Archive for junio, 2024


Por Iñaki Urdanibia

Acaba de publicarse, en una nueva traducción, la novela del escritor ruso, Nosotros, al francés por la editorial Gallimard, y ello me ha traído a la mente un par de efemérides relacionadas con el escritor: la una, se cumplen 140 años del nacimiento del escritor, la otra es, que hace cien años que se publicó la primera edición en condiciones, y en inglés, de su novela, prohibida en su país. Todo el mundo ha oído hablar de algunas novelas del género cacotópico, distópico, maneras de nombrar la de utopías negativas: Un mundo feliz, publicada, en 1932, de Aldous Huxley (1894-1963), 1984, publicada en 1949, de Georges Orwell (1903-1950) – me limito a estas dos a las que se podrían añadir otras como la de H.G.Wells, R. Bradbury, etc. -, sin embargo pocos conocen la novela de Zamiatin de la que hablo, que aún habiendo aparecido años antes, en 1924, pasó desapercibida debido a sus problemas de publicación, prohibición que hizo que se publicase originalmente en el extranjero, a pesar de haber inspirado a los anteriormente nombrados; el aspecto es señalado en al posfacio de la edición francesa de la que hablo, escrito por Jorge Semprún: «publicando en enero de 1946, en el hebdomadario Tribune, un artículo sobre la novela de Zamiatin (de la que había leído la traducción al francés de 1929), Orwell señalaba los parecidos entre el Nosotros y el libro de Huxley. Implícitamente también, reconocía su deuda hacia Zamiatin: 1984 iba a aparecer tres años más tarde, en 1949».

Hay escritores a los que se conoce casi exclusivamente por una obra, es el caso, aunque reitero siendo poco conocido, escribió algunas otras*. La obra que dedico este artículo-recordatorio cuenta con diferentes ediciones /traducciones: Plaza & Janés, 1970/ Tusquets, 1991 /Alianza, 1993 / Prames, 2005/ Akal, 2008/ Cátedra, 2011 y Hermida Editores, 2016 / Salamandra, 2023… dejando de lado las ediciones latinoamericanas.

No fue fácil que el libro viese la luz, muchas idas y venidas, siempre venciendo la inflexible censura, lo que conducía al escritor a una verdadera desesperación y asfixia que le empujó a dirigirse directamente por carta al mismísimo Stalin**. El libro no podía permitirse de ninguna de las maneras ya que en sus páginas se daba paso a una tonalidad crítica que apuntaba sin ambages a las desviaciones que ya se constataban en el funcionamiento del poder surgido de la revolución de octubre en su denodado intento por racionalizar al milímetro y hasta el más mínimo detalle tanto la esfera pública como la privada de los propios ciudadanos. La novela se publicó, en primer lugar en Inglaterra, bajo el título de We, en 1921, en una versión reducida y sin que fuese revisada por el propio autor. A pesar de que la novela iba de mano en mano, clandestinamente, en samizdat, en el país de los soviets, y así era conocida con cierto éxito, hubo de esperar todavía algún tiempo para que se le concediese un permiso de publicación en condiciones en su país.

En la novela se retrata una sociedad transparente que funciona bajo la omnímoda vigilancia del, siempre atento, ojo del poder, control organizado como una perfecto panóptico con unos siempre celosos vigilantes a quienes no se les escapa ni en menor detalle del comportamiento de los vigilados, léase todo dios; el yo ha cedido el lugar dominante al nosotros, y los ciudadanos cumplen su labor en horarios fijos y ante la mirada de todo quisque; todos ellos uniformados. Estos aplicados policías del pensamiento, siguen las consignas del Gran Benefactor / Bienhechor; resultaba así el retrato una profecía del poder totalitario, que caminaba a grandes zancadas en tierra soviética, dominada por el Partido, y éste por la mano de hierro de su secretario general, hacia el modelo del cuartel, de la delación, etc. El cristal y el acero son los materiales dominantes en la construcción de la sociedad que está separada con un muro del mundo salvaje, ajeno a la perfección allá, en el interior, diseñada y puesta en marcha.

La deshumanización retratada, al privarse a los humanos de la libertad, de las pasiones, etc., prohibidas al considerárselas peligrosas, y verse sometidos al dictado de la ciencia y la máquina, va a reflejarse igualmente en la mutilación del uso de la lengua, domesticada hasta límites de esclerosis total… de neolengua (newspeak) hablaría más tarde Orwell en su 1984, y Klemperer analizaría con precisión de avezado filólogo las variaciones del lenguaje del III Reich.

En la perseguida perfección organizativa asomaban, no obstante, algunas contradicciones, que quedan expuestas de manera patente en la mente del propio protagonista, D-503 – constructor de una nave interestelar que exportaría la perfección racionalizadora a otros planetas -, que se debatía entre oponerse al poder del pretendido Estado científico futuro y utilizar los mismos criterios de racionalidad como paradigma único fuera del cual no hay salvación posible; lo que no quita para que estas mismas reglas pudieran servir para racionalizar el poder racionalizador en una tarea de des-racionalización de la racionalización dominante. La novela detalla otras cuestiones de orden reglamentario, del mismo modo que se detiene en las costumbres de índole alimentaria (todo a base de nafta) sin obviar la presencia, clandestina obviamente, de la oposición, de los mefi, dirigidos por una mujer, cual Antígona rediviva. Sabido es que donde hay represión, hay resistencia, y el amor, como pasión prohibida va a jugar un papel liberador, al arrastrar al protagonista fuera de los muros del orden y la ley, derivando por el nomadismo que difiere del sedentarismo fijo que se da dentro de los muros verdes; al recuerdo me viene aquello de Eduardo Galeano: «en el fondo, la rebeldía es un acto que proviene del amor, del amor a los demás y del amor a las cosas que valen la pena vivir y hasta morir por ellas». No seguiré destripando la novela que resulta tan transparente como la sociedad transparente que describe.

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( * ) Recupero la reseña que salió publicada en el diario Gara de otra obra del escritor ruso:

No hay mal que…

Zamiatin

La inundación

Alfabia, 2010.

88 págs.

No lo pasó muy bien que digamos Zamiatin por su tendencia a escribir libremente, sin dejarse domesticar por los estrechos criterios impuestos por la nomenklatura, como tampoco lo pasaron bien sus colegas Boris Pasternak, Vassili Grossman o Mijaíl Bulgakov; «todo artista más o menos importante – decía – es siempre un hereje». El último de los escritores nombrados fue a despedir al autor de Nosotros a la estación cuando al fin le fue concedido, por medio de los buenos oficios de Maxím Gorki, el permiso para irse al extranjero; al autor de Maestro y Margarita no se le concedió a pesar de sus repetidas peticiones al secretario general del PCUS, el camarada Stalin.

Si Zamiatin se afilió temprano al partido bolchevique y hasta fue apresado, un par de veces, por las autoridades zaristas debido a sus escritos críticos que no ahorraban dardos dirigidos contra el poder, más tarde también tuvo serias dificultades, cuando ya los bolcheviques habían tomado el palacio de invierno, para que sus escritos vieran la luz. Tras su estancia en Inglaterra dirigiendo la fabricación de buques, publicó varias obras en las que criticaba el sistema capitalista en el que había vivido; entonces fue considerado como un héroe en la patria de los soviets, mas pronto cambiaron las tornas cuando sus dardos se dirigieron contra la burocratización del poder soviético, y vio como su retrato distópico, antes nombrado, era prohibido y publicado en el extranjero; sólo años después de su muerte vio la luz en la URSS su Nosotros del mismo modo que pasó con Doctor Zhivago de Boris Pasternak, con Vida y Destino de Vassili Grosman o con Maestro y Margarita, allá por los ochenta.

La novela corta que ahora se publica fue la última que escribió antes de abandonar su país. En la brevedad de sesenta páginas se entrecruzan los problemas de una familia y a nivel metafórico: la naturaleza (el río, el aire, la tierra, los olores, la sangre…), los animales, los objetos domésticos y la maquinaria de la sala de máquinas en la que trabaja Tom, siendo puestos en relación, todos ellos, con la tormenta familiar que constituye la historia, haciendo que parezca que existe entre los diferentes niveles unos hilos que relacionan directamente a unos con los otros; no faltan algunos guiños a la situación política en la que se desenvuelven los personajes, reflejada hasta en los juegos infantiles. Sofia y su marido, Trofim Ivánich, sienten que entre ellos hay un vacío, que al final descubren cuál es: tienen problemas para tener descendencia, a falta de ella optan por hacerse cargo de una jovencita huérfana de nombre Ganka; lo que en principio pudiera hacer pensar en una solución al vacío nombrado va a devenir en un cariño de la chiquilla, en exclusiva para el varón, la presencia de Ganka viene a estimular las pasiones del éste; la tensión entre ambas mujeres va a crecer y como sucede en estos casos con frecuencia, las cosas no van a quedarse así sino que se van a hinchar… hasta el desastre, como el provocado por el desbordamiento del río Nevá. Mas sabido es que no hay mal que dure cien años, ni bien tampoco.

En su brevedad, Zamiatin nos entrega una veloz historia magistralmente compuesta, con la precisión milimétrica de un geómetra o con la habilidad de un jugador de billar, que consigue mantener la atención lectora desde la primera hasta la última línea.

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(**) Las cartas a las que aludo pueden verse en este artículo en el que también se habla de otras cartas y de otras vidas, en riesgo:

El dolor de escribir

+ Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin

Cartas a Stalin

Veintisieteletras, 2010.

93 págs. /

+ Ariadna Efron

Marina Tsvetáieva, mi madre

Circe, 2009.

296 págs. /

No eran buenos tiempos para la lírica los primeros años del siglo XX en Rusia, los tiempos agitados de después de la revolución de octubre, que se encaminaban a establecer rígidas normas al acto creativo de escribir – y a otras expresiones del arte y de la vida en general – para situarlos bajo el mando de la política del poder. Así las consignas de subordinar el arte a los intereses de la construcción del socialismo, y a las restricciones por parte del partido a situar las letras, por encima, con independencia del sacrosanto deber de servir al pueblo, al proletariado, o al futuro luminoso de la humanidad, pasaron a ser moneda corriente, e impuesta a hoz y martillo, bajo los presupuestos del comisario de turno, por ejemplo Zhdanov, con sus prédicas acerca del arte proletario, en la misma onda que la ciencia proletaria de un Lyssenko.

¡ Dejadnos escribir!

