Por Iñaki Urdanibia.

El pasado día 18 se cumplieron cincuenta años de la desaparición del poeta… que escribía empujado por el Viento… del pueblo; en palabras de Octavio Paz: un faro que tendió puentes.

«No es lo que me trae cansado
este camino de ahora.
No cansa
una vuelta sola.
Causa el estar todo el día,
hora tras hora,
y día tras día un año
y año tras año una vida
dando vueltas a la noria»

No era Felipe Camino Galicia de la Rosa (que se dio a conocer en 1919 con el nombre que siempre le acompañó de por vida: León Felipe) ser tendente al quietismo, desde su Zamora (Tábara) natal (1884), hasta la ciudad de México, lugar de acogida y refugio, que vio cómo su vida se extinguía el 18 de septiembre de 1968; no era el poeta hombre de una sola silla y ese carácter viajero le hizo caminar a su bola, más allá de las comidillas y grupos literarios (parecía cumplir el destino que le marcaba su real apellido: Camino)… si bien, más por afán encasillador y de edad se le incluyó entre los poetas de la Generación del 27 (aunque éstos eran diez años más jóvenes que él); «Podemos decirlo todo, pero cada uno con su voz, cada uno con su verso […] Mi voz, además, es opaca y sin brillo y vale poca cosa para reforzar un coro. Sin embargo, me sirve muy bien para rezar yo solo bajo el cielo azul».

Ya la profesión de su padre, notario, le entrenó en los cambios de geografía, por tierras cántabras; por dejar contento a su progenitor estudió farmacia y hasta llegó a ejercer con tan profesión en diferentes lugares y establecimientos, actividad que combinaba con su presencia en diferentes compañías como cómico de la legua de pueblo en pueblo… Sus frecuentes correrías le llevaron a conocer la prisión del Dueso por algunos delitos de desfalco, y tras algunos escasos tiempos de normalidad laboral (farmacéutico en Cuenca), llegaron tiempos de auténtica penuria hasta que acabó en Guinea Ecuatorial, a la sazón colonia española, como administrador de hospitales, para acabar después en México en 1922 en donde trabajó, como profesor de literatura española, en la universidad Cornell de Estados Unidos… estancia a la que puso fin al regresar a España justo en vísperas de la guerra del 36, el levantamiento le había pillado en Panamá, de inmediato se despidió del Nuevo Continente; volcado en sus trabajos de apoyo a la República, hubo de volver a México, esta vez en busca de refugio, trabajando allá como agregado cultural del gobierno de la República en el exilio, que era el único reconocido por el gobierno mexicano. Este empleo lo complementaba con sus traducciones del inglés, entre las que destacan las que realizó de T.S. Eliot y Walt Whitman, a quien se le ha solido emparentar por sus aires cercanos a la prédica profética… y por su apuesta cerrada por la libertad; «Ahora de pueblo en pueblo / errando por la vida, / luego de mundo en mundo errando por el cielo / lo mismo que esa estrella fugitiva. / ¿Después?… Después… / ya lo dirá esa estrella misma, / esa estrella romera / que es la mía, / esa estrella que corre por el cielo sin albergue / como yo por la vida».

«Deshaced ese verso. / Quitadle los caireles de la rima, / y el metro, la cadencia / y hasta la idea misma. / Aventad las palabras, / dan y si después queda algo todavía, / eso/ será la poesía»… La sencillez de sus poemas combinada con una fuerte energía, daban paso a una voz plasmada en versos llenos de inquietud y de unos claros tintes morales «¿Qué me importa que te borren / los caminos de la tierra/ con el agua/ que han traído la tormenta? / Mi pena es porque esas nubes tan negras / han borrado las estrellas». Camino, piedra, viento, estrellas son símbolos constantes de sus poemas, tono que irá cediendo, forzado por las circunstancias, como una flecha hacia una mayor combatividad guiada por la denuncia contra la patria traicionada y los judas y fariseos que abundaban; «España…/ ¿De qué otra tela nueva y extranjera…/ van a cortarte un sayal? / ¡Silencio! / No digáis, / otra vez/ la Historia se repite, / la vida es vuelta y vuelta, / la primavera torna / y España es siempre eterna y virginal. / La Historia se deshace./ Un día/ el palo desgastado y carcomido / de la noria se quiebra, / las ruedas ya no giran, / el agua ya no surte, / la mula vieja y ciega se derrumba, / la negra pantomima/ fraticida se acaba/ y el polvo es el que ordena …/ ¡el polvo eterno y virginal!». Y él, constatando la existencia de dos Españas, se sitúa del lado de la republicana a la que se enfrenta la nacional, esta última defensora de los raposos, que predican resignación y convierten el Evangelio en arma retórica guerrera, en combate contra los héroes («Pero he aquí que llegan ahora unos hombres extraños, / los revolucionarios españoles, / los anarquistas ibéricos, / el Hombre heroico que dice: No hay retóricas; / el Hombre heroico que dice: / el verbo lírico de Cristo y de todos los poetas no es una quimera, / es un índice luminoso que nos invita a la acción y al heroísmo». Alzándose contra la ortodoxia, de prelados y obispos, y reivindicando la bandera de los herejes que en el mundo han sido y que en aquellos años se mostraban en la figura de los revolucionarios, de los anarquistas angélicos y adámicos… y en las insignias y medallas de la pluralidad, versus la insignia ensangrentada de la Virgen que lucían los fascistas… y clama en pos de la unidad y de la lucha, hallando el genio-prometeico encarnado por el Quijote y por el mismo Cristo y otorgando a la voz del poeta la función de unificar a los hombres en torno a una colectividad fraternal y transmutadora de las cosas y los valores.

