Category: POESÍA


Por Iñaki Urdanibia

«Y la desesperación busca sus palabras»

A principios de este año dediqué un artículo a unos poemas de quien fuese considerada una de las mayores poetas rusas, y por extensión universales, del siglo pasado ( https://kaosenlared.net/marina-tsvietaieva-poemas-de-la-vida-y-el-amor/). Ahora, leo una novela en la que su autora, la periodista y escritora Béatrice Wilmos (1959) se mete, y nos mete, en la piel de la poeta: «Tant de neige et si peu de pain», publicado en Éditions de la Rouergue. Las cientocincuenta páginas del sintiente libro no dan respiro y sí muchos suspiros, ante la situación realmente desesperada de una madre con sus dos hijas pequeñas, y con el paradero desconocido de su compañero, el también poeta Serguei Efron, en aquellos años revueltos de 1919-1920.

Como ya se señala desde el título, que toma las palabras de la poeta («¡Oh Dios mío! ¡Hay tanta nieve este año! ¡Tanta nieve y tan poco pan!»), el frío y el hambre dominan en Moscú, que es donde ellas se encuentran. La madre se las ve y se las desea para tratar de sobrevivir ella y sus hijas. Vamos con ella a las interminables colas para intentar conseguir algunas raciones de alimento, que en no pocas ocasiones quedan en espera vana, ya que para cuando llega el turno los escasos víveres se han acabado, cuando no se suspende sorpresivamente la distribución anunciada; sin obviar el mercado negro. Los muertos se ven por las calles, los enfrentamientos, las palizas y persecuciones, y las noticias del frente de batalla no son esperanzadoras que se diga, allá su marido combate con las tropas blancas, no teniendo noticia de si continua en vida o ha muerto, y al que echaba en falta desde los tiempos en que le conoció en Crimea casándose en 1912 el mismo año en que vio la luz su hija, preferida, Alia, más tarde, cinco años después nacería su segunda hija, Irina a quien su padre no llegaría a conocer. Las noticias de la prensa son de horror y brutalidad, al igual que el miedo a los chivatos que pululan en las filas de espera, con las antenas siempre alerta.

La única tabla de salvación, y motivo de inquietud y alegría, es la poesía y sus cuadernos en los que apunta los más mínimos detalles, sus sueños, sus recuerdos, y la compañía de su hija, Alia, que era su alma gemela, su preferida, niña precoz y de una inteligencia brillante, que escribía sus versos, como eco a los de su madre, y llevaba puntualmente un diario en que expresaba sus sentimientos. La otra hija, Irina, tenía una mirada vacía, gritaba de continuo, no hablaba prácticamente, a lo más repetía incansablemente sílabas sin significado.

La búsqueda de un trozo de carne, sin mirar su calidad, de sopa, de leche y pan va a resultar harto complicada, lo cual la empuja, por recomendación de su amiga Lilia, a ingresarlas en un orfelinato, pues allá tendrán el alimento necesario y el calor que en su palacio-granero, no tienen. El establecimiento estaba dedicado a los huérfanos de soldados o de desaparecidos, por lo que tanto las identidades de Alia e Irina, van a tener que cambiarse, ocultando quién era su verdadera madre, y nada digamos acerca del padre; Marina sola con su honda soledad y la pena del espectáculo de los niños con el pelo al cero, allá las dejó. La hija mayor enferma y Marina va a su rescate, sacándola del orfanato, mientras deja a su otra hija, Irina, en aquel lugar en el que la pequeña anda como alma en pena, sin comunicarse con nadie, siendo insultada por el resto de niños, ante la pasividad y la desesperación de las cuidadoras que no saben qué hacer con esa extraña criatura que no hace más que gritar, que no responde a las palabras que se le dirigen, que antes, en su casa, comía con enorme voracidad todo lo que pillaba y que allá no se lleva a la boca nada de nada, y que hace sus necesidades en la cama.

La culpabilidad del abandono es fuerte y constante, los remordimientos también, tanto de la madre como de la otra hija que tampoco defendió en el encierro a su maltratada hermana, y que ante las pesadillas de la pequeña ella respondía con gesticulaciones horrendas. Se interroga Marina sobre cómo ha podido llegar a tal abandono…y un día llega la fatal noticia de que Irina ha fallecido; según la directora de la institución de fragilidad, lo que no convence a la madre que piensa que ha muerto de hambre…o tal vez de falta de cariño; «ni para vuestro consuelo, ni para el mío, sino como una simple verdad, diré: Irina era una niña muy extraña y quizá tal vez condenada. Ella se balanceaba todo el tiempo, no hablaba casi. Raquitismo tal vez. Degeneración tal vez. Yo no sé», escribe en su cuaderno, para cuya escritura ha recurrido a robar tinta roja, y su recuerdo de la hija abandonada y muerta va cavando en su alma, caminos subterráneos, que le horadan la mente, sensaciones reavivadas por fotos de la chiquilla. Su dolor se expresa en sus versos y en su inseparable cuaderno; «¿Monstruoso? Sí, visto desde el exterior. Pero Dios que ve mi corazón sabe que si no he ido a decirle adiós, no ha sido por indiferencia, sino porque no PODÍA. ¡No iba ya que no iba a verla viva! Entonces…» . Béatrice Wilmos, muestra el amplio conocimiento de los escritos de la poeta, intercalando con tino, sus poemas y sus anotaciones, al igual que los de su hija querida, justificando tales citas en una bibliografía final.

La mirada se centra en los años nombrados, lo que no impide que ésta se vuelva hacia atrás, a tiempos más felices y sosegados, y más tarde, tras sus años de exilio en Praga, Berlín y París, con la familia unificada Serguei, Alia y ella- teimpos que apenas son mentados en el libro, a los negros años finales, tras la vuelta a su país. Años de derrumbe: Serguei y Alia, que habían vuelto como agentes secretos del bolchevismo, fueron detenidos al ser acusados de agentes del extranjero…él acabó siendo fusilado, Alia pasó quince años entre el campo y varios de deportación, ésta fue la última que falleció en 1975, el resto quedaron sin sepultura conocida, incluido el hijo, Murr, que murió en el campo de batalla. Muertes desconocidas para los otros, u ocultadas como la de Irina de la que Marina no hizo partícipe a Alia, ni más tarde a su marido, y del suicidio de la poeta, en 1941, no tuvieron noticias ni Serguei fusilado meses más tarde, ni Alia que se enteró mucho tiempo después de la muerte, no de las circunstancias. Mucho se tardó en limpiar el nombre de los nombrados, y declarar que todas las acusaciones que llevaron a Serguei al paredón y a Alia al encierro, habían sido falsas.

Se da cuenta en el libro, inquietante, de la dispersión de los escritos de Marina Tsvetaeva, que fue abandonándolos por los diferentes domicilios y lugares por los que pasó, a lo que se ha de añadir la venta de muchos de ellos por su hijo, el hambre apretando, y de la ímproba tarea de Alia por recuperar todos estos materiales y ordenarlos, entregándoles a la Unión de escritores para que fuesen custodiados, con el fin de que la obra de su madre fuese conocida… y de milagro se logró a pesar de que la poeta había abandonado sus sueños de gloria, afirmando en repetidas ocasiones que escribía para ella misma, para soportar la existencia, como necesidad, y no para alcanzar las cimas de los honores literarios.

Béatrice Wilmos, se comporta como un notario, al no juzgar la decisión de la madre poeta, sino haciéndonos entrar en la mente de la escritora, en sus sentimientos, etc., quedando el tono marcado desde el poema inicial de Pushkin que abre el libro, y que Marina se sabía de memoria…la noche extendiendo su sombra, contagiándose a los negros sentimientos

Hay momentos a lo largo de la lectura en que se siente cierto desasosiego, y hasta malestar, hasta el punto de sentir la tentación de aceptar aquello que en una ocasión escuche a un poeta, al que no podía, ni debía aplicársele el dicho: conoce la poesía, no conozcas al poeta, distinción imposible en el caso que nos ocupa ya que en Marina Tsvetaeva la vida y la poesía, y viceversa, eran todo uno… como dos vasos comunicantes en esa bailarina del alma; «Escribir es vivir. Es querer que alguna cosa sea, y sea, tal vez, de manera eterna. Cuando no es vivir, la mano se rechaza en la pluma».

La prosa de Béatrice Wilmos acompaña a la perfección los avatares de la vida y padecimientos de la poeta, empapada de tristeza, de culpa, de ausencia… y, malgré tout, de amor.

Por Iñaki Urdanibia

«Mis versos son mi diario, mi poesía está construida con nombres propios…, afirme cada momento, cada gesto, cada suspiro… ¡No hay nada que no sea relevante!»