La pléyade de escritores que destacó en aquellos años y que tuvieron problemas para poder ejercer su libertad creativa cubrieron una amplia nómina que va de Anna Ajmátova, Ossip Mandelstam, Marina Tsvetáieva, Esenin, Platonov, o de manera especial en la presente ocasión -y lo digo por ser cartas de estos dos últimos las que se publican ahora- del autor de Nosotros (1920, fecha de escritura) y del de El maestro y margarita (1940).

Hablaba el autor de la segunda de las obras citadas, Mijaíl Bulgákov (1891-1940) de que en «la Santa Rusia soviética ocurrían acontecimientos de lo más increíble». Obviamente tal situación se prestaba a las mil maravillas a ser enfocada bajo el prisma de lo fantástico, pues lo real era insólito hasta los topes, prestándose a anomalías y equívocos persistentes constituyendo así un terreno ideal para el ejercicio de la fantasía, desplazada hacia lo delirante, lo humorístico, como lo hizo Bulgákov en su obra maestra que finalizada el mismo año de su muerte hubo de esperar más de una veintena de años para ser publicada en su país. Sirva como muestra lo que acabo de decir para subrayar las dificultades de escribir que se vivían en los tiempos de Stalin en la patria de los soviets, si bien más bien podría hablarse de las dificultades para publicar, ya que escribir, escribir lo que se dice escribir, todo el mundo lo podía hacer siempre que sus palabras no entrasen en contradicción con las normas dominantes y su espíritu corrosivo quedase en el seno de lo privado, en el ámbito de cada cual.

Zamiatin (1884-1937) tuvo también serias dificultades, y prohibiciones, a la hora de que sus obras viesen la luz, como las tenía Bulgákov para ver representadas sus obras teatrales que a la sazón era lo que escribía fundamentalmente. Zamiatin logró al final un permiso para desplazarse al extranjero, cosa que Bulgákov no lo consiguió a pesar de sus continuas peticiones. Transcribo una de las significativas cartas enviada por Zamiatin que expresa a las mil maravillas su estado de ánimo, y la magnitud de la tragedia:

Estimado Iósif Vissariónovich:

Condenado a un castigo supremo, el autor de la presente carta se dirige a Usted con la petición de que la citada pena le sea conmutada. 
Seguramente mi nombre le resulte conocido. Como para cualquier otro escritor, la posibilidad de la privación de escribir constituye para mí un castigo mortal. Y las condiciones creadas son tales, que no puedo continuar con mi labor, pues es inconcebible realizar tarea creativa alguna cuando uno se ve obligado a trabajar en una atmósfera de acoso sistemático que se endurece año tras año.
[…]
 Pero si no soy un criminal, pido entonces permiso para viajar temporalmente al extranjero junto con mi esposa.
 […]

La extraordinaria atención que ha dispensado a otros escritores que se han dirigido a usted, me permite albergar la esperanza de que mi petición sea también tenida en cuenta.

Junio de 1931

Las cartas que ambos dirigen a las autoridades del país, y más en concreto al jefe supremo de la nomeklatura del Kremlin, el camarada Stalin, van a llegar a los límites de lo patético. Las súplicas para intentar que Stalin se viese conmovido por las limitaciones a que se veían sometidos en su profesión de escritores les lleva a humillarse para tratar de conseguir cierto aire para poder respirar, pues… ¿qué hace un pez fuera del agua? Lo dicho no quita para que las cartas rezumen reivindicaciones, no veladas, de la libertad debida para poder ejercer en condiciones el acto de crear, tratando de ubicar el status de la literatura con plena autonomía de las esferas del poder, ya que la literatura tenía que convertirse – según ellos – en la conciencia crítica de éste.

El agotamiento, los intentos de ninguneo de sus obras, las amenazas y el terror ambiente no hicieron, no obstante, que estos escritores arriaran la bandera de la libertad.

Una mujer excepcional

No hace mucho vieron la luz los Cuadernos de Marina Tsvetáieva (1892-1941) en los que ésta -a modo de autobiografía- dejaba ver sus apuntes, sus escritos íntimos que daban cuenta de sus gustos literarios, sus afectos compartidos y no, sus relaciones familiares, y su vida como mujer que se las veía y se las deseaba para poder llegar a fin de mes, y hasta de semana. Ahora ve la luz la visión que su hija, la pequeña Ariadna de los cuadernos nombrados, conservó de su madre lo que convierte este sensible libro en complementario del anterior, del de la madre.

Si para Marina Tsvetáieva su hija fue su mejor verso, para ésta su madre fue su primer poeta, el mejor y por el que apostó de por vida, ya que tras el suicidio de la madre – Ariadna Efron que estaba encarcelada, estándolo hasta 1955 – se convirtió en albacea, ordenadora y editora de los poemas maternos. La poeta se exilió en busca de su marido que al haberse posicionado con los blancos hubo de salir por patas de su patria. Alemania, Checoslovaquia y París vieron a la mujer sumida en la pobreza y la precariedad más absoluta. Dos cosas mantenían en pie a la poeta: su entrega al verbo poético como espacio infinito, como parcela de la eternidad, y sus amores volubles y a veces a distancia (ejemplar sus carteos con Pasternak a quien no conocía). Al final se quedó sola: su marido se convirtió en espía del nuevo poder, y la hija le siguió a la zaga, deviniendo defensora acérrima del poder socialista. Añadiré que ambos – padre e hija – cayeron en desgracia: el padre fusilado, la hija en prisión… Tsvetáieva sola con su soledad, sus versos, sus recuerdos y… su cuerda final.

Ariadna retrata a su madre como poeta, como madre dominante e independiente, y como mujer sumida en momentos de desánimo frecuentes… y se retrata a sí misma como una niña que ha de ir de un lado para otro sin hallar en ningún lugar un calor de hogar adecuado.

Escritores que vivieron con plenitud la entrega a su tarea sin doblegarse ante ningún ídolo… el poder de la palabra que no reposa ni en dioses, reyes, ni tribunos

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Ya puestos a… añado estas pinceladas sobre la vida del escritor:

Yevgueni Zamiatin (1884- 1937)

+ Notas biográficas

Nacido en Lebedyan, Tambov. Estudió y más tarde enseñó, ingeniería naval. Debido a ambas dedicaciones viajó por toda Rusia, y por el extranjero, visitando distintas ciudades: Beirut, Constantinopla, Esmirna, Jerusalén, Port Said… Perteneció, en su juventud, al partido bolchevique – afiliándose en los tiempos de la revolución de 1905 -, y debido a ello fue detenido en un par de ocasiones y también desterrado. Su primer relato data de 1902, si bien fue en 1913 cuando se dio a conocer como escritor con unos cuentos en los que retrataba el estancamiento de la vida provinciana, y reflejaba las miserias de las clases trabajadoras, escritos que fueron prohibidos por sus abiertas críticas al ejército zarista. En 1916 se trasladó a Inglaterra, donde había recibido el encargo de construir un buque rompehielos – más tarde en su país diseñó más -. Su experiencia inglesa la relataría en distintos textos en los que criticaba la hipocresía y la monotonía conformista de la vida inglesa, y por extensión, de la sociedad capitalista.

Después de la revolución, 1917, su actitud independiente y crítica ante el nuevo régimen impidió que obtuviera ningún cargo oficial de importancia en el campo literario, ni en ningún otro. Eso no quita para que desempeñara un importante papel en el desarrollo de las letras soviéticas de inicios del siglo XX, al formar un grupo dinamizador de nombre los Hermanos Serapion (1921), que contó con ocho prosistas y tres poetas (Elisaveta Polónskaia, Nikolái Tíjonov y Vladimir Pozner, que después emigró y se acreditó como crítico genial) y el crítico Ilyá Gruzdev. Tal grupo tuvo la osadía en aquellos trágicos años de afirmar la primacía del arte y su independencia de la política, postura en las antípodas del oficial realismo socialista, no digamos de su posterior teorizador Zhdanov (o aun, Mao Ze Dong con sus célebres Conferencias en el foro de Yenan sobre arte y literatura). Durante estos años elaboró lo fundamental de su obra y más en concreto su My (Nosotros). Tanto ésta como alguna otra novela dejaba ver cierto pesimismo con respecto al futuro, postura que el poder no era capaz de admitir. En 1929, ya en tiempos de Stalin, cayó en desgracia debido a la publicación de la obra mentada en el extranjero. La vida se le iba convirtiendo en insoportable (prohibiciones, amenazas y agresiones) y el manto protector de Máximo Gorki no era todopoderoso. Éste le sugirió que escribiese directamente una carta a Stalin contándole su situación. Así lo hizo : «… un hombre condenado a la pena capital se dirige a usted con la petición de conmutar esta pena. Usted conoce probablemente mi nombre. Para mí, en tanto que escritor, estar privado de la posibilidad de escribir equivale a una condena a muerte. Las cosas han llegado a un punto en el que me resulta imposible ejercer mi oficio, ya que la actividad de creación es impensable si uno se encuentra obligado a trabajar en una atmósfera de persecución sistemática que cada año se vuelve más grave…». La respuesta no tardó mucho: recibió permiso para irse al extranjero con su familia. A París se fue, en 1932, y allí vivió integrado en los ambientes intelectuales, escribió algunos textos y comenzó una novela que quedó inacabada. En ellos mostraba su decepción tanto con la vida del Este, supuestamente revitalizado, como del decadente Oeste. Vamos, que no se casaba ni con tirios ni con troyanos.

Murió en la más absoluta de las pobrezas en París, el 10 de marzo de 1937, de un ataque al corazón.

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En su momento apareció en esta misma red el artículo al que conduce el enlace:

https://archivo.kaosenlared.net/zamiatin-alertador-del-desastre/ (5 de mayo de 2017)

Por Iñaki Urdanibia

«Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?… Un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro»

Así hablaba Franz Kafka y ciertamente sus libros cumplen lo afirmado con creces. Hay escritores que pertenecen a una época y en ella quedan anclados sin que su presencia e influencia se extienda más allá de su tiempo, tanto por los temas que tratan como por su prosa y estilo, no es desde luego el caso del escritor praguense que en un día como hoy, 3 de junio, de 1924, fallecía. Sus obras siguen vivas y las ediciones y reediciones de ellas cantan, además de las obras dedicadas a su figura y a sus libros. El número de sus lectores no decrece sino que da por pensar que van en aumento, y su influencia abarca por lo que leo a sectores de la juventud (en un reciente artículo de Le Monde la escritora Sarah Chiche traía a colación algunos ejemplos de su presencia entre jóvenes de la generación”Z”, la de 12 y 25 años) sin saber muy bien si realmente lo leen o si lo toman como modelo para algunos asuntos de sus vidas.

