Category: STEFAN ZWEIG


Por Iñaki Urdanibia

«De pronto ese hombre da cumplimiento a algo que nos está negado a todos nosotros. No vive sólo el tiempo de su existencia propia, porque lo que creó y realizó sobrepasa la existencia de todos nosotros y la vida de nuestros hijos y nietos. Ha vencido la inmortalidad del hombre y ha forzado los límites en que, por lo común, nuestra vida queda encerrada inexorablemente»

El gran escritor vienés celebrado en vida – el 28 de noviembre se cumplían ciento cuarenta años de su nacimiento – y después, desbordaba la faceta de las letras para convertirse en guía espiritual para algunos. Este ciudadano del mundo, fue un pasador de cultura tanto por sus traducciones como por algunos de sus estudios que dieron a conocer a los lectores germanoparlantes autores de otras áreas idiomáticas: Baudelaire, Balzac, Tólstoi, Dostoievski, Romain Rolland, Verlaine, Dickens, Verhaeren, Rimbaud, etc., etc., etc. Impagables resultan sus trilogías dedicadas a Hölderlin-Kleist-Nietzsche y a Balzac-Dickens-Dostoievski. Viajero incansable y curioso impenitente se dedicó además de a cazar almas (así lo calificaba su amigo Romain Rolland: cazador de almas) como puede verse en sus novelas y relatos (La novela de ajedrez, La impaciencia del corazón, Confusión de sentimientos, por citar algunas de las más potentes, a mi juicio) dedicados a desvelar algunos momentos estelares de la humanidad y a biografiar a algunas figuras destacadas de la historia de la humanidad.

En el caso de estas últimas y siguiendo con la encomiable labor de presentar la totalidad de la obra del escritor, emprendida por Acantilado, ahora le toca el turno a «Biografías», un estuche que contiene dos volúmenes superando entre los dos las dos mil quinientas páginas. En el primero de ellos se reúnen Triunfo y tragedia de Erasmo de Róterdam, Magallanes, el hombre y su gesta, María Estuardo y María Antonieta; en el segundo: Fouché, retrato de un hombre político, Marceline Desbordes-Valmore. Biografía de una poeta, Balzac, una biografía, Émile Verhaen y Romain Rolland.

Lejos del quehacer propio de los biógrafos anglosajones y de los trabajos académicos, siempre en busca del rigor al suministrar los datos, fechas y demás, las biografías de Zweig van más por el camino de los retratos ideológicos, buscando la significación de los personajes retratados y deteniéndose en el peso e influencia que tuvieron en su tiempos y en la posteridad; siempre con una prosa y estilo más cercanos al registro novelesco y dramático; puede hablarse de biografías noveladas, que se limitan, sin pretensiones de totalidad, a entregar pinturas de escenas de la vida, momentos que resultan esenciales e la existencia de los biografiados, al suponer cierta variación en la trayectoria de estos. La mirada de Zweig abarca cinco siglos y en ellas se ve además de lo dicho, la propia visión del mundo del propio autor. Como puede verse el abanico es variado, y así junto a figuras de relieve histórico, se permite dedicar un par de ellas, las dos últimas, a íntimos amigos suyos: la del poeta Verhaen, que ofrecía a Europa, según Zweig, «una profesión de fe en el porvenir», y la de Romain Rolland, destacado universalista humanitario. Pretendía el vienés, ofrecer unos textos que se pudiesen consumir como el pan, apto para todos los humanos, mas siempre con un propósito ilustrado, al pretender ir elevando el nivel moral de los lectores. Para lograr tal propósito su prosa alcanza cotas de absoluta nitidez que no presenta dificultad a ningún lector, por muy ajeno a la lectura de libros que este sea.