Jirones de vida, así definía su poesía la gran poeta rusa (1892-1941), que no podía prever en los años en que escribió los poemas que reúne el libro que traigo a esta página: «La amiga», publicado por la Editorial Pre-Textos, que lo que vendría después dejaría su vida hecha jirones: el exilio, se fue de su país en 1922, para unirse con su marido, también poeta, Serguei Efrón, primero en Praga, yendo ambos luego a París. Sus libros eran vetados en su publicación, los de ambos, y con su hija, Ariadna, se fue a la capital del Sena, en donde padecían una situación económica realmente dramática, ella escribía – no siendo aceptada su obra ni por los refugiados blancos, ya que había elogiado a Vladimir Maiakovski, ni por los rojos que la consideraban una traidora por haber abandonado la patria, ella que se reivindicaba como ni roja, ni blanca («De izquierda como de derecha / Surcos ensangrentados / Y cada herida: / ¡Mamá! // Y yo, embargada, / No oígo más que eso, / Entrañas – a las entrañas: / ¡Mamá! // Todos acostados unos al lado de otros-/ No sabrías separárseles. / Mirad: un soldado./ ¿De los nuestros o de los suyos? // Era blanco-es rojo: / La sangre le ha enrojecido./ Era rojo-es blanco: / La muerte le ha emblanquecido»)- mientras su marido se dedicaba a sus tareas, que le llevaron, convencido por las promesas del consulado soviético, a volver a la URSS, en 1938 con el fin de ayudar a la patria; al poco lo haría Ariadna con el mismo propósito, si bien en agosto de 1939 la mujer fue detenida, torturada y llevada a un campo de reeducación (?), siendo liberada en 1947; no obstante, acto seguido fue reenviada a un campo del Gran Norte… en total, quince años atrapada por las redes del poder (infierno relatado en su Chronique d´un goulag ordinaire, Phébus, 2005). Ya con anterioridad en plena guerra civil murió su hija Irina, a causa de la desnutrición, mas no acabaron ahí las desgracias de la familia, ya que el padre, Serguei Efrón, fue detenido y condenado a muerte, siendo ejecutado el 6 de octubre de 1941; del paradero de su esposo Marina Tsvietáieva nada sabía, del destino que depararía la guerra a su hijo, Mirsky, que movilizado en el ejército rojo murió en combate en Letonia en 194, tampoco pudo saber, como tampoco el paradero de su hija. No pudiendo soportar las garras de la represión, el 31 de agosto de 1941 se ahorcó [algunas de estas historias familiares, relacionadas con la represión, pueden verse en la obra de Vitali Shentalinski: Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos de los archivos literarios del KGB, Galaixia Gutenberg, 2006; pp. 379-437. Añadiré que en el volumen del que hablo, se ofrece unos Apuntes bibiográficos realmente pertinentes.

Se lee en las Páginas de recuerdos de su hija, como ésta cuenta las frecuentes visitas con su madre a casa de una amiga, Sonia Parnok (1885-1933), mujer que también escribía versos, y que su madre leía los versos de la amiga, y Sonia los de su madre [algunas alusiones a esta amistad se puede ver igualmente en su obra: Marina Tsvetáieva, mi madre, Circe, 2009]. Marina se había casado con Efrón en 1912, y al poco tiempo estableció una muy estrecha relación con Sofia Parnok, poeta y crítica de arte, siete años mayor que Marina Tsvietáieva, resultando una relación tormentosa y conflictiva desde el inicio. La amante no respetaba la exclusividad que era fundamental para Marina que a la vez seguía amando a Serguei («amo a Serguei, para toda la vida, , forma parte de mí misma y no le dejaré nunca…». La ruptura se produjo en agosto de 1915, considerándola Marina como la primera catástrofe de su vida. Esta ruptura coincidía con el estrechamiento de lazos de amistad, y apoyo, con Óssip Mandestalm, que fue otros de los poetas que le acompañaron de por vida, amores poéticos, junto a Anna Ajmátova, Alexandre Blok, Boris Pasternak y Rainer Maria Rilke, con estos dos últimos formó un amoroso y poético, triángulo divino que dijese Constantin Azadovski (pueden verse Cartas del verano de 1926, Grijalbo, 1993 / editada posteriormente por Minúscula en 2012). https://archivo.kaosenlared.net/un-triangulo-poetico/ .

El libro, en edición bilingüe, que provoca estas líneas, recoge los poemas escritos entre 1913 y 1915, bajo el título de Amiga, tomado de los Poemas juveniles, que no pudieron ver la luz hasta 1976, al ser rechazados una y otra vez como señala la traductora Reyes García Burdeus en un ubicador Prefacio; la destinataria es la amiga que he mencionado: Sofia Parnok, de quien, por cierto, se presentan un par de poemas dedicados a Marina Tsvietáieva. La frase de la poeta que abre, en ex ergo, el volumen, marca el tono: «El amor vive de exclusiones, de aislamientos, de separaciones. Vive en las palabras y muere en las acciones»; la pasión se palpa, la tensión también…del mismo modo que lo haría en sus Poemas de Alemania, inspirados en los diez días que pasaron ambas en Rostov. «Es el momento de nuestra unión, / más preciosa que la plata y el oro». Diecisiete poemas en los que vamos desde el momento del encuentro hasta el adiós. Y el fuego de la pasión se traduce en unos versos que no esquivan los rasgos físicos de la amada, su manera de vestir, elogiando la delicadeza de sus manos, las fragancias, invadiendo los versos unos aires de exaltación no disimulada que se entreveran con los celos y con claros sentimientos de culpabilidad y traición con respecto a su marido, al tiempo que puede verse la entrega total de la poeta a su amada, a la que consideraba como si su madre fuera, a la vez que viéndola como la encarnación de todas las heroínas.

Marina Tsevetáieva o la poética del “vivir-escribir” que dijese Caroline Bérenger en el Prefacio a Les Carnets, Éditions des Syrtes, 2008; confesaba la poeta que escribir es vivir o vivir es escribir, expresando el amor que «no desea ser magnificado (¡es bastante magnífico por sí mismo!), puede considerarse como un absoluto, el único absoluto», en este caso hacia su amada Parnok, que fue quien le abrió las puertas a la sensualidad del amor carnal, más allá de sus frecuentes idilios cerebrales, como expresión de su concepción del amor, de hallar una vida feliz en otros o en otra, ante la imposibilidad de vivir la felicidad de la propia vida, como forma de «exteriorizar la propia alma», en un impulso que la guiaba: «lo que amo por encima de todo en el mundo, es al ser humano, el ser vivo, el alma humana, – más que la naturaleza, que el arte, más que todo». En los versos ahora presentados que hubieron de esperar para ver la luz debido a las prohibiciones de los comisarios de turno, como queda dicho, se plasma, la búsqueda del alma del ser amado, por medio de la esfera propia del poeta, el alma – decía – «como purgatorio entre el infierno de la vida terrestre y el paraíso del espíritu puro»… tomo estas últimas palabras, todo hay que decirlo de la magnífica presentación que Tzvetan Todorov realizó a las confesiones de la poeta: Vivre dans le feu, Robert Laffont, 2005.

Leo las líneas que cierran los Apuntes biográficos: «…una mujer transgresora en todo, genial escritora, fiel a sí misma, consecuente y a la vez contradictoria que, a lo largo de su periplo vital, mantuvo un vínculo con la tragedia. Y que será recordada, admirada y venerada por el legado de su inmensa obra».

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Algunas visitas anteriores a la poeta y su obra:

https://archivo.kaosenlared.net/marina-tsvietaieva-e-el-ojo-del-huracan/index.html

5 de marzo de 2015

https://archivo.kaosenlared.net/dos-poetisas-anna-ajmatova-y-marina.tstevaieva/index.html

5 de agosto de 2018

Por Iñaki Urdanibia

Decía su amigo, Romain Rolland, que Stefan Zweig era «un cazador de almas», y si en sus novelas lo dejaba claro, no es menor la nitidez puntillosa con la que retrata al poeta francés: «Verlaine», libro editado por Acantilado. El autor de Novela de ajedrez, y de muchas y notables novelas más, se prodigaba en todos los géneros: críticas, ensayos y biografías, entre las cuales se codeaban escritores, políticos, y poetas como Kleist, Hölderlin, Stendhal, Casanova y Tolstoi. En la presente ocasión su mirada se dedica a quien fuera considerado el paradigma de poeta maldito (precisamente escribió una obra con tal título, Los poetas malditos(1884/ edición de Rafael Sender, en Icaria, 1980), en donde retrataba a Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stephane Mallarmé, Marceline Desbordes Valmose, Villiers de L´Isle Adam y Pobre Lelian, que no es otro que lui-même; todo hace pensar que la inspiración de tal obra se la provocaba, en especial, Rimbaud con quien mantuvo una relación tormentosa, a lo que podría añadirse que quizá él se debería haber incluido en la nómina, con su propio nombre.

Paul Verlaine (Metz, 1844-París, 1896) tuvo una vida realmente difícil, atorbellinada, empapada de pasión y contradictoria. Un permanente vaivén entre la vida familiar combinada con amores prohibidos, los placeres carnales iban seguidos de profundos arrepentimientos místicos, amores y peleas que acabaron con él en prisión, padeciendo la miseria y el desprecio, lo que le empujaba a nadar en el alcoholismo y la enfermedad. Todo ello hizo que creara una obra singular con la guía, que él mismo señalaba, de que «el arte reside en ser absolutamente uno mismo»; desde luego sus poemas dan cuenta de su fidelidad a lo dicho. Con sus versos pasó a unirse a los grandes de las letras hexagonales, junto a sus contemporáneos Baudelaire, Hugo, Mallarmée o Rimbaud, dejando a su vez una honda huella en la poesía posterior de su país, y de otros lares.