A cada cual lo suyo, y me refiero a que el mérito de la difusión de las obras del autor de En la colonia penitenciaria, se debe al “traidor” albacea del escritor, Max Brod, que desoyendo las indicaciones del escritor salvó de las llamas muchas hojas de su producción. Ha de tenerse en cuenta que además de sus tres novelas (El proceso, El castillo, y El desaparecido-o América, título que le otorgó Brod), se publicaron sus Diarios, sus Cartas tanto a Felice, como a Milena y a Dora, amén de casi un centenar de Cuentos, de los que por cierto se acaba de presentar, completos, en Páginas de Espuma, en traducción de Alberto Gordo; antes estaban publicados, en 2000, en Valdemar en traducción de José Rafael Hernández Arias.

Los escritos de Franz Kafka dan mucho que pensar, tanto en lo referente a aspectos de su existencia, como acerca de los tiempos que le tocaron vivir y los siguientes, que se quiera o no, predijo en su oscuridad… y subráyese a pesar de él, ya que él se empeñaba en decir que lo suyo era solamente literatura («no soy más que literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa»); es lo que pasa con las botellas arrojadas al mar, que, pasan inadvertidas, o que caen en manos de algún naufrago, o en las de alguien a quien le puede aportar algún material para sus cavilaciones, o si se quiere hasta para su entretenimiento. Por cierto, algunos amigos del escritor contaban que mientras le leía sus relatos, y ante su inquieta tensión de oyentes, el escritor reía sin parar.

No pasaré lista, que sería enorme, mas sí que algunos nombres propios dan cuenta del interés que suscitaron sus obras, ya en sus tiempos, y nada digamos en los posteriores: ahí están los textos dedicados por Walter Benjamin, Hannah Arendt, Günther Anders, Theodor W. Adorno en los años 30 y 50, y más tarde por Maurice Blanchot, Jacques Derrida, Gilles Deleuze et Félix Guattari, Jean-François Lyotard, por ceñirme al campo de la filosofía, nómina que aumenta exponencialmente abriendo el abanico a otros campos: Elias Canetti, Pietro Citati, Roberto Calasso, Claudio Magris, Enrique Vila-Matas, etc., etc., etc. No creo que sea descabellado afirmar que la lectura de sus obras, al menos en los primeros casos nombrados, se movían entre la admiración, la identificación y la fascinación, sirviendo tales materiales como filtro a través del que ver, y analizar, las metamorfosis que estaban viviendo ellos mismos, en aquellos tiempos oscuros, en los que el topos seguro del hombre, el sujeto y el sentido parecían temblar ante los avatares de la Historia. Si, como digo, sus escritos fueron inspiradores, en gran medida siguen siéndolo ya que estamos ante una obra viva y fecunda, y en este orden de cosas cabe detenerse, al menos de manera superficial, en el amplio abanico de interpretaciones a que se ha prestado, y se presta su obra: así las relaciones con su padre, como se deja ver en la célebre y demoledora Carta, es algo más que la expresión de los sentimientos ante un padre autoritario y dominador, pues la figura del padre es como una línea que atraviesa, sobrevolando, el mapa social en su totalidad, no solamente familiar, como figura de la dominación y la imposición, aspecto que me viene a la mente subrayado por Michael Löwry que rastrea las relaciones del joven Kafka con los medios anarquistas, de donde deduce su carácter rebelde e insumiso, aspectos que son extensibles, desde el ámbito paterno-filial y la revuelta contra el progenitor, al de la protesta, de inspiración libertaria, contra el poder asesino de los aparatos burocráticos; no hace falta rizar mucho el rizo para constatarlo en la lectura de sus El castillo, El Proceso o En la colonia penitenciaria, para observar la vigilancia permanente y las trabas burocráticas, las injusticias y la brutalidad del poder, de los poderes. No han faltado, ni faltan, tampoco las interpretaciones de orden religioso, el Libro y la Ley como medida de todas las cosas, interpretación que era llevada a los extremos por el nombrado Max Brod, al catalogar a Kafka como sionista, aspecto negado en redondo, y de manera nítida, por Walter Benjamin… Las imposiciones laborales y sociales, con sus asfixiantes rutinas, que toman la páginas en La metamorfosis (La transformación, se traduce ahora), o en La guarida… por no entrar en cuestiones de índole más personal e íntimas presente hasta las cartolas en sus Cartas y sus Diarios que no dejó de alimentar a lo largo de su vida: en donde se muestra la añoranza y la necesidad de ser amado. No han faltado, tampoco, las interpretaciones de orden psicológico, y psicoanalítico, que de una manera, francamente causalista y mecanicista, hablan de las pesadillas de la razón (Ernst Pawel) que buscan la causa e inspiración de su escritura en sus condicionantes familiares (unos padres fríos y distantes, la muerte temprana de sus dos hermanos mayores…), marcando sus textos… los textos de ese ser que se balanceaba entre lo checo, lo alemán, lo judío… ser transfronterizo, desterritorializado, ser-entre-dos o más, que daba el tono a su escritura, a su estilo originado una literatura menor de la que hablasen Gilles Deleuze y Félix Guattari.

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Con el fin de no repetirme en exceso, me permito rescatar a continuación algunos comentarios escritos, y publicados, sobre el autor y sobre algunas de sus obras, y otras acerca de ellas, además de unas notas biográficas… Excusas sean concedidas por el variado, y un tanto desordenado, cajón de sastre

Franz Kafka (Praga, 1883- Viena, 1924)

+ Notas biográficas

Nace el martes 3 de Julio de 1883. Primer hijo de Hermann y Julie Kafka. Los padres judíos, aunque practicante solamente la madre. Varios hijos de la pareja, y hermanos del futuro escritor, fallecen (Georg y Heinrich). A pesar de que la lengua familiar es el checo, su padre elige para la educación de Franz el alemán, si bien inscribiéndole en cursos optativos de checo. El negocio paterno marcha bien. Nacen sus tres hermanas (Elli, Valli y Ottla); la última será la preferida de Franz. Va adquiriendo dominio en la escritura del checo, cosa no frecuente entre sus compañeros de estudios alemanes. En 1893, ingresa en el liceo clásico alemán de la Ciudad Vieja. Su padre sigue obstinado en que la educación del muchacho sea en alemán. En unos años comenzará a sentirse atraído por las teorías socialistas, y frecuenta los ambientes anarquistas. En 1901 obtiene el bachillerato y decide inscribirse en la sección alemana de la Universidad Carlos-Fernando: primero estudios de química, al poco se cambia a estudios jurídicos; combinándolos con cursos de historia del arte y filosofía .Se afilia a una organización liberal que lucha contra el nacionalismo alemán (Círculo cultural de estudiantes alemanes). En la misma época, 1902, conoce a quien con el paso del tiempo se convertirá en su mejor amigo y en su albacea testamentario, Max Brod. Lee con regularidad algunas revistas literarias en su intento por formarse culturalmente. En 1903, primera estancia en un sanatorio, en Dresde. Lee entusiasmado a Hugo von Hoffmannsthal y Thomas Mann, entre otros. Agotado por los estudios se retira a un sanatorio . En 1906 se doctora en derecho y realiza varios cursos complementarios además de algunos cursillos de adaptación en tribunales, paso obligatorio para los futuros funcionarios. Primeras publicaciones literarias; trata de independizarse del domicilio familiar. Entra a trabajar en varias compañías de seguros, optando por aquella que le deja más tiempo para escribir. En su vida se dan cita sus publicaciones, los problemas de salud y su trabajo – en el que seguirá hasta su jubilación anticipada – en seguros obreros contra los accidentes de trabajo. En 1910, comienza a llevar un Diario. Sanatorios varios y conoce los ambientes culturales judíos, relaciones que no gustan a su padre que dice:«quien se acuesta con perros, se levanta con pulgas».

Conoce, en casa de Max Brod, a Felice Bauer con quien inicia una correspondencia, que va a durar cinco años. Redacta « La metamorfosis », escribe otros textos y entre ellos varios capítulos de «El desaparecido» (novela inacabada que publicaría tras su muerte Max Brod bajo el título de «América»). Viaje a Berlín en donde conoce a la familia de Felice. Ve publicados algunos textos en revistas expresionistas. A pesar de alguna bronca se compromete a contraer matrimonio con Felice. Ante la movilización general en Austria-Hungría, estamos en 1914, se le asigna – como funcionario que es – a un establecimiento considerado de primera importancia, pero no ha de incorporarse a filas. Comienza a escribir «El Proceso». Sus escritos, entre otros «La metamorfosis», ven la luz en distintas revistas, y obtiene el premio Fontana. Cada día se encuentra más agobiado por el trabajo -las horas extras se han convertido en obligatorias-, lo que le hace partir de vacaciones a Marienbad con Felice; y vuelven a comprometerse matrimonialmente. En 1917, se le diagnostica una potente tuberculosis. Vuelve a casa de sus padres. Felice y él se encuentran en Praga. Un año después vuelve al trabajo y al siguiente de vuelta toma la baja. Se entera de que Felice se ha casado y se ennovia con Julie, recibiendo la consiguiente reprimenda paterna, que le aconseja irse a un burdel antes de juntarse con la primera que encuentre (sic!). Siempre enfermo. Entabla correspondencia con una mujer que se le ofrece como traductora: Milena. En sus disposiciones testamentarias pide a Max Brod que queme su «Diario», así como todos sus manuscritos y sus cartas, cuando muera.

En 1922, se jubila. Vive con su hermana y junto al domicilio se encuentra la colonia de vacaciones del Hogar popular judío de Berlín. Conoce a una monitora, Dora. En Viena un especialista le diagnostica tuberculosis de garganta. Su peso no llega a los cincuenta. Desea casarse con Dora, pero el padre de ésta -judío ortodoxo- se niega en redondo. Muere el 3 de junio de 1924.