Para Zweig el género biográfico era el que mejor se prestaba a su propósito humanista en los tiempos de tormenta que le tocaron padecer, visitando hombres ejemplares (y mujeres), centrándose en los instantes decisivos que supusieron un giro en su obra, y subrayando el carácter alternativo de ellos; me atrevo, cambiando todo lo que haya de cambiarse, a relacionar su enfoque con aquello que dijese Roland Barthes en su Sade, Fourier, Loyola, sobre la figura de los logotetas, creadores de nuevos lenguajes; hablaba Zweig de bautizadores del mundo. Combina el autor lo anterior con su propia biografía, destacando aquellos aspectos que le influenciaban o le interesaban a él mismo. Vidas ejemplares y lo contrario, ya que de todo hay: así la figura de Fouché es asociada a la bajeza y carácter crápula de la actividad política, politiquera oportunista y taimada, siendo su lectura un indicador para él de algunos aspectos a los que se ha de poner remedio. Eso sí, figuras todas ellas tocadas por el genio, escudriñando en los misterios del genio creador («nosotros nos hemos propuesto investigar el esfuerzo supremo y más noble del que es capaz la humanidad: la creación artística»). Al contrario que al anterior están las figuras de Honoré Balzac, quien en su Comedida humana, ha querido, y logrado, analizar «químicamente todos los fardos y mixturas del rostro social…pretendiendo pintar el verdadero pulso de la vida». Describe la fabricación de tipos, y la variedad de temperamentos y de caracteres que logra el francés. Y en el caso de éste puede verse lo antes indicado: no solo la identificación y admiración que Zweig profesaba hacia el autor sino también la voluntad de acceder a todas las mentes de sus posibles lectores. De la coyuntura de sus creaciones biográficas, se puede extraer la relación con los tiempos vividos, como puede verse de manera clara y distinta en sus acercamientos, digamos que, filosóficos: los de Erasmo y el que cierra el ciclo, la de Montaigne [allá se lee: «Montaigne ha llevado a cabo la tentativa más difícil que existe en la tierra: vivir por sí mismo, ser libre y serlo cada vez más… un hombre que siempre ha permanecido libre de prejuicios y de toma de partido, fuera de facciones, insensible a las ganancias y la gloria, convirtiéndose en el mediador ideal»], ambas como una encendida requisitoria contra el nazismo y la barbarie, siempre moviéndose en el terreno del espíritu, de la cultura, en respuesta al fanatismo ambiente, tarea que el de Róterdam, pintado como apóstol de la tolerancia y de la libertad de conciencia, llevaba a cabo con potencia: «es en vano que el pensador pretenda buscar refugio en su torre de marfil, en su meditación; las circunstancias obligan a entrar en la arena, combatiendo a derecha e izquierda…», manteniéndose él, me refiero a Zweig, en un justo medio, alejándose de cualquier forma de obediencia ciega o de fanatismo. Retratos en los que, en unos más que otros, pueden reconocerse aspectos poco respetables, junto a otros esperanzadores, de la Europa de los años treinta. En el caso de Maria Antonieta, a la que llegó al hallar unos textos inéditos en algunos archivos vieneses, pretende ofrecer el retrato de un carácter medio, mera figurante a la que la llegada de la revolución, la va a convertir en heroína malgré elle. Su vida con Luis XVI, tras un matrimonio a los catorce años, pura insatisfacción, hace rastrear a Zweig algunos aspectos de agitación provocados por la insatisfacción sexual (no está de más tener en cuenta la amistad, y admiración que Zweig mantenía con respecto a Freud, de quien, por cierto, leyó el elogio fúnebre). Nada que ver la inadaptación de la reina consorte con Fouché en la medida en que se daba una absoluta incomprensión de la violencia de la historia. Maria Estuardo es el ejemplo de una confrontación de una criminal con las leyes eternas de la psicología. O Magallanes, elogio a un gran hombre, excepcional, que jugó un papel esencial en la historia… ciertamente más allá de las ansias imperialistas de la empresa del navegante portugués… aspecto reseñable al igual que la ausencia absoluta de cualquier mención, no digamos análisis, de las clases sociales, carencias que respondían a la visión de la historia que tenía el vienés, otorgando un papel esencial a los grandes hombres en el avance de la razón, con sus flujos y reflujos.

Los dos últimos homenajeados son contemporáneos suyos, y en cierta medida, almas gemelas, aunque ya se sabe que hasta en las mejores familias… A los dos amigos elogia al considerarles hombres imprescindibles, de los que su implicación hace que se pueda tener alguna esperanza con respecto al futuro de una humanidad reconciliada. Con ambos se inició la relación y la estrecha amistad a raíz de los contactos que estableció ellos de cara a traducir sus obras.

