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Diseminadas salpicaduras acerca de un pensador ( 1903-1985) que se centraba en la paradójica tarea de re-pensar todo.

Por Iñaki Urdanibia.

En el panorama filosófico hexagonal se dio un dominio de « las tres H » ( Hegel, Husserl y Heidegger) que más adelante cedieron el paso a « los maestros de la sospecha » ( Marx, Nietzsche y Freud); es como que quienes no se moviesen por estos parámetros no existían, o si no eran puras reliquias en especializaciones varias o alcanforados profesores pegados a su cátedra.

Algo de esto sucedió con este filósofo de orígenes rusos que impartía en la Sorbona, a la que por cierto iba cantidad de gente a escucharle, aun sin estar matriculados, ni ser estudiantes. Su prestigio como profesor traspasaba las fronteras académicas, y sus alumnos seguían con devoción sus clases. Fue más tarde cuando sus obras, anteriormente se habían publicado ya algunas que desde luego serían la ruina de los editores, comenzaron a ampliar su eco hasta alcanzar cotas de numerosas ventas.

Se ha hablado en alguna ocasión de Jankélevitch como el «Francisco de Asís de la filosofía » y cierto es que su humildad era proverbial, encerrado en el edificio de la universidad como si se tratase de su propia casa, no era raro después verle caminar a su domicilio parándose en alguna ocasión a tomar algún café con reducidos grupos de alumnos suyos, que agradecían su compañía, pues el autor de « Lo puro y lo impuro » era un pozo de sabiduría y de sus palabras siempre se aprendía algo. Este pudor le impedía hacerse notar y así –como él mismo señalase una y otra vez- estaba ausente en la historias de la filosofía, del mismo modo que en diferentes acontecimientos en los que participó activamente ( la Resistencia contra el nazismo, Mayo del 68, y las mil y una movilizaciones a las que se apuntaba sin alharaca alguna).

Otro de los aspectos reseñables de este singular profesor era que sus centros de interés estaban absolutamente lejos de los que entonces eran dominantes en los ambientes universitarios y culturales. La irrupción de las ciencias humanas, el marxismo, el positivismo y su derivado del momento el estructuralismo; él, solitario, se dedicaba intempestivo a la moral-tema que no es que estuviese demodésino que gozaba de una pésima fama-, el amor , el tiempo, la amistad, los sentimientos cotidianos, el coraje, planteando preguntas y cuestionándose asuntos que o bien se dan por sentados o que a primera vista da la impresión de que no presentan problema, ni tal vez interés.

La moral que para él era esencial, constitutiva de los humanos, no era concebida por él como moralismo ni como tabla de prescripciones sino como una aptitud fundamental para con los demás, era como si propusiese que se ha de ser buena gente, y esto no se prueba con palabras sino con los hechos; el hacer era algo fundamental en su pensamiento ya que ni el Bien, ni el Mal era sustanciales sino que dependían del actuar de los humanos y del sentido que estos otorgasen a las acciones.

Una incesante travesía que se resistía, y se resiste, a ser asumida por un sistema, esta a-sistematicidad es debida entre otras cuestiones a la falta de pertenencia a escuela alguna (fenomenología, positivismo, marxismo…) y a su carácter inaprehensible ya que con visión heracliteana mantenía que era difícil definir o dar constancia fija de algo en la medida en que para cuando se pretendía hacer, las cosas ya habían cambiado en el « todo fluye » permanente…no es extraño de este modo hallar en su quehacer expresiones como « no sé qué » ( je ne sais quoi) o « casi nada » (presque rien) … en un topos que era «alguna parte en lo inacabado », como reza uno de sus títulos: Quelque part dans l´inachevé .

Una concepción de la filosofía como un círculo que nunca se cierra, yendo y viniendo, preguntando, pefrfilando, cambiando de óptica, ante los objetos que se escapan sin cesar y los sujetos ( enigmas con patas ) que fluctúan en sus percepciones…como la mariposa que juega con la llama, rodeándola sin tocarla , él actuaba cercando los temas que componen « el misterio inconfesable de la vida » , sin agotarlos, siempre con el recurso a un verbo rico y formalmente bello que por momentos rozaban la volatilidad propia de las composiciones de Satie, Ravel o Litz. Téngase en cuenta que Jankélevitch era un experto musicólogo ( varios estudios sobre algunos de los compositores nombrados y sobre «lo inefable » de la música, que por cierto interpretaba con destreza en su piano.