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+ ARTÍCULOS

(Ante la posibilidad de que algunos de los enlaces no funcionen, los transcribo más abajo en su totalidad)

https://archivo.kaosenlared.net/las-metamorfosis-kafkianas-vida-y-escritura/ 16 junio 2016

https://archivo.kaosenlared.net/kafka-en-los-tribunales/index.html 29 noviembre 2019

https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/gara/editions/gara 2014-06-207 00/hemeroteca_articles/franza-kafka-un-ser-destitorrializado-escritor-y-profeta-de-desastres 13 junio 2014

https://archivo.kaosenlared.net/franz-kafka.avisador-de-incendios/index.html 25 mayo 2019

https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/gara/editions/gara_2014-06-13-07-00/hemeroteca_articles/franz-kafka-un-ser-desterritorializado-escritor-y-profeta-de-desastres

https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/2021/06/28/franza-kafka-al-desnudo/ 28 junio 2021

https://carteldelasartesylasletras.wordpress.com/2020/05/17/kafka-y-la-deconstrucion-del-ideario.colonialista/17 mayo 2020

info.info7.eus/2015/04/22/inaki-urdanibia-el-ultimo-noviazgo-de-kafka/ 22 abril 2015

https://laescueladeguajara.wordpress.com/2015/12/06/siguiendo-la-pista-a-kafka/ 6 diciembre 2015

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Kafka en círculos

+ Álvaro de la Rica

Kafka y el Holocausto

Trotta, 2009.

142 págs.

Decía el autor de Más allá del bien y del mal que todo era interpretación, interpretación de la interpretación. Pues bien, en el caso del escritor de Praga del que trata el presente ensayo, esto toma carta de naturaleza ya que con respecto a él se han vertido todo tipo de interpretaciones: desde las anti-autoritarias e insumisas (Michael Löwy), pasando por las que tratan su obra de mistificadora y retrógrada (Günther Anders, valoración en la senda de Luckács), a las que la consideran como la obra de un anunciador del Apocalipsis; o aquellas que relacionan su obra con su biografía dolorida, con sus difíciles relaciones con las mujeres, con su padre, con su trabajo, con el mundo en general, con el judaísmo que trasluce en sus escritos. También le han considerado como inaugurador de una literatura menor (Deleuze et Guattari), como la más clara constatación del fracaso del proyecto moderno (Lyotard) o… como un plegarse inevitable a la Ley.

Aquí estamos ante otra interpretación, más no otra cualquiera sino frente a una -brillante- que rastrea en muchas otras – pues sus referencias bibliográficas son casi totales (Benjamín, Canetti, y otros) – y que se inclina por la última de las vetas nombradas: la obediencia a la Ley, como impronta del judaísmo que mamó, si bien su padre no es que le invitase en exceso a seguir dicha senda, según se lee en la tajante Carta al padre. Podría decirse que el judaísmo del autor de El proceso, en sus escritos, y hasta en él, quizá sea malgré-lui.

Álvaro de la Rica lleva a cabo su exhaustiva exploración examinando con detenimiento los distintos círculos concéntricos que constituyen el quehacer kafkiano: el matrimonio, la Ley, la víctima, el poder, la metamorfosis, la revelación; y lo hace centrándose especialmente en dos muy significativos textos: Ante la Ley y La colonia penitenciaria. He de decir que desde luego el autor de este ensayo no da ni un paso sin ser previamente justificado, y lo da con una sencillez, y una documentación, que hace que la complejidad de la obra del autor estudiado nos sea puesta a una altura francamente meridiana. En su acercamiento mantiene la distancia debida, la misma que Claudio Magris subraya en su elogiosa introducción, y que el mismo autor destaca: no quemarse, no dejarse engullir por el abismo que encierran los círculos recorridos. Conservando pues la justa distancia trata de moverse Álvaro de la Rica, si bien uno de los círculos – el de la interpretación religiosa – parece absorberle.

La exploración rastrea con minucia los relatos antes mentados, relacionándolos con otras obras más destacadas del autor, sin dejar de lado el amplio y explícito epistolario (con Felice Bauer, Milena, Max Brod). Mas no se queda ahí el autor sino que relaciona de manera cabal la obra kafkiana con otras obras de arte: así, El Bosco, Francis Bacon, etc. y con textos literarios y religiosos-místicos cristianos.

A pesar de la indudable valía del estudio que presento, sí que a mi modo de ver el autor arrastra a veces -en la perspectiva de una supuesta mirada esperanzada- al autor de La metamorfosis hacia sus propias posiciones cristianas en diálogo interreligioso, minimizando el peso del absurdo kafkiano que quizá sea el verdadero eje de la obra del de Praga. Opción que resulta obviamente comprensible si tenemos en cuenta, como queda dicho desde el principio, que todo es posible someterlo a interpretación. La de Álvaro de la Rica es una, francamente interesante y finamente elaborada, en discusión con otras interpretaciones que centran más el eje de la obra kafkiana en la ley y en el poder humanos (por ejemplo, Hannah Arendt), olvidando un carácter más netamente metafísico y/o religioso, que es donde este autor sitúa el centro de gravedad.

Y dice el creador de El Castillo cual profeta, teniendo en cuenta lo que más tarde llegó: «vi ante mí el judaísmo europeo-occidental sumido en una clara fase de transición de consecuencias imprevisibles, de la que no se preocupan los afectados por ella, pues, como auténticos hombres de transición que son, soportan la carga que llevan sobre los hombros»; y si el otro decía que el infierno son los otros, Kafka lo veía también en sí mismo – con sus culpabilidades, su extrañeza – y lo plasmaba en sus inevitables textos.

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«Carta al padre» (1919)

La carta trata de establecer una especie de balance de las relaciones mantenidas por el escritor con su padre, Hermann. El texto se convierte en un alegato encendido contra el progenitor de Franz, centrado en las tensiones domésticas que el comportamiento de éste provocaba en el domicilio familiar. El escritor subraya los detalles insignificantes – y no tanto – de los que hacía gala su padre. Su carácter autoritario, su costumbre de restregar a los hijos – especialmente a Franz – sus orígenes familiares humildes y cómo desde ahí se forjó él solito un honorable estatus, mientras que ellos – los hijos e hijas – «a la sopa boba», con toda clase de comodidades, estudios, etc. sin esforzarse. Repasa el autor de la misiva algunos episodios de su infancia que le marcaron (los exámenes, el poco caso que se le prestaba en casa, en especial en lo referido a sus decisiones en lo que hace a su dedicación a la literatura…); los intentos paternos por imponer su manera de ver y enfocar las cosas y sus respuestas airadas o contradictorias (usando dos varas de medir según quién fuera el destinatario del comportamiento aconsejado), el escaso judaísmo de «cuatro días» que les transmitió ,etc.. Por aquello que parece haber quedado más marcado Franz es por el desinterés paterno por sus libros, y su desprecio absoluto con respeto – insultos incluidos – a los amigos del hijo (Max Brod y otros, o sus contactos judíos…), y su rotunda – y hasta grosera – desaprobación de la relación de Franz con Julie, con la que el escritor pensaba casarse. Frente a estos detalles enumerados, que supusieron su tremenda culpabilización y su anulación de la voluntad, Franz deja “la palabra” a las opiniones paternas – o las posibles respuestas – con respecto a muchas de los asuntos expuestos.

Parece claro que la intención de esta carta no era que llegase a ser conocida por su destinatario, como por otra parte no lo fue. Fue publicada en 1952 junto a otros textos bajo el título de «Carta a mi padre y otros escritos», por decisión de Max Brod. Todo indica que el escritor pretendía publicarla junto a otros relatos bajo el título de Hijos. Si bien al final indica una cierta intención de que la carta sirva para arreglar las cosas. «se ha logrado en mi opinión algo tan próximo a la verdad, que pueda tranquilizarnos un poco a ambos y hacernos más fáciles la vida y la muerte».

Algunas claves para la lectura de la Carta

  • Autoridad: Decía Elias Canetti que Kafka era el escritor que mejor había comprendido la cuestión del poder. Se ha de tener en cuenta que, en cierto sentido, la figura del padre sirve como metáfora -o como matriz- de otras formas que reviste la autoridad (funcionarios y burócratas pueblan las obras kafkianas; el dios despótico de la Biblia, Yaveh; como señala en la propia carta su posicionamiento del lado de lostrabajadores ante los desmanes del patrón-padre…). En cierto sentido podría decirse que para Kafka el «padre era la medida de todas las cosas» (el autor de la carta se muestra explícito cuando habla de que ve las cosas como que se situase ante un mapa del mundo atravesado transversalmente por la figura paterna…).
  • * Edipo: Conla simple lectura de la carta, asoma la sombra del héroe de la tragedia griega de Sófocles, Edipo, y consiguientemente la utilización que de la figura de dicho personaje hiciera el fundador del psicoanálisis, Freud. Hay algunos lectores de Kafka que niegan cualquier relación de la escritura de éste con este complejo edípico (Vladimir Nabokov), otros, critican de que muchos intérpretes le achacan un «Edipo excesivo»(Deleuze y Guattari). Este aspecto (la presencia de padres autoritarios, o sustitutos de ellos, que estropean las cosas) que también aparece en otras obras del autor («El Proceso», «América» y algunos relatos) sobresale en la presente ocasión. Ha de subrayarse de todos modos que en reiteradas ocasiones el escritor indica que la culpa de la tensión entre ambos no es culpa ni del uno ni del otro.
  • Escritura: Era proverbial la capacidad que tenía Kafka para convertir en una enormidad algunas cuestiones de no tanta dimensión. Como un espejo de esos que deforman o agrandan las figuras reflejadas, así funcionaba la capacidad hiperbólica, caricaturizadora… de Kafka, quien, como he señalado más arriba, pretendía publicar este texto junto a otros; en él se hallan algunas de las preocupaciones más destacadas de su manera de enfrentarse al mundo, del mismo modo que hace hincapié en algunos aspectos acerca del modo en el que enfocaba el acto de escribir. Viene a señalar en la carta que la escritura es como una respuesta a la autoridad paterna con sus omnipresentes normas, etc.
  • Padre: no parece que Hermann fuese un monstruo en el trato con su familia. Su origen era humilde y lo pasó francamente mal en su juventud debido a ello. Posteriormente montó un almacén de ropa y llegó a triunfar en los negocios, llegando a convertirse en un respetado miembro de la clase media praguense. Sí parece que era corpulento (frente al aspecto esmirriado del escritor) y de voz fuerte. Extrovertido, sanguíneo, primario, hombre de acción… aspectos temperamentales completamente opuestos a los de su hijo Franz que era retraído, débil y nervioso, un intelectual y artista con la sensibilidad a flor de piel.
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«Informe para una Academia»(1917)

La revista Der Jude, cuyo editor era Martin Buber, incitado por Max Brod, escribe a Kafka para que le envíe una selección de textos de cara a su posible publicación. Kafka le envía doce, que esperaba publicarlos en un libro. De los originales Buber seleccionó dos, entre ellos el relato que nos ocupa, proponiendo publicarlos bajo el título común de Dos parábolas. Kafka le contesta: «Así pues, voy a ser aceptado en Der Jude, cosa que siempre me pareció imposible. Le ruego que no denomine a mis textos “parábolas”, pues no lo son en realidad. Si han de tener un título general, creo que el más apropiado es: Dos historias de animales». Con tal título vio la luz en el número de octubre/noviembre de la revista.