Resalta con respecto a Émile Verhaeren más que el modelo literario, el modelo moral, representando en sus poemas la perfecta adecuación de la literatura y la vida; esto es lo que provocó su afección apasionada hacia el belga. Fue recién terminados sus estudios cuando Zweig descubre al poeta y se dirige a él para pedirle permiso para traducir sus poemas al alemán. La obra de este es el contramodelo de la modernidad vienesa, con su escepticismo, que para Zweig suponía una asfixia, una auténtica prisión; por el contrario le atraían más las corrientes cósmicas, y muy en concreto la de Verhaeren que se movía bajo el patronazgo de Zaratustra, «es preciso llevar en sí un caos, para poder ofrecer al mundo una estrella danzante». Ese espíritu de domar el caos fusionando en la infinitud, el yo y el mundo, en busca de la reconciliación… es lo que atrae a Zweig en esos tiempos de crisis en los que cobra neta pertinencia el verso del belga: «estoy absolutamente perdido».

Con respecto al segundo, Romain Rolland, francés y premio Nobel de literatura y autor del soberbio alegato anti-belicista Más allá de la contienda, la amistad duró una treintena de años; a él le calificaba de maestro y amigo. A los dos les unía el deseo de «restablecer la síntesis armoniosa de la humanidad», confiando en la fuerza de las ideas. La apuesta del francés era exigir el derecho a que todos los hombres pudiesen disfrutar de una vida digna, con sus necesidades materiales cubiertas, condición primera para que pudiesen desarrollar en toda su integridad sus capacidades intelectuales. Las ideas bien pensadas provocaban una fuerza que podía irradiar a otros humanos; es lo que propusieron, a iniciativa del francés, los firmantes de la declaración «la independencia del espíritu»… Desacuerdos entre ambos los hubo, y en algunos casos de hondura, en especial los relacionados con la consideración de amigos a los combatientes de otros países, trato que Rolland rechazaba; el francés se implicaba y se pronunciaba con respecto a lo que acontecía en el mundo mientras que el vienés guardaba silencio o a lo más se pronunciaba solapadamente a través de sus escritos, y nada digamos con respecto a sus dispares posicionamientos en lo que hace a la valoración de la URSS. No caeré en la expeditiva, y simplificadora, afirmación de Engels de que no se piensa igual habiendo nacido en una palacio que en una chabola… pero bueno.

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* Es lástima, aun sabiendo que todo no es posible, que se haya descartado su Montaigne, en el que retrataba la figura del bordelés, al tiempo que se detenía en sus Ensayos, última obra que escribió y cuya lectura, la del autor nombrado, le acompañó en sus días postreros, como figura que mostraba la independencia frente al espíritu gregario que todo lo invadía. Precisamente en una carta a Rolland, fechada en noviembre de 1914, decía: «en estos días es un honor no estar de acuerdo de ninguna de las maneras con la masa».

Por Iñaki Urdanibia

No le falta razón a Mauricio Wiesenthal al señalar, entre otras cosas, en el prefacio a los «Diarios» de Stefan Zweig (1881-1942), editados por Acantilado, que »no se puede conocer a Zweig sin acceder a este gran memorial», al igual que se le ha de dar toda la razón de las ventajas de los diarios con respecto a otros géneros afines en lo que respecta a la primera persona: las confesiones, las memorias, autobiografías, sin obviar la autoficción, etc. Las diferencias surgen en lo que hace a la sinceridad, a la falta de retoque embellecedor. Los diarios muestran la espontaneidad de lo que su autor anota a botepronto sobre los temas más dispares, sin recurrir a reelaboración alguna. Se une así la los escritores del yo: san Agustín, Montaigne, Rousseau, Stendhal, Gide, Kafka, Virginia Woolf, Julien Green o Robert Musil, mas lo hace, necesario resulta reiterarlo, con la espontaneidad y la sinceridad que ofrecen los diarios. Así se expresa el nombrado autor del sustancioso prefacio: «el diario nos otorga un privilegio cuando nos permite situarnos junto al autor y seguir el cauce de su vida.[ Frente a otras maneras de escribir desde/en el yo, añade] que éstas nos lo dan todo interpretado, seleccionado, armado y vertebrado, digerido y filtrado por el autor.