Las páginas que Zweig dedica al poeta resultan deslumbrantes en su brevedad -noventa páginas escasas-, al analizar el vagabundeo de ese ser desarraigado y melancólico que paseaba su bohemia por su ciudad infernal, París o por las nieblas del norte, por las Ardenas, Bélgica o Inglaterra. Ya desde el Preludio, vemos al poeta lejos de la autosuficiencia y la maldad amoral, reflejando una clara muestra de fragilidad, la propia de un niño que busca unos brazos protectores, como quienes se hunden que alargan sus brazos en busca de auxilio, como los mendigos o los oprimidos, características que Zweig asocia con los poetas que «gritan y murmuran su queja y su alegría como una violencia más grande que sus propias fuerzas, una red que tejen, una cuerda a la que tratan de aferrarse». Verlaine es el ejemplo más palpable de ese intento necesario de dar su vida a otros.

En las páginas se van entrecruzando los datos biográficos, con las relaciones que dejan huella: así su acogedora y permisiva madre y su prima Élisa, que dejarían su impronta en sus poemas y en sus relaciones con su novia, Mathilde Mauté. El paraíso apacible de la niñez daría paso a situaciones más caóticas y problemáticas; resultado de las malas compañías, del internado, ante las que él no mostraba oposición sino que se plegaba a los deseos de los otros, consecuencia del carácter tímido, vergonzoso e introvertido de su infancia; una tensión entre dos polos, el ángel y el demonio, entre el pecado y la posterior penitencia, entre poemas de exaltación católica y pornografía dura. Es en ese tiempo, en el que se supera la niñez entrando en la adolescencia donde se fragua el poeta, y sus tendencias a sacar a relucir sus fleurs du mal particulares. Varias de sus estrechas relaciones con el Pobre Lélian – es decir consigo mismo, ya que bajo tal seudónimo escribía su vida -, y así nos es entregada por Zweig. El autor sigue la pista de cerca y se detiene en las variaciones que se ve en la poesía, influenciada por los avatares existenciales, por la ingesta de absenta a chorros, la atroz hechicera verde. En los poemas que siguieron a sus juveniles Poemas saturnianos, Las fiestas galantes la originalidad crece y la forma cambia…«poemas que bailan por el jardín sobre zapatos de tacón de aguja, que centellean a la luz de una luna burlona, en esas susurradas conversaciones entre Pierrot y Colombina…», y si la absenta le empuja a cambiar la vida y los versos, tampoco jugaron un papel menor la muerte de su prima querida, Élisa, y la Comuna…mas lo que le marcó sobremanera fue Arthur Rimbaud. Los poemas del joven poeta de quince años, alabado por Hugo y otros, los leyó con tal entusiasmo que, a pesar de los temores de su mujer por esa nueva compañía a la que consideraba un peligro, el esposo acogió al joven y juntos se fueron de viaje por Bélgica, Alemania e Inglaterra, y allá malvivieron en la miseria, dando algunas clases, y peleándose hasta el punto de que Verlaine pegó dos tiros a Rimbaud, lo que supuso que fuese encarcelado; desde la prisión siguió, no obstante, escribiendo al agredido, volviendo a reunirse con él tras salir de la cárcel, y sumergiéndose ambos en litros de alcohol y dando el espectáculo, al pelearse en la calle a puñetazos y bastonazos…el más débil, Verlaine salió perdiendo, hundiéndose en la enfermedad… la ruptura estaba consumada, no sin antes tratar de convertir al joven poeta a la fe de Cristo.

Capítulo aparte merecen sus tiempos de penitente, rebotado de los desmanes cometidos que le provocaban una resaca triste y, su iluminación religiosa que le empujó a volver a la iglesia, como cuando niño, buscando un sacerdote que le confesase…iniciándose la época del nacimiento del poeta católico; y como final, la decadencia en París, donde ya nadie se acordaba de él y sus libros envejecían en las librerías, y el empeño por crear leyendas e historias en torno a su persona, y unas poesías que parecían repetir un molde, ajenas a toda singularidad.

A lo largo del libro se desvela el entrecruzamiento, no sería exagerado decir que su reatrolimentación, de los aspectos de la ajetreada vida del poeta y su expresión escrita en sus versos, que variaban según los avatares existenciales; de ello da cumplida y brillante, no me importa repetirme, cuenta Stefan Zweig, en este libro que no tiene líneas grises ni páginas de relleno, sino que avanza con cuidada luminosidad, enroscando la vida y obra del retratado.

El libro fue un encargo de la editorial berlinesa Schuster & Loeffler; el resultado fue esta breve monografía, que resultó ser su primer ensayo biográfico y que vio la luz en 1905. El librito incluye algunos de sus poemas más emblemáticos (en bilingüe). Ciertamente la prosa y los destellos estilísticos brillan con luz propia iluminando al retratado con tonos de cercanía y simpatía hacia los anhelos de eternidad que de los poemas verlainianos emanaban.

«Verlaine no nos dio nada que no estuviera ya en nosotros: tan sólo fue corriente de la vida, sublime eco de esa música secreta que se alza en nosotros a cada contacto con las cosas, como el sonido de las copas en una vitrina sacudida por los pasos o un golpe. Su efecto es profundo, no por eso es grande […] su grandeza y su fuerza, símbolos de la más pura humanidad, espléndida energía poética en el frágil receptáculo de su personalidad […], multiplicándose en su esencia y en sus sentimientos de ciega e inagotable nostalgia de la totalidad y el infinito». Así, Paul Verlaine según Stefan Zweig: un gran poeta leído por un gran escritor.

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Lector asiduo desde hace años de Zweig, recupero algunas reseñas que resultan accesibles en la red

+ Stefan Zweig, cazador de almas – GARA 4/III/ 2012

https://gara.naiz.eus/paperezkoa/20120304/326173/Stefan-Zweig-cazador-almas

+ Stefan Zweig hurga en la historia – Kaos en la red 8 /II /2019

https://archivo.kaosenlared.net/stefan-zweig.hurga-en-la-historia/

+ Stefan Zweig, biógrafo • 6/II/2021

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Ya puestos a… me permito incluir estas pinceladas biográficas del escritor, que entregué en una tertulia literaria que dirigí en la biblioteca municipal de Intxaurrondo, en la que leímos su obra: La impaciencia del corazón… Anteriormente en Arteleku habíamos leído Novela de ajedrez

Stefan Zweig (1881- 1942)

+ Notas biográficas

Nace en Viena el 28 de noviembre de 1881, hijo de propietarios de una fábrica textil. Entre 1892 y 1900, cursa sus estudios secundarios, años en los que lee algunos poemas de Rainer Maria Rilke de los que se queda tan colgado que se los aprende de memoria; tal lectura le va a impulsar a comenzar a escribir sus propios poemas, que llegan a ser publicados en alguna revista. Tras haber obtenido el bachillerato, sin brillo, se ve alejado de la prisión dorada de su infancia y abandona el lujoso apartamento de sus padres para instalarse en una habitación. Primer viaje a Francia.

Habiendo destacado en sus estudios en las asignaturas de alemán y de historia, se matricula en filosofía en la Universidad de Viena, y allá comienza a frecuentar, en el Café Central, a los componentes de la Joven Viena, entre quienes están Arthur Schnitzler, Hugo von Hofmannstahl, et alii. El año siguiente, 1901, publica una recopilación de poemas, y colabora, por primera vez, en un importante diario vienés (Neue Freie Presse). Traduce a Verlaine y a Baudelaire. En un viaje a Bélgica, en 1902, conoce a Émile Verhaeren. En sus estancias en Berlín y París, descubre las obras de Dovstoievski y de Munch.

Vuelve, en 1904, a Viena, y en julio defiende su tesis de doctorado en letras, sobre Hippolyte Taine. Se publica su primera recopilación de nouvelles y la traducción de unos poemas escogidos de Verhaeren. Viaja a Londres y a París. En 1905, viaja a España y a Argelia; el mismo año publica un libro sobre Verlaine. Al año siguiente: aparición de su segunda selección de poemas; pasa cuatro meses en Inglaterra y traduce a algunos autores británicos, entre otros a William Blake. En 1907, primera obra de teatro, y escribe una introducción a un poemario de Rimbaud, que hace pensar en un auténtico autoretrato: «Rimbaud es un héroe de la libertad interior. Un desesperado del instinto…».

1908-1909: introducción a una selección de textos de Balzac y primeras representaciones de su obra teatral, Thersite. Cinco meses de viaje por Asia (India, Ceilán y Birmania). Al año siguiente, publica una obra sobre Verhaeren y la traducción de dos volúmenes del poeta belga. Escribe la presentación alemana de las obras completas de Charles Dickens. En 1911 viaja a América (Nueva York, Canadá, Cuba, etc.); publica una recopilación de cuatro novelas cortas. En 1912 conoce a Friderike von Winsternitz, casada y madre de dos hijos, novelista que aspira a una vida más libre. Se establecen estrechas relaciones intelectuales entre ellos.

La declaración de la guerra le sorprende en Bélgica; vuelve a Viena y es incorporado al ejército austríaco, siendo destinado al servicio de archivos de guerra. Tres años después compra una casa en Salzburgo, y vive con Friderike. Escribe un drama pacifista, Jeremías. Gira de conferencias por Suiza. Su obra es representada en Zurich y ese mismo año es representada, en Hamburgo, y otra obra suya, Leyenda de una vida, también. Comienza a frecuentar en Ginebra, los ambientes pacifistas de intelectuales emigrados. Traduce varias obras de Romain Rolland.