El texto fue publicado también en otras revistas y se leyó públicamente en varios foros. Max Brod reseñó el relato como sigue: «Franz Kafka narra la historia de un mono, apresado por Hagenbeck, y que se convierte a la fuerza en ser humano. ¡Y vaya ser humano! El ultimo, el más repugnante miembro del género humano lo recompensa por sus esfuerzos de acercamiento. ¿Acaso no es la sátira más genial de la asimilación que se ha escrito nunca? Se puede leer en el ultimo número de “Der Jude”. El asimilado, que no quiere la libertad, ni la infinitud, sino únicamente una salida, una lastimosa salida. Es a un mismo tiempo grotesco y elevado, pues la indeseada libertad de Dios permanece amenazante detrás de la comedia “humanoanimal”».

Además de esta interpretación, teñida absolutamente – como todas las de Max Brod – de una visión judía y teológica, y sin olvidar algunos aspectos biográficos del escritor (de origen judío, germanoparlante, checo dentro de un Imperio…) ¿no asoman otros aspectos que pueden ser simbolizados por este cuento? :

¿En todo proceso de socialización se han de abandonar características propias para adoptar las del colectivo?

¿La sociedad ofrece seguridad frente a la libertad personal que a veces exige un compromiso responsable?

¿No puede llevar esto a prescindir de las opiniones propias en beneficio de la voz dominante? ¿Dónde queda el atreverse a pensar por sí mismo? ¿No supone todo esto un cierto “miedo a la libertad”?

¿Estará constatando el escritor el ambiente gregario y guerrero que se vivía por entonces? O ¿hasta profetizando los más oscuros tiempos que vendrían más tarde?

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El último noviazgo de Kafka

Kaixo, iñaki urdanibia al habla !

Franz Kafka pertenecía de pleno derecho al club de los solteros, muy parecidos a los isolatos de Herman Melville, de tal condición solitaria hizo gala durante toda su breve vida; a pesar de lo dicho en su Diario, en las anotaciones del 4 de mayo de 1915, se puede leer: «no hay nadie que me entienda por completo. Contar con alguien que tenga semejante comprensión, acaso una esposa, sería como tener acceso a todo, como tener a Dios ». Y por esa tendencia a contar con alguien, en forma tal vez de esposa, se dejó llevar en varias ocasiones. Primero, fue su relación, con repetidas rupturas y con suspensión del acordado matrimonio, con Felice Bauer, más tarde anduvo con Julie, a continuación con Milena – aquella mujer cuya vida finalizó en Auschwitz – y, por último, con Dora Diamant. Con esta última la relación fue intensa y breve ya que si se conocieron en agosto de 1923, el escritor falleció en junio del año siguiente. En la tumba de ella que murió años más tarde, en 1952, quedó escrita una cita de Robert Klopstock, amigo de ambos: «Sólo quien conoce a Dora sabe lo que es el amor». Eso mismo debió pensar Kafka ya que a las tres semanas de conocerla ya hablaban ambos de vivir juntos en Berlín.

Acaba de publicarse un libro que narra la relación entre ambos: «La grandeza de la vida», de Michael Kumpfmüller, editado por Tusquets. En él somos situados a orillas del mar Báltico, en Müritz, en donde Kafka – al que casi nadie conocía por entonces como escritor – aquejado de una tuberculosis galopante pasaba unos días de reposo para tratar de mejorar su deteriorado estado de salud; allá llegaron varias amigas alemanas de vacaciones, y de entre ellas una, Dora, atrajo la atención del autor de «La metamorfosis». El encandilamiento fue mutuo ya que la nombrada comenzó a mostrar interés por una «misteriosa criatura del Este», un ser desgarbado, flaco y de una palidez llamativa. Ella, nacida en Polonia, pero viviendo desde joven en Alemania, tenía veinticinco años y nunca había vivido con un hombre; él, a la edad de treinta y nueve años, tampoco había convivido con mujer alguna a pesar de sus nombrados noviazgos. Al poco de encontrarse ya estaban planeando irse a vivir juntos a Berlín decisión que llevaron adelante no sin dificultades de todo tipo: la situación en la ciudad alemana no era para echar cohetes, los precios estaban por las nubes, incluidos los de los alquileres, la pobreza y el hambre se habían apoderado de las calles en las que convivían con seres mutilados a resultas de la guerra pasada. Varios cambios de domicilio se sucedieron, mientras que la salud de Kafka parecía empeorar por momentos, a lo que habían de sumarse sus pesadillas y fantasmeos en los que parecía verse acosado por animales imaginarios. El hambre era apaciguada con la llegada periódica de paquetes provenientes de Praga, sus padres no se olvidaban de él, una de sus hermanas Ottla, tampoco.

A través de la lectura nos vamos enterando de la vida de la pareja e indudablemente aprehendemos la atmósfera, no digo la climatológica que era heladora, en la que vivían: Dora preocupadísima por la salud del enfermo, él manteniendo relación epistolar con Max-Brod, quien sería su amigo confidente en vida y su albacea tras la muerte- quien en alguna ocasión les visita… en momentos en que su novia le había abandonado por cierto. Salta a la vista las problemáticas tiranteces que mantenía Kafka con sus padres, en especial con el padre, la madre se mostraba más dispuesta a ayudar al pobre hijo enfermo. Vemos cómo reparte el tiempo Dora, que además de cuidar con mimo a su amante, se encuentra con alguna amiga a la que le cuenta sus cuitas sin desatender el trabajo que prestaba en el Hogar de niños judíos… Ella seguía de cerca la actividad del supuesto escritor y se extrañaba al constatar que aparte de cartas e innumerables notas, no parecía escribir más… hasta que ve cómo él comienza a relatarle algunos cuentos que van saliendo de su pluma: que si ratones, que si un mono… un bestiario que es reflejo metafórico de los humanos.

Ante la falta de mejoría de Kafka, éste con harto dolor se traslada a Praga para encontrase con su familia y para organizar la marcha a algún otro sanatorio… Fue el paréntesis en el que Dora y él estuvieron separados, luego se sucedieron varios sanatorios y Dora siempre a su lado hasta la muerte.

No es necesario señalarlo por aquello de que a buen entendedor pocas palabras bastan, pero sí que lo digo: la novela no es recomendable para quien busque en la lectura aventuras y sobresaltos, pues ésta empatiza a las mil maravillas con la vida gris del escritor enfermo y su amante… y desde esa óptica es un certero acercamiento al último noviazgo de Franz Kafka y a su último año de vida, sin obviar el espíritu kafkiano que se transpira a lo largo de la lectura.

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Insumiso Kafka

+ Michael Löwy

Franz Kafka, rêveur insoumis

Stock, 2004.

177 pages

Mucho se ha escrito sobre el escritor praguense, y mucho se escribirá todavía; quizá, más todavía, en fechas como las de este año en las que se cumplen ciertas efemérides: el 13 de junio hace ochenta años que falleció el autor de La metamorfosis. Teniendo en cuenta las numerosas interpretaciones de profundos estudiosos (Anders, Arendt, Canetti, Citati, Deleuze et Guattari, Breton, Benjamin, Kundera, etc.) uno pudiera verse llevado a pensar que todo está dicho sobre él, mas de eso nada y para muestra baste un reciente botón: el libro que traigo a esta página. El autor, director de investigaciones en el CNRS del país vecino y conocido pensador de izquierdas, Michael Löwy acaba de publicar un excelente acercamiento a una faceta ignorada o tergiversada, u ocultada, del autor judío.

Se ha solido dar por descontado que los escritos de Kafka son muestra de una postura resignada y conformista, propia a su condición de judío, otros han visto en él una especie de profeta de lo que luego iba a pasar, los de más allá han hablado de una literatura menor en la que la única denuncia explícita con respecto a alguna forma de autoritarismo sería la relacionada con el padre. En la presente ocasión, el ensayista va a fijar su escrutadora mirada en el aire de familia que guardan algunos de sus escritos con los ambientes anarquistas con los que se codeó en su juventud; y lo va a hacer recurriendo a numerosos testimonios de amigos y compañeros del escritor, al tiempo que desvelando las visiones, y tergiversaciones, que sobre él han dado algunos estudiosos y biógrafos del escritor.

El trabajo resulta clarificador y de atractiva lectura, ya que por medio de afirmaciones kafkianas tomadas de sus diarios y cartas (a Milena, a Felice, al padre…), además de por los testimonios ya nombrados de amigos o gentes con las que coincidió (Max Brod, Michael Mares, Gustav Janouch…) vamos a ver cómo el joven Kafka acudía a las charlas que organizaban los ácratas locales, estudiaba sus materiales, y tomaba como lecturas importantes: las de Kropotkin, Bertrand Russell, Herzen, Gustav Landauer y otros célebres libertarios, que iban conformando una apuesta por un «socialismo cosmopolita y antiautoritario», que llegó a ser propio al joven escritor en ciernes. También pueden verse su atracción hacia las comunas judías – teñidas de igualitarismo socialista – que comenzaban a plantarse en Palestina.

Si todo lo anterior es una investigación que nos aclara ciertos aspectos de índole personal del escritor, lo cual no está de más en absoluto y sirve de brillante contextualización a las temáticas abordadas en la escritura kafkiana, lo que para los habituales lectores del autor de «El proceso» tiene más enjundia si cabe, es el análisis pormenorizado al que somete el autor del ensayo a varias obras (novelas y cuentos) del oscuro narrador. Así nos las veremos con «El veredicto» (1912), «La metamorfosis» (1912), «América» (1913-1914), o con la soberbia «En la colonia penitenciaria», escrita poco después de la anterior, y en la que ya se observa de forma meridiana como el modelo del autoritarismo paterno no queda circunscrito al estrecho marco familiar sino que sirve a otras formas de imposición burocrática, militar y colonial.