Pues bien, del autor de la bella nouvelleLa novela de ajedrez, o las inquietantes Confusión de sentimientos y La impaciencia del corazón, de sagaces biografías y ensayos, ven ahora la luz, como señalaba, sus Diarios. Las entradas abarcan desde 1912 a 1940 y abordan cuestiones de índole personal, filias y fobias, como a aquellas que conmovían a la comunidad de los humanos en las contiendas dichas mundiales. Las primeras anotaciones corresponden a los momentos en los que ya comenzaba a triunfar como escritor y los años de la primera guerra mundial (1912-1918), para luego saltar a la década de los treinta retomando la escritura diaria al vislumbrar los oscuros tiempos que se avecinaban; le vemos en Suiza o de viaje a Nueva York, junto a su esposa Lotte, coincidiendo con la invasión alemana de Francia, o el definitivo a Brasil.

Conocemos así al escritor en sus aspectos más íntimos y personales, al conocer sus opiniones sobre los asuntos más dispares y variopintos de la existencia, sus lecturas, sus visitas a países varios, una amplia galería de personajes, muchos de ellos contertulios de los cafés vieneses, al tiempo que no se nos hurtan sus momentos de apatía, abatimiento, desánimo que se alternan con momentos luminosos en los que las noticias acerca de la publicación de sus obras, le inspiran confianza y esperanza. Resultan de interés, en lo que respecta a lo propiamente literario, sus anotaciones acerca de su manera de entender la escritura y su aplicación en sus propios libros. Viajamos con él desde Viena a Munich, Praga, París, Berna, Nueva York o Río de Janeiro, etc., haciéndonos vivir los ambientes de los cafés de su ciudad, o pasear por las calles de París… y conocemos a sus amigos más cercanos como Rainer Maria Rilke, Romain Rolland o Émile Verhaeren. Sus opiniones sobre un amplio abanico de escritores y otros personajes de la época y de tiempos anteriores: Richard Strauss, Alma Mahler, Hofmannsthal, Beethoven, Andréiev, Brönte, Cassirer, Courbet, Flaubert, Freud, Heine, Hesse o Wells, Werfel, Federico II, Karl Liebknecht, etc., etc., etc. Queda claro que el escritor no se guarda nada al emitir juicios y opiniones que se alternan entre el elogio y la critica despiadada: así los varillas del mundo hollywoodiense, en cuyo trato vio la mediocridad encarnada.

Ocupan especial relieve aspectos más personales y hasta picantes, que muestran sus ligues o intentos, siempre guiado por cierto temor al erotismo, miedo que se traduce en el temor de ser dominado por él, y quedar convertido en una marioneta ciega y deseante; sus dotes seductoras quedan expuestas con absoluta claridad, del mismo modo que se observan los frenos que le llevan a no aprovecharse de ellas en el terreno erótico. Planea a lo largo de las notas, el atractivo que las mujeres le producen, las insinuaciones, los guiños, etc, y algunas opiniones un tanto singulares, por decirlo así: «el problema de la condición femenina y la masculina: a nosotros nos mueve la anticipación del placer y la extenuación que acompaña a la consumación; a ellas, el placer retrospectivo, pues les falta imaginación. Las mujeres viven hacia atrás, nosotros hacia adelante, por lo cual ellas, casi siempre tienen mejor memoria». Si su amigo Romain Rolland le calificaba de cazador de almas, aquí queda expuesta dicha faceta tanto en lo que hace a los análisis de los demás como del suyo propio. No está de más, señalar y aplaudir las numerosas notas a pie de página que no sólo informan de cuestiones presentes en el texto sino que añaden sabrosas anécdotas de la vida del escritor.

Ya había mostrado Zweig su pericia como cronista de época, véase su El mundo de ayer, aspecto que sale a relucir con creces en esta ocasión, al presentar, al calor de los hechos, sus crónicas acerca de las dos guerras mundiales, mostrando su balanceo entre la primera en la que animaba a los alemanes, sin dejar de mostrar su hondo desagrado ante el inmenso absurdo de la masacre, que le llevaría a abrazar el pacifismo de su amigo Rolland, a la segunda en la que observa una grave amenaza para Europa, lanzando sus potentes dardos contra Hitler y dejando asomar su desánimo traducido en no merece la pena vivir. Mostrando en todo momento una plena disconformidad contra todo tipo de patrioterismo y una vocación europea sin par, y los temores a que la aplastada Alemania, renaciese años después de la derrota, con su rostro más brutal.