En 1919, vuelve a Austria, instalándose en Salzburgo con Friderike. Habiéndose divorciado por el rito católico, ya que ella vivía en situación bígama. Al año siguiente, se convierte oficialmente en su mujer. Publica varias biografías y Tres maestros (sobre Balzac, Dickens y Dostoievski). Publica Amok y una antología poética. El éxito le sonríe sin dudar, en especial a raíz de La confusión de sentimientos. Se multiplican los viajes: a Marsella, a la Unión Soviética(1928) con motivo del centenario del nacimiento de Tolstói. En 1930 visita a Gorki en Italia.

En 1931, estancia en Francia, en donde se encuentra con su compatriota Joseph Roth. Más viajes y amistades. Dos años después sus obras son pasto de las hogueras nazis; ya predijo Heine que se empieza quemando libros y se acaba quemando personas. Primera estancia en Londres. En 1934, su casa es registrada, lo que le empuja a instalarse en Londres, permaneciendo su mujer en Salzburgo. Libros sobre Erasmo, María Estuardo. Una joven alemana, Lotte Altmann, se convierte en su secretaria, contratada por la propia Friderike. Es invitado a pronunciar una serie de conferencias en Estados Unidos. La representación de sus obras es prohibida por las autoridades germanas, por ser obras de un judío. En 1936, primer viaje a Brasil, Argentina. Algunas de sus obras se publican en Viena, en especial La impaciencia del corazón (1937). Vende su casa de Salzburgo y se separa de Friederike.

Éxito enorme del libro recién nombrado en Inglaterra(1939). Pronuncia los discursos fúnebres en homenaje a Joseph Roth, y más tarde en el de Sigmund Freud. Se casa con Lotte. En 1940 se le concede la nacionalidad inglesa. Se multiplican sus conferencias y se ve sorprendido por el éxito que sus libros tienen en Brasil. En 1941, la pareja se instala en Petrópolis… allá escribe la Novela de ajedrez, y reúne sus recuerdos en El mundo de ayer. Su estado depresivo empeora y el desarrollo de la guerra le hunde en un hondo pesimismo. Mientras asiste, en 1942, al carnaval de Río, se entera de la caída de Singapur…desesperado vuelve a Petrópolis y el 22 de febrero se suicida junto a Lotte. La ingesta de amplias dosis de Veronal puso fin a dos vidas, puso fin a una vida de vagabundeo, a una vida provisional.

+ «La impaciencia del corazón» ( 1937)

Entre la impaciencia y la piedad – como los editores y traductores de la obra – se mueve el protagonista de esta novela, quizá la más lograda del escritor vienés, quien habitualmente se movía en distancias más cortas, y hace deslizarse a los lectores…

Estamos en 1914. Un oficial, cuyo regimiento es destinado a a zona fronteriza húngara, pasa allá el tiempo como puede. Una fiesta organizada por una rica familia local, la del barón de Kekesfalva, a la que es invitado va a llevar a Anton Hofmiller a pedir un baile a la hija inválida de los anfitriones; lo que con aquella invitación comienza va a asentarse con un compromiso; las visitas con ramos de flores van a dar duración, entre la culpa y la expiación, a la relación. Ante la petición de la muchacha el joven asiente, más no va a tardar en anidar en él cierto arrepentimiento. Como se lo señala el doctor Condor hay dos tipos de piedades: una débil y sentimental para con los indefensos, la otra creativa… la primera va a conducir a nuestro hombre por los derroteros del engaño y los malentendidos. Como telón de fondo en el que se desarrolla el tenso dilema infernal… las sombras de una época, con sus máscaras y sus garras varias.

Por Iñaki Urdanibia.

El día 13 de junio de 1888, hace pues cierto ciento treinta años, nacía en Lisboa quien devendría uno de los poetas más originales y brillantes del siglo pasado… el poeta que bien podría haber dicho aquello de «mi nombre es legión» con el que alguien respondió a Cristo según Mateo.

Con ocasión de la efemérides que señalo traigo a esta página un acercamiento a una de sus obras más extrañas, amén de otros aspectos que nos plantan ante esta enigmática figura en su pluralidad.

Las sátiras dialécticas de Fernando Pessoa

«Reconocer la verdad como la verdad, y al mismo tiempo como error; vivir los contrarios, sin aceptarlos; todo sentir de todas las maneras, y no ser al final nada más que la inteligencia de todo…»

«No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Eso aparte, tengo en mí todos los sueños del mundo.
[…]
¡ Qué sé yo que seré, yo, que no sé lo que soy!
¿ Ser lo que pienso? ¡ Pienso ser tanta cosa!
Y tantos hay que piensan ser la misma cosa que no podrán serlo tantos.»

Generalmente se conoce al escritor lisboeta por sus poesías, por la curiosa cuestión de los heterónimos y por su imprescindible Libro del desasosiego, libro que le ha hecho ser incluido entre los grandes de las letras universales del siglo pasado; en lo que hace a su conocimiento muchos compatriotas suyos le conocen más por sus andanzas por las tabernas, por los vasos y los ceniceros llenos de numerosas colillas, amén de por su presencia en los desaparecidos billetes de cien escudos, que por su propia obra literaria. Pessoa amplió su quehacer también por otros géneros como los ensayos, el teatro o los cuentos. Entre estos últimos hay algunos que se sumergen por los laberínticos caminos de la contradicción y por los bordes abismales del absurdo… cuentos de raciocinio que proyectó y de los que no llegó a culminar más que el que nos ocupa: El banquero anarquista (1922), una de las pocas obras, firmadas por sus heterónimos o con su propio nombre – ortónimo -, que vio la luz en vida del escritor (1); la mayoría fue publicada, y descubierta, tras su fallecimiento en el célebre baúl.

Ya el propio título mosquea ya que parece situarnos ante una fórmula oximorónica: ¿ banquero y anarquista?, luego, desde el inicio de la conversación entre el banquero y otro personaje del que nada se nos da a conocer, y que solamente juega el papel de interlocutor del banquero que es quien se explica y argumenta su camino en el propósito de superar todas las ficciones sociales; papel, el del amigo que escucha, que es contagiado de inmediato al lector que se ve interpelado y confuso, y hasta cabreado, por el sinuoso discurso del banquero; como decía Basilio Losada: «más que una novela se trata de una reflexión en forma de diálogo, en la que el genio provocador de Pessoa se complace en el arte del sofisma, en la concatenación rigurosa de deducciones, admirablemente trabadas y que el lector sigue entre irritado y sorprendido, consciente de que, en el fondo, el diálogo no es más que un armadijo de falacias, pero sin acertar a desvelarlas… ». Vueltas y revueltas da el banquero con el fin de defender su contradictoria postura, opuesta a los militantes anarquistas a los que el selecto ricachón tacha de ser de los del sindicato y bomba; mientras que éstos – según el banquero – se quedan en la bellas palabras de la teoría mientras que él, por su parte, es más completo ya que combina la teoría con la práctica presente, en vez de fiarlo todo a un futuro. Él dice luchar contra las desigualdades debidas a la naturaleza (contra las que se rebela por considerarlas injustas), más no a las que pertenecen a la ficción social, terreno en el que juega un papel esencial el dinero. ¿La solución entonces vendrá a base de acumular cuanto más dinero mejor, como quien vacía de ese modo el valor de éste?, y cómo cumplir esta tarea de modo inmejorable: siendo banquero.

No cabe duda de que la época en la que escribía la obra queda expresada en el texto, al verse el temor que inspiraban otras salidas como la revolucionaria que en aquellos tiempos se asentaba en Rusia y que dejaba ver, ya desde sus inicios, sus potentes aspectos dictatoriales. No cabe duda de que lo que entonces venía a suponer una esperanza para no pocos ciudadanos de los pueblos del mundo, ya era visto por algunos – fundamentalmente anarquistas – como un régimen nefasto ya que sin libertad el pretendido socialismo devendría en cuartel, como así fue. Con lo dicho no pretendo, de ninguna de las maneras, dar a entender que la postura de Pessoa fuese la propia de un militante libertario, sino que podía darse una coincidencia profética acerca de los proyectos autoritarios, y sus peligros (2); «¿Qué salió de la Revolución Rusa? Algo que va a atrasar decenas de años la realización de la sociedad libre», dice en su exposición el poderoso banquero de Pessoa. Y prosigue: «… era necesario destruirlas pero en beneficio de la libertad, y teniendo siempre en vista la creación de una sociedad libre. Porque eso de destruir las ficciones sociales tanto puede ser para crear libertad o para establecer otras ficciones sociales diferentes, igualmente malas por ser ficciones. Era necesario acertar con un proceso de acción, cualquiera que fuese su violencia o no violencia (porque contra las injusticias sociales todo era legítimo), por el cual se contribuyese a destruir las ficciones sociales sin (…) perjudicar la creación de la libertad futura.» En parecido orden de cosas, asoman algunas flechas lanzadas contra los grupos que reivindicando la lucha contra el poder reproducen de manera especular, en sus propias filas, los defectos que dicen combatir; dardo que es directamente aplicable a las ideas vanguardistas que se erigen en dirección y salvaguarda de los intereses del pueblo, al modo del despotismo ilustrado: todo por el pueblo pero sin el pueblo. Sea dicho al pasar que las posturas dirigistas llegarían hasta a contradecir las afirmaciones de quien era reivindicado como guía e inspiración, Karl Marx: la liberación de los trabajadores será obra de ellos mismos; al usurpar el protagonismo e imponer sus directrices, convertidas en inapelables, a quienes decían representar. No se deben obviar tampoco los temas relacionados sobre el individualismo versus colectivismo, el altruismo o las contradicciones entre las posturas burguesas y las anarquistas, siempre con el profundo sello de la apuesta por las bondades de la libertad frente a cualquier intento de limitarla o anularla, libertad que llegará por medio según se llega a insinuar de la maduración de las condiciones subjetivas que será el modo de conducir a la transformación de las condiciones objetivas. Tal concienciación se alcanzaría por medio de la propaganda, ya que uno solo no puede cambiar las cosas, aunque a la vez que lo propone, subraya las limitaciones de tal medio, provocadas por el hábito de los ciudadanos a seguir viviendo como lo hacen, en un sentimiento de acomodamiento que viene a resultar como una segunda piel. «Consigo libertad sólo para mí, es cierto; pero es que […] la libertad para todos sólo puede llegar con la destrucción de las ficciones sociales […] y yo no puedo hacer la revolución social.»

