Por Iñaki Urdanibia.

Presentación del escritor alemán y de su monumental novela: «La estética de la resistencia».

Se suele hablar de lecturas propias del verano y otras, tal vez más apropiadas para invierno… como la moda. No entraré en tales diferencias ya que todo depende de qué se pretenda al acercarse a un libro, y no tanto el contenido de él que dependerá de la concepción que uno tenga de la lectura; sí que parece cierto que se ha de tener en cuenta, se quiera o no, el tamaño del volumen… obviamente en la playa puede resultar imposible o al menos incómodo sacar de la bolsa un libro del tamaño de una enciclopedia, más dejando de lado tal tipo de zaranguteos que suelen proponer para el calor estival lecturitas flojas, light, para no sumar más sudor al ya originado por el previsible Lorenzo.

Pues bien, desde luego el libro al que me voy a referir en estas líneas de ligereza no tiene nada: ni en lo que hace al contenido, ni al tamaño del libro – me refiero a la paginación (prácticamente mil cien páginas) -, mas es un libro que bien merece la pena, y sabido es además que muchas veces las grandes travesías (en este caso, lectoras) exigen esfuerzo que al final reciben la debida recompensa.

El libro al que me refiero es «La estética de la resistencia» de Peter Weis, editado hace casi una quincena de años por la hondarribitarra Hiru. La impecable traducción realizada por, precisamente, un hirukote (José Luis Sagüés, Arturo Parada y Luis A. Acosta), no muestra la presencia de diferentes manos en la labor y su menuda letra se deja leer sin crujidos, con los únicos que puedan surgir de los hechos y los sentimientos que estos provoquen en quien se arrime al libro.

Hablar de novela (o de ensayela, nivola…como sugiere Alfonso Sastre en las notas introductorias) resulta simplificador tal vez ya que en la obra cierto que se desliza por los pagos de la narrativa, se asoman aspectos ensayísticos – desde el propio título -, históricos, etc. La empresa a la que se lanzó el dramaturgo Peter Weis (1916 – 1982) fue de largo aliento, ya que junto al relato de los hechos, se dan reflexiones y valoraciones acerca de ellos y de los tiempos en los que se centran las historias, del mismo modo que las propuestas o dudas acerca de la consideración del arte como arma de combate, en este caso, contra el fascismo también se abren hueco a lo largo de las páginas, convirtiéndose la estética en una resistencia de la estética.

La voz que adopta el autor / narrador es la voz de los perdedores – en plena sintonía con la propuesta benjaminiana de escribir la historia del lado de los vencidos –, el siempre lúcido W.G.Sebald lo explica: «en La estética de la resistencia, esa novela de mil páginas que comenzó cuando tenía ya muchos más de cincuenta años, para, acompañado del pavor nocturnus y cargado con un enorme lastre ideológico, iniciar un peregrinaje por las pedregosas pendientes de nuestra historia cultural y contemporánea, es un mágnum opus que se ve a sí mismo – de forma casi programática – como expresión no solo de un efímero deseo de salvación, sino de la voluntad de estar, al final de los tiempos, del lado de las víctimas…contra el arte del olvido» (El remordimiento del corazón. Sobre memoria y crueldad en la obra de Peter Weis in «Campo Santo». Anagrama, 2007; pp. 116-133). Habla Sastre de “camaradas oscuros”, expresión que podría coincidir con aquellas voces de la medianoche a la que se refiriese Victor Serge, y es que en la novela, y en la historia que se relata, hay perseguidos por partida doble, ya que militando en las filas de la supuesta emancipación, los custodios de la ortodoxia los excomulgaron lo cual podía acabar en la desaparición física del “traidor” que en muchas ocasiones no hacía otra cosa que discrepar de las posturas oficiales del comité central y de su omnipotente, y omnisciente, secretario general… a Peter Weis no le contaron todo esto sino que él lo padeció en sus propias carnes y en la de cantidad de amigos.

Época

La obra, proyectada como autobiografía imaginaria- fue escrita a lo largo de más de cinco años, publicándose en tres entregas: 1975, 1978 y 1981, y tuvo todo tipo de problemas de cara a su publicación; el creciente aislamiento de la RDA, en especial en el periodo que iba de 1965 a 1971, debido fundamentalmente al endurecimiento de la línea del régimen, hizo que en las revistas dejaron de aparecer escritores occidentales y los locales – Martin Walser, Henri Böll o el propio Weis – comenzaron a ser mirados con desconfianza. En los mismos años – mediando la significativa fecha de 1968 – se sucedieron fuertes crisis en el otro lado de la frontera, en la RFA, que se vio sacudida con amplias movilizaciones, fundamentalmente estudiantiles, provocadas por las cuestiones del momento (Tercer Mundo, Vietnam, crisis económica,…), lo que hicieron que se pusiesen en marcha leyes de excepción. En el ámbito cultural y más en concreto en el literario, todo esto se notó y se produjo un giro en lo que hace a la presencia del autor en la obra de arte: así quienes vivían alejados del compromiso o de la realidad circundante pasaba a ser considerado, ipso facto, como algo impresentable. Günther Grass y Siegfred Lenz se inclinaron hacia la socialdemocracia, Martin Walser y Peter Weis lo hicieron hacia posturas abiertamente socialistas; por su parte, Hand Magnus Enzensberger se convirtió en portavoz de la nueva izquierda y defensor aguerrido de las luchas del Tercer mundo.