Como ya queda indicado los cameos son abundantes y las opiniones acerca de libros y autores también… Elogios a Rilke, animadas conversaciones con Strauss, lectura, coincidiendo con la primera guerra, del Guerra y paz tolstoiano y la aplicación como un guante a los hechos que se desarrollaban a los impulsos que guiaban a los contendientes.

Y…una soledad creciente que se instalaba en su ser insomne… que descansó definitivamente junto a su esposa en Petrópolis en febrero de 1942, poniendo fin a una vida de vagabundeo, a una vida provisional.

Por Iñaki Urdanibia

No cabe duda de que el escritor vienés (Viena, 1881- Petrópolis, Brasil, 1942) fue un autor prolífico y de indudable éxito en vida y después: como muestra ahí están La novela de ajedrez, Confusión de sentimientos, La impaciencia del corazón, y muchas más, sin obviar sus certeras biografías de políticos, descubridores, escritores, sus ensayos… acerca de los momentos estelares de la humanidad. Si abundantes fueron, como digo, sus obras, igualmente lo fueron sus lecturas, como queda expuesto en el libro suyo que acaba de publicarse: «Encuentros con libros», publicado como prácticamente toda su obra por Acantilado. Treinta y cinco textos en los que se presentan lecturas y asimismo la concepción acerca de los libros y de la lectura que tenía Stefan Zweig.

Los libros como acercamiento al mundo , como acceso a él, y al conocimiento de otras vidas y situaciones con las consiguientes rumias reflexivas, que en no pocas ocasiones pueden servirnos como forma de establecer un balance o un examen acerca de nuestras propias existencias. La aparición del soporte libro supuso una gigantesca ampliación de la realidad, lo cual qué duda cabe que también tuvo un reflejo en la inteligencia de los seres humanos. Precisamente este libro se abre con el relato de una experiencia vivida por el escritor en un viaje desde Italia a Argel y Túnez, cuando a la sazón contaba con veintiséis años. Un joven marinero italiano le propuso que le leyese las cartas que le enviaba su amada, ya que él no podía hacerlo ya que no sabía leer. Este hecho le llevó a reflexionar sobre la importancia de la lectura y de los libros, en concreto; «Quien percibe el inmenso valor de lo escrito, de lo impreso, de lo heredado, ya sea a través de un libro, ya sea a través de la tradición, sonríe compasivo ante la pobreza de ánimo que manifiestan hoy tantas y tantas personas, algunas de ellas ciertamente inteligentes». Frente a las profecías que ya en su tiempo auguraban el pronto fin de los libros, él apuesta por ellos y no se corta a la hora de realizar un encendido elogio de ellos.

Las lecturas propuestas por Zweig, algunas de ellas son presentaciones o prefacios que él realizó a algunas de las obras analizadas, no tienen desperdicio y nos las habemos con Goethe al que se dedican tres artículos, con su amigo Joseph Roth al que dedica dos, otros dos a Thomas Mann, y otros a poetas (Rilke – al que dedica dos ensayos-, Jean Paul, Walt Whitman o Paul Claudel), a obras clásicas (de Rousseau, Balzac y Flaubert) y a algunas que inexplicablemente han sido ignoradas u olvidadas (Witiko, libro que según mantiene viene a ser un retrato del pueblo checo, siendo similar a la Ilíada o al Cantar de los nibelungos en sus respectivos países). Se nota la implicación del autor de estos textos a la hora de leerlos e invitar a que sus artículos puedan servir para que otros accedan a los libros leídos y comentados, si bien tampoco se priva de mostrar su falta de agrado ante algunos escritores de prosa rebuscada hasta el empalago (muy en concreto, Jean Paul y también Jeremías Gotthelf), «ambos resultan demasiado prolijos, demasiado extensos y demasiado farragosos», con un ritmo de coche de caballos que no era apropiado a los tiempos del ferrocarril, lo que no quita para que afirme a continuación que no dejará de intentar su lectura ya que es consciente de que la lectura a veces exige esfuerzo; igualmente salta a la vista su prosa cuidada que es marca de la casa.

