Por Iñaki Urdanibia

«Tomad una palabra (si posible anglosajona, como “woke”, o una palabra compuesta “islamo-izquierdismo”, por ejemplo, seguro que logrará éxito), agitad con fuerza en los medias mezclando con otros tipos de palabras (“poscolonial” es ideal, pero si no pensáis en éste, usar “arrepentimiento” o “cancel culture” que irán muy bien). Al cabo de un momento, veréis que se hincha, se transformar, se convertir en un síntoma, después en una amenaza que podréis finalmente esgrimir para asustar a la opinión»

                                                                            Gilles Bastin

Ante las muestras de solidaridad a Palestina que se han extendido por diferentes facultades parisinas, desde la célebre Sciences Po, el joven superministro macronista, Gabriel Attal, ha declarado que las movilizaciones reflejan una «ideología llegada del otro lado del Atlántico» que una «minoría activista y peligrosa quiere imponer a la mayoría de estudiantes y enseñantes»; denunciando lo que viene de fuera utilizando precisamente términos ingleses, como woke, que vienen de fuera. Ya con anterioridad, monsieur le président, Manu Macron había advertido del peligro que suponían los movimientos antirracistas radicales en las facultades del Hexágono. De momento la de Attal, es la última utilización de ese término fourre-tout (totalizador) que sirve como espantapájaros y cajón de sastre, puesto en boga por los sectores reaccionarios de los EEUU, y utilizado por otras latitudes por los medios de extrema derecha….¡y lo que te rondaré morena! [Por cierto mientras finalizo de escribir este artículo, en el ABC de hoy, 11 de mayo,  varios columnistas marcan el tono: uno de ellos emplea el término woke y habla del antisemitismo patente bajo el pretexto de apoyar a Palestina, en la página siguiente, un inefable columnista, arremete contra la UPV… precisamente por su postura con respecto a Israel]. Estamos en el campo de la amalgama, que Henri Lefebvre señalaba como una de las características esenciales de la modernidad, o de un ejemplo de mot-valise de que hablase Roland Barthes. A todo lo que resulta molesto, en oposición o desviado del pensamiento dominante de los poderes políticos, culturales y universitarios se les mete en el mismo saco, bajo la indicada etiqueta, de modo y manera que pasen a ser considerados como un serio peligro para el orden de los valores consagrados de la identidad nacional: ya sea la de la América profunda o la de la France de pure souce, por no hablar de otros lares en los que sicut papagallum se repite la copla, de manera especial por la prensa, en papel o digital, de derecha extrema o similares; en el páramo hispano hay algunas luminarias que no se privan de lanzarse al combate, luciendo cada vez más la caspa celitibérica: ahí están los Jon Juaristi, Fernando Savater, Félix de Azua, Gabriel Albiac et alli (que parecen sostener que detrás de su magisterio no hay más que basura) y algunos periodistas de prensa amarilla, por no decir marrón, que se hacen los guays, copiando al respecto de aquí y de allá. A principios de este año dediqué al asunto un artículo en esta misma red: https://kaosenlared.net/woke-ha-dicho/

Pues bien, un par de obras ponen los puntos sobre las íes acerca del asunto: «Le wokisme n´existe pas. La fabrication d´un mythe» de Alain Policar, editado por Le Bord de l´Eau, y «La Panique woke. Anatomie d´une offensive réactionnaire» de Alex Mahoudeau, publicado por Textuel. Sin simplificar en exceso se puede establecer un cierto común denominador entre ambas obras, que coinciden en que el término es empleado para descalificar a todos aquellos que se oponen a los valores dominantes, metiendo en el mismo saco a diferentes militantes feministas, anti-racistas, anti-colonialistas, etc.. Tal etiqueta no es empleada por quienes luchan por la emancipación de diferentes grupos marginados, y en consecuencia por la emancipación en general, sino que son agrupados en ella por los denominados antiwokismo, que son quienes emplean el término para designar a diferentes colectivos como si todos ellos respondiesen al mismo grupo o supuesta organización. El empleo del término no tiene otro fin que anular los argumentos posibles para un debate, dando a entender que quienes son agrupados, por ellos, bajo tal etiqueta no quieren en el fondo más que poner en peligro la civilización occidental y sus valores. El método no es nuevo, pues anteriormente ya se habían visto las andanadas perseverantes contra el pensamiento políticamente correcto, el islamo-gochismo, la teoría de genero y otras posturas que no comparten el karaoke que se impone desde los poderes políticos y/o académicos. Al final lo que es puesto en solfa es la lucha contra la injusticia, en diferentes facetas, pintándola como un peligro disolvente… Primero se crea el pánico, ante un pretendido mal, para los que se buscan o se provocan ejemplos (por medio de becarios contratados, que son convertidos en víctimas de diferentes persecuciones y marginaciones que se airean a troche y moche) y anécdotas de intolerancias varias que hacen que, especialmente en los campus universitarios se pinte la imagen de que existe una atmósfera irrespirable. En EEUU, la cosa viene de lejos, ya que la maquinaria fue puesta en marcha con la pretensión de erradicar la presencia de profesores de izquierdas, a los que para más colmo se tachaba como defensores de ideas extrañas al país (véase el caso de los denominado post-estructuralistas, la french-theory de los Foucault, Derrida, Deleuze et compagnie); esta embestida iba acompañada de colocar en puestos claves a gente de probada garantía en lo que hace a los valores patrios, léase de inequívocamente de derechas, apoyada desde los poderes institucionales. Alzaban la bandera estos últimos del conocimiento frente a la ideología,aunque de hecho si ésta correspondiese con sus posturas derechosas… ningún problema, el problema era la ideología de izquierdas.

