Por Iñaki Urdanibia.

Lisbeht Salander y Mikael Blomkvist siguen en su onda, y… se despiden.

Qué duda cabe que la saga que ahora se dice que finaliza ha sido un éxito de lectores y de crítica, si se exceptúan algunas mentes ilustradas que se guían por las falacia de que un buen libro no puede atraer a numerosos lectores (más de cien millones de ejemplares vendidos por el mundo); desde los tres primeros tomos de Stieg Larsson – que falleció un años antes de que se pusiesen a la venta sus libros y que se dedicaba como periodista a investigar los trapos sucios de la extrema derecha – a los tres siguientes, firmados por David Lagercrantz, la ola se ha mantenido, más si cabe empujada por las seis versiones cinematográficas.

A fuer de sincero diré que leí en su momento los tres primeros tomos, de los que di cuenta en la prensa con la que entonces colaboraba, y no me duelen prendas en afirmar que me gustaron por su capacidad de mantener la atención lectora en una trama que bien podía encuadrarse en la llamada novela negra: unos investigadores singulares (ella, Lisbeth Salander, víctima desde niña de violencias varias, de aspecto llamativo: cresta y manera de vestir cercano al estilo punk y siempre dispuesta a pasarse por el forro la hipócrita legalidad vigente; él, Mikael Blomkvist, periodista y alma mater de una revista de izquierda crítica cuyo nombre es el que da nombre a la saga) que en cierto sentido podían se considerados como anti-héroes o al menos no destacaban por la heroicidad al uso. Ella, en parte sí que puede ser considerada una heroína, contracorriente eso sí, en la medida que a pesar de ser una canija, alrededor de metro y medio de altura, es hábil en el arte de la lucha y capaz de tumbar a macizos como armarios, mujer intrépida que, por otra parte, usa las nuevas tecnologías con la habilidad propia del más destacado de los hacker, mientras que él volcado en sus investigaciones no es mayormente fuerte, a no ser en lo que hace a la entrega en sus indagaciones, y su osadía a la hora de penetrar en umbrales oscuros en donde es peligroso entrar, andando así siempre por el filo de la navaja. Se ha de sumar a lo dicho, que la denuncia de diferentes chanchullos, de bajos fondos que se relacionan con los altos fondos de los negocios y la política… ayuda todo ello a desenmascarar la idílica imagen que siempre se ha dado de la socialdemocracia sueca, como si en aquel paraíso nunca se hubiese roto un plato; súmese a lo anterior el inequívoco posicionamiento en la denuncia del maltrato padecido por las mujeres, etc., etc., etc. Tratándose de literatura no se ha de olvidar que importa la manera de narrar las historias y en ese terreno no cabe duda de que Larsson era un certero narrador que hacía que la lectura se deslizase con fluidez haciendo que los lectores quedasen atrapados por las historias y esperasen a la vuelta de página, otras que se amontonaban entrecruzándose.

Ahora, como digo, se presenta la sexta entrega, «La chica que vivió dos veces», editada recientemente por Destino, anunciándola como la última entrega, leyéndose en la faja promocional que Toda gran historia merece un gran final. Vaya de entrada que desde luego las historias funcionan por la misma senda anteriormente descrita y lo hacen con soltura y con una capacidad de enganche indudable. En ella aparecen, como no podía ser de otro modo, Lisbeth Salander que no ha perdido en combatividad, ahora en vez de defenderse se muestra dispuestas a pasar al ataque, mas sí que ha dejado de presentar la imagen de los piercings, el peinado llamativo… y demás, lo que le da una aspecto propio de ejecutiva; el periodista parece algo cansado y tiende a tratar de tomarse un periodo de vacaciones, abandonando su trabajo sobre las empresas rusas trolls que intervienen en los asuntos de otros países, en los cracks de la bolsa y en la extensión de fake news.

El libro pivota sobre dos ejes fundamentales, con sus respectivas derivas y diseminaciones narrativas que además de entregar al lector unas descripciones precisas de los numerosos personajes que van a ir poblando las páginas: por un lado, vemos a Lisbeth Salander, en Moscú, empeñada en vengarse de su hermana, Camilla – Kira en el entorno del mundillo ducho en chanchullos financieros y otros, a la cabeza el siniestro Kuznetsov y afines – andando rodeada, y protegida, por todo tipo de gánsters y mafiosos, matones, etc. y que en su momento se había posicionado del lado de su padre, Zalachenco, frente a la maltratada madre, Agneta, del lado de la que siempre se había mantenido Lisbeth. En la puerta de una fiesta organizada por el nombrado asesino de chechenos y homosexuales, Kuneztsov, Lisbeth observa el lugar ya armada de todo tipo de artilugios disponiéndose a poner fin a la vida de su hermana, al tiempo que agua la fiesta al interferir la megafonía festiva con una canción de denuncia abierta hacia el anfitrión que ve que ante la estridente música, ante el estruendo hard los invitados comienzan a abandonar el lugar… en lo que hace al propósito de matar a su hermana, una fuerza interior le frena a última hora (parálisis curiosa, si en cuenta se tiene su decidida acción a la hora de acabar anteriormente con la vida del abogando Bjurman, con el psiquiatra Teleborian o con la de su propio padre) y ante los numerosos guardaespaldas que van a por ella, Lisbeth Salander se esfuma ante el disgusto de su hermana que pone todos los medios por cercar a Lisberth y acabar con ella. A partir de ahí seguimos la pista de la móvil Lisbeth que vigila con sus cámaras los pasos de su hermana y de su banda de delincuentes y matones, algunos de ellos forjados en los ambientes militares rusos. Praga, Copenhague, Estocolmo… son algunos de los lugares por los que mueve la inquieta Lisbeth que cruza, en un hotel, su existencia con una mujer Paulina, con la que mantiene unas estrechas relaciones amistosas y amorosas, al tiempo que sirve a dicha mujer para su desahogo, propio de una fémina a la que su marido maltrata… Al que no hace mayor caso es a Mikael que le envía frecuentes mensajes preocupándose por su estado y por sus andanzas; ella a lo suyo como si estuviese afectada por el síndrome de Asperger o similar.

