Por Iñaki Urdanibia

«Sobre algunos enamorados de los libros a quienes fascinaba la literatura y que aspiraban a convertirse en escritores pero no lo consiguieron por diversas causas relacionadas con las circunstancias, con el siglo en que nacieron, con su carácter, debilidad, orgullo, cobardía, molicie, bravura, o incluso con el azar, que hace de la vida un juguete y de nosotros, en sus manos, tan sólo diminutas criaturas, vulnerables y taciturnas»

Hay escritores que no dan puntada sin hilo; entre tales, qué duda cabe, que se pueden incluir, por méritos propios, a Philippe Claudel (Nancy, 1962) como se puede ver en obras anteriores de las que he hablado (*); las novelas del autor francés podrían superar el requisito que marcaba Franz Kafka acerca de los buenos libros: «Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? […] Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros».

Pues bien, cae en mis manos un curioso libro del escritor francés que supone un giro con respecto a las anteriores obras leídas, libro de escasas cien páginas del que pueden constatarse algunos aires de familia con la tipología que trazase Enrique Vila-Matas en su Bartebly y compañía, en la que se acercaba a escritores de escasa obra ya que habían preferido, en un momento, como el personaje melvilliano preferir no; o tras la senda de la extinción que tras los pasos de Robert Walser, realizase en su Doctor Pasavento, etc. En su «Sobre algunos enamorados de los libros», editado por Minúscula, Claudel se sumerge en los pagos de la ficción metaliteraria y presenta un desfile de personajes que pretendiendo convertirse en escritores, su deseo potencial no se convirtió en acto, por emplear al lenguaje aristotélico; eso sí, sin rizar rizo alguno, podría afirmarse que todos ellos son seres aquejados por el mal de libros.

Si se exceptúan tanto el texto del inicio del libro como el del final, todos comienzan con el signo &, conjunción copulativa que abre el paso al desfile de casos variopintos de quienes de uno u otro modo escribieron para sí y a lo más para algunos seres cercanos o coetáneos no logrando dejar huella de su o sus obras, sirviendo tan sólo «para distraer a los mortales de su época», y que hace que se espere, con entregadas ganas, lo que va a venir como quien desgrana las perlas de un collar. Con unos resabios que planean por la aporía y los aires borgeanos vamos conociendo a quien puede considerarse el primer grafitero ya que no cesó de dejar sus mensajes en el templo de Atenea de Esparta, a otros que consideraba que Proust le había copiado En busca del tiempo perdido, a pesar de que hubiese nacido mucho más tarde que el consagrado escritor francés; otro que sentía la inspiración en la ducha y cuando iba a plasmar lo pensado notaba la falta de un ordenador con el que escribir; u otra que habiendo recurrido a una amiga para que le diese su opinión acerca de algo que había escrito, las ocupaciones hicieron que la amiga mintiese al verter su opinión ya que de hecho no había leído el manuscrito. Otro caballero que pensaba tener un hermoso libro dentro de sí, siendo incapaz d darlo a luz, o todavía aquél que era de la opinión de que obra residía en uno de sus hemisferios cerebrales pero que no lograba ver los puentes entre ambos hemisferios lo que hacía que no fuese posible culminar la obra; o quien usaba lápices sin parar lo que al final supuso un éxito para el vendedor de tales utensilios mas no para el pretendido escritor al que acabársele los instrumentos de escritura dejó la tarea inconclusa… también somos llevados a los primeros años de nuestra era común, cuando allá por Palestina un señor predicaba a voz en grito sus mensajes que, en su intempestividad, le llevaron a la muerte, lo que no quita para que su obra lograse convertirse en un verdadero best-seller, u otros que viendo que su lengua materna le resultaba aburrida, optó por inventar una particular con sus nuevas reglas sintácticas, de puntuación, etc, o un tal Rimbaud que coincidía en todos sus datos – fecha de nacimiento, viajes y andanzas – que funcionaba como un verdadero clon del anterior sin ser el mismo; o el matemático que escribió una obra que al final solamente entendía él, o el escritor que asesinó a varios académicos con el fin de ocupar sus puestos, o los poemas escritos en la piel de un esclavo por parte del dueño y amante, o el escritor que estaba convencido de que no se podía devenir escritor más que a partir de los cuarenta años y falleció cuando tenía treinta y ocho, o…, o…, o…; …suicidios, reclusiones en manicomios, condenas judiciales, falsificaciones, cuerpos del que se extraen poemas al diseccionarlos, etc., etc., etc.