Si en el quehacer de Pessoa se abría el paso a diferentes voces, como si de una orquesta se tratara, se puede considerar al banquero como otra de las voces posibles a la hora de enfocar la realidad. Tal vez no sea preciso dilucidar la cuestión de si la voz del banquero coincide con la del escritor, mas no me atrevería a afirmarlo ya que la postura política del autor de El libro del desasosiego, es todo menos clara, y hasta me atrevería a decir más: es una mezcla de misticismo que se aliña con una postura retrógrada – de vuelta a los buenos tiempos de la tradición, a los tiempos de la derrota del rey Sebastián en el siglo XVI que les hizo caer en manos de Felipe II – a la vez que avanzada en otros aspectos, como en sus propuestas de unión ibérica, etc. ; «soy de hecho una nacionalista místico, un sebastianista racional. Soy además de esto, e incluso en contradicción con esto, muchas otras cosas». Monárquico, republicano, liberal y anti-reaccionario… con el sello permanente de «todo por la Humanidad, nada contra la Nación» (3).

El texto, sátira profunda contra las falacias del pensamiento burgués, conserva su absoluta pertinencia en los tiempos que corren, tiempos de pufos, latrocinios, tijeras, etc. al por mayor. Podría sumarse el librito a otros libros literarios clásicos – obviando los ensayos especializados – como los de Émile Zola, Bertold Brecht, Thomas Mann u Oscar Wilde; o en otro sentido, las andanadas sarcásticas del corrosivo Jonathan Swift (4).

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(1) Son varias las ediciones del texto (Alianza, Berenice, Losada, Ultramar o… Paginas de Espuma). Puestos a recomendar me atrevo a apostar por la última de los señaladas, ya que junto a este texto (pp., 267 – 297) se reúnen la totalidad de los relatos del autor: «Cuentos».

(2) Con respecto a la simpatía de Pessoa con las doctrinas anarquistas, me permito transcribir este comentario suyo, en un texto inédito, titulado «ANARQUISMO: La noche y el caos forman parte de mí. Subo al silencio de la estrellas. Soy el efecto de una causa del universo [y que quizá le excede]. Para encontrarme, debo buscarme entre las flores, los pájaros, los campos y las ciudades, en los actos, en las palabras y los pensamientos de los hombres, en la luz del sol y las ruinas olvidadas de los mundos ya desaparecidos.

Más crezco, más soy. Más me encuentro, más me pierdo. Más me experimento, más veo que soy flor y pájaro y estrella y universo. Más me defino, menos límites tengo. Desbordo todo. En el fondo soy el mismo que Dios.

Mi presencia actual contiene las épocas anteriores de la vida, los tiempos más antiguos que la tierra, los agujeros del espacio antes de que el mundo fuese.

En la noche en la que han nacido las estrellas, he comenzado a tomar conciencia de ser. No hay un solo átomo de la estrella más lejana que no participe en mi ser. Porque Alfonso Henriques ha existido, yo soy. Poque Nun’ Alvares ha combatido, éxito. Sería otro – no sería pues – si Vasco de Gama no hubiera descubierto la ruta de las Indias y si Pomba no hubiera gobernado […] durante años.

Shakespeare forma parte de mí. Cromwell ha trabajado para mí cuando ha construido Inglaterra. Triunfador en Roma, Enrique VIII ha hecho de mí lo que soy. Para mí, Aristóteles ha pensado y Homero cantado. En un sentido místico y profundo verdaderamente […], Cristo ha muerto por mí. Hace dos mil años, un místico indio del que ignoro si ha existido ha tomado parte en mi ser actual. En mi presencia actual Confucio ha propuesto una moral. El primer hombre que ha descubierto la rueda, el que ha concebido la flecha – si hoy soy yo es porque han existido».

Queda claro en el texto que más que cualquier asomo de parentesco con el anarquismo, se deja ver un cierto panteísmo místico, y una pluralidad, constitutiva, que podría hacerle afirmar que él es todos, es la suma de las voces que en el mundo son. Se podría añadir igualmente ciertos resabios individualistas que de emparentarlo con alguna corriente anarquista sería con la de Max Stirner.

(3) Pessoa es inclasificable en sus posicionamientos ya que era un polemista hasta consigo mismo, en un discurso laberíntico, desordenado… que era el planeta Pessoa. Desde textos sensacionistas a panfletos neo-paganos se codean con la defensa de la Ilustración; defensor de la frac-masonería, crítico del género novelístico, como cosa propia de escritores sin imaginación. Panfletario iconoclasta que se alza como un desbocado vándalo intelectual, que domina el arte de la sensación, arrastrándonos a las cimas de su “teatro del Ser”, invitándonos a sentir todo y de todas las maneras. Se ha de añadir a la dispersión anterior, su pasión por la historia, lo que le impulsó a escribir textos sobre los acontecimientos políticos de su época, en especial, con aquellos en los que estuvo involucrado su país. Nada de nostálgicas saudades, sino mirada al futuro, buscando el pasado en el futuro, según sus palabras, y viceversa, aunque también es verdad que cierta añoranza de los tiempos imperiales, de cuando Portugal era gran potencia, resuenan una y otra vez.

(4) Me refiero a la novela de Émile Zola: El dinero (Debate, 2001), la obra de Bertold Brecht: La inevitable ascensión de Arturo Ui (Alianza, 1996) o la novela de Thomas Mann: Confesiones del estafador Felix Krull (Edhasa, 1979); más cercano al ensayo narrativo resulta el ataque potente de Oscar Wilde al capitalismo y su propuesta de una alternativa más humana: El alma del hombre bajo el socialismo (Biblioteca Nueva, 2010). En un tono sarcástico hasta la llaga, puede leerse La cuestión de Irlanda de Jonathan Swift (Bosch, 1982).

Texto de El banquero anarquista (https://es.wikisource.org/wiki/El_banquero_anarquista )

Representación teatral: https://www.youtube.com/watch?v=OUKOyl_Hiwo

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Fernando Pessoa (1888 – 1935)

«Pessoa es toda una literatura»

(Joâo Gaspar Simoes)

«Me perdí dentro de mí
porque yo era laberinto»

(Fernando Pessoa)

1888 Nace Fernando António Pessoa, el 13 de junio, en Lisboa. Hijo de Maria Madalena Pinheiro Nogueira y de Joaquim de Seabra Pessoa, funcionario y crítico musical.

1893 Muere su padre a causa de la tuberculosis.

1894 Muere su hermano Jorge y aparece el primer heterónimo: el Chevalier de Pas.

1895 Se casa su madre por poderes con un comandante, cónsul interino de Portugal en Durban (Sudáfrica). Al año siguiente se trasladan madre e hijo a tal lugar, en donde el futuro escritor estudiaría en una escuela de religiosas irlandesas. El 1899 nace el heterónimo Alexander Search. Después de unas vacaciones en Portugal regresa a Durban y se prepara para ingresar en la universidad de El Cabo. Gana un premio al mejor ensayo en lengua inglesa. Desde 1901 escribe poesía en inglés. Lee a los clásicos ingleses y norteamericanos (Shakespeare, Milton, los románticos, Carlyle, Poe), y también a los latinos. Otro heterónimo: Charles Robert Anon.

1905 Regresa definitivamente a Lisboa; vivirá hasta su fallecimiento en casa de algunas tías, en pensiones y en cuartos de alquiler. En 1906 se matricula en el Curso Superior de Letras, abandonando los estudios al año siguiente. Hacia 1907 comienza la lectura de los filósofos griegos y alemanes, de los decadentes franceses, y un libro de éxito de la época, sobre la degeneración, de uno de los fundadores del sionismo, Max Nordau. Con la herencia de una tía suya intenta poner en marcha una tipografía, fracasando el proyecto antes de empezar.

1908 Coincidiendo con la fecha del asesinato del rey don Carlos y del príncipe heredero, Pessoa comienza a trabajar como “corresponsal extranjero” para varias firmas comerciales, tarea a la que se dedicaría de por vida. En 1910, proclamación de la República, tiempos que coinciden con su lectura de clásicos portugueses del XIX y con la escritura de poemas en portugués, inglés y francés.

1912 Fundación en Oporto de la asociación Renascença Portuguesa, en cuyas publicaciones participará Pessoa con unos polémicos artículos sobre poesía portuguesa.