Con respecto a Goethe subraya la unidad que posee su obra a pesar de la amplitud de los temas tratados y los registros adoptados, lo que no significa, sino al contrario, de que cada cual ha de buscar su Goethe («me divido, queridos míos, pero sigo siendo único») ya que en la obra del alemán hay como en botica, de todo pero delicatessen, para ese gran escritor que mantenía que «la sustancia poética es la sustancia de la propia vida»; tampoco faltan recomendaciones sobre las biografías más aconsejables para conocer la trayectoria de este poeta y pensador, en el que confluían como un guante ambas facetas. De analizar tales aspectos tratan los textos en los que se rastrea la poética de aquel que trataba de « articular lo infinito, abarcar lo inabarcable».

Propone volver a los cuentos, y ve a unos niños leyendo los viajes de Gulliver lo que le lleva a recordar que él los había leído cuando tenía la edad de ellos, lo que le arrastra a recordar Robinson Crusoe, y la Biblia, de la que aclara que se puede dar dos lecturas: la meramente literaria y la de los creyentes que toman el texto como verdad revelada; subraya el hecho de que no pocas personas al dejar de creer arrinconan tal texto, lo cual es un craso error, según su punto de vista, pues desentenderse de sus valor literario e histórico. Relatos que nos hacen alejarnos de nosotros mismos al conocer otras experiencias y sentimientos que guardan una potente fuerza y luz interior.

Tampoco faltan sus incursiones por los pagos de la psicología / psicoanálisis, en el diario de una adolescente o en el análisis de El malestar de la cultura de Sigmund Freud, no se ha de olvidar que fue Zweig quien leyó el discurso fúnebre en el entierro de su amigo; o los elogios de los versos de un poeta en busca de Dios, refiriéndose a Angelus Silesius y a Rainer Maria Rilke, considerando a este último el mejor poeta y aclarando que el significado de Dios en este es la «celebración del gozo de la vida que alcanza la plenitud en la palabra».

Hay otros autores y obras que por acá no resultan tan conocidos, pero el que sí que resulta conocido es Joseph Roth, al que define como un tenaz buscador de sentido, como un deraciné, que escribe para «nómadas que conocen el extranjero pero no conocen una patria», libros de una generación que acababa de volver de la guerra; no me extenderé en el análisis que realiza de la novela Job de Roth, narración conmovedora de la historia bíblica que hará que «por una vez, no tendremos que sentir rubor por emocionarnos con una verdadera obra de arte que conmueve el corazón».

No faltan tampoco los elogios hacia Thomas Mann, en cuya prosa sincera de sus textos «no hay nada que se pase por alto, nada que no sea exacto, nada aproximado, nada sobre lo que se guarde silencio, nada que se oculte cobardemente, todo es determinación, rectitud e integridad, todo es diáfano, no queda lugar para la interpretación, para la conjetura», elogiando el vigor de su prosa.

Tampoco es pura filfa el repaso que hace de Las mil y una noches, que le sirve para contextualizar su lectura y la recepción del Oriente en la geografía occidental desde el Renacimiento, el viaje a la, entonces desconocida, América, y… las discordancias entre Shahriar y Sherezade, con incursiones en el don Juan o las hazañas de Barba Azul…  dejando claro que «Las mil y una noches combina la ligereza del cuento con el colorido de las leyendas, fraguándose, no obstante en su interior, una sangrienta tragedia, la lucha de los sexos por el poder, la lucha del hombre por la fidelidad, la lucha de la mujer por el amor, un drama inolvidable, construido por un gran poeta, cuyo nombre ignoramos».

Y más tarde accederemos al Emilio de Jean-Jacques Rousseau, en el que «hay mucha verdad pasada y futura, mucha verdad presente y eterna, porque es un libro que enfrenta al hombre con lo inmortal» y en el que se hace elogio del derechos, de los derechos humanos, a la libertad de movimiento… elogios que no le hacen ocultar aquellos que considera aspectos caducos – debido fundamentalmente a las traducciones a las que se refiere -, destacando que «una educación verdaderamente moderna ha de empezar por el principio, por lo más básico, por reconocer las fuerzas que se agitan en el interior del hombre, y debe culminar, no en el ciudadano, sino, de nuevo, en el propio hombre, un hombre libre».