Como señalado queda, la conjunción con que se inicia cada una de las presentaciones, que servidor ha presentado con la disyunción al modo de conoces aquel otro que… coincide en su espíritu, que no en su época ni geografía, del deseo de dejar obra, en un tenaz empeño por el libro por venir del que hablase Maurice Blanchot, se ausenta en el primer texto que cuenta el caso, a modo de introducción de un tal Virgile Maubert que no era Maurice Maubert, y en el último que utiliza la primera persona del singular lo que hace que el emisor sea el propio Philippe Claudel, recordando su niñez y el juego de las tabas, que aplicado a las letras podría recordar – esto no lo dice Claudel, sino servidor – a aquella aseveración de Stéphane Mallarmée de que una tIrada de dados no abolirá el azar; el azar que recorre todas las ocurrentes historias presentadas haciendo que los deseos, de crear, no se conviertan en realidades… de negro sobre blanco.

Una obra para el paladeo acerca del acto de creación, y los siempre presentes tanteos entre la prueba y el error, la tachadura y el borrado, plasmado con claros tonos de paradoja que provocan sugerentes cavilaciones y reflexiones sobre el arte de escribir, sobre los problemas de editar con las consiguientes obras que permanecen en cerrados cajones, …significativas anécdotas que hacen que la sonrisa no nos abandone a lo largo de las singulares historias.

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* ) Recupero un par de reseñas publicadas sobre algunos de sus libros:

+ La primera fue publicada en abril de 2008 en el diario Gara

Testimonio por encargo

Philippe Claudel

El informe de Brodeck

Salamandra, 2008.

411 págs. /

Se suele decir que el saber no ocupa lugar – dejando de lado el acierto o no de la aseveración -, lo que sí es cierto es que ciertos saberes sí que hacen ocupar algunos lugares y evitar otros. Dos ejemplos que vienen al pelo teniendo en cuenta del tema de la novela que acerco a esta páginas: Primo Levi y Jean Améry, el primero debido a su profesión de químico pudo evitar ciertas penalidades del lager, el segundo fue destinado a tareas burocráticas debido a su dominio de la lengua germana en el mismo Auschwitz. Pues bien, al protagonista de este libro de Philippe Claudel le sucede – cambiando lo que haya que cambiar – algo de eso: Brodeck que se tiene a sí mismo en baja estima, quiere correr un tupido velo sobre todo el desastre que ha vivido(planeando en él siempre la máxima de que «el hombre es un animal que siempre recomienza»); sus paisanos sin embargo teniendo en cuenta que él sabe escribir le encargan la tarea de testimoniar.

Y Brodeck pone en marcha una eficaz máquina narrativa en la que las palabras, para dar cuenta del desastre padecido, parecen querer escabullirse como peces, o revolotean cómo alocados pájaros, siendo domadas por el escriba para expresar la verdad exacta de los hechos, el Ereignis («lo que ha pasado», «lo incalificable») y nos lleva por el cráter (Kaserkwir) en donde conoceremos la sombra del otro y su anulación física (Anderer) – episodio cuya investigación juega un papel clave en el libro -, y la puesta en marcha de la programación de la infamia, de la deshumanización planificada, de la vergüenza y la humillación erigidas en norma, el encierro, la deportación, la muerte… en los tiempos negros de la guerra, la drôle de guerre. Asomando un bestiario metafórico que marca las pautas de los comportamientos observados: los perros, los cerdos, las hienas. Comer a cuatro patas como los canes, sin cubiertos, del mismo suelo en el que luego se va a yacer para dormir va a hacer que el perro-Brodeck, sobreviva mientras que muchos otros que se han negado a aceptar tales condiciones indignas han muerto. Los cerdos arrasan con todo lo que se les ponga por delante, claro está que sin ninguna mala conciencia, ni buena y qué decir de las hienas, siempre buscando el alimento entre la carroña(dicho sea de paso ¿por qué se reirán esos animales, si se tiene en cuenta su dura búsqueda del alimento entre despojos, y que según tengo oído no practican sexo más que una vez al año?), despedazando entré los cadáveres, etc. Sin olvidar a la cantidad de pájaros a los que se cortó las alas, ni los zorros muertos a mansalva.

El yo que habla (Brodeck-Claudel) da cuenta de lo sucedido a un nosotros que viene a ser el todos de aquella pequeña población de montaña que es en donde se ubica el epicentro del desastre relatado, y los distinto paisanos nos van siendo presentados en sus ocupaciones, divagaciones y relaciones, entramos en sus casas, y en los cafés y albergues de la localidad y conoceremos al alcalde, a ancianos varios, al cura del lugar, al maestro-cazador, etc. Y con las voces de todos ellos se va alimentando la verdad del informe encargado al bueno de Brodeck, que entrega una exacta toma de pulso de la geografía abarcada, hasta el más mínimo pálpito.

La memoria, el olvido, la verdad, el testimonio, el conocer lo realmente sucedido, la xenofobia (revoloteo de mariposas como paradigma), la inaguantable mirada lúcida del otro, son los plurales ejes sobre los que balancea la historia, y la mimetizada prosa, de esta conseguida novela.

La segunda publicada en esta misma red:

http://kaosenlared.net/rechazo-del-otro/