1914 Podría decirse que dicho año es el año de la revelación, según cuenta él en una carta, de los principales heterónimos. Alberto Caeiro, se le aparece y se convierte en su maestro, entregando sus primeros poemas; Pessoa reacciona y responde con otros poemas. En medio del intercambio surge el futurista Álvaro de Campos, y ese mismo años aparecen los primeros poemas de Ricardo Reis, cuarto personaje de su drama em gente (Caeiro, Campos, Pessoa desdoblado), a los que se sumarán más heterónimos y semi-heterónimos. Reuniones en el café Orpheu de donde surgirá el grupo del mismo nombre. Primeros fragmentos del Livro do Desassosego.

1915 Primera entrega de la revista Orpheu, tanto en esta como en la segunda entrega participa Pessoa y algunos heterónomos. La tercera entrega a pesar de estar ya preparada no pudo salir ya que el padre de Sá-Carneiro, no quiso seguir pagando las locuras de su hijo y sus amigos. Pessoa traduce varios textos teosóficos, y se interesa por el esoterismo, la teosofía y la masonería.

1916 Participa en varias revistas. Sá-Carneiro se suicida en París a donde había ido a estudiar Derecho.

1917 Entrada de Portugal en la primera guerra mundial, coincidiendo con el surgimiento del movimiento futurista, en cuya publicación Álvaro de Campos escribe el manifiesto; el número fue secuestrado por la policía.

1919 Muere su padrastro.

1920 Conoce a Ophélia Queiroz (Ibis) con la que mantendrá relaciones sentimentales intermitentes.

1921 Funda una editorial que publica sus poemas ingleses… Otras revistas son fundadas con su participación.

1923 Traduce los poemas “mayores” de Poe. Interviene con varios escritos en contra de la denuncia de algunos estudiantes universitarios que se oponen a la homosexualidad.

1924 Se publica una nueva revista, Athena, que dirige Pessoa con el pintor Ruy Vaz.

1925 Muere su madre.

1926 Primer número de la Revista de Comércio e Contabilidade, bajo la responsabilidad de Pessoa y de un cuñado suyo. Golpe de estado que acaba con la República, instaurando la dictadura.

1927 Aparece en Coimbra la revista Presença; su director considera a Pessoa, maestro de la nueva generación, prestando sus páginas a sus colaboraciones.

1934 Pessoa se presenta al premio Antero de Quental, logrando el segundo premio con Mensagem, único libro publicado en vida, junto al ya mentado anteriormente. Primera crisis de delirium tremens.

1935 Carta a su amigo Adolfo Casais sobre el origen de los heterónimos; varias publicaciones en revistas, con algunos poemas sarcásticos contra Salazar. El 29 de noviembre es internado, con un cólico hepático; muriendo al día siguiente.

1942 Comienzan a publicarse sus obras en la editorial Ática. Con motivo del centenario de su nacimiento, el gobierno portugués hizo trasladar sus cenizas al monasterio de los Jerónimos, a pocos metros del Tajo: «Era en la vieja casa calma, junto al río; / Las ventanas de mi habitación, y las del comedor / Daban, por encima de las casas bajas, sobre el río próximo».

1982 Es editado por primera vez El Libro del desasosiego.

Artículos publicados sobre el escritor y sus obras

Pessoa, el libro del suicida

Fernando Pessoa

L´éducation du stoïcien

Christian Bourgois Éditeur, 2000

Datos

Fecha y lugar de nacimiento: 13 de junio de 1888 en Lisboa

Profesión: escritor, oficinista y bebedor

Obras: Fausto, El banqueros anarquista, El marinero, El libro del desasosiego… además de las obras firmadas por los heterónimos

Fecha y lugar de fallecimiento: 30 de noviembre de 1935 en Lisboa.

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El baúl de los escritos pessoanos sigue dando vida a llamativas publicaciones, nuevos libros-personas (livros-pessoas) aparecen y nuevos heterónimos salen a la luz con sus luminosas prosas, o versos. Aquí, al menos, uno se vería tentado a resumir el mensaje del libro del Barón de Teive como la invitación a «morir con lucidez». Ya el título de la obra es indicativa de la senda por la que nos va a hacer andar el barón que consta como autor del pequeño breviario: la de los estoicos. Entre estos son dos los que elevaron el suicidio, a la categoría de una de las bellas artes por apropiarnos de la fórmula del otro, Thomas de Quincey; la alzaron al nivel de un verdadero acto aristocrático: Catón y Séneca. Para el primero era el amor a la libertad lo que le impulsaba a vivir y a luchar. Cuando éste se ve eclipsado por la tiranía, llega el momento de llevar a cabo el acto de máxima libertad sobre la vida propia: quitársela. Catón ante las amenazas a las que le sometían los sicarios de César, respondía con orgullo: «no tengo necesidad de espada para quitarme la vida, me basta con retener un instante el aliento, o con golpearme la cabeza contra el muro, y estaré muerto».

Por medio de notas sueltas, aforismos y sentencias varias estamos ante un ser que chapotea en el vacío, en la más negra de las nadas. Nada le motiva y su desesperanza con respecto a lograr una escritura que tal nombre merezca le sume en el más absoluto de los muermos. Así, se decide a escribir al tiempo que anuncia su inminente muerte, con lo que parece querer lograr la compasión de sus lectores ya que se las verán con un texto escrito por quien ya es casi un moribundo, y ya se sabe que a tales seres se les respeta y alaba, o cuando menos se les tolera. De este modo el que se autocalifica de «milimetrista del pensamiento» va poniendo ante nuestros ojos, con tino, sus gustos, sus querencias, su tiempo, sus deseos, y… los límites del escritor que siempre ha querido ser. Son los escrúpulos por la obra bien hecha los que le llevan a este estado en el que «se encamina hacia una muerte voluntaria», no debido a ningún sufrimiento moral, sino que es «el vacío moral, la base de este sufrimiento» que le impulsa a sincerarse y a solicitar comprensión y cierta forma de indulgencia en los lectores. Es también la claridad del destino que va a seguir tras la decisión recién adoptada la que a cierto nivel le ciega, pero de pura y deslumbrante claridad: es el momento en el que se encuentra como dueño absoluto de sí mismo, de su destino, de su vida toda.

El barón que carece de una brújula que le marque el rumbo de los valores únicos y fuertes, alcanza en estos últimos momentos «la plenitud del uso de la razón», y opta por pasar a engrosar las filas de los vencedores, ya que «el hombre que muere es el vencido, el que mata, el vencedor,… si el vencido es el que muere, y el vencedor el que mata, entonces confesándome vencido, me erijo en vencedor».

Totalmente en las antípodas del desasosiego de Bernando Soares se halla el sosiego de la muerte que presenta el barón de Teive. Si el primero viene a invitar a seguir sus instrucciones para evitar las desgracias, el segundo, viene a ser un retrato del estado en el que por la época se encontraba el escritor lisboeta; éste suicida a su barón para evitar su propio suicidio, que parece ser que le rondaba con insistencia por su atribulada mente. Junto a este crimen vicario, el barón le reporta a Pessoa el convencimiento de que con la razón no se alcanza todo (o sí y lo contrario, como lo expone con maravillosa trama argumental en esta genial obrita de ingenio El banquero anarquista, recién publicada, por cierto, por Pre-Textos, en estos días ).

Ejercicio luminoso de un escritor llevado a un agujero negro del que salir es un acto de sabiduría. Cicerón comentando el suicidio de Catón decía que «un hombre sabio debe en verdad salir muy contento de estas tinieblas para ganar la permanencia de la luz…»

« Drama em gente»

Hasta setenta y tantos heterónimos parece haber parido Fernando Pessoa, para crear muchas personas (pessoas), para hacer oír muchas voces, muchas opiniones que componían el coro del plural pensar de su tiempo. Él que pensaba que los tiempos de la metafísica habían tocado ya a su fin quería basar su poesía en una gran filosofía, una filosofía de las múltiples voces. Y es ahí, por donde se cuelan estos escritores, otros, con vida propia, biografía detallada, carta astral incluida, tendencias ideológicas, querencias literarias, amores o desamores. Cinco en uno es la forma restringida de la escritura pessoana, desde aquel día iluminado en el que el poeta cuenta haber visto la aparición de estos esenciales heterónimos: Alberto Caeiro – poeta de la naturaleza, primitivo e inculto -, Bernardo Soares – reflexivo plural -, Álvaro Campos – “un Whitman con un poeta griego en su interior” -, Ricardo Reis – médico, anarquista “semi-helenista” -, a los que han de sumarse el ortónimo Fernando Pessoa. Estos cuatro polos son los que componen la escritura completa, esencial, del poeta lisboeta.

Decía en un poema Alberto Caeiro: «si, después de mi muerte, queréis escribir mi biografía, / Nada más sencillo. / No tiene más que dos fechas – la de mi venida al mundo y la de mi muerte -./ Entre una cosa y otra todos los días son míos». Así en el caso de Pessoa, suyos fueron los días de la temprana muerte de su padre (cuando contaba con cinco años), de consiguientes mudanzas a viviendas más pequeñas y humildes, su viaje a Durban, lugar en el que residiría con su padrastro, capitán con quien su madre se casó… «Pero, ¿soy yo el mismo que aquí viví, y que aquí volví, / y que aquí volví a volver y a volver, / y aquí de nuevo vuelvo a volver?». Las tascas del Chiado podrían responder, y… las botellas de bagaçeira, también. «… En fumar paso el día, en beber cosas, / drogas americanas que entontecen. / ¡Y yo tan borracho ya sin nada!… ».

