Por Iñaki Urdanibia

Impresionante, amplio y minucioso fresco de los tiempos de dominación estalinista.

Es obvio que a nadie se le puede, ni se le debe, valorar por sus padres, no pocas veces en la vida se dan discordancias que hacen que los hijos se muevan en las antípodas ideológicas o políticas de las de sus padres, dicho lo cual sí que resulta pertinente ver el destino de los padres como profunda marca en la trayectoria vital de los hijos; es el caso del escritor del que hablo, Vasili Aksiónov (Kazán, 1932-Moscú, 2009) ya que sus padres eran Pavel Aksiónov y Eugenia Ginzburg, ambos fueron detenidos cuando el muchacho no llegaba los cinco años. En vez de dejarlo en manos de sus abuelos, las autoridades juzgaron más oportuno ingresarle en un orfanato ya que siendo sus padres enemigos del pueblo, no era adecuado dejarlo con los abuelos que seguramente algo tendrían que ver en la orientación supuestamente opositora de sus padres. Al final, un tío suyo, hermano de su padre, tras una tenaz búsqueda halló el orfanato en que se encontraba el niño y logró que le dejaron irse con él y su familia; con ellos estuvo hasta que su madre, Eugenia Ginzburg acabó el cumplimiento de su condena, en 1948, y logró que dejasen a su hijo fuese a vivir con ella al lugar en donde tenía fijada, forzosamente, su residencia: en Magadán, en plena Kolymá. Allá concluyó sus estudios el muchacho para después estudiar medicina en Leningrado: después de tres años de ejercer la profesión médica optó por dedicarse a la escritura, logrando desde su inicio un amplio éxito en lo que hace a lectores y críticas. No fue su trayectoria un camino de rosas ya que tras los éxitos iniciales vinieron los obstáculos de la celosa censura, siendo prohibidas o censuradas algunas de sus obras en las que se dejaban ver no veladas críticas al poder en curso. Viendo que su situación resultaba cada vez más insostenible, decidió emigrar a Estados Unidos, decisión que llevó a la práctica y que le supuso ser despojado de su ciudadanía soviética. Allá ejerció de profesor en varias universidades, combinando tal actividad con la crítica literaria, hasta que en 1990 le fue devuelta su estatus de ciudadano ruso, regresando a su país y publicando sus escritos sin problemas. Los premios fuera de las fronteras de su país no faltaban, como tampoco los que recibió en su propia tierra.

Más adelante, publicaría su trilogía, «Una saga moscovita», editada en castellano por Navona Editorial, en traducción del ruso por Marta Rebón (me llama la atención, no obstante, que en los créditos que se exponen al final del volumen conste el nombre de Actes Sud, supongo que será debido a que tienen los derechos de la novela para el extranjero; la traductora lo es también de Vida y destino de Grossman y de El doctor Zhivago de Pasternak), habiendo visto su segunda edición este mismo año. Originalmente fue publicada en 1989, 1993 y 1994, obteniendo un notable éxito de lo que es muestra el que se realizasen varias versiones televisivas. Es más la obra surgió a raíz de un encargo que una televisión norteamericana para que realizase un guión sobre la vida cotidiana en los tiempos de Stalin, proyecto que al final no vio la pantalla, ni la pequeña ni las grandes, pero que hizo que Aksiónov fuese acumulando páginas que al final le sirvió para escribir su telenovela del stalinismo.

Vaya por delante un aviso a navegantes que ante la magnitud de la tarea, más de mil páginas, se espante; craso error, ya que a pesar de la amplia extensión del libro a nadie se le caerá de las manos… más vale ya que en caso contrario, teniendo en cuenta el peso del volumen publicado en una cuidada edición en tela, el pie podría resultar dañado; diría más es precisamente la extensión la que hace gozar de la novela que en su combinación de personajes reales (Beria, Molotov, Lenin, Bujarin, Zhukov, Rikov, Radeck, Bulgakov, Mayakovski… o el propio Stalin, claro, nombrado como la cucaracha) y ficticios, cubiertos a veces por figuras de un certero bestiario, que se mueven en medio de situaciones reales y en delirantes y absurdas como en El maestro y la margarita de Mijail Bulgákov, haga que el afán lector atienda con encendido deseo el paso de las páginas.

Por medio del seguimiento de la familia Grádov, de orígenes burgueses, a lo largo de tres generaciones, abarcando desde la muerte de Lenin a la de Stalin (de 1925 a 1953), se narran las posturas contrapuestas en el seno de dicha familia, y se ofrece una visión panorámica de las dificultades que tenían, muy en concretos los escritores y otra gente dedicada a tareas culturales, para poder crear en el ambiente asfixiante que se vivía en los duros tiempos del mandato de Stalin, represión de la que fueron objeto los propios padres del escritor y de rebote él mismo.