Y elogios a Byron, Flaubert, Balzac, Whitman o James Joyce, de cuyo Ulises dice que es «un auténtico aquelarre, una misa negra en la que el diablo se burla de nosotros imitando al Espíritu Santo, haciéndose el inocente; algo único. Irrepetible, rabiosamente actual». Y un sabroso acercamiento a Oblómov de Goncharov en El triunfo de la inercia, y como colofón unas pinceladas a la obra de Gorki, subrayando el tránsito «desde las capas mas bajas del proletariado hasta la cumbre de la literatura nos habla de la fuerza elemental de la naturaleza que se refleja en nuestras letras, que se transforma en espíritu, ciencia y conocimiento. Por eso me parecen tan admirables la obra y la heroica figura de este novelista».

Por Iñaki Urdanibia.

Nuevas geografías y el problema de nombrarlas.

El escritor vienés (1881-1942) fue un escritor de éxito, tanto en lo que hace a la novelística, a las biografías (Erasmo de Rotterdam, Verlaine, Rolland, Tolstói, Dostoievski o Montaigne y no sigo por no abusar) sin obviar sus memorias; su amigo, Romain Rolland, le calificase como cazador de almas y qué duda cabe que las hurgó en profundidad y con finura (véase su La confusión de los sentimientos, por nombrar una, o el discurso fúnebre ante la tumba de Sigmund Freud, lo que resulta realmente significativo), en esta ocasión nos traslada al campo de la geografía y hurga en él, desvelando algunas confusiones o malentendidos.

«Américo Vespucio. Relato de un error histórico» (Acantilado, 2019) es una verdadera exploración acerca del personaje que da título al librito, pequeño pero matón, cuyo nombre fue atribuido al Novus Mundus, la competición entablada entre tal protagonista y Cristobal Colón (conste que por lo que se da a entender la relación entre ambos era francamente cordial, y el hijo del segundo se deshacía en elogios hacia el otro), los dimes y diretes acerca de ambos y los errores y malentendidos que surgieron en torno al tema, dejando una estela de leyendas posteriores.

Para unos, el florentino era un gran navegante, un erudito, el amplificator mundi, mientras que para otros fue un estafador y un sinvergüenza. En esta disparidad de valoraciones centra su mirada Zweig y muestra cómo el Nuevo Continente bien podría haberse llamado Alberica (si hubiese tomado el nombre con el que se conocía a Vespucio, Albericus), mas fue la equivocación de un poeta la que dio lugar a la confusión en la atribución del nombre; queda claro que cuando una palabra se pone en marcha, emprende el vuelo y se extiende por doquier, es lo que sucedió.

Antes de entrar en el asunto propiamente dicho, el autor traza el cuadro histórico en que se hallaba el Viejo Continente en el año mil y posteriores: por una parte se deba un desbrujule de aquí te espero marinero, a lo que se ha de sumar el espíritu milenarista y apocalíptico que dominaba a la mentalidad de la época. Se daba, por otra parte, una distinta valoración de Oriente que de ser un lugar – según se pensaba – carente de civilización fue considerado una mina tanto en lo que hace a modos de organización social, a nivel de conocimientos (y de materias primas), lo que condujo a numerosas campañas viajeras hacia allá, amén de las cruzadas, viajes para el este y, también, para el oeste… En la base también son dignos de tomar en consideración factores como la implantación del antropocentrismo (frente al dominante teocentrismo) que otorgaba protagonismo a los humanos, haciendo que estos hubiesen de preocuparse de hacerse cargo de las riendas de su destino. Los viajes señalados, el espíritu comercial imperando, hizo que se diesen nuevos conocimientos en el terreno de la cartografía que hasta entonces había estado monopolizada por Ptolomeo, abriéndose nuevas hipótesis acerca de que tal vez, yendo hacia el oeste se hallase el paraíso desplazado, el sueño de Eldorado hallaba su lugar en las mentes. El descubrimiento de la imprenta hizo de altavoz a todas estas cuestiones, a diversas conjeturas y a que las crónicas viajeras tomaran cuerpo. En lo referente a los mapas , éstos se fueron modificando al tiempo que se cambiaban los nombres de las nuevas tierras halladas: así si inicialmente fueron las tierras brasileñas la que fueron conocidas como “América” el nombre fue ampliando su extensión a otras zonas en la medida en que iban conociendo ; papel destacado en estos cambios tuvo el joven matemático y geógrafo Martin Waldeseemüller, de quien por cierto es el mapa con que se ilustra este artículo.

