Por Iñaki Urdanibia
«De pronto ese hombre da cumplimiento a algo que nos está negado a todos nosotros. No vive sólo el tiempo de su existencia propia, porque lo que creó y realizó sobrepasa la existencia de todos nosotros y la vida de nuestros hijos y nietos. Ha vencido la inmortalidad del hombre y ha forzado los límites en que, por lo común, nuestra vida queda encerrada inexorablemente»
El gran escritor vienés celebrado en vida – el 28 de noviembre se cumplían ciento cuarenta años de su nacimiento – y después, desbordaba la faceta de las letras para convertirse en guía espiritual para algunos. Este ciudadano del mundo, fue un pasador de cultura tanto por sus traducciones como por algunos de sus estudios que dieron a conocer a los lectores germanoparlantes autores de otras áreas idiomáticas: Baudelaire, Balzac, Tólstoi, Dostoievski, Romain Rolland, Verlaine, Dickens, Verhaeren, Rimbaud, etc., etc., etc. Impagables resultan sus trilogías dedicadas a Hölderlin-Kleist-Nietzsche y a Balzac-Dickens-Dostoievski. Viajero incansable y curioso impenitente se dedicó además de a cazar almas (así lo calificaba su amigo Romain Rolland: cazador de almas) como puede verse en sus novelas y relatos (La novela de ajedrez, La impaciencia del corazón, Confusión de sentimientos, por citar algunas de las más potentes, a mi juicio) dedicados a desvelar algunos momentos estelares de la humanidad y a biografiar a algunas figuras destacadas de la historia de la humanidad.
En el caso de estas últimas y siguiendo con la encomiable labor de presentar la totalidad de la obra del escritor, emprendida por Acantilado, ahora le toca el turno a «Biografías», un estuche que contiene dos volúmenes superando entre los dos las dos mil quinientas páginas. En el primero de ellos se reúnen Triunfo y tragedia de Erasmo de Róterdam, Magallanes, el hombre y su gesta, María Estuardo y María Antonieta; en el segundo: Fouché, retrato de un hombre político, Marceline Desbordes-Valmore. Biografía de una poeta, Balzac, una biografía, Émile Verhaen y Romain Rolland.
Lejos del quehacer propio de los biógrafos anglosajones y de los trabajos académicos, siempre en busca del rigor al suministrar los datos, fechas y demás, las biografías de Zweig van más por el camino de los retratos ideológicos, buscando la significación de los personajes retratados y deteniéndose en el peso e influencia que tuvieron en su tiempos y en la posteridad; siempre con una prosa y estilo más cercanos al registro novelesco y dramático; puede hablarse de biografías noveladas, que se limitan, sin pretensiones de totalidad, a entregar pinturas de escenas de la vida, momentos que resultan esenciales e la existencia de los biografiados, al suponer cierta variación en la trayectoria de estos. La mirada de Zweig abarca cinco siglos y en ellas se ve además de lo dicho, la propia visión del mundo del propio autor. Como puede verse el abanico es variado, y así junto a figuras de relieve histórico, se permite dedicar un par de ellas, las dos últimas, a íntimos amigos suyos: la del poeta Verhaen, que ofrecía a Europa, según Zweig, «una profesión de fe en el porvenir», y la de Romain Rolland, destacado universalista humanitario. Pretendía el vienés, ofrecer unos textos que se pudiesen consumir como el pan, apto para todos los humanos, mas siempre con un propósito ilustrado, al pretender ir elevando el nivel moral de los lectores. Para lograr tal propósito su prosa alcanza cotas de absoluta nitidez que no presenta dificultad a ningún lector, por muy ajeno a la lectura de libros que este sea.
Para Zweig el género biográfico era el que mejor se prestaba a su propósito humanista en los tiempos de tormenta que le tocaron padecer, visitando hombres ejemplares (y mujeres), centrándose en los instantes decisivos que supusieron un giro en su obra, y subrayando el carácter alternativo de ellos; me atrevo, cambiando todo lo que haya de cambiarse, a relacionar su enfoque con aquello que dijese Roland Barthes en su Sade, Fourier, Loyola, sobre la figura de los logotetas, creadores de nuevos lenguajes; hablaba Zweig de bautizadores del mundo. Combina el autor lo anterior con su propia biografía, destacando aquellos aspectos que le influenciaban o le interesaban a él mismo. Vidas ejemplares y lo contrario, ya que de todo hay: así la figura de Fouché es asociada a la bajeza y carácter crápula de la actividad política, politiquera oportunista y taimada, siendo su lectura un indicador para él de algunos aspectos a los que se ha de poner remedio. Eso sí, figuras todas ellas tocadas por el genio, escudriñando en los misterios del genio creador («nosotros nos hemos propuesto investigar el esfuerzo supremo y más noble del que es capaz la humanidad: la creación artística»). Al contrario que al anterior están las figuras de Honoré Balzac, quien en su Comedida humana, ha querido, y logrado, analizar «químicamente todos los fardos y mixturas del rostro social…pretendiendo pintar el verdadero pulso de la vida». Describe la fabricación de tipos, y la variedad de temperamentos y de caracteres que logra el francés. Y en el caso de éste puede verse lo antes indicado: no solo la identificación y admiración que Zweig profesaba hacia el autor sino también la voluntad de acceder a todas las mentes de sus posibles lectores. De la coyuntura de sus creaciones biográficas, se puede extraer la relación con los tiempos vividos, como puede verse de manera clara y distinta en sus acercamientos, digamos que, filosóficos: los de Erasmo y el que cierra el ciclo, la de Montaigne [allá se lee: «Montaigne ha llevado a cabo la tentativa más difícil que existe en la tierra: vivir por sí mismo, ser libre y serlo