Por Iñaki Urdanibia

«…una nieve parece volver a caer, es la única

rosa blanca y nueva del invierno, en su

serenidad -no se ha visto como sincera si

considerada como tal- una comprensión no

nacida, -véase la piedra partida y el trigo

hiriente-su sueño súbito.

El invierno le depara a su sublime figura

arcaica, -véase también como- no nacida.»

No es fácil hablar de los poemas, menos todavía si éste es hijo (Peru Urdanibia, San Sebastián, 1978), del que escribe ya que los afectos y la falta de distancia pueden jugar malas pasadas; de ahí, que ante tal inseguridad, haya recurrido en un par de ocasiones, o tres, a diferentes especialistas y poetas para que, con sinceridad, me diesen su opinión sobre las poesías de Peru. Complica más las cosas, si cabe, que los poemas de Peru no son transparentes como el cristal sino que en general resultan opacos, hasta los bordes del hermetismo y la oscuridad, que queda plasmada en construcciones sintácticas singulares. No está de más tener en cuenta que se suele tener tendencia a explicar o interpretar los textos poéticos, al igual que otras artes, si bien el propio recurso a la autonomía del verbo poético hace que si tal género se elige es debido a que el poeta considera que, en la centralidad y musicalidad de las palabras reside la particularidad y la esencia de lo que pretende expresar. Tal era desde sus orígenes griegos el registro del canto poético que era acompañado de instrumentos musicales. Diferente a lo dicho son los poemas que siguen el modelo coplero. Afirmaba el romántico Novalis que «la crítica de la poesía es un absurdo; ya resulta decir si una cosa es poesía o no», y es que en cierta medida la poesía, como el ser según Aristóteles, se dice de múltiples maneras.

Ante la dificultades inherentes a la lectura de poesía, han solido surgir afirmaciones de sal gruesa acerca de que es un género leído solamente por poetas, y en este sentido, considerado como plenamente elitista. No muestra su acuerdo Henri Meschonnic en su celebración de la poesía, al señalar que «…las cosas que se juegan en la poesía interesan en realidad a cada uno. Porque se juega en ella el sentido del lenguaje y el sentido de los sujetos». Decía Wislawa Szymborska: «de lo que no se puede hablar, mejor poetizar» y Gaston Bachelard iba aún más lejos al proponer un nuevo elemento: «…cuando nos dejamos conducir por los poetas, tenemos la impresión de que es necesario fundar un quinto elemento, un elemento luminoso, etéreo que sería el elemento dialéctico de las cuatro maneras a las que durante diez años hemos estado entregados de manera sistemática, a soñar».

Centrando la mirada en los poemas del libro al que me refiero, me atrevo a afirmar que los poemas presentados son destellos que surgen de la rumia existencial y expresan sentimientos y estados anímicos; dejando ver cierta tensión y complejidad de la mente del poeta, podría encasillarse así la poesía como existencial. Queda claro al paso de las páginas que su concepción de la poesía no pretende ser cartesiana en el sentido de destacar por su claridad y distinción, ni sigue la aseveración de Wittgenstein de que lo que se puede decir se puede decir claramente, recomendación no apropiada para el verbo poético que se desliza por los bordes de lo que no se puede decir, sino que es más afín al machadiano «Oscuro, paraque todos atiendan; / clarocomo el agua, claro, / paraque nadie comprenda», o a aquella afirmación del poeta catalán J.V.Foix : es cuando duermo que veo claro. Más si en cuenta se tiene lo que afirmase María Zambrano, al distinguir ante razón poética y razón discursiva, o instrumental, al considerar que la poesía era un saber del alma, que debía no poco al sueño, a lo onírico… «Asombrado y disperso es el corazón del poeta (…) No cabe duda de que este primer momento de asombro se prolonga mucho en el poeta, pero no nos engañemos creyendo que es su estado permanente del que no puede salir. No, la poesía tiene también su vuelo; tiene también su unidad, su trasmundo», o como eco resuena la aseveración de René Char: «la poesía vive del insomnio perpetuo».

La escritura de poesía surgió en Peru en la adolescencia, precisamente en aquellos años llegó a obtener un premio en una certamen de poesía en euskera. Posteriormente ha escrito esporádicamente, debido a otras dedicaciones en la vida. Por lo demás, no ha cesado de escribir y como muestra de ello es que tiene prácticamente acabado otro volumen de poesía.

Las lecturas que más le han atraído e influido son los poemas de Georg Trakl, José Ángel Valente, Anna Ajmátova o Marina Tsvetaieva… en especial, lo que tal vez se deje ver, en ciertos aires de familia, que asoman en sus versos. Con respecto al mentado en primer lugar recuerdo aquélla sincera afirmación que realizase Wittgenstein con respecto a sus poemas: «no los entiendo, pero su tono me hace feliz. Es el tono de un hombre verdaderamente genial».

Y la presencia de la figura tutelar del ángel (ange, escribe el poeta en su afrancesamiento, al igual que incluye algunas otras palabras en tal idioma, dejando ver ya desde la dedicatoria, algunas referencias musicales hexagonales), ange, digo, que como mensajero (en griego: Ἄγγελος / Ángelos) fiel, bajo el amparo de Hermes dios de las encrucijadas, tiende lazos entre estados de ánimo, situaciones, fenómenos naturales y mentales, elementos, fauna y flora, con el asomo de algunas figuras mitológicas…sin obviar la gama de significativos colores.

Para concluir este comentario, y siendo consciente que ha devenido una surtida casa de citas al tiempo que una invitación a la poesía, me permito añadir, encore, un par de citas poético-programáticas de Paul Celan que cuadran al caso: en su Discurso de Bremen (1958) se lee: «el poema, en la medida en que es, en efecto una forma de aparición del lenguaje, y por lo tanto de esencia dialógica, puede ser una botella arrojada al mar, abandonada a la esperanza – tantas veces frágil, por supuesto- de que cualquier día, en alguna parte, pueda ser acogida en una playa, en la playa del corazón tal vez. Los poemas, en ese sentido, están en camino : se dirigen a algo. ¿Hacia qué ? Hacia algún lugar abierto que invocar, que ocupar, hacia un tú invocable, hacia una realidad que invocar»; y en su El Meridiano: (1960) «El poema se afirma al límite de sí mismo; para poder mantenerse, el poema se reclama y se recupera ininterrumpidamente desde su ya-no a su todavía…El poema quiere ir hacia algo Otro, necesita ese Otro, necesita un interlocutor. Se lo busca, se lo asigna…el poema apunta hacia un espacio abierto, vacío y libre…»