Stefan Zweig no propone imaginativas teorías interpretativas sino que acude a archivos hechos y textos de la época con el fin de poner luz al embrollo. Por una parte, expone un balance entre los méritos y deméritos atribuidos tanto al florentino como al genovés: interpretaciones las hay para todos los gustos, y disgustos, pues sabido es que las comparaciones son odiosas… en especial, para quien sale perdiendo. Así para unos, Américo Vespucio no pisó un barco en su vida, era un mero comerciante enviado a atender los negocios a la península ibérica (en las sucursales, digamos, que hispanas y portuguesas), mientras que para otros, era un avezado navegante, un hombre al que solo guiaba la aventura y el conocimiento en sus viajes, etc. En lo que hace a Colón, para unos – podría decirse que para todos – un arriesgado navegante, a la vez que un despiadado jefe que no temblaba a la hora de ajusticiar a los miembros de su propia tripulación al menor acto de desobediencia, preocupado únicamente por los beneficios de la corona que le fletó el viaje, etc. En esta disputa de valoraciones, terciaron unos a favor del primero y otros del segundo, más cuando comenzaron a difundirse diferentes escritos que narraban los viajes de Américo Vespucio, crónicas en la que se podían captar contradicciones que hacían sospechar que tales navegaciones habían sido pura invención (De las Casas, enfurecido embestía contra el protagonismo de éste, y se posicionaba a favor de Colón; criticando al hijo de este por sus elogios hacia Vespucio). Miguel Servet por su parte tomaba una postura más temperada desalojando la disyunción (Américo Vespucio o Cristobal Colón) por una conciliadora conjunción: el uno y el otro.

En lo referente a la atribución del nombre al hasta entonces desconocido continente: se consideraba que Colón había pisado las islas, mas no el propio continente , a la inversa de Vespucio que fue el primero en pisar la terra incognita, y lo que es más decisivo, fue éste quien habló por primera vez de aquella tierra nueva, que nada tenía que ver con las Indias de oriente, con lo que la historia concedió el nombre al descriptor en vez de al descubridor; a quien habían nombrado y descrito la novedad absoluta del hallazgo. Ha de añadirse que algunos gazapos en las descripciones, mentiras y medias verdades, con respecto a Américo Vespucio no fueron obra suya sino la de algunas mentes calenturientas que por medio de la imprenta se movieron entre la confusión, las contradicciones y las exageraciones, siendo el protagonista de tales historias completamente ajeno a las versiones difundidas. Es de justicia señalar, en medio de todo esto, que la vocación y el conocimiento de las artes de la navegación del florentino debían ser amplias ya que en caso contrario resultaría incomprensible que tanto la corona hispana como la portuguesa confiasen en él para algunas de sus importantes exploraciones.

La obra aclaratoria del vienés se dedica a lo que se dedica, sin entrar en aspectos que resultan indisolublemente ligados al tema, dicho lo cual si que servidor e queda más tranquilo señalando un par de cuestiones: 1) hay algunas coletillas que dan el tono general a la brillante investigación: «siempre que la humanidad hace un nuevo descubrimiento quiere ponerle nombre», o «nacimiento del nuevo continente», lo que hace que sin rizar rizo alguno los resabios eurocéntricos asomen, ya que se toma la parte por el todo, al considerar una parte de la humanidad como si de la humanidad toda se tratara; y ligado con lo anterior, 2) el llamado “descubrimiento” fue mutuo: los unos conocieron a los otros y viceversa, otros que hasta entonces eran desconocidos, no para sí mismos claro, con algunas diferencias no eludibles en lo que hace a dicho encuentro (¿podría decirse más atinadamente “encontronazo”?, evitando las edulcoradas versiones de la labor civilizadora que pintan la cosa como un cúmulo de favores realizados: se les dio la lengua civilizada, las costumbres civilizadas, y… de paso el dios verdadero, el occidental); mas estas últimas cuestiones serían, y son objeto, de otros libros como por ejemplo: la historia de las Indias y las crónicas de los viajes colombinos de fray Bartolomé de las Casas (publicados por Alianza Editorial), la recreación magistral de Rafael Sánchez Ferlosio: Esas Yndias equivocadas y malditas. Comentarios a la historia (Destino, 1994) o la necesaria obra de Tzevan Todorov: La conquista de América, la cuestión del otro (siglo XXI, 1982), sin obviar La controversia de Valladolid (Península, 1998), recreada con mano magistral por Carrère.