Deteniéndonos en nuestro hombre, su nombre va unido fundamentalmente con sus obras de teatro en las que aparecía un claro “documentalismo”, lo que se traducía en la amplia información acerca del tema que se trataba, tomando como eje la actualidad política y sus problemas: la paz, el autoritarismo del poder, la revolución, etc. Con respecto a sus señeras obras, puede señalarse cómo entre diciembre de 1963 y agosto de 1965, en Franfurt, se celebró el “proceso de Auschwitz”, en el que dieciocho guardianes y vigilantes del campo fueron juzgados. Por primera vez se hacían públicas algunas de las atrocidades cometidas en el siniestro campo de la muerte, y se sentaba, también por primera vez, a algunos de los culpables. Peter Weis, como judío y perseguido, asistió al juicio como observador, dando cuenta de las sesiones en su «La indagación. Oratorio en 11 cantos» (Grijalbo, 1968), que fue estrenada en 1965, obra elaborada en base a noticias de prensa y con el recurso a datos históricos, y en la que se planteaban los temas de la culpabilidad, y… ya de paso salían a relucir los temas de la necesaria solidaridad con el Tercer Mundo y la revolución, cuestión que ya había sido abordada un año antes en su Marat-Sade – Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat. Drama en dos actos (1964 / Grijalbo, 1969)), en donde se planteaban algunos aspectos de la revolución francesa, dándose una postura abierta a favor del socialismo y en contra de la guerra de Vietnam… Con cierto revuelo en las representaciones de la obra, que mostraba la importancia del teatro como arma crítica, su autor quedaba marcado netamente en su compromiso de izquierdas, mas una izquierda no domesticada ni seguidora fiel de la vulgata al uso, y al abuso. De su posterior «Trostski en el exilio» (1970) y de su acogida qué decir… si el vaso ya estaba a rebosar, con esta obra desbordó por todas las esquinas.

Mas volvamos a la obra que origina este artículo que, a pesar del excurso contextualizador, no se me ha olvidado: La estética de la resistencia es quizá la obra más importante en lengua alemana de los años setenta y ochenta. Un osado intento de abarcar la historia del movimiento obrero europeo en sus inicios y metas, en sus contradicciones y esperanzas, fracasos, derrotas, dudas, etc., etc., etc.

La primera persona del narrador, de una treintena de años que trata de explicarse las cosas que suceden a su alrededor, hace pensar en el propio escritor que desde luego no hablaba de oídas sino que había vivido muchas de las situaciones de las que da cuenta (así saltan a la vista algunas coincidencias entre lo narrado por el protagonista del libro y los avatares del propio Weis). El narrador nos relata, en la primera parte, cómo vivió en la clandestinidad en el Berlín de 1937, exiliándose posteriormente a Praga y más tarde intervino en la guerra civil hispana. En la segunda, tras la derrota de los republicanos se va a París y luego se traslada a Suecia en donde trabaja en una fábrica, contactando allí con un grupo de comunistas, cuyo elemento aglutinador no es otro que Bertolt Brecht; está parte se extiende hasta 1940. En la tercera, asistimos a una peregrinación por el Hades, sabemos de la llegada de sus padres al país nórdico y se nos ofrece también un retrato de las rígidas posturas del comunismo dogmático – encarnado en Max Hodann. También se nos narra la participación en el comité central de Estocolmo, y su entrada en acción en la Alemani nazi, en donde asistimos a la redada del grupo de resistentes que se encuadraban en el grupo “Capilla roja”, posteriormente serán ejecutados en Plötzensee. Por medio vamos siendo testigos de las intrigas, las rencillas e intimidaciones que se dan en el seno del movimiento comunista internacional… quedándonos un sabor de boca – y de estómago – realmente negro ante el horizonte sin expectativas que se presenta con los procesos de Moscú, el terror estalinista, que alcanza a los propios miembros de la dicha vanguardia proletaria, implantándose en sus propias filas, el terror, la delación, etc.