Paisajes del alma

Fernando Pessoa

Libro del desasosiego

El Acantilado, 2002.

De verdadero acontecimiento editorial podría catalogarse la publicación, a finales del año pasado, la versión íntegra de uno de los libros emblemáticos de la modernidad literaria: el Libro del desasosiego del semiheterónimo pessoano Bernardo Soares. Hasta ahora se disponía, desde 1984, de la versión del bueno de Ángel Crespo, editada por Seix Barral, con la lograda portada, la pintura de Almaida Negreiro representando al “órfico” poeta lisboeta. Ahora, el experto pessoano – como ya dejara demostrado en su lograda antología aparecida hace siete años en Edhasa bajo el título de Paradojas y máscaras -, y otras cosas, Perfecto Cuadrado es el culpable de esta magnífica presentación del libro, en su versión completa.

Desde que en la década de los ochenta se abrieran los famosos baúles pessoanos, de ellos comenzaron a salir gentes y más gentes… textos ortónimos, otros pertenecientes a múltiples heterónimos, y alguno, como el que nos ocupa: debido a un semiheterónimo. Quizá, puestos a comparar, el libro que nos ocupa pueda ser considerado como el más potente y paradigmático del modo innovador y vanguardista de escribir del autor de geniales poemas y certeros ensayos.

El desasosegante libro que nos ocupa es símbolo innegable de modernidad – como ya ha quedado repetido – por varios aspectos que saltan a la vista a nada que uno se asome a estas páginas, muestra de una poética insomne que dijese Antonio Tabucchi. El carácter fragmentario, entrecortado, y en pleno y continuo proceso de construcción hace que la obra híbrida se convierta en un texto poco común. Crúzanse en él: confesiones contradictorias del autor de las variopintas y dispares notas sobre sí mismo, sobre sus contemporáneos y sobre la gama toda de la geografía y el tiempo lisboetas; finos análisis sobre la personalidad de algunos contemporáneos, de los aconteceres públicos de aquellos tiempos… y esta amplia gama de temáticas, de registros… en permanente lucha se traducen – y no es un aspecto baladí – en una indagación sobre la propia escritura, sobre el cómo dar cuenta de lo que el propio autor quiere, tratando de hallar para ello el tono y la forma de escritura adecuada. Si el propio yo del autor resulta esquivo («no soy nadie, absolutamente nadie… soy los arrabales de una ciudad que no existe… no soy nadie… »; o como dice en otro lugar: «soy otro en la misma manera en la que soy yo… he creado en mí diversas personalidades… para crearme, me he destruido… ») este navegador por lo más remoto de los mares de su interioridad, representa a un tiempo un ciclo completo del tiempo en sus descripciones del paisaje lisboeta, y va buscando las palabras que le constituyen a él mismo, a todo lo que describe… el verbo se constituye así en una forma de ver el mundo, de verse a sí mismo, y de ver los gustos estéticos – manteniéndole protegido del mundo exterior, en una especie de ensimismamiento espiritual y sensorial («considero la vida como un albergue en el cual debo pasar el día, hasta la llegada de la diligencia del abismo… »). Todas estas cuestiones que son el libro, hacen que éste exija inevitablemente la colaboración del lector, para que éste en su actividad lectora construya su propio libro desasosegado, según sus propios desasosiegos…

Obra en tensión entre la vida y la materia, entre el ser y no ser del propio autor, continuo juego entre dos: el sueño y el insomnio. Como señalase, en breves y magistrales líneas, Tabucchi, haciendo hablar al propio Bernardo Soares: «escucha, querido Pessoa… este ultimo año, he sufrido mucho de insomnio, y todas las mañanas, al alba, me colocaba ante la ventana para espiar las gradaciones de luz sobre la ciudad, he descrito con frecuencia el amanecer sobre Lisboa, y estoy orgulloso de ello. Es difícil escribir sobre los tonos de la luz, pero creo haberlo logrado; he pintado con palabras». ¡Pues eso, lo otro y… lo de más allá!

El coro pessoano

+ Fernando Pessoa

El libro del desasosiego

Acantilado, 2008.

+ Fernando Pessoa

Diarios

Gadir, 2008.

El 13 de junio se cumplían ciento veinte años del nacimiento del poeta luso, y resulta incómodo nombrar al poeta portugués en singular pues su voz eran muchas voces, el poeta encerraba muchos poetas (verdadero drama em gente), la multitud tomaba cuerpo en el autor que versificaba que el poeta es un fingidor, y así el futurista que se parecía más a Walt Whitman que a Marinetti, Alvaro Campos; el sabio que quería lograr la unidad del ser y la plenitud del presente Alberto Caeiro; o aquel cuya obra procedía de Horacio y de los estoicos, Ricardo Reis, y todos los demás, eran obra de un fingir que se encarnaba en vidas distintas, hasta la puntillosidad de sus respectivos horóscopos puntillosamente elaborados, de sus heterónimos (abriendo su baúl se han contabilizado hasta setenta y dos) que se codeaban con el ortónimo del escritor nacido en Lisboa. Quien fuese, y no hace falta referir que lo dijese el lingüísta Roman Jakobson, que sí lo dijo, que junto a los Borges, Picasso, Stravinsky, era uno de los mayores innovadores del quehacer artístico del siglo pasado, ve – desde el balcón de Baco, suspendido en embriagadoras bagaceiras – cómo se publican dos obras esenciales de su quehacer: una de las obras inevitables de la literatura del siglo XX, El libro del desasosiego y unos clarificadores Diarios (seguramente con esta publicación no habría estado de acuerdo si seguimos sus propias palabras: «Por lo demás, mi vida gira en torno a mi obra literaria / Buena o mala, sea como sea o pueda ser. Todo lo demás/ en mi vida tiene para mí un interés secundario»). Sea como sea, dos verdaderas muestras de la intranquilidad del pensar.

Bernardo Soares

Tal es la firma bajo la que apareció el primero de los libros que traigo a esta página. Si la vida del poeta fue problemática, el libro linda sin tapujos por los sentimientos profundos y las angustias del propio Pessoa, mas no supone ello que la obra sea un pozo sin fondo de las cuitas del autor, una y otra vez repetidas, sino que la escritura nos impulsa más allá de los límites personales para abrirse, en crisálida, a los temas de la escritura, de sus dificultades y problemas a la hora de hallar el punto desde el que llevar a cabo tal actividad; y todavía más, el abanico se extiende más hasta abarcar una problemática que hunde sus raíces en lo más profundo del ser humano, en sus inquietudes, en sus incertidumbres, en sus temores, que siempre le han acompañado pero que tal vez en ciertos tiempos – por ejemplo, los que le tocaron vivir al escritor- alcanzaban cotas más fuertes, en los que la fragilidad tomaba carta de naturaleza y se apoderaba de esos seres racionales que con el lenguaje – expresión del pensar(o ¿qué es antes el huevo o la gallina?) – rebasan los límites materiales y empíricos que sirven de escenario a su existencia, haciéndoles tal endeblez avanzar titubeantes por el valle de lágrimas al que están arrojados o adentrarse en supuestos paraísos que duran lo que dura el poder de Orfeo. Verdaderas lecciones, fragmentarias, acerca de los heterónimos, el pluralismo pagano, la oposición al amor y a las pasiones, y la exploración tenaz de los paisajes subjetivos en busca del añorado sosiego.

La obra ahora traducida por Perfecto Cuadrado, uno de los más destacados lusistas del momento, es un ejemplo de rigor y supera, qué duda cabe, a la edición – supongo que hace tiempo descatalogada – de Seix Barral.

El escritor en zapatillas

Las notas personales de las que se compone el volumen, escritas entre 1908 y 1918, nos sitúan en la trastienda, en la cocina de la persona (en portugués pessoa) y del escritor. Desde cuestiones de índole netamente íntimas, sus preocupaciones por su imagen, por sus complejos, por sus deseos de convertirse en un dandy, por su proverbial timidez y hasta por cierto complejo de inferioridad, hasta otras anotaciones más centradas en el oficio de escribir, y en las que se asiste a las cavilaciones de las voces que confluyen en ese ser de nombre Pessoa, que más tarde – ¿o ya? pues según cuentan los biógrafos (ahí están los Robert Bréchon o Joâo Gaspar Simôes, quienes por cierto no siguieron el consejo de Alberto Caeiro: «si después de que yo muera quieren escribir mi biografía,/ no hay nada más sencillo./ Hay solo dos fechas; la de mi nacimiento y la de mi muerte./ Entre una y otra, todos los días son míos») ya desde la niñez se había creado unos cuantos acompañantes ficticios con los que conversaba sin cesar – derivarían en sus celebrados heterónimos -, ampliación elevado a la ene potencia de las distintas firmas usadas por el filósofo danés Sören Kierkegaard, a quien, también, la existencia se le convirtió en el eje de su quehacer. Hábitos, manías y costumbres del escritor nos son acercadas en este librito que nos convierten en voyeurs que pillan al hombre público (me refiero a su obra ya que él, en persona, no tenía tendencia alguna a prodigarse) en el dominio de lo particular… luego vendrán los jueces y otras especies inquisidoras y comenzarán a pontificar sobre los trastornos mentales del escritor (¿personalidad múltiple?) como hace no mucho lo hacía un filósofo de la ciencia argentino refiriéndose a la escritura heideggeriana como muestra inequívoca de los balbuceos propiamente esquizofrénicos. ¡Pues vaya!