En ambos libros se explican con detalle los orígenes del término, las diferentes fases en su utilización, inicialmente en el seno de la militancia anti-racista de los negros que llamaban a despertar ante las injusticias, podría decirse a concienciarse, y luchar contra ellas. Canciones y líderes del movimientos por los derechos civiles usaron el término en ese sentido, reavivándose su presencia con ocasión de los asesinatos policiales de estos últimos años, la muerte de George Floyd en 2020 como señal de salida, en lugar destacado la organización Black Lives Mattter. De este uso fue trasladado por los defensores del statu quo a usarlo de manera despectiva para englobar a todos quienes alborotaban en pos de la justicia, y la emancipación…en uno de los libros hay algunas referencias realmente certeras a Kant y a su sapere aude!, además de traer a colación algunas opiniones que en los años de la Ilustración retrataban a ésta como un cúmulo de exigencias desmadradas con respecto a lo dado…bien podría haberse encasillado a los ilustrados, por parte de sus críticos, bajo la bandera woke. No hace falta subrayar que los autores de ambos libros se ubican en los ambientes que luchan por la justicia y la emancipación, haciendo frente a las corrientes anti-wokismo, que tras adueñarse de manera falaz del término, lo emplean para descalificar a las luchas de las minorías, alejando cualquier debate mínimamente sosegado sobre las cuestiones denunciadas., quedando claramente expuesto que tal tendencia forma parte de de una ofensiva reaccionaria contra el despertar (wokeness) de la sociedad.

Es la conocida táctica de CQFD (ce qu´il fallait démontrer = lo que hacía falta demostrar), es decir se crea un enemigo a la medida de manera que todos los ataques que se hagan contra él serán válidos en su evidencia.

En este orden de cosas, en los libros que traigo a este artículo, se parte de la idea de que estamos ante la creación de un mito, ya que de hecho el wokismo no existe, fabricado en todas sus piezas: se alerta para ello acerca de los terribles peligros que suponen tales posturas, de crítica y oposición, para la sociedad que se engloban bajo el maldito rótulo, pretendiendo crear un ambiente de pánico, programado desde las instancias gubernamentales y académicas, Resulta curioso en este orden de cosas que en las encuestas de opinión realizadas entre la población una inmensa mayoría no había oído el término; la realizada entre cien personas por L´Express, en 2021, mostraba que solamente 8 había oído el término, gran parte de los interrogados no habían oído y por supuesto no sabían de qué se trataba; otros sondeos dejan ver que solamente el 14 % habían oído el termino… lo que da cuenta de lo artificial de la operación que es la fabricación de un mito, buscarle un apellido que no corresponde a movimiento unificado alguno, y para más inri, los entregados defensores de la identidad en el caso francés, emplean y manipulan términos provenientes del otro lado del Atlántico, por supuesto en una lengua que no es la de Molière, ni Hugo. La maquinaria mediática se pone a toda velocidad y tribuna va, tribuna viene, especialistas universitarios o políticos de distinto pelaje junto a periodistas sacan a la palestra una nueva configuración ideológica, con claras intenciones de combatir las diversas disidencias.

Nadie niega que haya casos en los que la libertad de expresión sea puesta en solfa, en base a ciertos casos, lo que muestra el escore interesado es tomar éstos como generales con lo que se tergiversa la realidad que se da, en especial, en los campus universitarios, convirtiéndolos en un espacio dominado por el totalitarismo. Se muestran algunos casos de los que brota la denuncia y su generalización a la vez que se ofrecen contraejemplos tanto de este lado como del otro del Atlántico.