Lo afirmado no significa que el ensayista sostenga una postura afirmativa acerca de la influencia directa y causal del ideario de Kafka en su explicitación literaria, pues éste tomaba como su eje existencial la obra literaria sin más, y ésta como finalidad en sí misma… dicho lo cual no cabe duda de que el afán de libertad, el anuncio de los peligros de la burocracia y del autoritarismo, y la conversión de la razón occidental en razón instrumental… se respira en una lectura atenta de quien escribiese en su diario: «¡No olvidad a Kropotkin!».

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K. en proceso

Un año después del fallecimiento del escritor en 1924, su amigo y albacea de sus obras Max Brod, publica en Berlín, «El proceso», una de las más significativas novelas del checo.

Decía el autor de «La metamorfosis» que un buen libro era aquel que te sentaba como un puñetazo; los suyos desde luego cumplen con creces su apreciación, y entre ellos el que ahora rememoro en esta página: El proceso. Su modo de escribir, y las tensas situaciones creadas en las páginas de sus libros, además de ofrecer unas inolvidables obras a la literatura universal, y prestarse a diversas interpretaciones filosóficas, políticas, sicológicas, etc., sirvió precisamente para crear un nuevo adjetivo, el de «kafkiano»,con el que dar a entender «situaciones abrumadoras o absurdas, que reducen al protagonista al papel de víctima impotente, y recuerdan el clima de las obras de Kafka», se lee en el diccionario.

Ya las mismas circunstancias de su nacimiento e infancia («el mayor delito del hombre es haber nacido» que decía el otro) van a culpabilizar y llenar de malestar la desubicada existencia del pequeño Franz. En su Praga natal, ciudad alemana que en el plazo de medio siglo se había convertido en checa, se vivía un ambiente social dominado por el cristianismo, perteneciendo él a la minoría judía, si bien tampoco es que tales creencias le hagan perder el sueño a no ser en algunos momentos de su existencia; en lo lingüístico, el checo apenas si lo huele ya que su familia forma parte de la minoría germanofona; en nada coincide con respecto a su futuro con los proyectos que para él tiene su padre, la simpatía – y posicionamiento- con los empleados de su padre a quienes éste insultaba, además de explotar claro, diciendo que no eran más que «sus enemigos pagados» … no es extraño pues, y resulta acertado además a todas luces, que Deleuze y Guattari hablasen de el escritor como de un ser «desterritorializado», ser siempre entre – dos, en constante devenir, y atormentado por este no lugar, por esta desubicación permanente que podría extenderse -como queda señalado – al ámbito familiar – véase su significativa «Carta al padre» – y a su siempre problemática relación con las mujeres (Felice, Milena, Julie, Dora), relaciones que pueden ser rastreadas en sus extensas correspondencias – y a quienes, en palabras de un biógrafo – «pide lo imposible al igual que a la literatura». Su vida parece moverse, así, en una especie de continuo vacío que a su vez va forjando un carácter angustiado y culpabilizado (sin porqué a él atribuible), y va a ser ese vacío el que le impulse a escribir como modo de situarse en el movedizo mundo, mas como la pescadilla que se muerde la cola, tal actividad le va a acarrear nuevos tormentos, un sentimiento insufrible de impotencia, lo que a su vez le va a arrojar al alejamiento de la vida. Se puede leer en su «Diario» (6 de agosto de 1914): «considerado desde el punto de vista de la literatura, mi destino es muy sencillo. El talento que tengo para describir mi vida interior, vida que se emparenta con el sueño, ha hecho caer todo el resto en lo accesorio, todo el resto se ha encogido espantosamente, no cesa de encogerse…». Así las cosas, puede parecer, si hacemos caso a sus palabras, que su obra se ciñe a los límites de su psicología… eso sí, en un permanente vaivén entre lo normal y lo patológico.

Precisamente la historia de Joseph K. que se recoge en «El Proceso», refleja no solo por momentos un proceso judicial sino también un proceso en la personalidad del perplejo protagonista, que se ve influenciado por los distintos personajes con los que trata: los policías que van a detenerle, sus compañeros de trabajo, su tío, el abogado que éste le propone, varias sugerentes damas, un pintor de tribunales, otro cliente de su incompetente y enfermo abogado, un abad, etc. En la obra se dan cita los temas mayores del quehacer kafkiano: la culpa, el absurdo, la corrupción de la institución judicial, la opresión de la burocracia que reifica a los humanos, la autoridad – representada en esta ocasión por un tío que como su progenitor siempre «hace todo por su bien» -, y asistimos en medio del desconcierto del personaje, contagiado al lector, a la metamorfosis de K. que se balancea entre la crítica y un cierto conformismo con respecto al ineludible peso de la Ley (la sombra de Yahvé es alargada), postura ambivalente que enfurecía a Gunther Anders, en su balance de la obra kafkiana.

El lector se verá abocado ante la kafkiana y envolvente situación a un proceso de incertidumbre que expande los aspectos biográficos del escritor a aspectos plenamente universales en su aplicación: la angustia de aquellos años guerreros – y convirtiendo en «profeta» al autor de la imprescindible «En la colonia penitenciaria» – los nubarrones que amenazaban el horizonte con el descalabro de la condición humana bajo la asfixiante bota de la burocratización, la despersonalización de los individuos ante la magnitud del poder desbocado… reflejo invertido a nivel personal por aquella afirmación suya de que «no puedo amar más que aquello que puedo colocar tan alto por encima de mí que me resulte inaccesible» (se refiere al amor hacia Felice); reflejo directo en su clarificadora afirmación, vertida en la «Carta al padre», en donde señala que su visión del mundo es como si extendiendo un mapa lo viese atravesado transversalmente por la omnipresente y omnipotente figura del padre. La autoridad paterna y padres hay muchos: burócratas, Yahvé, patrones,…) que imponen su poder en todos los ámbitos de la existencia convirtiendo a ésta – como queda nítidamente expresado en el libro que conmemoro – en algo que se escapa, y que responde a las órdenes arbitrarias dictadas por esa instancia panóptica que se esconde tras el peso de la Ley, de las grandes Verdades, de las poderosas Palabras, y que todo lo empapa, como le sucede al pobre Joseph K., ninguneado, y ejemplo de la más absoluta de las alienaciones… Lo dicho me lleva a concluir dando por buena la aseveración de Elías Canetti de que «Kafka es el que mejor ha comprendido el problema del Poder», o a coincidir con las sugerentes pesquisas de Michael Löwy acerca de la huella libertaria – malgré lui, quizá – en la obra kafkiana; pues aunque quizá no fuese su explícita voluntad hacer una obra política (sus propósitos siempre van en la onda de su anotación de su «Diario», de que «la novela, es mi yo, mi imposibilidad de vivir») tal vertiente rebosa en su escueta prosa. Así lo han entendido muchos lectores e intérpretes como, por ejemplo, Orson Welles que en 1963 llevó a la pantalla «El proceso» y que puso el acento en los aspectos más propiamente críticos y políticos, haciendo que se pueda afirmar que el universo kafkiano no es el de un individuo de nombre Kafka sino que responde en gran medida al universo carente de sentido, y corrompido, al que estamos arrojados los humanos – que dirían Camus o Sartre – o a los peores sueños de un mundo de pesadilla, que comentarían Breton y su banda.

¡Kafka un acertado diagnosticador de su presente y un lúcido «anunciador del incendio» que dijese Walter Benjamin!

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Kafka de cerca

+ Hans-Gerd Koch(ed.)

Cuando Kafka vino hacia mí…

Acantilado, 2009.

287 págs.

Mucho ha dado que hablar el autor de La metamorfosis, tanto a nivel de interpretación de sus obras como a nivel de su personalidad y sus dificultades relacionales, en especial con las mujeres. Es más, ha habido quienes han interpretado sus libros como puro reflejo de un ser al borde de la patología continua. Desde luego quien se sienta tentado por conocer, al desnudo, al autor de El castillo ha de acercarse a este libro en el que se aproximan al escritor praguense cuarenta y dos personas que trataron de un modo u otro con él. Compañeros de la infancia, vecinos, sirvientes, paseantes, conspiradores anarquistas, editores, comerciantes, artistas, profesores, receptores de sus cartas, empleadores de quien fuese profesional de compañías de seguros, y muy centrado en los accidentes de trabajo, lo cual según algunos le facilitó la inspiración de la siniestra máquina de marcar a los detenidos que centra «En la colonia penitenciaria», y hasta la enfermera que le atendió en sus últimos momentos. Sólo en el coro hay cierta verdad que decía el escritor.

Teniendo en cuenta la variedad de las visiones nos hallamos ante una imagen poliédrica, y completa, del escritor: desde sus rasgos físicos, su oscuridad y su mirada penetrante. hasta las discusiones mantenidas sobre filosofía, religión o literatura con diferentes contertulios, pasando por las manías a la hora de escribir y de otros quehaceres existenciales o sus relaciones laborales, familiares, etc. Todos los aspectos de la persona Franz Kafka son enfocados por distintos ojos que tuvieron la ocasión de tratar con él, en la corta distancia. Esta pluralidad hace que muchas de las imágenes estereotipadas que han solido ser la moneda corriente en los distintos intentos biográficos sean superadas al ver al personaje en su fragmentariedad y en sus matices. Así por momentos se van desvaneciendo las rigideces interpretativas que hacen de Kafka un personaje kafkiano introvertido hasta las entretelas, para dejar ver a un ser educado y simpático, al tiempo que serio, acompañando su seriedad con un humor – un tanto dislocado en su negritud – que hacía – según cuenta su albacea Max Brod – que se partiese de risa mientras leía a sus amigos los trozos más duros de «El Proceso». Ser contradictorio pintado en su actuar en cantidad de sabrosas anécdotas. Como es natural algunos de los acercamientos no responden a ningún criterio de objetividad, al estar manipulados no tanto por el paso del tiempo, que es verdad que todo lo tuerce haciendo que la memoria varíe -en especial si se tiene en cuenta la notoriedad de quien fue conocido en momentos en que no gozaba de ninguna celebridad, cuando era un ser gris, un gris oficinista; luego cambiaron las tornas y también la visión sobre él que rehicieron los que le conocieron tempranamente. No es extraño así encontrar que algunas de las presentaciones adolecen de un cierto espíritu pegote, como la de quienes se acercan al personaje celebrado para salir en la foto como si fuesen íntimos amigos del retratado. A nadie le ocurrirá no obstante nada parecido a lo que se cuenta que le sucediese a un conocido de Max Brod, quien no tenía por costumbre enseñar los manuscritos del escritor, para evitar que se deteriorasen; pues bien el albacea decidió enseñar los materiales excepcionalmente al amigo cuando, casualidades de la vida, se fue la luz en toda la ciudad y el motivado amigo se quedó con las ganas. Como digo, nadie que lea el libro se quedará con las ganas sino que conocerá a Kafka al desnudo, en zapatillas, de cerca.