Un atleta de la memoria.

De este modo le calificaba quien fuese ayudante suya en la Sorbona, Elisabeth de Fonteany, y no le faltaba razón si se tiene en cuenta los orígenes judíos y rusos de sus padres, y los problemas que tales orígenes les acarrearon; sus progenitores abandonaron su país huyendo de los pogromes; Jankélevitch subrayaba la suerte que había tenido de que sus padres hubiesen ido a parar a París y no haberse quedado en Alemani ya que las cosas le hubieran ido mucho peor. Aquellos oscuros tiempos le dejaron sin familia y solamente recibía periódicamente, de ultra-tumba, alguna noticias de su pasado a través de gente que le había conocido en tiempos pasados, que le enviaba fotos, etc. No cabe duda de que su padre- médico y traductor de las obras de Freud, Hegel o Schelling al francés- jugó un papel importante en la inclinación de su hijo por el saber.

Sin familia, cortadas las raíces, y siendo él despedido de su trabajo por su condición de judío-a la sazón trabajaba de profesor en la universidad de Toulouse- y tratando de evitar a la Gestapo entró en la Resistencia con la que colaboró hasta el final de la guerra, periodo en los que vivió clandestinamente con papeles de identidad burdamente falsificados. Eran momentos de implicarse y no de dedicarse a escribir grandes obras filosóficas, tiempos de repartir octavillas contra el invasor y contra el fascismo racista; para él comprometerse era aquello en aquellos momentos aun a riesgo de su vida y no dedicarse a « dar conferencias sobre la necesidad del compromiso » ( el dardo iba dirgido sin tapujos a Jean-Paul Sartre).

Su compromiso no le valió ningún puesto como era habitual en la época para quienes habíán combatido contra los ocupantes,, tampoco lo buscó, confirmando en esta ocasión igualmente la carencia de afán de figurar, de salir en la foto, etc.

La huella de aquellos tiempos duraron en él toda su vida: desaprendió la lengua alemana y se marcó una abstinencia total en lo que hace a músicos alemanes…hasta Beethoven le producía cierto malestar. Negó las influencias anteriormente recibidas, las germanas, para hallar unas nuevas bases en fuentes griegas, eslavas, francesas o hispanas ( Baltasar Gracián era uno de sus autores más frecuentados y admirados ). En su trabajos sobre el perdón, llegaba a afirmar que había crímenes que eran imprescriptibles, se refería al nacionalsocialismo, y acerca de Heidegger…mejor no hablar.

Aclaraba una alumna suya la postura del profesor: « el perdón perdona todo o no es Perdón. Jank [ así le conocían sus alumnos y colegas ] era incapaz de resolver este problema, hasta se atrevía a afirmar que exite “ lo imperdonable “. No podía olvidar el pasado, tacharlo con un trazo de pluma. Su odio contra Alemania era tal que rechazaba escuchar músicos alemanes…Creía en la maldad humana y lo repetía golpeando con su puño la mesa: “¡ creo en la maldad humana!” . Tratándose de la guerra, hablaba de crueldad y de monstruosidad ».

Un marcheur infatigable à gauche

De este modo se ha solido hablar de nuestro hombre que nunca se negaba a manifestarse, en apoyar diferentes causas contra las diferentes injusticias que en el mundo son. así nunca se negaba a firmar o a posicionarse frente a las discriminaciones, marginaciones, persecuciones raciales, políticas o religiosas.

Una muestra contundente de estos deseos por lograr una sociedad más justa fue su posicionamiento al lado de los estudiantes en las jornadas de Mayo del 68; era de los pocos profesores que iba a las asambleas y que apoyaba las reivindicaciones estudiantiles, el resto de sus colegas temblaban ante la amenaza de los rebeldes, que según le decían a Jankélevitch al verle tan entregado harían que en el futuro no se pudiese impartir filosofía moral y cosas por el estilo…Impertérrito, él se mantenía, sin ostentación ni demagogia, del lado de quienes querían cambiar la vida.