En la medida que avanza la lectura se va llegando al convencimiento de que unir la obra, aun sabiendo que son palabras mayores, con títulos como Guerra y paz de Lev Tólstoi, El maestro y Margarita de Mijaíl Bulgakov, Vida y destino de Vassili Grossman, El deshielo de Ilya Ehrenburg o Doctor Zhivago de Boris Pasternak no resulta desproporcionado de ninguna de las maneras, ya que destellos de todas ellas irrumpen a lo largo de las páginas, en la medida en que nos va siendo entregada una visión de la vida en aquellos años con una mirada amplia de la que no escapan los grandes acontecimientos y los detalles de menos relevancia general. Este propósito de abarcar todo, o casi, no hace que se cumpla aquello de que quien mucho abarca poco aprieta y que en estas saga, ya que Aksiónov aprieta lo justo para que la lectura sirva para hacernos entrar en la atmósfera inquietante de la época, haciendo que se contagie el desasosiego y el temor en el que viven no pocos de los personajes que pueblan las páginas del libro, sometidos por otra parte a las decisiones delirantes de la poderosa burocracia que en su afán uniformizador y cuadriculado imponía normas hasta en el lenguaje preciso que se debía utilizar para que coincidiesen con el habla proletaria, del mismo modo que la ciencia (Lyssenko) o el arte (Zhanov) debían serlo.

Tres partes componen la obra: La generación del invierno, Guerra y prisión y Prisión y paz, y a través de ellas vamos entrando en la vida de la familia del prestigioso cirujano Borís Nikítovich y su esposa Mary Vajtángovna, pianista consumada dedicada a las labores domésticas, y de sus hijos Nikita – joven oficial superior del Ejército rojo -, Kiril y Nina, y viendo los avatares a los que les empujaron las circunstancias de la vida: el primero objeto de la persecución por sus supuestas posturas heterodoxas a pesar de lo que más adelante sería movilizado y convertido en héroe a raíz de la segunda guerra mundial, el segundo defensor acérrimo del régimen soviético y de las decisiones de la nomenklatura y la pequeña dedicada a algunos escarceos en el mundo de la poesía; penetramos en las tensas discusiones que se dan en el seno familiar y las rígidas posturas que hacen confesar que antes del amor a la familia ha de estar el amor al partido y a sus decisiones por inconvenientes que puedan parecer. Planea en todo momento el ojo siempre vigilante del omnipresente Partido, ojo del poder aumentado por los fieles, por los atemorizados y por quienes trataban de librarse cargando acusaciones en otros lo que significaba un potente parachoques además de suponer el sumar enteros en su valoración. La paranoia galopante de la que era muestra las políticas represivas del gobierno, se traducía en masivas purgas con sus correspondientes procesos montados a medida con el fin de que funcionasen las condenas y la confirmación de las alucinantes acusaciones. En la siniestra Lubianka se acumulaba el trabajo para forzar las debidas confesiones que debían de ir acompañadas de la implicación de otros, en busca de la imaginada organización anti-soviética; ante el trajín que rodeaba al lugar los ciudadanos optaban por evitar la cercanía de la zona y temblar ante la marcha de las furgonetas de la NKVD, y el respiro posterior al comprobar que, al menos en aquella ocasión, no iban a por uno. Sí que fueron, como ya ha quedado nombrado, a por el más acérrimo defensor del régimen que acabo dando con sus huesos en la célebre Kolymá, del mismo modo que también alcanzó la detención, y el encierro carcelario del hermano mayor, Nikita y de su mujer. Así pues, toda la familia, al igual que otras muchas, se vieron involucradas en el torbellino que agitaba el país y que llegaba a su punto más álgido en el enfrentamiento que se daba entre la línea oficial de Stalin y la oposición que seguía a su líder Trotski. No se ha de obviar que el escritor usa la simpatía y la compasión hacia quienes resultaron víctimas de una vida infame, mientras que no muestra el más mínimo sentido de la piedad, y la comprensión, hacia los responsables del partido y la represión, a los que nombra con significativos y despectivos motes (nombres de guerra, podríamos decir, creados para la ocasión)… con capítulo aparte dedicado al obseso y pedófilo Beria, el Tirano, que seleccionaba a jovencitas para interrogarlas él mismo en persona, o las precisiones detalladas acerca de los problemas gástricos del secretario general.

Ante las historias que narra el libro pudiera entrar la tentación de exclamar: otra obra más sobre la represión estalinista, propósito poco a propósito ya que en la literatura se ha de tener en cuenta además de lo que se narra, el punto de vista desde el que se hace, y la forma que se da a lo que se relata y en este sentido la maestría de quien fuese considerado como el creador de la nueva narrativa rusa (de él dijo el novelista Dmitri Bíkov que «su aportación a la literatura rusa no solo fue grande; fue determinante»), erigiéndose en la voz de toda una generación de escritores como señala la traductora en su introducción. Una óptica que parte del interior de una familia, con sus momentos de intimidad, sus risas y sus penas, para ampliarla a la generalidad del país, con una ironía afilada que casa con un desenfadado humor que comparte con algunos de los propios protagonistas, y con algunos momentos de brillante expresión lírica que no desentona con una prosa directa y precisa.

La obra resulta a todas luces recomendable sin que haga falta avisar de que no resulta apta, obviamente, para paleostalinistas y similares. Como dijese el otro: aunque amarga la verdad… y en su senda afirmase alguien a la que le tocó vivir situaciones de agitadas tempestades, Nadine Gordimer: «La verdad no siempre es bonita, pero el hambre de ella sí.»