Alain Policar se manifiesta con nitidez: «la promoción académica y social del “wokisme” obedece a una lógica de designación de un enemigo supuesto, enemigo del interior pero cómplice de los que, fuera de la “civilización occidental”, buscarían socavar los fundamentos. “Wokisme” permite pues descalificar al conjunto de fuerzas contestatarias que provienen de poblaciones minorizadas, acusadas, entre otros desfases, de hipersensibilidad». Con tal posición, trata de demostrar que se da una amalgamadora que reduce la heterogeneidad de las luchas, otorgándole el nombre de marras, resultando los intentos de definir el supuesto fenómeno propio de quien utiliza el calzador con vaselina para que quepa bien su retrato. Sostiene igualmente que estos intentos no tienen, ajenos a cualquier rigor mínimo, más que una finalidad que es la de que las cosas cuadren para sus propósitos, ignorando la validez de cualquier reivindicación o denuncia con respecto a las injusticias y sus causas. Se echa una ojeada a diferentes sectores de lucha, centrando la mirada en el carácter sistémico de las injusticias en el campo social, extensibles a las relaciones de sexo o de las identidades dichas raciales. Manteniendo que en la relación con respecto a estas injusticias y la posición que se adopte, supone una muestra de buen funcionamiento de la democracia que es un sistema abierto y susceptible de ser mejorado sobre la marcha. Por su parte, Alex Mahoudeau desvela sus intenciones: «todavía desconocido hasta hace poco en Francia, el término “woke” ha invadido recientemente las redes sociales y los diarios. Nacido de las luchas anti-racistas de los afroamericanos en los años 50, revistiendo entonces un sentido positivo: el de estar “despierto”, consciente políticamente. Es hoy en día utilizado peyorativamente para atacar toda forma de compromiso contra las discriminaciones. Para sus detractores, la pretendida “ideología woke” seria el nuevo rostro de “lo políticamente correcto” o de la “cancel culture” e infiltraría los centros de poder, desde los media hasta las grandes empresas, animando una deconstrucción del mundo por boca de una generación radicalizada. Así funciona el “pánico woke”. ¿Y si este pánico escondiese simplemente una forma, clásica pero violenta, de reacción? Es esta ofensiva reaccionaria y su mecánica ideológica», la que el autor pretende aclarar.

Ambos ensayistas dan ejemplos del comportamiento de los neo-conservadores norteamericanos, deteniéndose en los pequeños cambios que se han ido produciendo bajo el mandato de Reagan, Bush o Trump, con el fin de copar puestos en las universidades, desalojando en la medida de lo posible a los izquierdistas que trataban de imponer su sello cultural; lo mismo sucede en el caso hexagonal, en donde una pléyade de neo-réacs -muchos de ellos convertidos de la izquierda: Pascal Bruckner, Pierre-André Tagguieff, Bernard-Henri Lévy, sin obviar las derivas identitarias del antes libertario Michel Onfray- marcan, o tratan de hacerlo, el tono que se ha de mantener en defensa de la Repúblique, la suya, y en contra de los quejicas radicales, que se presentan como víctimas cuando -según ellos- son los que victimizan a los demás. Esta tribu lo que trata es de suministrar una vacuna contra esos males, abundando en el uso del término woke, pero sin explicarlo, ni dando argumentos que sostengan su cruzada. Destacable en este orden de cosas es el congreso celebrado en la Sorbona en la que bajo el padrinazgo del entonces ministro de cultura, monsieur Blanquier, se reunió lo mejor de cada portal para deconstruir la deconstrucción (puede verse más sobre el asunto el artículo que escribí sobre el asunto, del que he facilitado el enlace líneas arriba). Hasta arriesgan explicaciones ciertamente falaces sobre la religión woke o sobre los jóvenes de una generación que no han conocido dificultades y se sienten afectados por la culpabilidad del hombre blanco.

No se privan los autores a la hora de facilitar los mecanismos de funcionamiento de esta caza de brujas, que en los últimos tiempos -con más potencia tras la masacre genocida del estado de Israel sobre la franja de Gaza- extiende su espíritu amalgamador a considerar antisemitismo cualquier crítica al colonialismo sionista. Siempre sirviéndose de los noticiarios de CNews, voz de las posturas más carcas que se dan en el panorama político y cultural. [Tanto en Alemania, como Francia u Países Bajos se ve este espíritu amalgamador en marcha: prohibiciones de manifestaciones, conferencias y congresos alegando que son muestra de antisemitismo, cuando de hecho son actos de defensa de Palestina y contra el genocidio emprendido por el estado de Israel].

En fin, un par de obras complementarias, que aportan sobradas muestras de las manipulaciones que se esconden tras el término del que hablan los anti-wokistas que son quienes dan pretendida entidad a una entidad que como tal no existe.