Finalizadas las jornadas, más en concreto al año siguiente-como él mismo señalase- las solicitudes para que dirigiese trabajos y tesis le fueron presentadas en aluvión. Para él, dichas movilizaciones fueron «un verdadero renacimiento, y…el verdadero comienzo de su vida como profesor ».

Un profesor genial

Concluida la guerra, en la Liberación, fue readmitido en su puesto de profesor y tras su periplo en Lille, acabó en París, en donde permaneció, en la Sorbona, hasta su jubilación.

Varios son los testimonios de alumnos suyos que relatan cómo abría su maletín del que sacaba una pequeña tarjeta que luego ni miraba y en la que –algunos, picados por la curiosidad, no pararon hasta comprobar que- no contenía más que tres palabras escritas en griego, pero luego su voz aflautada iniciaba su discurso muy bajo para ir ascendiendo en volumen al tiempo que avanzaba y su verbo se sumergía en amplias disgresiones, dando a veces la impresión de que sus cursos resultaban incoherentes al no seguir nunca el plan trazado previamente…Sus reflexiones las iba construyendo sobre la marcha abriendo innumerables caminos a quienes le escuchaban …dejando siempre su marca imborrable.

Sus cursos afirma otro alumno « eran verdaderos espectáculos de inteligencia, de espíritu de finura y de virtuosismo oratorio…al final siempre se asistía al milagro del verbo jankelevitchiano ».

Gracián, Heráclito, Kierkegaard, Schelling, Lucrecio, Bergson, Plotino, Tolstói, …eran algunas, entre otras muchas, de sus paradas en su recorrido exploratorio que ganaba en velocidad mientras se desarrollaba sin perder en estilo y brillantez.

Su defensa de la filosofía no consistía únicamente en su ejercicio habitual sino que también se reflejaba en su entrega decidida por defender la enseñanza de la filosofía frente a los recortes ministeriales; así se le podía ver entre los más entregados, junto a Jacques Derrida, allá por 1979, en los États généraux de la philosophie que se organizaron en la Sorbona y que sirvieron para que no se eliminase la asignatura en los años de bachillerato.

El pensamiento en persona

« Se puede vivir sin filosofía, sin música, sin alegría y sin amor. Pero no tan bien »

« La filosofía es como la música, que existe tan poco, se pasa tan fácilmente de ella: mas sin ella faltaría algo, aunque no se pueda decir qué »

« Todo está por decir, lo que es dicho está todavía por decir como si nadie en el mundo no lo hubiera jamás dicho, como si quien dijese la vieja novedad de siempre la dijera por primera vez »…

Llegó un tiempo, como queda dicho, que la voz del profesor salió de las majestuosas y serias aulas sorbonienses para extenderse a otros ámbitos menos solemnes. Ya anteriormente su voz comenzó a conocerse a través de los programas-« cursos de filosofía »- de Radio-Sorbona que él impartía, más tarde comenzarían a publicarse sus libros coincidiendo con los tiempos de reflujo de las grandes ilusiones y las grandes promesas que no dejaban lugar más que a las grandes palabras en detrimento de los discursos considerados sans importance.

Eran los tiempos en que pensar en el amor, la amistad, la muerte, habían dejado de ser “bobadicas “de poca monta- presque sans importance– para cobrar la seriedad de quien se toma en serio la vida y a los humanos que la habitan.

Para él, como lo deja ver en sus principales obras (« Tratado de virtudes », « La paradoja de la moral », « La ironía », « El perdón», dejando de lado sus doctas incursiones en el campo de la música: ahí están sus ensayos sobre Abriel Faure, Debussy, Eric Satie, o Litz uno de los pocos amnistiados entre los compositores germanos) la tarea fue sisífica al haber impulsado el análisis de la conciencia moral hasta los límites de lo decible, tratando de aprehender lo inaprensible, o esos volubles « je ne sais quoi » que en su balanceo infinitesimal pueden inclinarse para uno o para otro lado, convirtiendo la virtud en egoísmo o en una pequeña virtud, la confianza en desconfianza, el amor al otro en amor de sí mismo. Pretendiendo que «el máximo de amor» se mantuviese en un « mínimo de ser »; filósofo del amor, del tiempo , de la tragedia de lo irreversible, en la que se salva el valor del instante-que como el kairós griego- permanece más allá del momento para enfilarse hacia la eternidad. << Cada vez es una punta aguda, única en toda la eternidad y en consecuencia incomparable, inimitable, inestimable; ya que rarísima: preciosa infinitamente; el valor de lo único es hablando con propiedad inevaluable; tal es la realidad de haber sido, de haber vivido, de haber amado». Consiste la postura encomiable en estar listo para vivir el presente y aprehender el instante, la ocasión , el kairós, como momento iluminado.