cada vez más… un hombre que siempre ha permanecido libre de prejuicios y de toma de partido, fuera de facciones, insensible a las ganancias y la gloria, convirtiéndose en el mediador ideal»], ambas como una encendida requisitoria contra el nazismo y la barbarie, siempre moviéndose en el terreno del espíritu, de la cultura, en respuesta al fanatismo ambiente, tarea que el de Róterdam, pintado como apóstol de la tolerancia y de la libertad de conciencia, llevaba a cabo con potencia: «es en vano que el pensador pretenda buscar refugio en su torre de marfil, en su meditación; las circunstancias obligan a entrar en la arena, combatiendo a derecha e izquierda…», manteniéndose él, me refiero a Zweig, en un justo medio, alejándose de cualquier forma de obediencia ciega o de fanatismo. Retratos en los que, en unos más que otros, pueden reconocerse aspectos poco respetables, junto a otros esperanzadores, de la Europa de los años treinta. En el caso de Maria Antonieta, a la que llegó al hallar unos textos inéditos en algunos archivos vieneses, pretende ofrecer el retrato de un carácter medio, mera figurante a la que la llegada de la revolución, la va a convertir en heroína malgré elle. Su vida con Luis XVI, tras un matrimonio a los catorce años, pura insatisfacción, hace rastrear a Zweig algunos aspectos de agitación provocados por la insatisfacción sexual (no está de más tener en cuenta la amistad, y admiración que Zweig mantenía con respecto a Freud, de quien, por cierto, leyó el elogio fúnebre). Nada que ver la inadaptación de la reina consorte con Fouché en la medida en que se daba una absoluta incomprensión de la violencia de la historia. Maria Estuardo es el ejemplo de una confrontación de una criminal con las leyes eternas de la psicología. O Magallanes, elogio a un gran hombre, excepcional, que jugó un papel esencial en la historia… ciertamente más allá de las ansias imperialistas de la empresa del navegante portugués… aspecto reseñable al igual que la ausencia absoluta de cualquier mención, no digamos análisis, de las clases sociales, carencias que respondían a la visión de la historia que tenía el vienés, otorgando un papel esencial a los grandes hombres en el avance de la razón, con sus flujos y reflujos.
Los dos últimos homenajeados son contemporáneos suyos, y en cierta medida, almas gemelas, aunque ya se sabe que hasta en las mejores familias… A los dos amigos elogia al considerarles hombres imprescindibles, de los que su implicación hace que se pueda tener alguna esperanza con respecto al futuro de una humanidad reconciliada. Con ambos se inició la relación y la estrecha amistad a raíz de los contactos que estableció ellos de cara a traducir sus obras.
Resalta con respecto a Émile Verhaeren más que el modelo literario, el modelo moral, representando en sus poemas la perfecta adecuación de la literatura y la vida; esto es lo que provocó su afección apasionada hacia el belga. Fue recién terminados sus estudios cuando Zweig descubre al poeta y se dirige a él para pedirle permiso para traducir sus poemas al alemán. La obra de este es el contramodelo de la modernidad vienesa, con su escepticismo, que para Zweig suponía una asfixia, una auténtica prisión; por el contrario le atraían más las corrientes cósmicas, y muy en concreto la de Verhaeren que se movía bajo el patronazgo de Zaratustra, «es preciso llevar en sí un caos, para poder ofrecer al mundo una estrella danzante». Ese espíritu de domar el caos fusionando en la infinitud, el yo y el mundo, en busca de la reconciliación… es lo que atrae a Zweig en esos tiempos de crisis en los que cobra neta pertinencia el verso del belga: «estoy absolutamente perdido».
Con respecto al segundo, Romain Rolland, francés y premio Nobel de literatura y autor del soberbio alegato anti-belicista Más allá de la contienda, la amistad duró una treintena de años; a él le calificaba de maestro y amigo. A los dos les unía el deseo de «restablecer la síntesis armoniosa de la humanidad», confiando en la fuerza de las ideas. La apuesta del francés era exigir el derecho a que todos los hombres pudiesen disfrutar de una vida digna, con sus necesidades materiales cubiertas, condición primera para que pudiesen desarrollar en toda su integridad sus capacidades intelectuales. Las ideas bien pensadas provocaban una fuerza que podía irradiar a otros humanos; es lo que propusieron, a iniciativa del francés, los firmantes de la declaración «la independencia del espíritu»… Desacuerdos entre ambos los hubo, y en algunos casos de hondura, en especial los relacionados con la consideración de amigos a los combatientes de otros países, trato que Rolland rechazaba; el francés se implicaba y se pronunciaba con respecto a lo que acontecía en el mundo mientras que el vienés guardaba silencio o a lo más se pronunciaba solapadamente a través de sus escritos, y nada digamos con respecto a sus dispares posicionamientos en lo que hace a la valoración de la URSS. No caeré en la expeditiva, y simplificadora, afirmación de Engels de que no se piensa igual habiendo nacido en una palacio que en una chabola… pero bueno.
—————————————————————————————————————
* Es lástima, aun sabiendo que todo no es posible, que se haya descartado su Montaigne, en el que retrataba la figura del bordelés, al tiempo que se detenía en sus Ensayos, última obra que escribió y cuya lectura, la del autor nombrado, le acompañó en sus días postreros, como figura que mostraba la independencia frente al espíritu gregario que todo lo invadía. Precisamente en una carta a Rolland, fechada en noviembre de 1914, decía: «en estos días es un honor no estar de acuerdo de ninguna de las maneras con la masa».