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Kafka, anunciador del incendio

Hoy día 13 se cumplen noventa años de la muerte de quien ya desde su nacimiento fuese un hombre desterritorializado – por emplear la terminología de Deleuze y Guattari -. Praga era una ciudad alemana, que hacía medio siglo se había convertido en checa, se vivía en un ambiente cristiano, perteneciendo su familia a la minoría judía; en lo lingüístico el checo ni lo olió al pertenecer su familia a la minoría germanoparlante.

El que se convertiría en solitario ser, nació en Praga el 3 de julio de 1883, y podría decirse que venía marcado de fábrica ya que las mismas circunstancias de su nacimiento e infancia («el mayor delito del hombre es haber nacido», que decía el otro) van a culpabilizar y llenar de malestar la desubicada existencia del pequeño Franz. En su localidad natal, ciudad alemana que en el plazo de medio siglo se había convertido en checa, se vivía un ambiente social dominado por el cristianismo, perteneciendo él a la minoría judía, si bien tampoco es que tales creencias le hicieran perder el sueño a no ser en algunos momentos de su existencia; en lo lingüístico, el checo apenas si lo huele ya que su familia formaba parte de la minoría germanófona; su visión del futuro personal en nada coincide con respecto a los proyectos que para él tenía su padre, más que hacia su dominante progenitor su simpatía – y posicionamiento – se volcaba del lado de los empleados de su padre a quienes éste insultaba, además de explotar claro, diciendo que no eran más que «sus enemigos pagados»… no es extraño pues, y resulta acertado además a todas luces, que Deleuze y Guattari hablasen de el escritor como de un ser «desterritorializado», ser siempre entre-dos, en constante devenir, y atormentado por este no lugar, por esta desubicación permanente que podría extenderse – como queda señalado -al mismo ámbito familiar – su significativa «Carta al padre» habla por sí misma – y a su siempre problemática relación con las mujeres (Felice, Milena, Julie, Dora), relaciones que pueden ser rastreadas en sus extensas correspondencias – y a quienes – en palabras de un biógrafo – «pide lo imposible al igual que a la literatura. Su vida parece moverse, así, en una especie de continuo vacío que a su vez va forjando un carácter angustiado y culpabilizado(sin por qué a él atribuible), y va a ser ese vacío el que le impulse a escribir como modo de situarse en el movedizo mundo, mas como la pescadilla que se muerde la cola, tal actividad le va a acarrear nuevos tormentos, un sentimiento insufrible de impotencia, lo que a su vez le va a arrojar al alejamiento de la vida; en su «Diario» (anotaciones del 6 de agosto de 1914) se puede leer: «considerado desde el punto de vista de la literatura, mi destino es muy sencillo. El talento que tengo para describir mi vida interior, vida que se emparenta con el sueño, ha hecho caer todo el resto en lo accesorio, todo el resto se ha encogido espantosamente, no cesa de encogerse…».

El cenizo tono de su prosa hizo que saltase al lenguaje común para dar a entender situaciones realmente enrevesadas y de difícil solución («kafkiano», viene a significar «situaciones abrumadoras o absurdas, que reducen al protagonista al papel de víctima impotente, y recuerdan el clima de las obras de Kafka», se lee en el diccionario), al mismo nivel que lo sucedido con Dante, o con personajes literarios como Ulises (Odiseo), Quasimodo, Robinson o Bartebly; y es que nadie puede poner en duda que el escritor praguense fuese un narrador de encrucijadas y de verdaderos callejones sin salida, adelantándose a su tiempo, haciendo que muchas de sus narraciones reflejaran, avant la lettre, lo que posteriormente sucedería; podría aplicársele, en este orden de cosas, la expresión de Walter Benjamín que he utilizado para titular estas líneas. Tanto en lo que hace a la alienación de los humanos en las sociedades desarrolladas (La metamorfosis) como al poder desmedido de la burocracia (El castillo), la irracionalidad de la ley (El proceso), sin obviar las consecuencias deshumanizadoras del colonialismo y sus campos de reclusión (En la colonia penitenciaria) para cuya escritura, según parece, no se debe ignorar su trabajo en una compañía de seguros, en la sección de accidentes de trabajo. Realmente curioso resulta lo que relataba su amigo Brod: Franz Kafka se partía de risa cuando leía algunos de sus cuentos, teñidos siempre de llamativos tintes gafes, a sus amigos mientras sus atónitos oyentes contenían la respiración ante lo peliagudo de lo escuchado; indudablemente un escritor peculiar, un ser singular y un hombre con serias dificultades para el trato, muy en especial con las mujeres como ya queda señalado líneas arriba.

Resulta destacable cómo en sus años mozos acudía habitualmente a las charlas que organizaban los ácratas locales, estudiaba sus materiales, y tomaba como lecturas importantes: las de Kropotkin, Bertrand Russell, Herzen, Gustav Landauer y otros célebres libertarios, lo que iba conformando en él una apuesta por un «socialismo cosmopolita y antiautoritario», que llegó a ser propio al joven escritor en ciernes. También pueden verse su atracción hacia las comunas judías – teñidas de igualitarismo socialista – que comenzaban a plantarse en Palestina, a donde estuvo tentado de ir empujado por su amigo – que luego se convertiría en albacea de sus obras – Max Brod. Lo dicho no ha de tomarse, tal cual, como una influencia directa y causal del ideario del joven Kafka en su explicitación literaria, pues éste tomaba como su eje existencial la obra literaria sin más, y ésta como finalidad en sí misma… dicho lo cual no cabe duda de que el afán de libertad, el anuncio de los peligros de la burocracia y del autoritarismo, y la conversión de la razón occidental en razón instrumental… se respira en una lectura atenta de quien escribiese en su diario: «¡no olvidad a Kropotkin!».

Afirmaba Susan Sontag, en su «Contra la interpretación», que el autor del que hablamos había sido sometido a una «violación masiva» ya que quizá fuese el autor del siglo XX más interpretado, estudiado, y… tergiversado; ahí están como extensa muestra de lo afirmado los estudios de Günther Anders, Hannah Arendt, Theodor W. Adorno, Grigory Luckács, Walter Benjamin, Henri Bergson, André Breton, Elias Canetti, Pietro Citati, Gilles Deleuze y Félix Guattari, Michäel Lowy, Hans-Gerd Koch, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Álvaro de la Rica o Jean-François Lyotard… Esa pluralidad de literatura en torno al autor de «Informe para una Academia», es lo que sí que resulta realmente kafkiano y nada digamos de la versión que explica, de manera realmente mecanicista, la escritura kafkiana como mero reflejo de los males mentales de su autor, del mismo modo que algunos se empeñaron en dar cuenta de los heterónimos pessoanos por desajustes mentales del escritor luso, o de la filosofía queer de Michel Foucault como reflejo de su alocada vida; de Heidegger… hoy no toca.

Entre el cúmulo de interpretaciones puede observarse como de sus obras se ha hecho, en más de una ocasión, una lectura guiada por el judaísmo (su albacea Max Brod llevando el ascua a su sardina, sionista); según otros, una escritura contagiada por ciertos aires libertarios, aspecto que sin forzar las cosas, reitero, asoma en su Carta al padre en la que la autoridad paterna es el eje que vertebra la vida y la visión de las cosas por parte del hijo – aspecto trasladable a lo social y político – haciendo que la figura paterna sea como un línea que atraviesa de manera transversal el mapa de la interpretación social, marcando de tal modo la mirada que sobre ella se pueda hacer; carta que se llegó a considerar por alguien – Elías Canetti – como «el mejor estudio sobre el poder que se haya escrito» . Las figuras de funcionarios y burócratas pueblan las obras kafkianas; el dios despótico de la Biblia, Yaveh también como figuras especulares del padre; como señala en la propia carta la experiencia vivida le condujo a posicionarse del lado de los trabajadores ante los desmanes del patrón-padre… Las referencias al Edipo no han faltado, algunos que las han descartado (Deleuze y Guattari), negándolas con rotundidad (Vladimir Nabokov). Este aspecto (la presencia de padres autoritarios que estropean las cosas) que también aparece en otras obras del autor («El Proceso», «América» y algunos relatos) sobresalen a lo largo de su escritura. La visión de las cosa de Kafka venían a ser como un espejo de esos que deforman o agrandan las figuras reflejadas, de modo que su capacidad hiperbólica, caricaturizadora… fuera alimentada sobremanera.

Aquel escritor que aspiraba a ser un piel roja cumplió en sus escritos aquello que él exigía a los buenos libros: ser como un puñetazo en el rostro; desde luego de la lectura de cualquiera de sus obras el lector no saldrá indemne, y ante algunas quizá hasta llegue a quedar groggy.

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Milena de Praga

«… es un fuego vivo como jamás he visto… Además extraordinariamente fina, valiente, inteligente, y todo esto arroja en su sacrificio o, si se quiere, es gracia al sacrificio que ella lo ha conseguido…»

                                           Franz Kafka , «Correspondencia» 

«… Sus ojos… no dicen tanto sobre el combate pasado como sobre el que viene…»

                                          Franz Kafka , « El castillo »

En tal día como hoy – 17 de mayo – de hace setenta años, falleció en el campo de mujeres de Ravensbrück, esta fémina que era un ser llamado a la libertad, en donde convivió con criminales y prostitutas, amén de con presas políticas (sobre dicho lager puede leerse con provecho «Ravensbrück. El infierno de mujeres». Belacqua, 2008), en donde puede verse como ciertas empresas – BMW, Siemens – hicieron allá su agosto con la mano de obra esclava de las mujeres encerradas; las condiciones de vida eran tan duras que basta con ver el saldo de más de cien mil muertas en tal encierro. Por allá pasaron, entre otras, estas mujeres que deben ser recordadas como ejemplo de resistencia: Neus Català, Mercedes Núñez, Lise London, Marie Jon Chombart de Lawve, Annette Chalut, Edira Fischer, Stalisnawa Baffia, Kristina Usark, Magdalena Kusserov, Barbara Reimann, Annita Köcke, Charlotte Kroll e Ilse Heinrich…y me dejo, obviamente, cantidad en el tintero.