Estamos ante una obra historiográfica de ficción que supone además de las cosas ya mentadas en un debate teórico – estético sobre el papel del arte: ya el recorrido se inicia ante al gran altar de Pérgamo, expuesto en el museo del estado de Berlín, que es descrito y presentado como símbolo de la desdicha y la esclavitud y que es transformado por los tres jóvenes comunistas clandestinos – Coppi y Heilman, junto al narrador – que lo contemplan en los tiempos de plenitud del régimen nazi, antes de que el narrador parta a España para combatir contra el fascismo, lo convierten – digo – en símbolo de la resistencia , haciendo que – el símbolo de la oposición se mute en recurso para el combate, para finalizar con referencias a la Balsa de Medusa de Géricault, al Guernica de Picasso, a Kafka, Brecht… entre otros, suponiendo una reivindicación del arte como memoria colectiva de la humanidad, de algunos de los «momentos estelares de la humanidad» por decirlo como Stefan Zweig. La obra reúne los aspectos indicados, con tonos ensayísticos, que se entreveran con reflexiones políticas, artísticas, científicas, haciendo que la narración se vea arrastrada por su propio fluir, lo que conduce a una fusión de dichas diversas esferas en el tercer tomo, tras haberse entremezclado a lo largo de lo que la antecede.

El narrador parece estar empujado por el lema ilustrado de sapere aude!, pues siente una perentoria obligación de «tienes que leer, tienes que educarte, tienes que enfrentarte a las cosas que vienen a tu encuentro, tienes que tomar partido, no debes resignarte a la idea de que hay unos poderosos por encima de ti que lo deciden todo. Estas son las ideas básicas, y por eso planteamos una y otra vez el mismo tema: ¿dónde y en qué épocas han luchado los hombres para superar obstáculos aparentemente infanqueables?». A este deseo de pensar por sí mismo no sería exagerado añadir una cercanía con la parresía griega, ese atreverse a pronunciarse – si es caso contracorriente – asumiendo todos los riesgos que ello comporte.

Esta autobiografía deseable – como la calificase el propio Weis -, fue aplaudida al publicarse, inicialmente en tres tomos de 1974 a 1981 – que son fechas que corresponde a las fuertes sacudidas que se dieron en el planeta tierra. Como ya queda señalado en ella se relata la derrota de una juventud educada en el socialismo y más en concreto en el marxismo, y los elogios alcanzaron las cercanías de la unanimidad: así Wolfgang Koeppen la recibió diciendo que «la novela es para mí uno de los libros más emocionantes, valientes y tristes de nuestra época». Para algunos, la verdadera Ilíada del siglo XX contra el fascismo… y en la necrológica, el encargado de hacerla, Hans Chrstoph Buch subrayó la riqueza de la obra: «aún estamos a la espera de una investigación o sondeo de este macizo novelesco en tres tomos, con sus altibajos, sus montes y sus valles».

Peter Weis, “artista total” da cumplida cuenta de tal calificación al moverse con indudable maestría por los pagos en que se entrecruzan los diferentes géneros y registros, no nombra por su nombre en ningún momento al hombre del bigote, que le obligó a exiliarse, lo que supuso que siempre, de por vida, se considerase un extranjero, como tampoco nombra a su hermano en fascismos, Mussolini, del mismo modo que tampoco nombra al padre de la patria del socialismo. Su estancia en Suecia, y el conocimiento de las maravillas de la socialdemocracia local le hace meter el dedo en la llaga, de sus impresentables tratos con el nazismo (una muestra de ello: en el pasaporte de los judíos debía constar una J).

A lo largo de la travesía propuesta, que no corresponde estrictamente ni al género memorialístico, ni autobiográfico, el yo se convierte en un nosotros, un nosotros que contiene todos los debates de la izquierda en torno a la traición a los primigenios ideales del revolución de 1917, muy en concreto en el terreno de la cultura y del arte con la paranoica imposición de los almidonados principios del realismo socialista, que hizo un flaco sabor a la cultura, al dejarla sepultada prácticamente. son numerosos los nombres propios que corresponden con personajes reales: miembros del komintern, de las Brigadas Internacionales, o de luchadores perseguidos por las dictaduras a las que habían osado enfrentarse… entre ellos, distingo a la autora de una muy interesante distopía, Karin Boye: «Kallocaína».

El verbo de los vencidos, no arrastra a ninguna forma de pesimismo, sino que abre ciertas puertas a los tonos esperanzados, al suponer una abierta apuesta por la revuelta y la emancipación… de este modo, los jóvenes trabajadores agotados tanto por el duro trabajo en la fábrica como por las continuas zancadillas y peligros que inundan las filas de los luchadores clandestinos contra todas las formas de tiranía, cogen fuerzas para seguir el combate al armarse con las lecturas de la Divina Comedia, El castillo de Franza Kafka, al contemplar la complejidad arquitectónica de la Sagrada Familia de Gaudí, el Guernica, el dos de mayo de Goya, el nombrado lienzo de Géricault, las pinturas de Courbet, o la significativa Libertad guiando al pueblo de Delacroix… los vencidos en vez de rendirse, pertrechados de estos bienes culturales y artísticos, se sienten aptos para enfrentarse a la barbarie y caminar hacia la emancipación como poderosos Heracles; «… y mientras que los de abajo no se abandonasen unos a otros, no verían la garra del león, y no vendría nadie reconocible a llenar el lugar vacío, ellos mismos tendrían que apoderarse del único asidero, de este movimiento empezado de muy lejos y tremolante con que podrían al final barrer la terrible opresión que pesaba sobre ellos».