Sería tarea vana, y contradictoria con el propio ser de la filosofía del pensador, tratar de sistematizar esta filosofía que huía precisamente del ideal de sistema: eso sí, una filosofía que partía del eje vertebrador de que la moral está ahí presente en la medida en que lo está la conciencia de los humanos.Podrían señalarse, no obstante, ciertas técnicas usadas por él a modo de método, siguiendo dos movimientos diferentes, persiguiendo siempre el mismo objetivo precisar los límites del concepto. El primer paso sería llevar una conceptualización hasta el extremo de la distinción, dividiendo todo lo que puede ser dividido, hasta que resulte imposible ir más lejos; el otro es el opuesto; el exceso de abundancia de las expresiones, la sustitución de los sinónimos, el juego fascinante de las repeticiones de una misma palabra a través de las que se puede cambiar el sentido de la frase, parecido a la teoría leibniziana de las pequeñas percepciones en la que cada elemento por sí solo constituye una intención específica, reflejando todo la búsqueda en la frase de un movimiento temporal.

Moviéndose siempre dentro de la filosofía, es pos de alcanzar una filosofía de los límites de ella misma. Tratando de pensar lo que no es casi pensable y decir lo que apenas es decible…con el sello de una constante llamada al respeto, a la tolerancia, al amor, amor “horizontal” que no necesita de ningún ser superior…se trata de amar al género humano como si se amase a alguien concreto. Este amor no puede surgir a no ser que se combine con la philautie ( amor a sí mismo), ya que si no comienza por ahí puede ser un amor hueco, interesado o meramente formal, aptitud que ha de ser guiada por la inocencia de escapar al peso del egoísmo y de la exclusiva preocupación del yo por sí mismo. .

Un filósofo del tiempo, del amor y de lo irreversible de la muerte; un personaje que pivotaba sobre tres inseparables ejes: la autenticidad, el coraje del espíritu y la modestia. Y desde luego no le faltaba valor para dar la espalda al léxico habitual de la corporación, atreviéndose a crear numerosos neologismos (pseudologie, philautie, métazoaire, algie, tautousie, panurgie, philodoxie, penipinlité, primiultimité, adiaphorie…. ).

Siempre, con la mentada, primacía de la moral cuyo cáncer es el mal y su cruz el perdón…para el que hace falta amor ya que sino podría quedar en pura superficie, y en una mascarada estéril; adoptando tenázmente la postura de ser el « vigilante de tus derechos y no el de guardián de tus deberes »

Dice el título que el filósofo al que nos hemos acercado lo es « a su aire », cierto es que él siguió en todo momento su marcha más allá de modas y corrientes en boga, cierto es igualmente que llegado un momento su aire parece que se fusionó con los aires del tiempo, al tiempo se puede afirmar que los temas a los que el filósofo dedicó vueltas y revueltas son los propios que perennemente han ocupado a los filósofos, desde Platón haciendo buena aquella afirmación de Whitehead de que « la filosofía es Platón con notas a pie de página »; constante del pensar, cuyo culpable se ha de buscar en el lenguaje que conduce a los humanos más allá de lo real puro y duro, quizá como muestra de la « neurosis » consustancial a los humanos de la que hablase Kolakowski…por esos derroteros, sin desviarse ni un instante de ellos, avanzó toda su vida ese pensador del « presque rien » pues como señalaba a su colega Michel Serres, mucho se ha hablado de que la filosofía no es nada, no sirve para nada, pero en fin ahí sigue como ese «presque rien » que sin embargo es mucho, pues siguiendo a Aristóteles podemos quedar encallados en el círculo por él trazado: si se filosofa porque se filosofa, si no se filosofa para explicar por qué no se filosofa, el caso es que siempre se filosofa, ya que hasta el propio desprecio a la filosofía es una filosofía..

Vladimir Jankélevitch un profundo pensador que da mucho que pensar y re-pensar.