Hablando de los grandes genios, decía Pessoa algo aplicable tal cual a él mismo: «fracasan, no porque podrían haberlo hecho mejor, sino porque han hecho lo mejor. Se han sobrepasado y perdido».

La inagotable pluralidad de Pessoa

El baúl del lisboeta no se agota nunca, desde que se abrió allá por los ochenta, no ha cesado de dar sorpresas; de él han salido gente y más gente: numerosos heterónimos, algún semiheterónimo acompañando al ortónimo Fernando Pessoa, drama em gente; la sorpresa también asoma en lo que hace a materiales dispares y singulares en lo referente a las inesperadas temáticas abordadas. En un reciente ensayo sobre el boom de los estudios pessoanos (Alias Pessoa. Pre-Textos, 2013), Jerónimo Pizarro señala que «en los últimos doce años (2000-2012) se han publicado más de dos mil textos hasta entonces inéditos de Fernando Pessoa»,… de los libros acerca de las figuras poéticas del lisboeta mejor ni entrar en ello.

Este año aniversario – 125 años de su nacimiento se cumplen mañana – seguro que da una cosecha más amplia y estupenda de textos pessoanos, o de ensayos sobre sus trabajos. Amén del citado líneas más arriba, un par de ensayos singulares del propio Pessoa se acaban de publicar, libros que nos presentan al solitario escritor preocupado por las relaciones entre el proceso creativo y la enfermedad mental («Escritos sobre genio y locura». Acantilado, 2013) y por los problemas sociales que preocupaban en la época («Iberia. Introducción a un imperialismo futuro». Pre-Textos, 2013). Dos temas realmente de gran interés: el primero, ya que el poeta reflexiona sobre un asunto que ha preocupado a psiquiatras varios que han diagnosticado post partum la enfermedad mental del escritor (no será desde luego un trastorno bipolar, sino multipolar). A modo de ejemplo podría citarse cómo fue catalogado este poeta insomne del que hablase Antonio Tabucchi, siempre preocupado por escribir el Libro total – al estilo de la ensoñación de Stephan Mallarmé – como padeciendo «desdoblamientos individualizados de una dilatada e incontenida personalidad… fruto de una enfermedad esquizoide de un psicópata profundo» (Mario Saraiva, «El caso clínico de Fernando Pessoa». Ediciones de Oriente y del Mediterráneo); incluido en la senda permanente de los locos egregios de los que hablase un psiquiatra oficial, del régimen, de por acá, peña a la que habría que añadir al lisboeta junto a los Rimbaud, Hölderlin, Poe, Woolf, Schuman, Novalis, Artaud, van Gogh, Schiele, Blas de Otero, Leopoldo María Panero, etc. El segundo, nos descubre a un ser alejado de los clichés que sobre él se han erigido mostrando a un ser solitario y aislado del resto de sus paisanos, dedicado a sus escritos y a su botella de bagaceira, siempre al borde del delirium tremens, como pudieran dar a entender sus versos: «… En fumar paso el día, en beber cosas, / drogas americanas que entontecen./ ¡Y yo tan borracho ya sin nada!…».

Una personalidad empeñada, por decirlo con palabras de su heterónimo Álvaro Campos, en abarcarlo todo, «sentirlo todo de todas las maneras, / vivirlo todo por todos los lados, / ser una misma cosa de todos los modos posibles y al tiempo, / realizar en mí mismo toda la humanidad de todos los momentos / en un solo momento difuso, profuso, completo y lejano». La abundancia imaginativa brotó temprana en este ser nacido el 13 de junio de 1888 en Lisboa, producto – gustaba recordar – de la «unión de gentiles y judíos», pues a los seis años ya creó su primer heterónimo, el Caballero de Paso, «que me escribía cartas»; la continuación fue una bulimia lectora y una ampliación de compañeros de letras hasta el número de setenta y tantos heterónimos. Los libros que nombro en estas líneas sirven bien para mostrar algunas de las cambiantes máscaras de este extraño extranjero – que dijese su biógrafo Robert Bréchon -, de ese ser que era muchos seres, de ese escritor que era un amplio conjunto de grandes escritores que se codeaban en constante tensión entre la creatividad y el desbordamiento; en el fino filo de la navaja que separa el genio y la locura, explorado con mirada caleidoscópica por el propio poeta al que podrían aplicársele las palabras de su heterónimo Ricardo Reis: «numerosos son los que viven en nosotros /;/ Si pienso, si siento, ignoro / Quién es el que piensa, el que siente. / Soy solamente el lugar / En el que se piensa, el que siente.»; o en sus propias palabras: «no sé quién soy, ni qué alma tengo. Cuando hablo con sinceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy diversamente que un solo yo; pues no estoy seguro, por otra parte, de la existencia… me siento múltiple… una suma de no-yoes sintetizados en un yo postizo». Además de sus propias palabras, el libro de Jerónimo Pizarro, a sumar a los clásicos de Ángel Crespo, Antonio Tabucchi u Octavio Paz, es un verdadero fogonazo o una batería de ellos que nos acercan a la obra de Pessoa, a sus libros y a los libros sobre los suyos, al tiempo que lo pone en relación con Machado, Borges, Marinetti y Khayyam.

«A Fernando Pessoa es imprescindible incluirle en la lista de los grande artistas mundiales nacidos durante la penúltima década del siglo pasado: Stravinsky, Picasso, Joyce, Braque, Jlievnikov, Le Corbusier. En el poeta portugués están condensados todos los rasgos típicos de este grupo» decía Roman Jakobson (Ensayos de poética); o ciñéndose al campo de la poesía, Alain Badiou , tras nombrar a «Hölderlin, como profeta, vigía anticipador – situaba tras él – a Mallarmé, Rimbaud, Trakl, Pessoa, Mandelstam y Celan».

Nunca es tarde para acercarse a la obra de este poeta fingidor, que a la vez es muchos poetas y muchas obras…de las más brillantes del pasado siglo.

Algunos artículos publicados en esta misma red

http://mail.kaosextremadura.net/territorios/59001-fernando-pessoa-la-prol%C3%ADfica-intranquilidad/

http://kaosenlared.net/un-cuentista-llamado-fernando-pessoa/

http://kaosenlared.net/fernando-pessoa-la-inquietud-pensar/

EL ELLO Y LA UNIVERSIA (…

Ya dije varias veces que la palabra en el verso huye del límite rígido de la palabra y se arrima al decimal: se arruina su exactitud alejándose de la ambigüedad (aunque parezca ilógico). El verso no es texto. La poesía no es discurso. Es una infinitud intermedia entre los irracionales topológicos y los dos ojos contrarios del latido. La música es recuerdo, pero no hay recuerdo de la infinitud que es el verso. El discurso es hallazgo, pero el verso lo sentimos falso si no es reminiscencia. Es una exactitud desconocida que nos parece ambigua por enigmática.

El ello y la Universa

Piadosamente me echaran a los teólogos,
cuando mi carne muerda duplicados alambres,
y se tizne mi fiesta de alegria otra,
y se funda mi orgullo en noche orgullosa.

Eternamente hablaran de mi las ruedas,
habladas en estaciones de fruto ágil,
con movimiento seco de otoño oblícuo
cortejaran mi arcilla cóncava de su centro.

No habré yo estado donde existía
iré polvo en las uñas como urna;
mi desorden será enigma de cielos;
mi desastre pedazos será tilde entre dioses.

Nunca mi presente ahora, amarrado al instante:
Siempre mi futuro nunca, penando en quizá;
Ahora mi ciprés clavado, eterna mi herrumbre orante;
Futura la rodilla en la que me poda la fiebre.

Mucha vida brilla en el color excesivo de la muerte
y siempre abajo trabaja mi futuro en horizontes,
sombra funcionaria de mi derecho a la sombra:
costa del átomo que es terror de mi nada.

¿Feliz qué?

AMÍLCAR MARTÍN PÉREZ

Considerando fríamente
que el hombre es un hilo invitado por dos nieblas
que es copa donde cabe el alma a pedazos:l
sabor naúseo que orilla los bordes en que me trago.
Considerando fríamente
que sabe a delirio el futuro en que me encuentro
y que el tiempo es un salvaje nacido en el oriente.
Hoy me muero más cerca, vivo con alma más familia,
y mi grande sólo es mi chico conocido en diez ángulos.
Considerando con lentitud
que me desplomo con derecho, que me desuello con importancia
que soy firmamento de estiércol

constelado de dolor combustible,
que hay lodo en mis uñas que fue un Dios.
Considerando la piedra inmóvil
que mueve la sangre prestada del insecto,
que detiene la dentadura del teólogo,
que es al fin, cordero de tres perspectivas violentas:
se paren, se nutren, se engloban, se nadan
con la prisa lenta de una fama antigua de veloz.
¡El hambre que hay de mí, el hambre que hay de Él
en el juicio que no siente, en la letra que ya anhela!
¡Qué hambre en el ayuno en que me sacio!
¡Qué hambre de minas en el sol, de quietud
en la noción del primer motor!
¿Dónde todo es caber y espaciar,
sin tropezarme con el marfil que me anuncia?
¿Dónde es todo mover y aquietar,
sin descansar en la música que me horada?
¿Para qué la Nada si es más muerte su fruto?
¿Para qué el ojo si la noche hace transparente el infinito?
AMILCAR MARTÍN PÉREZ