una navaja, pagos propios de la ambigüedad, que hacen que quien se acerque a las historias sentirá cierta inquietud al verse en el pellejo de gente de comportamiento nada ejemplar.

El bulímico escritor nos alcanza desde la primera página, de este libro publicado inicialmente en 1948, en la que ya se inicia la acción y la presentación de un ambiente en el que imperan los seres amorales, sin límites a sus impulsos, pasiones y deseos; aspectos de los que por otra parte tienen a gala campanearse ente los demás como en una competición permanente. Allá la muerte parece ser un acto gratuito, ya sea por delinquir pura y llanamente o ya sea con ciertos visos de intencionalidad política. Estamos en una ciudad ocupada por los nazis y las cosas no son fáciles para la población, ya que el hambre acucia. La banda de amigos frecuentan los mismos tugurios y la madre de uno de ellos regenta un prostíbulo que tiene como tapadera, que no tapa nada, un salón de manicura. El hijo de Lotte, la rectora del piso, Frank, mantiene relaciones peligrosas, tanto dentro de la casa y el vecindario, como con quienes viven colaborando con quien más les convenga (entre colaboración y resistencia, aunque más bien con los primeros que hacen la vista gorda, se benefician y facilitan la vida a los colaboradores), y su introducción en tales ambientes le conduce a una situación en la que su ostentación de distintos privilegios, monetarios y otros, le acarrea el odio y aislamiento por parte de sus vecinos y conciudadanos. Su comportamiento, no obstante, parece que le arrastra hacia la expiación de su culpa. Y… no hay bien (?) que dure mucho tiempo, y quien mal empieza… mal acaba; tras el delito, la culpa y la expiación; el difícil oficio de ser hombre.

La atención constante que exige la lectura de la novela nos conduce a ver que estamos ante una novela realmente importante y con una invitación a la reflexión francamente potente.