Si señalaba que el libro avanza en torno a dos ejes, el segundo va a ser el que desencadena la muerte de una mendigo en el centro de la capital sueca, en cuya ropa por cierto se halló un papel con el teléfono de Mikael Blomkvist. Un hecho que no parece de primeras revestir mayor entidad si en cuenta se tiene que el fallecido, algunos le conocen como el chino por sus rasgos orientales, era un borracho crónico y sus delirios que se expresaban en una lenguaje confuso e irreconocible eran conocidos en la zona. Hay, no obstante, algunas actuaciones suyas en los últimos días de su vida, broncas a viandantes además de nombrar, alterado, en repetidas ocasiones el nombre de algún miembro del gobierno, hace que la cosa resulte chocante cuando menos. Si al principio Mikael Blomkvist es puesto al corriente del hecho no dándole mayor importancia, luego algunas cuestiones comienzan a picar su curiosidad, entre ellas que una de las últimas personas que fueron abroncadas por el ahora fallecido fue la periodista Catrin Lindas, mujer derechosa que destacaba por su mirada crítico – inquisitorial con respecto a la realidad sueca, si bien siempre salía en defensa del criticado ministro del interior Johannes Forsell, si a lo anterior se suma la llamada de la forense Fredrika Nyman al periodista, en la que se le pone al tanto de algunas oscuridades genéticas del misterioso fallecido… la maquinaria investigadora de Blomkvist se pone en marcha. A regañadientes toma contacto con la recta periodista recién nombrada que tras mostrarse fría y despectiva con él, al que había sometido a duras y despiadadas críticas en diferentes artículos de revistas varias, acaba desembocando en una estrecha relación entre ambos, relación de colaboración y de cama, si bien él se muestra muchas veces como ausente debido a su entrega al caso que cada día le ocupa con mayor dedicación.

Las pesquisas, tras muchas idas y venidas conducen al conocimiento del vagabundo desaparecido – tanto la forense nombrada como la experta, en casi todo, Lisbeth Salander hurgan en su ADN – como un sherpa que había guiado a diferentes expediciones al Everest, entre ellas algunas en las que habían participado diferentes personalidades de la política y los negocios… el nombrado ministro Forsell y la que luego sería su esposa Rebecka, el que sería ayudante del ministro Svante, el oscuro, y una tal Klara Engleman, mujer de un mafioso americano, Stan que había quedado en EEUU, qien en la ascensión había intimado con Viktor Garkin, falleciendo ambos en la montaña… Las versiones sobre lo sucedido allá en las alturas son dispares y el tratar de aclarar lo que realmente sucedió y qué papel jugó el sherpa, Nima Rita, en aquella situación y en su posterior fallecimiento que cada vez se antoja menos natura y más relacionada con su muerte, que huele a asesinato.

Los diferentes pasos que se van dando tanto en lo que hace a averiguar la identidad del fallecido como a lo acontecido en aquellas ascensiones de montaña ocupan páginas en la que se nos van entregando, dosificados, diferentes hilos, que ocupan además de a los ya nombrados a y a los atrapados lectores a los comisarios Bublanski, Sonja Modig… Sin entrar en mayores detalles, las situaciones se van enmarañando para posteriormente irse aclarando , viéndose el peso de los cuerpos de (in)seguridad a la hora de hacer entrar en el país a gente indocumentada si el interés del estado así lo exige, con la colaboración de centros psiquiátricos privados, y la GRU rusa, la Sápo, como secretos cuerpos en el seno del que se han formado diferentes seres turbios, algunos de los que conforman organizaciones de extrema derecha radical como Svezda Bratva, etc.

No concluiré sin indicar que si todo lo dicho en último lugar ocupa gran parte de la narración, las aventuras y acciones de Lisberth Salander no se olvidan y la vemos entregada a acciones propias del más avezado de los agentes secretos: transmisores, móviles intervenidos, cámaras partout, golpes, tiros, motos de gran cilindrada… y Salander, en un final trepidante ad abusum, marca de la casa, jugando, una vez más, contra viento y marea, el papel de intrépida salvadora.

En fin, una novela que se mantiene sin altibajos en una tensión constante, con netos aires de familia a las primeras entregas, que como ya ha quedado indicado son las que en su momento leí, lo que hace que quien a la novela se acerque se verá sumergido en la curiosidad y los sobresaltos, y la denuncia de los resabios de xenofobia, racismo, populismos y demagocias varios… lo cual no es poco.