Huérfana de madre a edad temprana, su padre se desentendió de ella al tiempo que le dejó una amplísima libertad, que ella aprovechó para llegar a ser ella misma, ensayando los límites con la morfina y contraviniendo los deseos de su padre, afamado cirujano y profesor universitario, no siguiendo la carrera de medicina, sino que se dedicó al periodismo y a realizar traducciones y dar clases de checo. Tales actividades le llevaron a mantener estrechos contactos con Max Brod – el albacea de las obras de Kafka – Herman Broch, Franz Werfel, Karl Carek, siendo quizá su relación mas sonada la que mantuvo, en los años veinte del siglo pasado, con Farnz Kafka de quien, por otra parte, tradujo varias novelas.

Célebre es la correspondencia que intercambiaron («Cartas a Milena » Alianza, 1974) en donde se puede leer: «escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan ávidamente». Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas, de los que aplacó la sed también en sus cartas a Dora o a Felice), haciendo que lo que comenzó con una solicitud de permiso por parte de la mujer de traducir una novela que había leído del autor de «La metamorfosis», acabase siendo un romance epistolar – sólo se encontraron en persona un par de veces – , que fue roto por el escritor al ver que la mujer no cortaba definitivamente con su marido con quien estaba en trámites de separación; Milena Jesenskà, por su parte, estaba convencida de que la relación entre ambos no podía conducir a buen fin debido fundamentalmente a los constantes problemas mentales del escritor. Al final, la ruptura con su primer marido le supuso la ruptura con su familia que no vio con buenos ojos aquella separación; fueron los tiempos en que se dedicó con denuedo a su labor periodística, en textos combativos en los que trataba de tender puentes entre los demócratas checos y alemanes de cara a combatir al fascismo en expansión, acercamiento que ya había defendido desde los tiempos de la república de 1918 en que comenzaron a encresparse las diferencias entre unos y otros – honda herencia del ninguneo en que habían vivido los checoslovacos bajo el dominio del imperio austro-húngaro – del mismo modo que alababa las obras de algunos escritores del país, y entregándose también a los quehaceres antes nombrados. «Kde domov muj – ¿Dónde está mi patria? – no desea la pérdida de nadie, desea sencillamente un himno de canto a nuestras colinas y a nuestras pequeñas montañas, a nuestros campos y a nuestras llanuras, a nuestros olmos y a nuestros pastos, a nuestros sombríos tilos, a nuestros setos que marcan los senderos y que bordean nuestros campos, a nuestros arroyos. Canta el país en el que nos hallamos en nuestra casa… Qué bello fue comprometerse por este país, que hermoso amar la tierra natal…», dejó escrito.

La invasión de su país por la bestia parda, hizo que se uniese a un grupo resistente, ya anteriormente había pertenecido al partido comunista, filas que abandonó, en 1937, al no estar conforme con la atmósfera asfixiante que se iba imponiendo en su seno como reflejo de la deriva termidoriana que se daba en la URSS; a resultas de su compromiso fue detenida, en 1939, por la Gestapo siendo conducida al siniestro campo mentado en donde desempeñó trabajos de enfermería además de entregarse con un espíritu solidario sobresaliente a levantar el ánimo del resto de detenidas, a quienes se presentaba como «Milena de Praga». Fue allí en donde conoció y estableció una estrecha amistad con Margaret Buber-Neumann, comunista que habiendo huido, en 1937, de la Alemania nazi – en donde su marido Heinz Neumann había sido diputado en el Reichstag – al país de los soviets escapando de la persecución nacionalsocialista, finalizó dando con sus huesos en un duro encierro en tierras siberianas -debido al supuesto “desviacionismo” tanto de ella como de su marido, que murió desaparecido en su detención- siendo después entregada a los nacionalsocialistas (siniestras peripecias que son relatadas en su «Prisionera de Stalin y de Hitler». Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2005)… Los datos que sobre la mujer checa (nacida en Praga en agosto de 1896) se poseen se deben fundamentalmente al mantenimiento de la promesa que Margaret contrajo ante su moribunda amiga que le pedía a la vez que su vida se extinguía: «sé que tú al menos no te olvidarás. Gracias a ti, puedo continuar viviendo. Dirás a los humanos quién era yo, y tendrán conmigo la clemencia del juez». Margaret Buber lo hizo entregando un retrato entrañable de su amiga, en el libro que lleva su nombre «Milena», que desgraciadamente está descatalogado de Pirineos abajo (tanto en la edición publicada por Plaza&Janés, como la de Tusquets; se puede disponer del libro en francés, editado por Seuil, 1986); me consta que también se hizo una película sobre esta mujer con el mismo título allá por 1991, dirigida por Véra Belmont.

El 10 de junio se supo en el campo que el desembarco de Normandía había tenido lugar, con lo que la libertad se anunciaba… No la pudo llegar a vivir aquella mujer, que ya había llegado al universo concentracionario» con la salud quebrada; narraba su amiga: «ella creía que era un reumatismo. Tenía las manos hinchadas, todo el tiempo sentía dolores, se helaba bajo los harapos carcelarios en las largas horas mientras pasaban lista, de noche no conseguía entrar en calor bajo las miserables mantas. Pero era una persona vigorosa y constantemente abolía mis temores. En 1940 seguía sin abatirse, llena de coraje y de iniciativa, y tan lejos de la mentalidad común del prisionero… Nunca llegó a ser una “presa”, no podía mostrarse insensible y brutal, como tantas otras…». Milena un ser para la libertad que hacía bueno aquello que dijese Fernando Pessoa sobre que la libertad no dependía del tamaño de la jaula, ni el número de las verjas… Las ansias de libertad de Milena de Jesenskà… desbordaban los barrotes y las alambradas; haciendo que solo su presencia supusiese un explícito grito de «yo soy libre», mas afirmando a un tiempo que no hay libertad sin pertenencia a una comunidad…la humana, «condenada a ser libre » que diría Jean-Paul Sartre.

Por Iñaki Urdanibia

Dubravka Ugresic (Kutina, antigua Yugoslavia, 1940 – Amsterdam, 2023) ve recuperada su novela, anteriormente publicada por Anagrama, que es considerada como su obra maestra: «El Ministerio del Dolor», editada por Impedimenta en una traducción revisada.

Tanja Lucic es profesora y huye de su país en guerra, para refugiarse en la universidad de Amsterdam en donde imparte la signatura de Lengua y Literatura Serbocroata, con un contrato provisional y realmente precario. Sus alumnos son, como ella, exiliados a causa de la guerra en su país, hallándose realmente descolocados, y sumidos en el dolor de la separación de su patria, de sus seres queridos, temiendo por la suerte que estos puedan correr. La profesora es consciente de que las notables dificultades en el aprendizaje de los alumnos son debidas a su situación, lo que hace que pasando del programa oficial, sus clases se conviertan en un ejercicio de anamnesis, que a modo de terapia intente recuperar cierta recomposición cultural ante la identidad nacional perdida, tanto de sus alumnos como de ella misma. La memoria es puesta en danza y la pluralidad de recuerdos de los diferentes alumnos y de la propia profesora, van a suponer situaciones divergentes y tensas, en especial con alguno de los alumnos, su favorito, que, en principio, destacada por su capacidad; las posturas acerca de la interpretación de lo que sucede y algunos posicionamientos enfrentados, ligados a los compromisos familiares, hace que las sesiones no se desarrollen mansamente, hasta el punto de que podría afirmarse que la memoria cuando más se remueve más duele, y huele.

Al paso de las páginas se hace patente el dolor del desarraigo, el dolor a la hora de explicar las causas de la guerra, los problemas que asoman sobre el balanceo entre la lengua materna y el neerlandés, el inglés, etc. Y las contradicciones a la hora de pronunciar un nosotros que deslinde lo propio, lo nuestro, con lo ajeno. Viven en Amsterdam, trabajan en la capital de Países Bajos, por cierto elaborando vestidos, de cuero y látex, para un establecimiento sadomasoquista, situado en La Haya, cuyo nombre da título a la novela, mas su centro de gravedad se halla en la Yugoslavia fenecida; su trabajo en negro les hace vacilar de continuo al señalar, entre risas cómplices, que trabajan en el ministerio. Los recuerdos y los sentimientos más profundos se anclan allá, y la tarea que les encomienda la profesora va a ser escribir un relato acerca de cómo han vivido la desintegración física y cultural del Estado. Las tensiones se hacen patentes entre unos y otros, y estas tensiones afectan de manera profunda a la propia profesora. Igor, Selim, Meliha, Johanneke, Ana y el resto de la clase no se dejan arrastrar por la yugonostalgia pero tampoco se sienten cómodos en la nueva pertenencia que les cae en suerte, o en desgracia, los yugogenes pesan… el dolor de pertenecer a un país que ya no existe, ausencia que se amplía a la falta de calor de la lengua materna que ha estallado en diferentes lenguas mutiladas al igual que lo ha hecho el propio país. Extrañan el lugar de acogida, al que consideran poco acogedor en la medida en que consideran a sus ciudadanos como aburridos e hipócritas.

El dolor campea por las historias, en un balanceo entre el olvido y el recuerdo, los sentimientos de culpa, afectando de manera brutal a alguno de ellos que pone fin a su existencia… y con un destacado humor negro Dubravka Ugresic nos pasea por diferentes escenarios de la ciudad en que trabaja: Barrio Rojo, la casa de Anna Frank, el museo Vermeer… no faltando las referencias a escritores que corrieron suertes similares como Milan Kundera, de una película basada en una de sus obras se habla, o Marina Tsvetaieva, y en ese cúmulo de recuerdos recuperados por los alumnos, de objetos y marcas, de golosinas, de los aniversarios de Tito, de los paisajes urbanos, con el peso del efecto desencadenante de tensiones ante algún juicio en Tribunal penal de La Haya que juzga crímenes de guerra, al que la profesora acude acompañada de un alumno retratando al acusado y mostrando su perplejidad ante la insignificancia de éste que, por cierto, no tenía ni cuernos ni rabo,… y el torbellino puesto en marcha por la profesora se va a convertir en una verdadera bomba de relojería que atraviesa el curso escolar, con los recuerdos, los desacuerdos, los lazos familiares… con el museo del dolor de cada cual.