En aquellos tiempos colaboraba en Hora de España, revista en la que brillaba la pluralidad, sin esquivar la misma disidencia, y de la que María Zambrano dijese a comienzos de 1937: «conmueve, porque nunca en medio de tanta sangre y muerte se ha escrito y publicado nada semejante… Los temas solamente muestran ya la autenticidad de estas inteligencias, que forman parte del pueblo al trabajar con él y por lo que él…» (entre las firmas, además de la de la malagueña, estaban las de Cernuda, Altolaguirre, Dieste, Gaya, Pere Quart, Vicente Aleixandre, Alberti, Bergamín, Neruda, Max Aub, Rosa Chacel, y… por supuesto, la de León Felipe. También se notaba su presencia en el Segundo Congreso Internacional de escritores que se celebró en París ya que habiéndose previsto hacerlo en Madrid, la guerra lo hizo imposible… allí se juntaron las luminarias de las letras de treinta países en lucha contra el fascismo… del mismo modo que se dejaba notar su presencia, por otros pagos de más riesgo, como dijese con sorna su amigo Max Aub: «mi contradictorio compañero, el poeta nietzscheano León Felipe, era un hombre encantador. Entre sus atractivos el mejor era su anárquico sentido de la indisciplina y de burlona rebeldía [esto no gustaba de ninguna de las maneras al serio Juan Ramón Jiménez, sea dicho al pasar]. En plena guerra civil se adaptó fácilmente a la llamativa propaganda de la FAI. Concurría frecuentemente a los frentes anarquistas donde exponía sus pensamientos y leía sus poemas iconoclastas. Éstos reflejaban una ideología vagamente ácrata, anticlerical, con invocaciones y blasfemias».

Una obra poética a la que podría encuadrase bajo el lema de «No hay más que una causa: la del hombre. Y, por ahora, la de la miseria del hombre», y en rebelión permanente frente a quienes entorpecían dicha causa sagrada… «Hay dos Españas: la del soldado y la del poeta. La de la espada fraticida y la de la canción vagabunda. Hay dos Españas y un sola canción. Y esta es la canción del poeta vagabundo: Franco tuya es la hacienda, / la casa / el caballo / y la pistola. / Mía es la voz de la Tierra. / Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo… / Mas yo te dejo mudo…¡mudo!/ y ¿cómo vas a recoger el trigo / y a alimentar el fuego / si yo me llevo la canción?».

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EL POETA MALDITO « El POETA Prometeico viene a dar testimonio de la Luz.

El Poeta maldito… a dar testimonio de la Sombra.

Es el mismo poeta prometeico. Se le llama así… cuando se acerca a los infiernos… porque la línea inquebrantable y monótona de sus versos que es siempre la resultante de la voluntad humana y del empuje del Viento y que no doblega ni se tuerce… tiene que pasar fatalmente… por el centro mismo del infierno como el eje de la Tierra.

Entonces, sus versos toman unas formas extrañas y blasfematorias.

La verdad es… que cuando Franco, el sapo iscariote y ladrón, con su gran escuadrón de cardenales y banqueros se atrevió a decir que la guerra de España era una “cruzada religiosa” y que Dios estaba con ellos… al poeta le entraron unas ganas irrefrenables de blasfemar.

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YO SOY EL GRAN BLASFEMO «El GRITO suena bien en el vientre de la cueva, / el salmo bajo el mediodía de los templos/ ya la canción en el crepúsculo… / El grito es el primero. / Hay un turno de voces: / yo grito, / tú rezas, / él canta… / El grito es el primero./ Y hay un turno de bridas: / él las lleva, / tú las llevas, / yo las llevo. / Y a la hora de las sombras subterráneas / la blasfemia reclaman sus derechos…»

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EL POETA Y EL FILÓSOFO «Yo no soy el filósofo./ El filósofo dice: Pienso… luego existo./ Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo. / Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La Poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue ¡Ay! / ¡Ay! / Este es el verso más antiguo que conocemos. La peregrinación de este ¡Ay! Por todas las vicisitudes de la historia, ha sido hasta hoy la Poesía…».

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SÉ TODOS LOS CUENTOS «Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / que la cuna del hombre la mecen con cuentos… / Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos… / Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos… / Que los huesos del hombre los entierran con cuentos… / Y que el miedo del hombre… / ha inventado todos los cuentos. / Yo sé muy pocas cosas, es verdad./ Pero me han dormido con todos los cuentos… / Y sé todos los cuentos».

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QUE VENGA EL POETA «Que venga el poeta. / Y me trajisteis aquí para contar estrellas, / para bañarme en el río y para hacer dibujos en la arena. / Éste era el contrato. / Y ahora me habéis puesto a construir cepos y candados, / a cargar un fusil y a escribir en la oficina de un juzgado. / Me trajisteis aquí para cantar a unas bodas / y me habéis puesto a llorar junto a una fosa».

EPITAFIO «Aprende a escribir para redactar bien tu epitafio./ No escribas otras vez en los mármoles fríos / de los panteones insolentes / grotescas elegías funerarias. / Ni un nombre ni una fecha. / “Aquí yace…” ¡¡Basta!! Señor Arcipreste. ¡Yo sé muy bien quién yace aquí!/ (Se ha caído la lámpara… / y hubo estrellas que ya no se pueden registrar). / ¡Aquí yace la Luz! (como el aceite frío y derramado). / Y… ¿en qué piedra, en qué cruz, en qué Historia/ vais a escribir ahora este epitafio, Señor Arcipreste? / ¡Oh, pobre Viento enamorado de la Arcilla! / Ahí solo, solitario otra vez, / sin albergue y sin cueva, mordiéndose le cola, / aullando y dando vueltas y vueltas, eternamente ciego, / en la noria vacía de la Nada».