Por Iñaki Urdanibia

«¿A quién le cuentas de tu cuerda floja? Si cada cual tiene la suya, si quien no bailotea sin red en la maroma está estampado contra el suelo, mientras el público pide “¡Otra!¡Otra!”»

Al escritor navarro tras haber visto que se aflojaba la cuerda de la vida, «la muerte maneja el tiro: esa es historia vieja no aprendida, hasta que la indeseable derriba la puerta, se mete en el espejo profundo de la sala de respeto y desde esa lejanía te observa, paciente dar cuenta de tu última cena solitaria», vuelve con fuerza a la tarea, entregando varios, veintitrés, flashes, destellos y, por momentos, fogonazos, escritos entre 2021 y 2023, en su «Osadías y descalabros», editado por Pamiela; y si digo tarea, es debido a que la escritura resulta, para gente como él, necesidad y terapia. No le falta el brillo ni el brío habitual en su quehacer. Miguel Sánchez-Ostiz sigue firme en la cuerda mirando para atrás y hacia adelante, a izquierda y derecha, para abajo y para arriba, y para dentro, con una claridad y sinceridad que denotan los momentos que vive y que, si hablando de algunos de sus libros anteriores señalaba ciertos tonos testamentarios, hace que tal vez se pronuncie con mayor conciencia de los límites de la existencia, de su fragilidad y del paso del tiempo y de los años pasados en los que el verde esperanza era el dominante, quedando posteriormente anulado en la medida en que la vida avanza y… los sueños, sueños son, y los tiempos de cerezas no llegaron. Y osado (sapere aude! recomendaba Kant), ya que él no es de los que se achanta, se atreve «a vivir la propia verdad, y ponerse en claro, aunque duela, así solo tengas un día para hacerlo», sin callar, ni dejar de escribir… sin asomo de convertirse en predicador, ni aconsejar, mas con una sinceridad en la que deja ver su, o sus cuerdas flojas, las suyas que no son intercambiables ya que cada cual tiene la suya.

Así se pronuncia sin tapujos acerca de la vejez, alejados ya los años de juventud que solamente son recuerdo, y dando cuenta de que lo inesperado, como decían que decía el otro, vendrá como un ladrón, llega por sorpresa como golpe imprevisto, insistiendo a pesar de todo en picar espuelas, corriendo el riesgo de la aventura muchas veces soñada en viajes reales o imaginados. Recuerda las posturas de obediencia debida y aplauso incondicional, impulsados por falacias que no eran los que prometían, ni lo que decían ser. Y tomando honda conciencia de la posibilidad de que las luces se vayan apagando, no se priva de visitar la patria de Caín, en la que quien no sigue el karaoke dominante no sale en la foto, o tal vez sale, poco menos, que en la que lleva la inscripción de se busca, «como pieza de caza a cobrar sin veda posible». Rastrea por el mundo de las apariencias, desvelando las palabras huecas, los silencios y el calor de un cierto amiguismo, de mero compadreo, de cuadrilleo… del tres al cuarto. Consciente, por otra parte o por la misma, de que no hay ya vuelta atrás, y sin añorar las tareas pendientes que quedaron huérfanas de realización… para las que ya no es tiempo, ya que amén de la falta de «verdaderas ganas, amén del cuerpo, tienes más miedo que alma a los quebrantos de salud ya padecidos, allá lejos y aquí cerca», sintiendo las admoniciones de que ya se está fuera de lugar, que se está de más… y «el cuarto donde se esconden los recuerdos indeseados», como «escondite y celda de castigo». Sin evitar confesar un testamento inútil -valoración desmedida- de «un nombre enterrado entre papeles, libros y cachivaches, cuatro letras», que malgré lui, no son solamente humo,sino una inmensa obra compuesta de novelas, misceláneas, dietarios, poesía, a las que en repetidas ocasiones me he referido .

¡Así, Miguel Sánchez-Ostiz!